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Vive y transmite el Evangelio

¿Quién soy yo?

By 27 agosto, 2017No Comments

Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 27-8-2017, XXI Domingo del Tiempo Ordinario (Libro de Isaías 22:19-23; Carta a los Romanos 11:33-36; Mateo 16:13-20)

El filósofo pesimista alemán Arthur Schopenhauer, cuando visitaba un invernadero, quedó tan absorto contemplando una planta que llamó la atención de un empleado, quien le preguntó: ¿Quién es usted? Schopenhauer respondió: Señor, si usted me pudiera responder a esa pregunta, le estaría eternamente agradecido.

De modo semejante, una vez le preguntaron al filósofo inglés Bertrand Russel si estaría dispuesto a morir por sus creencias. Por supuesto que no -respondió- después de todo, quizá estoy equivocado.

Esto sería divertido a no ser que no fuese tan triste. ¿Cómo es posible que una disciplina que debería responder a las grandes preguntas de la vida fracase tan rotundamente en su misión? ¿Es que el mayor descubrimiento de los “amantes de la sabiduría” es que la sabiduría no se puede descubrir jamás?

Quizá sea cierto, incluso para tan ilustres pensadores. Por lo menos, parece una tarea imposible para nuestra experiencia, visión, integridad y conocimiento tan limitados, cualesquiera que sean nuestros logros y esfuerzos en esas dimensiones de la vida.

Realmente necesitamos la gracia para comprender íntegramente y ser consistentes con nuestra identidad: Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te han revelado esto, sino mi Padre celestial. Se requiere nada menos que la confesión de la divinidad de Cristo para permanecer firmes en las pruebas y en los escándalos. Si nuestra fe no se limita a creer en un hombre llamado Cristo, sino que reconocemos que es el Hijo de Dios, nuestro Buen Pastor, entonces seremos capaces de vencer todas las dificultades en nuestra vida.

Cuando recitamos a María la oración que nuestro padre Fundador nos enseñó: Ruega por nosotros pecadores, para que seamos santos, estamos manifestando nuestra permanente dificultad en ser lo que somos…¡santos! Recordemos que el sentido cristiano original de santo es cualquier creyente que está “en Cristo” y en quien Cristo habita, alguien que ha sido “apartado”. Apartado ¿para qué? O mejor dicho, ¿para quién? La respuesta es, para Dios.

Sí, esta es la extraordinaria experiencia de San Pedro: un rudo pescador se convierte en la roca sobre la que se fundará la Iglesia, se le dan las llaves del Reino y recibe una notable fuerza espiritual. ¿Por qué? Porque cuando Cristo pregunta a los discípulos quién es, Pedro responde que Jesús es el Mesías.

Pero esta es también nuestra experiencia y nos unimos a San Pablo en sus palabras de la segunda lectura de hoy: ¡Qué profunda y llena de riqueza es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué insondables son sus designios y qué incomprensibles sus caminos! Cada vez que tú y yo aceptamos sinceramente que Cristo es el Mesías ( = el elegido para regir el mundo y así salvarlo) algo ocurre en nuestro corazón, Él responde con la gracia específica que necesitamos en nuestro momento espiritual.

Cristo pidió a sus discípulos que no hicieran pública la confesión de Pedro. Cada persona debería encontrarla por sí misma. No puede llegar de una fuente secundaria. Este es un argumento sólido para comprender la centralidad de la vida mística, más allá de nuestros honestos esfuerzos.

Se cuenta de Juan XXIII que, durante los turbulentos años 60’s, cuando era Papa, parecía que todo se venía abajo en la Iglesia. Había crisis en el sacerdocio, en la vida religiosa, en la vida conyugal, en la fe, en toda la Iglesia. El Papa trabajaba duramente durante largas horas para intentar resolver todos esos problemas. Una tarde, después de un día agotador de despachos, fue a su capilla privada para hacer la Hora Santa antes de retirarse, pero estaba demasiado agotado y cansado como para mantener la atención y concentrarse en la oración. Después de unos minutos de esfuerzo inútil, se levantó y dijo: Señor, la Iglesia es tuya. Yo me voy a dormir.

Sí; la Iglesia era y es de Cristo. Él es el constructor aunque Pedro y cada uno de nosotros seamos las rocas con las que él construye.

Es un consuelo poder pensar que no estoy definido por mi aspecto, mis fuerzas, mis cicatrices o mis debilidades. Cristo nos dice quiénes somos y nos dice que en Él, somos Bienaventurados, Elegidos, Adoptados, Aceptados, Redimidos, Perdonados y Amados

Si somos fieles a nuestro examen de perfección, estaremos en condiciones de progresar en nuestra madurez sicológica, lo que es una condición necesaria para crecer y madurar en nuestro diario caminar por Él, con Él y en Él. Si comparamos la actitud de San Pedro en algunos momentos de su vida (su negación de Cristo, sus reacciones violentas) con sus Cartas, sus obras y su disposición a morir por Cristo, observaremos que una profunda madurez sicológica emocional acompañó y preparó el camino para su progresiva y ejemplar cercanía a Dios.

