Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario del P. Luis Casasús al Evangelio del 21-5-2017, Sexto Domingo de Pascua (Hechos de los Apóstoles 8:5-8.14-17; 1Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)
Por supuesto, ver a Dios no es algo que hagamos con nuestros ojos. Se trata de tener evidencia, y la evidencia significa certeza innegable, claridad. Es lo que el apóstol Tomás le pidió a Jesús…y no le fue negado. Hoy Cristo nos dice: Ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán. La evidencia es su vida en nosotros y esta nueva vida se manifiesta sobre todo de dos maneras: la Purificación y la Paz. Podemos llamarlas “evidencias” porque manifiestamente no vienen ni de este mundo ni de mis esfuerzos.
Tenemos una idea bastante limitada de lo que es la purificación. Por ejemplo, típicamente la asociamos con el sufrimiento, pero hay mucho sufrimiento en nuestras vidas y en el mundo que nada tiene que ver con la purificación. Si bien es verdad que la purificación comporta algún tipo de dolor o incomodidad, algunas veces es extremadamente gozosa y liberadora. Esencialmente, la purificación es ser podados por el Espíritu Santo.
Somos podados de todo lo que es inútil y entorpece nuestra vida espiritual; somos podados también de nuestra ramas que dan fruto, de manera que seamos capaces de desarrollar otras que produzcan más fruto. Esto no es siempre obvio y algunas veces no entendemos del todo por qué es tan importante: Por lo tanto, si tu mano o tu pie te hace pecar, córtatelo y tíralo. Es preferible entrar en la vida eterna con una sola mano o un solo pie que ser arrojado al fuego eterno con las dos manos y los dos pies. Y si tu ojo te hace pecar, sácatelo y tíralo. Es preferible entrar en la vida eterna con un solo ojo que tener los dos ojos y ser arrojado al fuego del infierno.
Cualquiera que sea la purificación de que hablemos, somos podados por la Palabra de Dios: Ustedes ya están limpios, gracias al mensaje que les he comunicado (Jn 15:3). Todos estamos condicionados por nuestro pasado y nuestra forma estrecha de mirar la vida y las Escrituras.
Dice nuestro padre Fundador, Fernando Rielo, que la purificación comienza ya en los primeros pasos de nuestra vida mística. A condición de que guardemos los pequeños mandamientos de Cristo (la forma auténtica de obediencia complaciente en nuestra mente y nuestra voluntad) entonces venceremos toda depresión de nuestra fragilidad sicológica.
De hecho, la persona orante es consciente de la purificación porque las heridas internas de las pasiones cesan de sangrar. En el Evangelio de Lucas se nos habla de la mujer que tenía flujo de sangre diciendo que: …se acercó detrás de Él y tocó la franja de su manto, e inmediatamente cesó el flujo de sangre (Lc 8: 44). Cuando nos acercamos a Cristo, sanamos inmediatamente: la sangre de las pasiones deja de fluir. Las imágenes, las circunstancias, las personas que nos escandalizaban, dejan de hacerlo. En otras palabras, cuando hay personas o cosas que nos perturban, es claro que estamos heridos por los ataques del diablo.
Cuando somos purificados vemos a las personas y a todas las cosas como criaturas de Dios. Consideramos, especialmente a las personas, como imágenes de Dios, que están llenas de amor. Por ello, quien es revestido con la gracia de Dios, ve a los demás revestidos con la misma gracia. Veo a Dios en todo ser humano. Cuando lavo las heridas de un leproso, siento que estoy cuidando al mismo Señor ¿No es una experiencia hermosa? (Madre Teresa de Calcuta).
¿Hay otros signos de esta purificación? ¿Qué sacamos con ser purificados?
* Somos limpiados de los efectos y del dominio del Instinto de Felicidad (la zona más profunda de nuestra purificación ascética). Sí; este Instinto puede ahogar nuestra oración con prisas y ansiedades. Hace falta tiempo para ver las cosas más objetivamente, un poco de lejos. Hace falta tiempo para ayudarnos a vencer nuestros prejuicios y permitir a Cristo habitar en nosotros; Él marcará el ritmo: Permanezcan en mí, y yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer.
¿Alguna duda? He aquí el testimonio sorprendente de una santa:
Santa Rosa Filipina Duchesne (1769–1852), misionera francesa en América, parece que fracasó en todo lo que intentó hacer. Fue enviada a América y soñaba con formar a los nativos de Norteamérica, pero se le encargó que abriese una escuela para los granjeros y los comerciantes. Su institución fracasó estrepitosamente y fue enviada a abrir varias escuelas y un convento, donde su estilo tradicional chocó con todo el mundo. Los niños, las monjas e incluso el obispo, no estaban de acuerdo con su forma de vida, que les parecía anticuada. El hecho de que no hablaba inglés tampoco era muy favorable en nada. Cuando por fin fue a un poblado nativo, tenía más de 70 años y una salud frágil. Estuvo allí sólo un año.
