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Testimonio filial en honor de P. George F. Mclean, O.M.I

By 8 septiembre, 2017enero 12th, 2024No Comments
Un poco de historia antes de conocer a P. McLean

Nací en una familia puertorriqueña en el sur del Bronx y desde mi juventud he tenido una precoz fascinación por el significado de la vida humana. El aprender de mi piadosa madre y las hermanas dominicas de la Iglesia de San Lucas2 acerca de Dios Padre, del Hijo y de la Santísima Virgen María, cuando me preparaba para mi primera Comunión, me formó con respuestas que fueron íntimamente confirmadas en mi espíritu: que yo era hijo del Padre Eterno, hermano de Jesucristo, que había muerto por mí y que me había nutrido con su propia vida en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, e hijo de María, mi Madre adorada, que cuidaba de mí, de mi familia y de todo el que caminaba en la tierra. En el colegio St. James3, donde experimenté mis incipientes suspiros de cariño cuando vi por primera vez a Julie en el patio de la Iglesia, leí con deleite Grandes Esperanzas de Dickens, hasta la última página, pensando si el pobre Pip conquistaría a la distante Estela. Luego vendría el Colegio Cardenal Hayes4 con Mr. Kroczak, quien me introdujo a la Alegoría de la Caverna de Platón, además de las tragedias griegas; entre otras leímos Edipo Rey y Antígona, y hablamos de si era correcto o no que enterrara a su hermano a pesar del decreto imperial.

Cuando entré en la universidad de Fordham ya era un discípulo sensible, un romántico con un corazón conmovido por la tragedia humana. Allí, estudiante de primer año, elegí sicología con la esperanza de acompañar a aquellos cuyas vidas carecían de significado y de prepararme para ayudar a otros a percibir una experiencia de apertura a la trascendencia. Pero descubrí para mi consternación, que los pioneros en Psicología, Freud y Watson, por nombrar solo a dos, eran ateos, encadenados a una caverna intelectual y carentes de vías para contemplar la luz

sobrenatural. Fue durante este tiempo en que, en Fordham, conocí a Rosa Calabreta,5 una experta viajera graduada de esta universidad jesuita, que había conocido, en Múnich, un nuevo instituto de vida consagrada: las Misioneras y Misioneros Identes,6 fundado en España por Fernando Rielo, quien proponía un nuevo modelo metafísico que buscaba proporcionar un nuevo soporte metafísico para la revelación de Cristo de un Dios constituido por personas relacionales en vez de la típica concepción filosófica de un Dios en términos de una concepción identitática de la Divinidad. El contacto con los misioneros identes7 me despertó la vocación a estudiar la filosofía cristiana de tal manera que, hacia la mitad del segundo semestre de mi primer año de carrera, decidí visitar al decano de Filosofía, el afable P. Gerald McCool, S.J., y expresarle mi deseo de ser admitido en la carrera de filosofía.

Encuentro providencial con el P. McLean

Ese mismo semestre, el domingo de Pascua, 4 de abril de 1974, realicé la profesión de votos privados en la residencia de los misioneros identes en Astoria, Queens, e inmediatamente fui enviado por el Fundador, Fernando Rielo, a continuar mis estudios filosóficos en la Universidad Católica de América (Washington, D.C.). En ese momento no podía imaginar las maravillas que la Providencia había preparado para mí, aunque se me hizo plenamente evidente cuando el P. McLean entró en la clase y empezó a hablar. Sabía que estaba ante un maestro consumado, que podía guiarme a realizar mi vocación como estudiante de filosofía. Mi Padre celestial me puso bajo la tutela paternal de mi gran tutor y amigo: el Reverendo Padre George McLean, O.M.I., quién me iba a guiar por el laberinto de la filosofía occidental y, especialmente, de la metafísica, explicada con la más alta deferencia a los filósofos y sus cosmovisiones, descubriendo en cada uno trozos de verdad, bien y belleza en la inmensidad del paisaje filosófico, tanto clásico como moderno y contemporáneo.

