Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario del P. Luis Casasús al Evangelio del 14-5-2017, Quinto Domingo de Pascua (Hechos de los Apóstoles 6:1-7; 1 Pedro 2:4-9; Juan 14:1-12)
El Evangelio de hoy nos proporciona la respuesta de Cristo a la pregunta: ¿Cómo podemos seguirte? Siendo miembros de su sacerdocio real.
Por favor, leamos con humildad las siguientes palabras de san Juan Pablo II:
En realidad, el sacerdocio bautismal de los fieles, vivido en el matrimonio-sacramento, constituye para los cónyuges y para la familia el fundamento de una vocación y de una misión sacerdotal, mediante la cual su misma existencia cotidiana se transforma en sacrificio espiritual aceptable a Dios por Jesucristo (1Pt 2:5). Esto sucede no sólo con la celebración de la Eucaristía y de los otros sacramentos o con la ofrenda de sí mismos para gloria de Dios, sino también con la vida de oración, con el diálogo suplicante dirigido al Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. (Familiaris Consortio).
Esta referencia del sacerdocio ministerial a lo que san Juan Pablo II llama frecuentemente sacerdocio bautismal, común a todos los fieles, a todos los cristianos bautizados, ordenados o no, es extremamente importante, pues señala que el modo fundamental de compartir el sacerdocio de Cristo tiene lugar en el bautismo. Es la Iglesia, la comunidad de bautizados es la raza escogida, el sacerdocio real, la nación santa, el pueblo de Dios (1Pe 2:9). El sacerdocio ministerial existe en la Iglesia como un ministerio de servicio, para lograr que la Iglesia sea lo que está llamada a ser: un pueblo sacerdotal.
El Evangelio de hoy es parte de una larga conversación (Jn 13:1 a 17:26) entre Jesús y sus discípulos en la última cena, en la víspera de su arresto y muerte, es el Testamento que nos dejó. En él, Cristo manifiesta su último deseo relativo a la vida en común de sus discípulos.
¿Cómo podemos vivir en comunidad con tantas opiniones diferentes? Cristo responde con una exhortación: ¡No se turben sus corazones! En casa de mi Padre hay muchas moradas. Su insistencia en palabras de ánimo que ayuden a vencer dificultades y divergencias significa que siempre habrán diferentes tendencias y sensibilidades, cada una pretendiendo ser más verdadera que las demás. Pero Cristo recuerda: En casa de mi Padre hay muchas moradas. No es necesario que todos tengan la misma sensibilidad. Lo que importa es que aceptemos a Cristo como la revelación de nuestro Padre y que, por amor a Él, tengamos todos una actitud de servicio y amor mutuo. El amor y el servicio son el cemento que une a todos los ladrillos de la pared y transforma las diferentes personas y comunidades en hermanos y hermanas.
En términos concretos: ¿Cómo puedo ser una persona sacerdotal? Por supuesto, no es sólo el fruto de mi esfuerzo personal, sino de una cooperación con el Espíritu Santo. Dicho de forma sencilla, desde el punto de vista de este sacerdocio, he aquí algunas manifestaciones tangibles, algunos signos visibles de quien comparte la personalidad de Cristo:
1. Una persona sacerdotal es una Persona de Eucaristía. Si queremos ser auténticos sacerdotes de Jesucristo, hemos de hacernos sacrificio vivo, personas agradecidas y que manifiestan gratitud. Especialmente en la Eucaristía, cuando el celebrante dice: Oren, hermanos, para que nuestro sacrificio sea aceptable a Dios Padre Todopoderoso, hemos de hacer ofrenda consciente y explícita de nuestra vida: sufrimientos, alegrías, impotencia y sueños.
Cuando recibimos la Eucaristía, nos unimos a quien se hace comida y bebida por los demás. Así ha de ser en nosotros cuando recibimos el cuerpo y sangre de Cristo: nuestra vida, también, deben y pueden transformarse en fiesta para el pobre. Nosotros debemos también ser comida y bebida para el hambriento.
Eucaristía y oración continua: si nos falta celo al ser sus sacerdotes, es decir, al proclamar que Cristo es Camino, Verdad y Vida para los demás, es porque no lo conocemos bien. Si le conocemos personalmente y nos damos cuenta del amor completo que nos profesa, desearemos que todos le conozcan. En resumen, es sólo con un estado de oración como podemos ser auténticos sacerdotes de Dios. Antes de que podamos llevar a otros a Dios, se presupone que lo conocemos íntimamente nosotros.
2. Una persona sacerdotal es Portadora de Alegría. La alegría del sacerdocio tiene su origen en el corazón y la mente de Cristo. Antes de despedirse de los Apóstoles el Jueves Santo, Jesús les manifestó: Les digo esto para que su alegría sea plena.
Un discípulo de Cristo puede ser enérgico y activo, pero si deja amargura, incomodidad o malestar en los demás, su vida no nos recordará precisamente a Jesús….
3. Una persona sacerdotal es un Faro de Esperanza. El mundo tiene necesidad de Dios, escribía el Papa Benedicto en su carta encíclica “Spe Salvi”. La razón de ello es sencilla:
No nos define la presencia de la finitud de las cosas y del mundo en nuestra consciencia; antes bien, la presencia de la infinitud del Absoluto. Nos define lo más, nunca lo menos. Por eso, todo ser humano tiene deseo, aspiración y sed de Absoluto; tendencia al bien, a la verdad y a la hermosura; capacidad de amar, creer y esperar. (Fernando rielo, Concepción Mística de la Antropología).
