Misión en Alemania, de esperanza en esperanza
¿Por qué hoy en día la gente sigue creyendo en Dios? Fue esta la pregunta que movió a Rebecca, a sus 15 años, a cruzar por primera vez la puerta de una iglesia, en busca de una respuesta. Hasta entonces, había tenido muy poco contacto con Dios, la fe y la Iglesia.
“En mi entorno, apenas tenía contacto con los cristianos”, cuenta Rebecca, quien hoy es misionera idente. “En mi clase de 120 alumnos había un solo católico y unos pocos evangélicos. Lo más normal era ser nada“.
La respuesta a su pregunta la obtuvo en una Jornada Mundial de la Juventud un año después de haber empezado su búsqueda: “¿Por qué la gente hoy en día sigue creyendo en Dios? Porque Él existe”.
Creer y formar comunidad: misión en la parroquia
Rebecca es de Fürstenwalde, una pequeña ciudad cerca de Berlín, donde los católicos representan el 2% de la población (el 85% son no bautizados). Fürstenwalde forma parte de la parroquia “María Magdalena”, que se extiende por 2000 km2 hasta la frontera con Polonia, y es llevada por los misioneros y misioneras Identes desde hace 20 años. Los mismos años que lleva allí P. Theodor como párroco, a quien las noticias negativas de los periódicos sobre el declive de la Iglesia Católica en Alemania (¡solo en el 2020, 221390 personas abandonan la Iglesia!) no le desaniman. Al contrario:
“Donde hay pocos católicos hay más no bautizados que se acercan a la Iglesia”, afirma. “Se sienten atraídos, sin saber exactamente por qué. Hay una cuestión profunda entre Dios y ellos. Hay una constante: a todos les mueve la búsqueda de algo más, una sed de plenitud”.
Es curioso como, precisamente cuando no era posible celebrar la misa a causa de la pandemia, encontrando una Iglesia abierta y silenciosa, muchos entraban para orar o dialogar con el sacerdote.
En la experiencia de Theo, “una dificultad que encuentran muchas personas cuando comienzan a acercarse a la Iglesia es la inseguridad: ¿en qué momento de la misa debo ponerme de pie, arrodillarme o sentarme? ¿Qué debo responder? Es algo que le asusta a quien viene por primera vez; piensan que hacen todo mal y no se sienten bienvenidos”.
“Algo que ayuda mucho”, dice Theo, “es ser parte de un grupo. Para seguir el camino iniciado, y para crecer en él, hace falta un grupo de personas que estén viviendo lo mismo; frecuentar el Evangelio, la oración y la Eucaristía. No basta la misa del domingo”.
Amistad y diálogo: pastoral escolar y Juventud Idente
Las posibilidades de encuentro en Fürstenwalde se extienden más allá de la parroquia, de forma especial a través de una escuela católica. Sandra, misionera idente y matemática, da clases a los chicos del bachillerato. Entre restas y divisiones, se multiplican también los diálogos profundos. Junto a toda la comunidad, promueve encuentros con jóvenes de todo tipo de pertenencia religiosa (o no).
Hace algunos meses comenzó a leer el Evangelio con un grupo de chicos. Cora, 17 años y no bautizada, es una de las miembros más fieles: “¡Para mí significa tanto! Es un momento en el que dejo todo para ocuparme intensamente de Dios, de mi vida y de la humanidad. Puedo aprender sobre la Biblia y conocer a personas increíbles, que son un regalo inmenso para mi vida. ¡Ojalá pudiéramos vernos más veces!”.
La ocasión de un encuentro más largo se dio del 21 al 24 de octubre en las montañas del Harz, con algunos alumnos de Sandra y con chicos de otras provincias. Algunos talleres creativos (danza, pintura, música, poesía) constituyeron un marco ideal que nos permitió contemplar un verdadero espectáculo: no solo el de un encuentro artístico de altísima calidad (lo que Fernando Rielo llamaba “Ateneo”), sino, sobre todo, el espectáculo que presenta cada corazón humano cuando se abre sin miedo a los demás.
En ese ambiente de amistad salieron a la luz preguntas muy profundas que a veces los jóvenes ahogan. Una mañana, antes de terminar el desayuno, un chico de 14 años preguntó a los demás: “¿Cómo se hace para creer?”. Otro de ellos expresó su admiración por ese don que él aún no ha recibido, y decía: “La fe une a las personas”.
Unen también las experiencias profundas. En un paseo por el bosque, acompañados por la lluvia y un fuerte viento, todos – agnósticos, ateos y cristianos- se sintieron igualmente sobrecogidos, vulnerables, y al mismo tiempo sorprendidos por la belleza de un mundo que hay que observarlo en silencio. Luego, mediante un taller, aprendieron juntos a expresarlo con el lenguaje más universal: la poesía.
“Comprendí una cosa en estos días de convivencia”, narra Therese: “que nuestra misión es crear espacios de libertad, donde se pueda escuchar, sin miedo, el anhelo que llevamos dentro, y traerlo a la luz. Hay que dar espacio a las preguntas más profundas; aquellas que, al final de cuentas, solo un Padre Celestial puede responder”.
Y Él responde a quien llama a la puerta: “¿Por qué la gente hoy en día sigue creyendo en Dios?”. Porque Él existe. Y habla…”