Mientras completaba mis cursos de Master en la Universidad Católica de América, mi horario de maestro en una escuela multicultural de enseñanza secundaria para emigrantes, principalmente víctimas de la guerra del Salvador, en el distrito federal de Washington, hacía difícil cursar las clases del P. McLean, de tal manera que no había entonces comunicación regular. No obstante, en oración, cuando llegó el tiempo de escribir la tesis de Master, se hizo claro: Ite ad P. McLean. Esa misma tarde, tomé un autobús a la Basílica de la Inmaculada Concepción, próxima al campus de la universidad, y según iba por el serpenteante camino al Santuario, allí, en ese preciso momento, P. McLean estaba saliendo por las puertas del Santuario. Nos dimos un abrazo, él con afecto paternal y yo con sentimiento filial. Yo le confié que quería ser metafísico, y que deseaba que él me enseñara a serlo. Él me invitó a cenar cruzando la calle al otro lado del Santuario, en Oblate College, donde él vivía. Allí me habló de dos posibles opciones para la tesis: realizar una revisión crítica del trabajo sobre Parménides, conocido como padre de la metafísica, de Alexander Mourelatos, titulado The Route of Parmenides8; o hacer un estudio de The Degrees of Knowledge de Jacques Maritain. Sin vacilación opté por la primera para profundizar en el razonamiento del iniciador de la tradición metafísica Occidental. Al final, aunque yo era crítico por las implicaciones del principio de identidad de la predicación especulativa de Mourelatos, de la que P. McLean hacía una lectura más favorable, el P. McLean me acompañó y apoyó con espíritu humilde y bondadoso.

Más tarde, después de haber completado mis estudios doctorales en The American University, donde audazmente busqué otros desafíos, cuando llegó el tiempo de escribir la tesis, nuevamente busqué el sabio consejo de P. McLean, ahora a la luz del reto del pensamiento postmodernista. El, entonces, me introdujo al pensamiento de Jürgen Habermas, un filósofo modernista que defendía la razón comunicativa sin ceder al impulso del irracionalismo. Para la tesis yo leí críticamente “la situación del discurso ideal” de Habermas, como reminiscencia del ideal platónico, cuyas reglas formales para la orientación del encuentro discursivo podía servir supuestamente para el fin de adjudicar la verdad y propuestas normativas sin apelar a fundamentos metafísicos. Aunque P. McLean me urgió entonces a mostrar como la situación del discurso ideal podía ser recuperado en términos del Uno de la metafísica clásica y las propiedades trascendentales del Ser, yo me moví más bien en dirección a la noción metafísica de la Binidad de Fernando Rielo, constituido a nivel metafísico de dos personas, consecuentemente de seres dialogales, que serían de facto la realización existente de la situación del discurso ideal y su exigencia de transparencia y ecuanimidad. Ciertamente, P. McLean apoyó esta aproximación crítica a Habermas y me animó a leer los escritos de Kenneth Schmitz, quien era el

que más incisivamente apuntaba la relevancia filosófica del estudio de la Trinidad cristiana: “vislumbrar la sociabilidad inherente’ de la vida divina no ha sido todavía cultivado en filosofía en el grado que necesita ser realizado”.9 Más tarde me pidió que leyera a Habermas a la luz de las propiedades transcendentales del ser de Santo Tomás, que dio lugar a un libro que él publicó con el título de The Emancipative Theory of Habermas and Metaphysics,10 es decir, para propósito de este libro, de la metafísica tomista.

La razón d’être de P. McLean

Posteriormente, el 12 de octubre de 1991, P. George McLean, estando en Budapest, se reunió con el P. Jesús Fernández Hernández, Primado Apostólico de los Misioneros Identes, y María del Carmen García, Superiora General de la Congregación de Misioneras, a quienes yo le había presentado en otra ocasión. Allí, en la residencia para profesores visitantes dialogaron sobre posibles vías de colaboración. La mañana siguiente, antes de su temprana partida, el P. McLean escribió una carta fechada el 13 de octubre de 1991, dirigida al profesor Jesús Fernández y a la profesora María del Carmen García, cuyo contenido transcribo completamente ya que revela la raison d’être de este hombre de Dios con un corazón universal. Este texto, a su vez, nos permitiría proponer, en una siguiente sección, vías concretas para continuar el trabajo del P. McLean11:

Ha sido una inmensa dicha reunirme con ustedes la noche pasada y saber que la Providencia nos está llevando por el mismo camino. Espero y pido a Dios que tengan mucho éxito en su propósito de traer el espíritu de Cristo y de la Santísima Trinidad a la Europa del Este.

