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Vive y transmite el Evangelio

¿Qué es la Paz de Cristo?

By 19 avril, 2020août 14th, 2020No Comments

por el p. Luis Casasús, Superior General de los misioneros Identes.

New York, 19 de Abril, 2020. II Domingo de Pascua (Domingo de la Divina Misericordia).

Hechos de los Apóstoles 2: 42-47; 1 Pedro 1: 3-9; San Juan 20: 19-31.

En medio de esta terrible pandemia del coronavirus, con medidas de cuarentena y confinamientos domiciliarios, vemos en el Evangelio la visita de Cristo a una comunidad que se encierra en sí misma por miedo y también vemos el contagio inmediato de la paz producida por la presencia de Cristo y sus palabras: La paz sea con ustedes.

Contrariamente a lo que se ve representado en las pinturas de los artistas, del texto no se desprende que Tomás haya puesto sus manos en las heridas de Jesús. Pronunció su profesión de fe después de escuchar la voz del Resucitado, junto con sus hermanos y hermanas de la comunidad.

Pero lo que está claro es que el deseo de paz expresado por Cristo se cumplió plenamente y los asustados discípulos se vieron rápidamente envueltos de valor y sabiduría. ¿Qué es exactamente la paz de Cristo? Ciertamente más que la ausencia de inconvenientes y ansiedad.

Se cuenta la historia de un rey que contrató varios pintores para que pintaran un cuadro sobre la paz y la tranquilidad. Cada artista pintó su obra maestra, representando la paz tal y como como la percibía. Uno dibujó un océano tranquilo con palmeras y gaviotas. El siguiente retrató campos verdes y huertos de manzanos. Cada uno puso todo su esfuerzo en la obra. Llegó el día de mostrar sus trabajos al rey. Una por una, estudió las pinturas detenidamente. Y una por una, las rechazó. En su opinión, ninguna expresaba verdadera paz y tranquilidad. Finalmente, se paró frente al último cuadro. Los colores eran oscuros y sombríos. Un cielo gris se extendía sobre los árboles oscuros y amenazantes de un bosque. Los rayos se precipitaban amenazadores por el aire. Una poderosa cascada se estrellaba sobre rocas peligrosas, y los buitres daban vueltas alrededor. Inclinándose hacia adelante, el rey observó un pequeño arbusto que sobresalía por detrás de la cascada. Protegido entre sus ramas, había un nido, y dentro del nido, una familia de pájaros; durmiendo. ¡Este es mi retrato! exclamó el rey.

La vida nunca es un mar tranquilo sin olas ni viento. No hay campos verdes y exuberantes sin serpientes y rocas encubiertas. La vida es un desafío. Los buitres vuelan a nuestro alrededor y el cielo es a menudo oscuro. La paz interior tiene que encontrarse en nuestro corazón.

Muchos de ustedes conocen la novela de aventuras El Conde de Montecristo (Alejandro Dumas, 1844). El día de su boda, el protagonista, Edmond Dantès es acusado incorrectamente de traición, arrestado y encarcelado sin juicio en el Castillo de If, una sombría fortaleza de la isla de Marsella. Un sacerdote italiano y compañero de prisión, el Abate Faria, deduce correctamente que sus celosos rivales lo acusaron falsamente. Poco antes de morir, Faria le instruye para fugarse y lo guía a un tesoro que vale una fortuna.

Cada mañana, cuando le arrojaban un cubo de gachas por la puerta de su celda, el padre Faria decía: Gracias. Los guardias sólo supieron que estaba muerto cuando, por primera vez en 12 años, no le oyeron decir Gracias.

¿Te imaginas estar agradecido en un lugar como esa prisión? Cada vez que al viejo sacerdote se le ofrecían las pobres gachas que a duras penas lo mantenían vivo, expresaba su gratitud. Había sido injustamente encarcelado, golpeado y maltratado, y su espíritu vivía en paz sólo por gratitud pura y activa. En la primera lectura de hoy, tenemos un espléndido ejemplo de gratitud activa: Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno (…) partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón.

Muchos siglos después, basándose en su propia experiencia, la Madre Teresa de Calcuta dijo que, si no tenemos paz, es porque hemos olvidado que nos pertenecemos el uno al otro. Eso nos llevaría al menos a decir a otras personas Gracias, cuando hacen algo amable por nosotros, no importa lo pequeño que sea el acto.

