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Vive y transmite el Evangelio

Perdón y corrección

By 6 septiembre, 2020septiembre 7th, 2020No Comments

por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes.

Paris, 05 de Septiembre, 2020, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario.

Ezequiel 33: 7-9; Carta a los Romanos 13: 8-10; San Mateo 18: 15-20.

En las últimas semanas, cuando caminaba por la calle, me di cuenta de cuántas conversaciones eran realmente signos de asombro por la insensibilidad de otras personas, quejas, críticas, chismes sobre la falta de lógica de los demás, … La verdad es que nos sentimos ofendidos por los otros muy a menudo.

Por lo tanto, objetiva o subjetivamente, se nos presentan innumerables ocasiones para elegir entre el resentimiento y el verdadero perdón. Y eso hace que el Evangelio de hoy sea tan relevante, realista y práctico.

Además, Cristo nos habla hoy de cómo actuar cuando la persona que hace algo malo está de alguna manera a nuestro cargo o bajo nuestra autoridad. Por eso uno de los puntos esenciales del Evangelio de hoy es la relación entre el perdón y la corrección. De hecho, cada cristiano es un pastor de su hermano. Nadie puede decir como Caín: ¿Soy yo el guardián de mi hermano? (Gen 4:9). Esto es de lo que habla Ezequiel en la Primera Lectura. La verdad es que todos somos guardianes de nuestro hermano. No decir la verdad causaría daño a la persona que está viviendo una vida pecaminosa. Nosotros, a su vez, caeríamos en el pecado de omisión y nuestra conciencia nos remordería por no hacer lo correcto para advertir a la persona que podría ser ignorante o estar atrapada por el pecado.

La mayoría de nosotros probablemente podría identificar una ocasión en la que se sintió agraviado por otra persona en la familia, el lugar de trabajo o la comunidad de fe. Puede que simplemente se hayan pasado por alto nuestros sentimientos o puntos de vista cuando se tomó una decisión. Puede haber sido algo que otra persona nos dijo –quizás algo sobre nosotros- lo que causó el daño. Puede haber sido alguna acción de su parte. Desafortunadamente, tales experiencias son muy comunes en todas partes. Cuando ocurren, ¿qué debemos hacer al respecto?

Si somos mínimamente honestos, tenemos que reconocer que a veces tendemos a centrarnos en los detalles negativos de las palabras, acciones o ideas de los demás. No precisamente para ayudarles, sino para ponernos por encima de ellos e ignorar sus méritos:

Había un cazador que compró un increíble perro de caza. Este perro único en su clase podía… caminar sobre el agua. El cazador estaba deseando mostrar su nueva adquisición a sus amigos. Invitó a un amigo a ir a cazar patos. Después de un tiempo, dispararon a algunos patos y el hombre ordenó a su perro que los trajera, el perro corrió sobre el agua y trajo las aves. El dueño esperaba que su amigo le comentara o le felicitara por este increíble perro, pero no lo consiguió. Mientras regresaban a casa, le preguntó a su amigo si había notado algo excepcional en su perro. El amigo respondió: Sí, de hecho, he notado algo inusual. Tu perro no sabe nadar.

El futuro Papa Benedicto XVI señaló la necesaria unidad de perdón y corrección, lo que debería hacernos pensar que nadie puede ocuparse de su propia vida espiritual por sí mismo. La necesidad de un director o rector espiritual en todas las fases de nuestro viaje hacia Cristo es clara:

El discernimiento de espíritus, como exige la Primera Carta a los Tesalonicenses en respuesta a los dudosos profetas y profecías de la época (5:9 ss.), sigue siendo nuestra tarea permanente. Tanto la aceptación de las justas críticas como el proteger a los fieles de las falsificaciones del Evangelio, de la adulteración de la fe por el espíritu del mundo que se hace pasar por el Espíritu Santo, son partes integrantes de este discernimiento. Sólo podemos aprenderlo en una profunda unión íntima con Cristo, en una obediencia a la Palabra de Dios que encuentra siempre una nueva expresión en nuestras vidas y en un enraizamiento interior en la Iglesia viva de todos los lugares y todos los tiempos. Pero todos tenemos constante necesidad de perdón y corrección (Joseph Ratzinger, 1993).

