di p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes.
Madrid, 13 de Junio, 2021. | XI Domingo del Tiempo Ordinario
Ezequiel 17: 22-24; 2 Corintios 5: 6-10; San Marcos 4: 26-34.
El filósofo empirista escocés David Hume (1711-1776) dijo que de todas las ciencias no hay ninguna en la que las primeras apariencias sean más engañosas que en la política. Seguramente, muchos psicólogos de hoy cuestionarían esta afirmación. En nuestra vida espiritual, esto es aún más cierto e importante. Creo que es bueno escucharlo en las palabras de San Francisco de Sales:
Jamás conoceremos nuestra propia perfección; porque en esto nos sucede lo que a aquellos que navegan en el mar, los que no saben cuánto caminan; pero el piloto que conoce el paraje que surcan lo alcanza. Así nosotros no podemos juzgar de nuestro adelantamiento, aunque sí del de los otros; porque no podemos asegurarnos cuando hacemos una buena obra el que la hayamos hecho con perfección; porque la humildad nos lo impide. Y aunque podamos juzgar de la virtud de los otros, no conviene determinar jamás que una persona es mejor que otra; porque las apariencias son engañosas, y tal vez el que parece muy virtuoso en lo exterior a los ojos de las criaturas, delante de Dios lo será menos que otro que parece mucho más imperfect (Entretenimientos Espirituales).
Y, si vamos un paso más allá, debemos reconocer que el propio reino de los cielos, su dinámica y su vida, son bastante imperceptibles a nuestros ojos, como sugiere el Evangelio de hoy. De ahí la importancia de tener una dirección espiritual y una comunidad donde podamos contrastar nuestra experiencia espiritual con la de otros hermanos/as.
* Una primera consecuencia es que no tenemos motivos para desanimarnos cuando experimentamos la sensación de fracaso en nuestra lucha ascética. Esto puede ocurrir de varias maneras. Por ejemplo, cuando tenemos la impresión de que una pasión, un vicio, una falta, se repite siempre en nuestra vida, creando la idea de que ni los buenos consejos ni nuestro deseo de ser fieles son suficientes. Entonces, nos sentimos contaminados y, por tanto, incapaces de ayudar a los demás a seguir un camino de perfección. Otras veces, se produce una catástrofe espiritual en nuestra vida. Una falta que no puedo explicar cómo se ha producido y cuyas posibles consecuencias, tanto para mí como para los demás, me conmocionan.
Recordemos el desconsuelo de San Pablo; después de quejarse al Señor por su famosa espina en la carne, relata la respuesta del Señor: Te basta mi gracia, porque la fuerza se perfecciona en la debilidad. La espina en nuestra vida es cualquier mal persistente que nos frustra, nos exaspera o nos hace sentir indignos o avergonzados… y sobre la que permanecemos impotentes. Simone Weil escribe La aflicción endurece y desespera, porque imprime en el fondo del alma -como un hierro candente- el desprecio, el disgusto e incluso la repulsión de uno mismo. En estos sentimientos hay un fuerte componente de orgullo. Un buen antídoto es recordar que lo mismo les ha ocurrido a muchas almas, a muchos santos.
Entonces, ¿por qué Dios no accede a la petición de Pablo, por tres veces, de que le libre de esto? Una pregunta diferente nos da perspectiva: ¿Cómo sería yo sin las aflicciones que sufro? Sería alguien insoportable.
Santo Tomás de Aquino interpreta esta experiencia de Pablo como un remedio contra el orgullo: Un deseo desmedido de la propia excelencia que puede caer en otros vicios, como la ambición, la avaricia, la vanagloria y otros similares. El orgullo nos separa de Dios, y es la raíz de todos los vicios y el peor de ellos. Si estás leyendo esta simple Reflexión, es una pequeña prueba de que Dios no te ha abandonado. Hace que tengas sed.