Tratando de entender el plan de Dios de hacernos coincidir aquí, se me ocurre pensar que está relacionado con el Dr. Badillo. Como ya le mencioné, le considero mi primer discípulo en metafísica, especialmente como misión espiritual. Yo ya me estoy haciendo viejo, y me pregunto sobre el plan de Dios acerca del trabajo que he ido desarrollando. Siempre me ha parecido que traer la vida del Espíritu a la filosofía sería un catalizador. Ahora esto parece más complejo. Sé que llevará más tiempo del que yo viviré, y me surge la pregunta si tal vez podría continuar como parte de un proyecto vinculado al suyo.

Todo esto me llevó a pensar, durante la última noche, si sería posible sugerir o solicitarles que el Dr. Robert Badillo pudiera trabajar conmigo en Washington por algunos años como un “alter ego”, haciendo todo lo que yo hago, aprendiendo todo lo que yo sé, reuniéndose con toda persona con quien yo me reúno de manera que él pueda unir nuestros esfuerzos, y poner nuestros contactos, equipos y trabajos en mutua disposición.

No veo esto como una simple repetición ya que mis esfuerzos han sido para servir como un catalizador para plantear las cuestiones y estimular los esfuerzos por los cuales el Espíritu puede alcanzar la conciencia de los filósofos y sus culturas en nuestros tiempos. Podría llamarse la evangelización de la cultura o estar al servicio de Cristo mientras trabaja en la historia de las personas en su peregrinación hacia Él. Mi impresión es que esto es coherente con las preocupaciones de la Escuela Idente12, aunque sin el objetivo inmediato de unir a los cristianos o ser formalmente Iglesia; sino más bien con en el sentido de que todos están yendo hacia Cristo en sus múltiples modos y a través de sus muchas crucifixiones, que Cristo está trabajando en su historia y por lo tanto hay mucho por hacer para promover la aparición de la imagen de Cristo, no sólo en los bautizados, sino también en todos los pueblos, a medida que sus culturas evolucionan y estructuran e implementan su vida social y comunitaria y personal ahora, y no sólo en algún momento futuro, y haciendo esto en la línea de la reflexión fundamental del ser al nivel de la metafísica.

Por favor, lleven esta sugerencia / solicitud / invitación a la oración de sus proyecciones y consideraciones. Yo estaré en Washington desde el 18 de diciembre y me pueden contactar allí en cualquier momento.

Todas las bendiciones de Dios en su trabajo,

George F. McLean

Esta admirable obra epistolar, escrita poco antes de su salida de la residencia, da una visión de la hondura espiritual que este carismático maestro vivió para fomentar la plenitud de la verdad y la bondad y la hermosura entre todos los hijos de Dios. En la sección siguiente voy a dar una orientación concreta en la que pueden abordase sus inquietudes.

Baste aquí decir que a fin de trabajar con P. McLean, el Fundador, Fernando Rielo, a finales de Octubre de 1991, dispuso mi traslado de Filadelfia, donde yo estaba enseñando en la Universidad de Villanova, a Washington para trabajar con el P. McLean mientras terminaba mis estudios teológicos en Oblate College (Seminario Oblato) con vistas en mi ordenación sacerdotal. En enero de 1992 estaba en Washington, donde el P. McLean, ya retirado de la enseñanza del filosofado de Oblate College, recomendó a las autoridades allí que yo impartiera, en su lugar, sus cursos de metafísica y teología natural, mientras completaba mi Master en divinidad para dicha ordenación. Pero dos años más tarde, en noviembre de 1994, se les encomendó a los Misioneros Identes la administración de su primera parroquia en la Archidiócesis de Nueva York, Santa María, anteriormente una iglesia fundada por la comunidad italiana en el Bronx. El P. Fernando Real, misionero idente, fue nombrado administrador y mis superiores me indicaron que me trasladara de Washington para preparar mi ordenación sacerdotal con el objetivo de ayudar al P. Real. Con pesar dejé al P. McLean, que, por supuesto, aceptó incondicionalmente la voluntad de los superiores. Llegado a Nueva York en enero de 1995, unos meses más tarde, con ocasión de mi ordenación al diaconado el 8 de abril de 1995, le pedí al P. McLean que viniera a la Iglesia de Santa María para que participara en la ceremonia de investidura en la cual él me invistiera con la dalmática del diácono ante su Excelencia Patrick Sheridan, Obispo Auxiliar de Nueva York. No hay palabras para describir la inefable reverencia y veneración que yo sentía por este santo sacerdote y padre espiritual.

