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Vive y transmite el Evangelio

¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor?

By 27 mayo, 2017No Comments

Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario del P. Luis Casasús al Evangelio del 28-5-2017, Solemnidad de la Ascensión del Señor (Hechos 1:1-11; Carta a los Efesios 1:17-23.; Mateo 28:16-20)

Decididamente, la parte más difícil de nuestra labor apostólica es la fase inicial: subir a la montaña. Para dejarlo claro a sus discípulos, Cristo les ordenó ir a la montaña.

Sólo después de esa ascensión es cuando podemos ir y hacer discípulos, en todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que Él nos ha mandado.

El Salmo 24 pregunta: ¿Quién podrá subir a la Montaña del Señor y permanecer en su recinto sagrado?

Las montañas tienen un significado literal y a la vez simbólico en la Escrituras. Isaac llevó la madera para el sacrificio al Monte Sion. Moisés habló con Dios en la zarza ardiente de las laderas escarpadas del Monte Sinaí (Éxodo 3), donde Elías escuchó el susurro de Dios (1Reyes 19).

Ezequiel tuvo una visión, donde contempló la gloria del Señor descansar en la montaña “al este de Jerusalén”, luego identificada con el Monte de los Olivos. Fue allí donde Cristo fue a orar sólo y con los discípulos, y desde donde ascendió al cielo tras la Resurrección. Alguna veces, Jesús subió a una montaña para hablar a las gentes (Mt 5:1) o para alejarse de la multitud (Mt 5:23). Mostró su gloria divina en la cumbre del Monte Tabor, cuando fue transfigurado ante Pedro, Santiago y Juan (Mt 17) Y ¿quién apareció junto a Él? Quienes subían a las montañas en el Antiguo Testamento, como mencionamos antes: Moisés y Elías.

Está claro que los autores de las sagradas escrituras veían a las montañas como lugares para un verdadero encuentro con Dios, en palabra y enseñanza, en quietud y soledad, en luz y gloria, en sangre y sacrificio.

Después de que los discípulos de Cristo oyeron el Sermón de la Montaña, bajaron al llano y cambiaron el mundo. Ya no fueron los mismos de antes ¿Qué cambió en ellos que pudo transformar al mundo? Oyeron la voz de Dios diciéndoles cosas que eran completamente contrarias a las que se decían en el valle, en sus reflexiones, en sus cavilaciones y en sus ensoñaciones.

¿Cuál es mi visión de una Ascensión espiritual? Hablemos claro:

  • ¿Considero la Observancia diaria meramente como una obligación, o incluso como una carga?
  • ¿Aprecio y tomo nota (Si; en papel o en la computadora) de las impresiones que recibo en mi oración?

¿Subo a la montaña de la oración como si fuese el único responsable de las almas hambrientas que encuentro en el valle? Eso cambia todo. Fíjate en la siguiente historia:

En una zona de los Andes había dos tribus que estaban siempre enfrentadas, una vivía en la llanura y otra en las montañas. Un día, la tribu de las montañas invadió a los de la llanura y en el saqueo secuestraron a un bebé de una de las familias y se lo llevaron a las montañas.

La gente de la llanura no sabía cómo escalar la montaña. No conocían los caminos que usaban las gentes de la montaña y no sabían cómo localizarlos ni cómo seguirlos en ese terreno escarpado.

Aun así, enviaron a un grupo de sus mejores guerreros para que subieran a la montaña y rescatasen al niño. Esos hombres ensayaron muchas formas de subir a la montaña. Probaron una vía tras otra. Después de varios días de esfuerzo, sólo habían logrado subir unos cientos de metros.

Con una sensación de fracaso, comprendieron que era una causa perdida y se dispusieron a volver a su aldea. Mientras recogía su equipo, vieron a la mamá del niño que se acercaba a ellos. Se dieron cuenta que estaba bajando la montaña que ellos no habían logrado escalar.