* Una segunda consecuencia de estas parábolas es que no podemos tener una perspectiva completa de los frutos de nuestras buenas acciones. En la parábola del grano de mostaza, la alusión a las “aves del cielo” no es casual. Jesús no estaba dando una lección de Eclesiología en el lago, sino hablando de los efectos del reino de los cielos en cada uno de nosotros. Como dijo el Papa Benedicto XVI, nuestra alma es el lugar esencial del Reino de Dios. Por eso Jesús se refiere a una conocida imagen del Antiguo Testamento, en la que, por ejemplo, se compara al Faraón con un majestuoso cedro, que cobija a todos los pájaros: Todas las aves del cielo anidan en sus ramas, todos los animales salvajes dan a luz bajo sus ramas; todas las grandes naciones viven a su sombra (Ez 31, 6).
Esto ilumina el verdadero significado de los frutos del reino de los cielos, que no se miden en número de seguidores, kilómetros recorridos para predicar, número de páginas escritas, actividad incansable o trabajo febril. Se trata de desplegar nuevas ramas en mi corazón, como brazos abiertos, para que las almas se sientan acogidas y acompañadas. Ese es el comportamiento extático, el “vivir lejos de mí”, para que mi prójimo se sienta acogido y acompañado. para que los demás encuentren el suficiente descanso y paz que les permita descubrir a Dios en sus vidas.
Además, a los pájaros les encanta la semilla de mostaza negra y siempre se puede ver una nube de pájaros sobre una planta de mostaza. Y esto es lo que San Agustín predicó a la Iglesia norteafricana: al compartir el cuerpo de Cristo nos convertimos en el cuerpo de Cristo, verdadero alimento para el mundo… ¡y esto es más que una bella metáfora!
Jesús describe la planta de mostaza completamente desarrollada como el mayor de los arbustos. Puede crecer densamente, pero no es nada magnífica. Cristo debía sonreir mientras hablaba. No pretendía impartir conocimientos sobre el valor relativo de los arbustos, sino sorprender a todos con una nueva forma de percibir la grandeza. Podría haber comparado el reino de Dios con los cedros del Líbano, si quisiera describir un estado de cosas excepcional que impresionara a cualquiera. En cambio, describe algo más ordinario y, sin embargo, también algo más capaz de hacerse visible. Algunos de los oyentes podrían considerar que esta planta no es demasiado extraordinaria… Pero, ¿qué pasa con los que, como los pájaros, necesitan un hogar donde estar seguros? Ellos estarán gozosos. El Papa Francisco lo dijo así en Fratelli Tutti:
Esto nos ayuda a reconocer que no siempre se trata de lograr grandes éxitos, que a veces no son posibles. En la actividad política hay que recordar que «más allá de toda apariencia, cada uno es inmensamente sagrado y merece nuestro cariño y nuestra entrega. Por ello, si logro ayudar a una sola persona a vivir mejor, eso ya justifica la entrega de mi vida. Es lindo ser pueblo fiel de Dios. ¡Y alcanzamos plenitud cuando rompemos las paredes y el corazón se nos llena de rostros y de nombres!
En Evangelii Gaudium se nos recuerda que las grandes metas de nuestros sueños y planes pueden alcanzarse sólo en parte. Sin embargo, más allá de esto, los que aman pueden estar seguros de que ninguno de nuestros actos de amor se perderá, ni ninguno de nuestros actos de sincera preocupación por los demás. Ningún acto de amor a Dios se perderá, ningún esfuerzo generoso carece de sentido, ningún padecimiento doloroso se desperdicia. “Todo esto rodea nuestro mundo como una fuerza vital“.
La Primera Lectura de hoy es también una invitación a confiar en Dios, siempre, pero especialmente cuando nuestras expectativas parecen vanas y las esperanzas se ven frustradas. Él es quien hace que el árbol humilde sea alto y que el árbol seco florezca.
* En tercer lugar, podemos ir más allá y recordar las veces en que Dios parece ignorar nuestros mejores esfuerzos por ayudar a los demás. Esto puede ser mucho más doloroso que contemplar mi propia miseria espiritual o la maldad del mundo “en general”.
Surgen al menos dos preguntas: ¿Por qué Dios no se hace más visible?, y ¿Cómo podemos ver su acción, tal como se describe en la primera parábola de hoy?