Es importante para los rectores, los directores espirituales y para todos nosotros ser conscientes de nuestra falta de madurez emocional, para despejar el camino a una vida espiritual y apostólica saludable. Todos tenemos una carga emocional en la que tenemos que trabajar, aunque sólo unos pocos están dispuestos a hacerlo, porque esto exige hacerse violencia a sí mismo y cambiar cosas profundas que están en nosotros. Es una tarea para toda la vida, algo inacabable, porque siempre hay algo que emerge cuando piensas que ya has limpiado todo.

A menudo, cuando alguien ha sido herido o maltratado, pone un muro en forma de mecanismo de defensa y es difícil acercarse a esa persona cuando esto sucede. Otros se hacen emocionalmente inaccesibles por un tiempo, al poner sus tareas por encima de sus relaciones con los demás. He aquí algunos signos de esta falta de madurez emocional:

* Las personas emocionalmente inmaduras no están interesadas en conocer realmente a los demás. Cuando hay una ocasión de intimar (emocional o espiritualmente), se alejan. La conexión no irá más allá de materias triviales o bromas. Cuando se les pregunta algo sobre su vida personal, no responden o cambian rápidamente de tema. Está claro que no quieren que sepamos mucho de su pasado. Puede que oculten algo.

* Las personas emocionalmente inmaduras desean guardar lo suyo para ellas mismas. Guardan sus miedos, su pasado y sus sueños en su cabeza, donde creen que deben estar.

* Son difíciles de interpretar. Una persona emocionalmente inmadura confunde continuamente con sus mensajes contradictorios. En un momento parecen seguros de sus sentimientos, y al minuto siguiente son fríos y distantes.

Algunas veces se esfuerzan por entender sus propios deseos y necesidades, pero aún las cuesta más comunicarlos, por su temor a abrirse al otro.

* Las personas emocionalmente inmaduras desean que sus relaciones sean superficiales o informales. Hay muchas “ventajas” en mantener una relación informal, pero el beneficio mayor es que evita los compromisos. Mantener una relación superficial significa que esa persona puede ver a los demás sin sentir que les debe nada.

* No les gusta la confrontación. Una persona emocionalmente inmadura huirá al primer síntoma de dificultad ¿Has notado cómo tus razonamientos con ellas quedan generalmente sin solución? ¿Has observado que se escapa y se esconde, en vez de dialogar contigo? El problema es que no sabe cómo enfrentarse a una dificultad, de modo que prefiere ignorarla.

* No tienen en cuenta los sentimientos de los demás. Les falta empatía. No preguntan nunca cómo te encuentras, no consideran las necesidades de los demás. Esto es una señal de alarma. No consiguen ponerse en la piel de los demás.

* Pierden la paciencia. Las personas emocionalmente inmaduras tienen dificultades para controlar sus emociones. No sienten “nada” o quizás “todo” a la vez… y esto último puede ser como una explosión.

* Desean controlar. Controlar es muy importante para ellos; lo anhelan. Y si no tienen todo bajo su control, se sienten como un pez fuera del agua. Las personas emocionalmente inmaduras difícilmente salen de su zona de confort. En su mente, todo tiene que ser exactamente como desean.

* Quieren que todo sea perfecto, ni más ni menos. Tienen expectativas sobre su prójimo que esperan que se cumplan. Si haces algo que no les satisface, lo usarán como una excusa para no comprometerse ellos a nada.

Todo lo dicho anteriormente es simplemente una descripción de experiencias que todos conocemos. Pero lo más importante es que podemos confiar en Dios, que cuida de las limitaciones (culpables o no) de sus discípulos. Él tiene un remedio infalible: Cambia la forma de amarme; apacienta mis corderos, alimenta mis ovejas. Aceptar esto ha sido siempre el paso clave hacia la madurez de todos los santos, fundadores o mártires ¿Lo será también para ti y para mí?

Si Dios nos ha elegido, Él mismo nos capacitará.

Comenzamos este escrito con dos anécdotas algo sombrías para ilustrar la necesidad de la gracia para ser cada vez más conscientes de nuestra identidad. Acabemos de forma más poética:

Una niña llamada Jessica vivía en una casa muy pequeña, casi sin ventanas, en un barrio miserable. Participó en un concurso de flores y ganó. Un miembro del jurado le preguntó cómo había conseguido cuidar de la flor en un lugar tan difícil. Ella le dijo que como no podía poner la flor fuera de casa, porque alguien la robaría, la dejó dentro de casa en un rincón, donde le llegaba el sol por las gritas de la pared. Jessica entonces le explicó: La luz siempre nos busca. Entra por las grietas para llegar a nosotros, de manera que sepamos qué hacer y entendamos quiénes somos.