Entonces observaron que traía al niño sujeto a su espalda ¿Cómo pudo ser eso? Uno de ellos la saludó diciendo: Nosotros no pudimos subir a la montaña ¿Cómo lo hiciste tú, si nosotros, los hombres más fuertes y hábiles del pueblo no lo pudimos hacer? Ella se encogió de hombros y dijo: No era vuestro hijo.

Todas las experiencias ascendentes de nuestro encuentro con Dios se encuentran en la Santa Misa. De hecho, toda la estructura de la liturgia está concebida como una ascensión gradual, donde cada momento es “más alto” que el anterior.

Damos nuestros primeros pasos en la montaña sagrada durante el Rito Inicial, mientras cantamos y damos la bienvenida al sacerdote “in persona Christi”, la misma persona de Cristo que asciende con nosotros. La Liturgia de la Palabra nos lleva más alto, a una elevada meseta, en la proclamación del Evangelio y en la enseñanza de la homilía. De ahí empezamos nuestro ascenso final en la Liturgia de la Eucaristía, la “cima de la vida cristiana” (Lumen Gentium). Cada paso de la Oración Eucarística nos lleva más alto, hasta la Doxología, nuestro Gran Amén, la Oración del Señor y nuestra recepción compartida del Cuerpo, la Sangre, el alma y la Divinidad de Cristo, nuestro Sacrificio Pascual.

Pero no podemos quedarnos ahí: Dios tiene otros planes para nosotros, como los tenía para los israelitas cuando les ordenó “dejar la montaña”, asegurando a Moisés que su presencia no les faltaría. Justo antes de su Ascensión, Cristo envía a sus discípulos a “ir y a hacer discípulos” con la garantía de que estaría con ellos hasta el fin de los tiempos (Mt 28: 20). De manera, que bajan de la montaña y se ponen a trabajar.

Pueden ir en paz, la misa ha terminado. Somos enviados, se nos pide bajar de la montaña, para traer a los demás con nosotros y volver a escalar juntos la montaña del Señor.

¿Qué es “cumplir todo lo que Jesús nos ha mandado”? Que nos amemos como Él nos ha amado. El amor de Cristo exige consiste en dar una mano amiga, tener un corazón amante, palabras de apoyo y ánimo, pero, sobre todo, en ofrecer la vida por mis hermanos. Esta ofrenda de mi vida es sinónimo de abnegación: de mi horario, mis proyectos, mis actividades favoritas, mi ritmo, mi estilo y forma de hacer las cosas y especialmente mi sed de resultados inmediatos,…incluidos los apostólicos.

Este amor es dinámico, un amor en ascensión, como dice nuestro padre Fundador, Fernando Rielo, y el escalar una montaña es una metáfora excelente para este comportamiento extático permanente: alguien que deja su zona de confort -el valle- para hacerse todo oídos y saber qué debo abandonar, más de qué averiguar qué puedo hacer.

Insistimos mucho en hacer, hacer, y hacer. Ya sabemos que esto es más fácil de decir que de llevar a cabo, pero Cristo es muy claro en este punto:

Mi mandamiento es este: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. El amor supremo consiste en dar la vida por los amigos (Jn 15:12-13).

Cristo fue un vivo ejemplo de esta enseñanza, no sólo entregando su vida física, sino en cómo sistemáticamente dio su vida sirviendo humilde y compasivamente a sus discípulos y a cuantos encontraba. Hizo cambios en sus intenciones y en sus planes personales; en las bodas de Caná, con la mujer cananea y siempre que era interrumpido.

De hecho, una ojeada al Evangelio nos muestra que todo el ministerio de Cristo se parece a una serie de interrupciones. Cuando estaba cenando, fue interrumpido por una mujer pecadora que comenzó a llorar a sus pies. Cuando salía de Jericó, fue interrumpido por un ciego que no dejaba de gritar su nombre. Cuando iba a hablar a la multitud, fue interrumpido por un hombre que le pedía una curación. Cuando intentaba responder a esa interrupción, llega una mujer que había estado enferma una década y quería sanarse. Jesús fue interrumpido por leprosos, niños, líderes religiosos, enfermos y toda clase de personas.