Nuevas direcciones prometedoras

Durante el Gran Jubileo del año 2000, el P. McLean y yo nos reunimos en Roma, donde participamos con otros de sus colaboradores, entre ellos, Juan Carlos Scannone, Kenneth Schmitz, Hugo Meynell, Tran Van Doan, William Sweet y Oliva Blanchette, en el Congreso de Metafísica para el Tercer Milenio, organizado por la Escuela Idente como parte de los actos oficiales celebratorios del Vaticano. Allí el P. McLean, uno de los principales ponentes, presentó una conferencia seminal titulada “Metafísica y Cultura: El Puente a la Religión”13, en la que, entre otras

acertadas propuestas, expresó, especialmente a los filósofos cristianos por su sensibilidad religiosa, la necesidad de trabajar más en dos áreas fundamentales: primera, la reflexión sobre un Dios que, en contraposición al primer motor aristotélico, de hecho “nos conoce y nos ama”; y, segunda, la reflexión sobre las personas humanas a la luz de su sacralidad constituidas en relación con Dios y sus semejantes. Estas dos áreas, entendidas además como una función de la carta anterior en la que revela su visión de los pueblos del mundo permeada por una presencia divina que orienta las culturas y sus variadas expresiones en la dirección de una cumbre unificadora de la fraternidad, exige una seria reflexión y, creo, que debe propiciar futuros estudios que promuevan su proyecto a nivel mundial en simposios y publicaciones. Su visión no reductiva sino integradora, se esfuerza por unir a todos los pueblos del mundo en un común origen/destino sobrenatural y naturaleza sagrada.

Permítanme proporcionar algunas claves de cómo las inquietudes de P. McLean pueden ser enfocadas. Anteriormente, abordé estas mismas inquietudes sucintamente en un artículo titulado “La visión milenaria de McLean a la luz de la metafísica genética de Rielo”14, que expone la propuesta de Rielo de sustituir el pseudo-principio vacío y tautológico de la identidad, como Rielo lo califica, por el principio genético, o más propiamente la concepción genética del principio de relación. En pocas palabras, Rielo sostiene que todas las conocidas propuestas metafísicas desarrolladas en la historia de la filosofía comparten un defecto común. Todos incorporan, ya sea explícita o implícitamente, el llamado Pecado Original de la especulación metafísica contenido en el principio parmenídeo de la identidad15, que dice que A es A o que el ser es en sí mismo y nada más que sí mismo: tal ser, por lo tanto, completamente encerrado en sí mismo, consigo mismo, para sí mismo, sobre sí mismo, por sí mismo, carece, por tanto, de relación intrínseca o extrínseca. Aplicar este llamado principio al Absoluto equivaldría a elevar a absoluto un Ser herméticamente sellado, una tautología lógica, en sí misma y consigo misma, y por lo tanto absolutamente desprovista de una relación intrínseca y extrínseca que, como tal, lo declararía incapaz de servir como agente de creación, pues la creación implica que el Creador sea eminentemente relacional primero dentro y después fuera, es decir, en relación con lo que crea y con lo que mantiene en existencia.