El místico alemán del siglo XIII, Meister Eckhart, dijo una vez que si la única oración que dices en toda tu vida es gracias… sería suficiente. Podemos convertir la gratitud en una oración continua, en una forma de vida espiritual.

El primer regalo del Señor Resucitado es la paz. Y esta paz viene esencialmente del perdón de los pecados. Era importante para Cristo asegurar a los discípulos dos veces su perdón porque lo traicionaron y lo abandonaron. Esta fue también una lección importante para los primeros cristianos, ya que algunos de ellos lo habían traicionado anteriormente también, habiendo participado en la condena de Cristo e incluso en el juicio del Sanedrín. Ellos también necesitaban ser afirmados del perdón de Cristo. De lo contrario, nunca podrían perdonarse a sí mismos por lo que le hicieron al Señor.

Todos tenemos esta experiencia. El verdadero perdón nos libera, no sólo porque nos salvamos del castigo, sino porque nos sentimos acogidos, no rechazados, en la comunidad. Por eso la alegoría del perdón es un abrazo, como el abrazo del Padre al hijo pródigo. Esto explica por qué Jesús, después de su resurrección, dio poder a los apóstoles para remitir los pecados. El alma no tendrá una paz duradera a menos que sienta que Dios la ha perdonado.

De hecho, necesitamos la misericordia para construir una verdadera comunidad. Por eso el segundo domingo de Pascua se centra en la Divina Misericordia. La misericordia es más que la compasión por el cuidado de los pobres y los hambrientos. Misericordia significa compasión y perdón para aquellos que faltan a la caridad cristiana, la honestidad y la integridad. Esto fue lo que practicó Jesús en su resurrección. Los discípulos se escondieron por vergüenza hacia Jesús y por miedo a sus enemigos. Pero Cristo vino a sacarlos de sus miedos entregándoles su perdón y ofreciéndoles el don de la paz.

Esto es también lo que vemos reflejado en la Primera Lectura de hoy, donde Pedro felicita a los recién bautizados. Este texto fue compuesto en un momento difícil para la comunidad cristiana, pues los bautizados eran ofendidos, discriminados e injustamente condenados en los tribunales. No habían conocido personalmente a Jesús de Nazaret, pero creían en los testigos del Resucitado y lo encontraban, como nosotros, en la celebración de la Palabra y la fracción del pan. Este es el valor y la fuerza del testimonio compartido en la comunidad.

Se dice con frecuencia que cuando perdonamos encontramos paz, no sólo con nuestros semejantes, sino también en nuestro interior. Pero los efectos de la paz de Cristo son aún más profundos e inmediatos: nos hacen perder el miedo, nos ponen en el camino de la misión y nos unen a la comunidad y a la Iglesia. Estos tres signos nunca faltan en aquellos que han recibido la paz de Cristo. Consideremos, por ejemplo, la actitud obediente y evangelizadora de nuestro Padre Fundador, Fernando Rielo, cuando, siendo aún novicio, comenzó a comprender la misión especial que le estaba reservada.

Tomás no creyó porque vio al Señor Resucitado, sino que se sintió conmovido por el amor de Cristo por él a través de las heridas que sufrió por ellos. Fue vencido más por la misericordia y el amor de Dios que por la visión de Jesús.

Una observación psicológica elemental es que una persona (por ejemplo, un niño) que no está en paz, que experimenta alguna forma de ansiedad, ira o miedo, no es capaz de escuchar o aprender. Como los apóstoles, reunidos a puerta cerrada, tenemos temor. Cuando hay miedo, no hay paz. Donde hay miedo, no son posibles ni el conocimiento ni el amor. Especialmente, tememos a la muerte en sus muchas formas: la muerte de nuestra salud, de nuestra fama, de nuestro poder. La siguiente historia ilustra cómo el miedo a perder nuestra reputación cierra nuestros ojos, nuestra razón y nuestro corazón.

Todos saben que los leones son muy orgullosos. Un día el león, lleno de orgullo, decidió asegurarse de que todos los demás reconocieran su superioridad. Estaba tan seguro de sí mismo que pasó por alto a los animales más pequeños y fue directo a la pantera: ¿Quién es el rey de la selva? preguntó el león. La pantera respondió: Por supuesto que eres tú. El león dio un poderoso rugido de aprobación. Luego le preguntó al tigre: ¿Quién es el rey de la selva? El tigre respondió rápidamente: Todo el mundo sabe que eres tú, el poderoso león.