Si alguien pudiera dar una respuesta completa a estas dudas… sería una cuarta persona de la Santísima Trinidad, lo cual es altamente improbable. Pero es posible comprender al menos una razón por la que la Providencia no se somete a nuestro modo de pensar de “causa-efecto”. Así nos protege del imperio del instinto de felicidad que, recordemos, no sólo amenaza con dominar a los más impíos y egoístas, sino también a las almas dedicadas a las cosas de Dios.
Dios cambia nuestros corazones. Y esos cambios, aunque no los respetemos, aunque los mezclemos con nuestras ambiciones y pasiones, no pueden ser destruidos. Darán su fruto tocando a otros, contagiando a nuestros semejantes y, sobre todo, haciendo posible nuestro arrepentimiento. Ahora mismo, después de un tiempo, o un segundo antes de la muerte.
La generosidad, antes o después, genera una gratitud que es un trampolín para nuevas iniciativas. La misericordia, más pronto o más tarde, engendra misericordia, (Bienaventurados los misericordiosos, porque tendrán misericordia) y es contagiosa.
Con motivo de una catástrofe natural en Filipinas, se hizo famosa una fotografía conmovedora. En un centro de evacuación, un niño pequeño cargaba con gran dificultad a otro que era más pequeño. Los dos niños no eran hermanos. El mayor estaba protegiendo al menor por miedo a que se perdiera en el mar de miles de personas que hacían cola para recibir ayuda. El niño más pequeño debía estar separado de sus padres y su familia o, tal vez, era el único miembro superviviente de su familia. El niño mayor necesitaba productos de socorro, pero no podía pensar sólo en sí mismo. También pensaba en el bienestar del muchacho más joven, incluso por encima de sus propias necesidades. Podemos decir que la bondad de Dios se reflejaba en la bondad de este niño con el otro niño que sufría.
Por eso, cuando sintamos que Dios parece no estar presente, no nos sorprendamos, recordemos que no somos los primeros en sentirlo, pero recordemos aún más la promesa divina: Que Él actúa incluso cuando no se le ve, con la misma seguridad que la semilla crece sin ser vista bajo tierra.
En la Segunda Lectura vemos cómo Pablo, ya entrado en años, empezaba a sentirse cansado. Los sufrimientos que había soportado, la persecución, la traición de los amigos, la incomprensión de muchos compañeros de fe le habían marcado en cuerpo y espíritu. Compara su condición con la del exiliado: se siente como un extranjero en este mundo, con el pensamiento siempre dirigido al hogar que le espera. Sabe que para alcanzar esa vida plena y definitiva, debe pasar por dificultades, sufrimientos y la muerte. Por eso, concluye, nos proponemos complacerlo, ya sea que estemos en el cuerpo o fuera de él.
Nuestra vida futura no nacerá de la nada. Surgirá de lo que cada uno haya sembrado en esta vida. Nadie será rechazado por Dios, pero la capacidad de aceptar su amor infinito será diferente para cada uno y dependerá de la mayor o menor perseverancia en el cuidado de esa semilla, aún invisible, que ya está en cada uno de nosotros.
Dios está sembrando esperanza. La fe puede alimentarse intelectualmente. El amor puede crecer rápidamente, aparecer de repente, de la nada. Pero, ¿y la esperanza? Es una semilla, la anticipación de lo que vendrá, la realización de nuestra fe y la llegada tan esperada de nuestro verdadero amor.
La esperanza crece lenta pero inexorablemente, y cuando crezca del todo será la mayor de todas las plantas. Es lo que nos hace seguir adelante Esperamos ver a los que han partido antes que nosotros; ver los frutos de nuestro duro trabajo; descansar en paz; ser uno, de nuevo, con nuestro Creador y Padre.
Casi todos los que sirven en las parroquias de los países más consumistas y materialistas se lamentan de que en la mayoría de las misas o los oficios sólo haya personas mayores. Por supuesto, siempre es deseable llegar cada vez más a los jóvenes, pero creo que hay una razón espiritual para que, con el avance de la edad, participemos cada vez más en la oración y en la liturgia de la Iglesia: La confianza que antes tenía en cosas pasajeras como la salud, las personas, el prestigio y las posesiones… ha pasado. Todas las cosas pasan, sólo el Cielo permanece.