En cambio, Rielo sostiene que su concepción relacional del Ser proporciona el fundamento para un Dios que “nos conoce y nos ama”. El Absoluto metafísico no

puede ser constituido por un mismo absoluto, el unum simpliciter, desprovisto de relación o distinción interna como sostiene la clásica concepción parmenídea, o como un ego absoluto, si tal Absoluto se concibe como consciente, como sostiene la concepción aristotélica; sino, más bien, un Absoluto formado intrínsecamente por dos seres en relacional complementaria que, constituyendo el Uno metafísico, el unum geneticum, es accesible a la razón sin la ayuda de la fe teológica. Rielo ve su obra como una explicación de lo que considera ser la metafísica original de Cristo, implícita especialmente en el Evangelio de Juan, cuando declara: “Pater et ego unum sumus” (Jn 10, 30).16 Si el Absoluto metafísico está constituido en última instancia por dos seres, dos personas—dado que para Rielo la persona es la expresión más elevada del ser—entonces con seguridad estas dos personas en una relación intrínsecamente complementaria y amorosa reflejarían a su vez esta complementariedad amorosa en la creación.

Por lo demás, en lo que se refiere a la cuestión de la sacralidad de las personas humanas, esto reside, para Rielo, precisamente en el hecho de que la persona humana, como en el caso del Absoluto, no puede ser definida de forma identitática, es decir, como un ser humano en, con, para y por sí mismo, sino genéticamente como “persona humana (+)”, siendo el más el término que sirve para definirlo. Puesto que la noción de persona es la expresión suprema del ser, la persona humana no puede ser definida por nada inferior a una persona. Mientras que las personas divinas se definen mutuamente, para Rielo la persona humana es definida por la divina presencia constitutiva, es decir, la permanente presencia ad extra del Absoluto en la persona humana. Esta presencia permanente hace del ser humano una réplica de la divinidad, una mística deidad de la metafísica Divinidad.17

El P. McLean siempre manifestó entre sus mayores preocupaciones la racionalidad de la Divinidad, la mística sacralidad de la persona humana (expresando algo más que ser humano. La interrelación de las personas y sus expresiones culturales y el puente entre cultura y tradiciones son enriquecidas a la luz de perspectiva metafísica binaria de Fernando Rielo y la mística apertura del ser humano a Dios. En 2002, cuando yo estaba en la India como misionero y enseñaba en el Sacred Heart Philosophy College (Kerala), me animó a seguir esta interna relación en la Primera Conferencia Regional de Asia del Instituto Internacional de Estudios de Metafísica y Mística (Roma) y, así, me puso en contacto con Dr. Warayuth Sriwarakuel de Assumption University en Bangkok, donde socios del P.

McLean—Tran Van Doan, Ranilo Hermida, Sr. Marian Kao, Manuel B. Dy y Edward Alam, presentaron ponencias sobre el tema del fundamento metafísico de la experiencia religiosa.18 Al año siguiente, el Dr. Edward Alam organizó una conferencia internacional en Notre Dame University, en Beirut, sobre el Misticismo Cristiano, en el que, entre otros, William Sweet y yo presentamos artículos sobre fundamentos místicos en la obra de Edith Stein y Rielo respectivamente.19 De hecho, durante décadas, el P. McLean propuso que los temas de los simposios se desarrollaran a la luz de las expresiones espirituales, humanas, filosóficas, culturales y artísticas propias de los pueblos en su propio contexto ¿Por qué no proponer ahora simposios mundiales donde los diversos grupos de estudio se dedicaran a estudiar en profundidad las dos preocupaciones de McLean con los recursos enraizados en las dotaciones multifacéticas de cada agrupación cultural? ¡Qué gran y perdurable testamento sería esto en honor de Padre George McLean!

Doxología

Seas loado Dios y Padre eterno por tu santidad y gloria inefables
Seas loado por la familia humana que has hecho y
en la que vives y a la que has destinado a estar eternamente contigo.

Seas loado especialmente por crear a un hijo como George McLean
depositario de tus admirables atributos:
amable y misericordioso
siervo callado
que habla anchamente con sus hechos
con un espíritu aventurero que vuela alto
hacia Ti
que eres nuestras alas y nuestras lagrimas para ser liberados
como dice la noble Oda de Keats al Ruiseñor para volar a Ti
ser contigo y los que son como Tú:
nuestro Oblato expiatorio ascendiendo,
hijo regio de María la Inmaculada.

Amen.

Nueva York, el 29 de junio del año 2017
Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo
88 Aniversario del Natalicio de George F. McLean
LVIII Aniversario de la fundación de las Misioneras y Misioneros Identes