El siguiente en la lista era el elefante. El león se encaró de lleno con el elefante y se dirigió a su pregunta, ¿Quién es el rey de la selva?

Al principio, el elefante lo ignoró. Entonces el león rugió, ¿Quién es el rey de la selva? El elefante inmediatamente lo agarró con su trompa, lo hizo girar en el aire seis veces y lo estrelló contra un árbol. Luego lo golpeó en el suelo varias veces, lo sumergió bajo el agua en un lago y finalmente lo arrojó a la orilla.

Los animales observaron como el león se paró frente al elefante y esperaron a ver cuál sería su reacción. Miró al elefante y se lamentó: Mira, sólo porque no sabes la respuesta no es razón para ponerse así.

Cristo ya dijo que la paz que nos trae no es una paz que el mundo no puede dar. Veamos tres ejemplos de los efectos sublimes de esa paz.

* Nicholas Ridley (1500-1555) fue un obispo anglicano, que murió como mártir, víctima de las intrigas políticas de su tiempo. En la víspera de la ejecución, su hermano se ofreció a quedarse con él en la prisión para darle consuelo. Ridley se negó, diciendo que planeaba dormir tan profundamente como de costumbre, porque conocía la paz de Cristo y podía descansar en su Señor.

* En la Primera Guerra Mundial, un soldado herido fue llevado a un hospital de campaña por algunos camaradas. Después de llevarlo una corta distancia, les instó a que lo bajaran y volvieran a rescatar a otra persona. Como estaba mortalmente herido, sabía que no había esperanza para él. Concediendo su petición, lo dejaron y volvieron al combate. En unos minutos, sin embargo, un oficial se detuvo para preguntarle si podía ayudarlo. El soldado herido respondió débilmente: No, gracias, señor. No hay nada que pueda hacer.

¿Pero no puedo al menos traer un poco de agua para saciar su sed? preguntó el oficial. El moribundo volvió a sacudir la cabeza diciendo: No, gracias, Señor. Sin embargo, hay una cosa que podría hacer por mí. En mi mochila encontrará un Nuevo Testamento. Le agradecería que me leyera sólo un versículo, Juan 14: 27.

El oficial encontró el pasaje y leyó estas palabras: La paz les dejo, mi paz les doy; no como el mundo la da, yo se la doy. No permitan que su corazón se perturbe, ni que tenga miedo. El soldado moribundo dijo: Gracias, Señor. Tengo esa paz y voy al Salvador que hizo esa promesa. Dios está conmigo; no quiero más. Poco después, entró en la presencia de Dios. Porque tenía a Cristo, tenía paz con Dios, y como había aprendido a entregar todo a su cuidado, también tenía la paz de Dios.

* Cuando Pablo envió su carta a la iglesia de Filipos, estaba en la prisión. La mayoría de las veces en el mundo antiguo, las personas no eran mantenidas en la cárcel por mucho tiempo. En lugar de ser usada como castigo, la cárcel era donde se esperaba el castigo, típicamente la tortura o la ejecución. Pablo escribe a los Filipenses en medio de la angustia de la incertidumbre. Los exhorta a estar activamente agradecidos por la presencia de Dios con ellos ahora, y por la vida que les corresponde en el mundo venidero. Estaba en paz, completamente centrado en Cristo. Aconseja vivir con esa mentalidad, con esa forma de ser, a los cristianos filipenses:

Alégrense siempre en el Señor. Lo diré otra vez: ¡Alégrense! Que vuestra mansedumbre sea evidente para todos. El Señor está cerca (Fil 4; 4-5). Repite la palabra Alégrense varias veces en esta carta. Que la Pascua nos lleve a practicar fielmente la gratitud activa.

A menos que hayamos encontrado su divina misericordia, no podemos mostrar misericordia de la manera que Él nos la mostró. Un cristiano que no puede perdonar, aún no ha sido perdonado por Cristo, porque significa que ha rechazado el perdón de Cristo pagado con su sangre inocente en la cruz. De la misma manera, los primeros cristianos podían ejercer la misericordia porque estaban movidos por la misericordia de Dios. Nosotros también, que hemos recibido el don de la fe en Cristo como la misericordia divina de Dios, estamos llamados a hacer lo mismo. Estamos llamados a ser embajadores de su misericordia y agentes de reconciliación.

créditos portada: jackdawson.com