Y sin embargo, una y otra vez mostró amor y paciencia. Porque amaba tanto a las personas, las interrupciones no le parecían interrupciones en absoluto. Nunca perdió la calma. Pero utilizó cada una de esas ocasiones como una gran oportunidad para una enseñanza valiosísima o un milagro maravilloso.

Finalmente, cuando Jesús estaba clavado en la cruz, muriendo por nuestros pecados, alguien se atrevió a pedirle un favor: Recuérdame cuando estés en el paraíso. Incluso entonces, con los clavos en sus manos y en sus pies, a Cristo no le molestó: Ofreció su gracia.

Dios utiliza las interrupciones en nuestras vidas para llamar nuestra atención. Sabe que tenemos horarios que cumplir y trabajos inevitables que hacer, pero desea que le prestemos atención. Desea que le escuchemos en medio de todo eso. Oremos y pidamos la sabiduría para discernir lo que Él intenta decirnos a través de la interrupciones…no es una técnica.

¿Soy capaz de ver el plan de Dios incluso cuando veo que el proyecto que estoy siguiendo -intentando ser fiel a su voluntad- queda interrumpido o malogrado?

Ser un discípulo. En la Ascensión, contemplamos cómo Cristo ha sido exaltado y ahora comparte la autoridad, poder y gloria de Dios Padre. San Pablo nos dice también esto es nuestra esperanza y que todos estamos llamados a compartir los tesoros de gloria que Jesús nos prometió.

Pero el hecho es que su Reino todavía no ha sido plenamente establecido en la creación. Por tanto, la fiesta de la Ascensión, a la vez que nos recuerda la esperanza de compartir el reino, poder y vida de Cristo, nos da el encargo misionero de hacer discípulos en todas las naciones. Sí; estamos llamados a ser su testigos.

Por supuesto, nos damos cuenta que es el Espíritu Santo el verdadero agente de esta misión de conversión. Sólo Él puede darnos la fuerza para llevarla a cabo. Por ello, hemos de prepararnos para ese bautismo del Espíritu Santo. Ese fue el consejo de Jesús a sus discípulos.

Vayan y hagan discípulos en todas las naciones: Ser un discípulo no es lo mismo que ser un alumno. Un discípulo tiene relación con un Maestro; un alumno, con un profesor. El discípulo vive con el maestro 24 horas al día; el estudiante recibe unas lecciones del profesor durante algunas horas y luego regresa a casa. Ser discípulo exige una comunidad.

Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos: Cuando Moisés fue encargado de liberar de Israel al pueblo, recibió una garantía de Dios, la única que ofrece completa confianza: Ve, porque Yo estaré contigo (Ex 3:12). Es la misma certeza prometida a los profetas y a otras personas enviadas por Dios para una misión importante en el plan divino (Jer 1:8; Jud 6:16).

María recibió esa misma seguridad cuando el ángel le dijo: El Señor está contigo (Lc 1:28). La persona de Jesús es la expresión viva de esa garantía, porque su nombre es Emmanuel, Dios con nosotros. Él estará junto a sus discípulos, junto a nosotros, hasta el fin de los tiempos. En esto comprobamos la autoridad de Cristo. La comunicación con nuestro Señor no precisa palabras; si estoy abierto a su presencia en mi vida y vivo con plena consciencia de su compañía, experimentaré vivamente la Alegría del Evangelio de la que tan cálidamente habla el Papa Francisco:

“Ser discípulo es tener la disposición permanente de llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino.

En esta predicación, siempre respetuosa y amable, el primer momento es un diálogo personal, donde la otra persona se expresa y comparte sus alegrías, sus esperanzas, las inquietudes por sus seres queridos y tantas cosas que llenan el corazón. Sólo después de esta conversación es posible presentarle la Palabra, sea con la lectura de algún versículo o de un modo narrativo, pero siempre recordando el anuncio fundamental: el amor personal de Dios que se hizo hombre, se entregó por nosotros y está vivo ofreciendo su salvación y su amistad.” (Evangelii Gaudium)

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