Cuando volvió al convento de Florissant, eligió como dormitorio un hueco debajo de las escaleras. Diez años después falleció, con la impresión de haber fracasado en todos sus intentos. Pero su perseverancia en la oración y en los sufrimientos fue una inspiración para todos los que la conocieron. Incluso los niños de la escuela esperaban para verla al salir de la capilla, pues decían que después de la comunión se le notaba una luz especial en su rostro. El Padre DeSmet (misionero en las Montañas Rocosas) la visitaba a menudo y decía que Nunca me fui sin la impresión de haber estado conversando con una santa. Su vida quizás no estuvo salpicada de éxitos, pero todos los que la conocían se sentían llamados a vivir el Evangelio con mayor entusiasmo y fervor. Esa es la misión del apóstol, acercar siempre más personas a Cristo.
* La pureza es el fruto de haber hecho vida toda la palabra de Cristo, que nos libra de los apegos en los cuales inevitablemente caemos si nuestro corazón no está en Dios y en su enseñanza. Estos apegos pueden ser a las cosas, a las personas o a nosotros mismos. Pero si nuestro corazón está recogido sólo en Dios, todo lo demás se desvanece.
Seguir el mandamiento del amor es la garantía para merecer esa purificación. Como dijo Chiara Lubich:
Como individuos aislados somos incapaces de resistir a largo plazo las incitaciones del mundo. Sin embargo, el amor mutuo proporciona un entorno capaz de proteger toda nuestra verdadera vida cristiana y, en particular, nuestra pureza. Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.
Esos son los frutos de la pureza, que han de reconquistarse continuamente. Podemos “ver” a Dios, es decir, podemos comprender su acto en nuestra propia vida y en la historia; podemos oír su voz en nuestro corazón; podemos discernir su presencia en el pobre, en la Eucaristía, en su palabra, en la comunión fraterna, en la Iglesia.
* Y, como antes señalamos, el signo genuino de la purificación no es simplemente el sufrimiento, sino la fecundidad apostólica de una rama podada: Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en Mí. La esterilidad es el primer signo que da un religioso que no es puro.
Todos deseamos la paz. Estamos cansados porque cada día tenemos que librar muchos combates. Hay conflictos y tensiones en casa, en el trabajo y en la iglesia. Las personas no se hablan, o murmuran y transmiten amargura. Estamos agotados por las responsabilidades y por nuestros compromisos. No es sorprendente que la idea de la paz que tiene el mundo es estar libre de la tensión y de los conflictos humanos.
Por el contrario, la paz de Cristo viene de un compromiso siempre mayor con nuestra misión y nuestras responsabilidades. La paz se produce al continuar la misión del mismo Cristo de proclamar la Buena Nueva a todos, como San Pablo y Bernabé en su primer viaje misionero (Hechos 14: 19-28). La paz se produce al decir “Sí” a Jesús. De hecho, esa fue la paz de Pablo. Su conciencia estaba limpia. Su vida estaba llena de situaciones peligrosas. Pero nunca dejó de cumplir la misión encomendada. Es difícil creer cómo fue apedreado casi hasta morir y sin embargo se levantó y regresó a la ciudad. San Pablo no tenía miedo a la muerte ni a sus enemigos. Estaba dispuesto a enfrentarse a la muerte y al sufrimiento; no temía proclamar la Buena Nueva, porque nada le podía detener. Sin perder tiempo, al día siguiente, continuó su viaje para predicar el Evangelio a otro lugar. No había tiempo para lamentarse o quejarse. Esa era la paz que experimentaba San Pablo. Una paz que venía de hacer la voluntad de Dios al proclamar la Buena Nueva a todos.
Pero, más que nada, la paz se logra cuando estamos seguros de Su presencia entre nosotros; Cristo dijo a los discípulos No se turbe su corazón; Oyeron que yo les dije: “Me voy, y vendré a ustedes. Si me amaran, se alegrarían porque voy al Padre, ya que el Padre es mayor que yo”. Nunca sufrimos en soledad. Un cristiano no sufre solo, porque el Padre está en él, en su Hijo y en el Espíritu Santo.
Finalmente, pensemos en la persecución que sufrieron los primeros cristianos, como relatan los Hechos de los Apóstoles (14,19-28). Desde un punto de vista puramente humano, esta situación podría haber originado el colapso del cristianismo. Pero, de hecho, la persecución tuvo precisamente el efecto contrario, pues como Lucas nos recuerda siempre, la Iglesia recibió los dones del Espíritu y tales obstáculos no hicieron más que alentar el avance del Evangelio. Si no se hubiera dado la persecución de la Iglesia en Jerusalén, los discípulos no se habrían dispersado en las áreas vecinas de Judea y Samaria. La persecución resultó ser una bendición camuflada. Esta es la paz que el mundo no puede tener.
El Evangelio de hoy nos lleva al lugar donde Cristo celebró su última Cena con sus discípulos. Entonces revela su promesa de enviar al Espíritu Santo, como presencia segura, pero también la promesa de la llegada del Padre y de Él mismo en la intimidad de sus discípulos que, por medio de la fe, han creído en Él y han guardado sus mandamientos.