Benedicto XVI destacó la vida de un brillante testigo de la esperanza en su encíclica sobre esta virtud: la vida del Cardenal Francisco Javier Nguyen Van Thuan (1928-2002): “El fallecido Cardenal Nguyen Van Thuan, prisionero por trece años, nueve de ellos en confinameinto solitario, nos ha dejado un precioso librito: Oraciones de Esperanza. Durante trece años en la cárcel, en una situación de aparente desesperación total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para él una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad”.
4. Una persona sacerdotal es un Modelo de Compasión. En el antiguo Testamento, una actitud de compasión hacia los pecadores aparecería un poco extraña a lo que se entendía por sacerdocio.
A diferencia de los sacerdotes levíticos, la muestre de Jesús fue esencial para su sacerdocio. Es un sacerdote de la compasión. Su autoridad nos atrae por su compasión, por el calor de sus palabras, su penetrante mirada de afecto a cada uno de nosotros, la firmeza de su fe. En definitiva, existe para los demás: vive para servir.
La compasión de Cristo es mucho más que un sentimiento pasajero de lástima o pena. Es más bien una aflicción profunda, una pena desgarradora por la condición de las personas. La compasión de Cristo sana y alimenta, perdona las grandes deudas, cuida los cuerpos heridos hasta devolverles la salud y acoge a los pecadores, dándoles un puesto de honor. Su profunda emoción le mueve a actuar, yendo mucho más allá de lo que un pastor se supone que haría por sus ovejas.
Una persona sacerdotal es quien se da a sí mismo con alegría por los demás. Hemos de mirar a nuestro sacerdocio, sea el bautizado o el ministerial, y preguntarnos por quién vivimos y a quién amamos realmente ¿Nos damos con alegría a los demás? ¿Mostramos compasión por nuestros hermanos y hermanas que están quebrantados, que sufren o están en los márgenes de la sociedad y de la Iglesia?
5. Una persona sacerdotal es un agente de la Nueva Evangelización. La Evangelización ad gentes se refiere a quienes no han conocido a Jesucristo, y la nueva evangelización está dirigida a los que se han separado de la Iglesia, los que han sido bautizados, pero no suficientemente evangelizados ¡Esto está en el corazón de nuestro carisma idente!
Ser apóstol significa compartir el profundo deseo de salvación que tiene el mundo y hacer nuestra fe inteligible, comunicando el sentido de la esperanza:
Estén siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que les pida razón de vuestra esperanza; pero con mansedumbre y respeto (1 Pt 3:15).
La humanidad necesita esperanza para vivir los tiempos actuales. El contenido de esta esperanza es “Dios, que tiene un rostro humano y nos ha amado hasta el final”.
El no ser consciente de esta necesidad produce una especie de desierto y de vacío. De hecho, los obstáculos para la nueva evangelización son precisamente la falta de alegría y esperanza en la gente, causada y extendida por muchas situaciones del mundo de hoy. Frecuentemente, esta falta de alegría y esperanza es tan fuerte que afecta la vida de nuestras comunidades. Esta es la razón por la que hemos de renovar la visión de nuestra misión apostólica, no simplemente como una responsabilidad añadida, sino como un modo de restaurar la alegría y la vida en situaciones dominadas por el miedo.
Por parte del Espíritu Santo, su misión concreta y explícita incluye una renovación de nuestra Fe, Esperanza y Caridad:
Por lo tanto no nos rendimos; más bien, aunque el hombre que somos exteriormente se vaya desgastando, ciertamente el hombre que somos interiormente va renovándose día a día (2 Cor 4:16).
En nuestro Examen Místico (Unión Transfigurativa) tengo que observar cómo la Fe, la Esperanza y la Caridad nunca son las mismas. Cambian y a menudo de forma sorprendente. Por ejemplo, cuando siento la luz de la fe en los momentos oscuros (cosa que no puedo prever) o cuando siento esperanza y fuerza justo después de haber pecado gravemente, o cuando siento amor por persona que nos tienen una visión muy diferente de la vida, especialmente los que no tienen nada en común conmigo, los que son amenazantes o los que son mis enemigos…especialmente los que rechazan mis intentos de amarles.
Despertemos, pues estas cosas están ocurriendo ya en nuestras vidas. No es un premio o una recompensa a un cierto “nivel de santidad”, sino que se trata de gracias y dones que no estamos acostumbrados a observar y sentir. Vemos y aprendemos poco a poco, a través de la enseñanza íntima del Espíritu Santo, que el hombre nuevo tiene una forma nueva de pensar y de vivir.
Cristo le dice a Felipe, sin rodeos, que cualquiera que crea en Él hará las obras que Él hace, y otras aún mayores. Hoy somos llamados a creer y ver a Cristo en acción en nuestro corazón, en nuestro prójimo y en la Iglesia que él fundó, a pesar de que pueda ser a veces muy pecadora. La fe nos permite reconocer a Cristo en todas partes.