Cuando Jesús nos exhorta a corregir los errores de los demás en privado, quiere que seamos creativos en la corrección. Si hacemos énfasis en las cualidades positivas en lugar de las negativas, es más fácil lograr nuestro objetivo. El marido que tiene un defecto a corregir tiene muchas cualidades positivas que pueden ser destacadas. La esposa que tiene un aspecto negativo que corregir tiene muchas cualidades admirables que pueden ser apreciadas. Los hijos que siempre cometen errores tienen muchas cosas encomiables por descubrir. Si adoptamos un enfoque constructivo es más fácil corregir a los demás.

La revelación de la falsedad no siempre es bienvenida, especialmente en esta era de individualismo y relativismo, todos tenemos diferentes puntos de vista sobre la vida, la moralidad y la verdad. Así que cuando buscamos decir la verdad, podemos esperar una fuerte oposición y defensa.

Esto explica por qué Jesús nos aconseja acercarnos a la persona en privado. Esto es para dar espacio y privacidad para el diálogo y la comprensión. Al mismo tiempo, si lo que vemos es cierto, le da dignidad a la persona para corregir su falta en silencio, sin avergonzarse o verse abrumado en público. Aquellos que buscan corregir a los demás ventilando sus quejas y agravios públicamente no lo hacen por caridad sino por venganza. No hay amor para aquellos que han hecho el mal. Todo lo que buscan es destruirlos en lugar de ayudarlos a ser mejores. En tales situaciones, el problema se agrava porque los que están heridos tomarán represalias a cambio.

Este primer paso es delicado, en primer lugar, porque es exigente y podría no ser bien recibido. No siempre es fácil encontrar las palabras adecuadas. Un adjetivo exagerado puede ser lanzado inadvertidamente. El orgullo puede llevar a una persona corregida a cerrarse en la defensa o el rechazo. Por eso es importante mostrar a la persona corregida una salida, una alternativa, la forma precisa de actuar, mientras confirmamos nuestra confianza en ella. Siempre es una oportunidad para educar el éxtasis tanto de la persona que corrige como de la persona que es corregida.

En estas condiciones, la Segunda Lectura de hoy ofrece un pensamiento que puede ser útil: ponernos en la misma situación e intentar imaginar lo que nos gustaría que otros hicieran por nosotros: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

Ponerse en el lugar del otro es una forma de purificar y educar nuestro éxtasis. Nunca he sabido si la siguiente historia es cierta, pero ilustra muy bien lo que queremos decir sobre la sensibilidad necesaria para corregir:

Se cuenta la historia de una madre cuyo hijo tenía un insaciable deseo de dulces. Lo trajo desde muy lejos para hablar con Gandhi, quien les dijo que volvieran en dos semanas. Cuando volvieron, Gandhi le dijo al chico que dejara de comer tanto azúcar y el chico estuvo de acuerdo. La madre, desconcertada por la forma en que Gandhi abordó el problema, preguntó: ¿Por qué no le dijo esto al chico hace dos semanas y me habría ahorrado la dificultad de viajar de vuelta aquí para verle? Gandhi respondió: Hace dos semanas yo comía demasiados dulces. Necesitaba ver si podía parar de hacerlo antes de aconsejar al chico.

Cuando amamos a alguien, no podemos ignorar su comportamiento destructivo, pero no podemos aconsejarle que cambie si no estamos dispuestos a cambiar nosotros mismos.

Una vez regresé a Europa de nuestra misión en Chad, afectado por un parásito intestinal algo complicado. El doctor experto en enfermedades tropicales que me trató estaba fumando en su oficina y me prescribió un medicamento, diciendo que debería verlo de nuevo en una semana. Nunca volví, porque un médico que fuma en su consultorio no me inspira ninguna confianza. Tomé la medicación después de consultar a un misionero médico y todo terminó bien.

El Evangelio de hoy concluye con una frase de Cristo que podría parecer ajena al problema del perdón y la corrección. Habla de una nueva forma de su presencia. Si somos capaces de mantener la unidad en el proceso de corrección y cuando no estamos de acuerdo en algunas cosas y perseveramos en escuchar a Dios juntos, Él nos proporcionará la salida de la situación: Les digo solemnemente una vez más que, si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo para pedir algo, les será concedido por mi Padre en el cielo. Porque donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estaré yo con ellos.

La mayoría de nosotros busca justificarse. Pocos toman una corrección con humildad.

Hay un ejemplo clásico de libertad espiritual en el momento de recibir la corrección. Se trata de un santo francés, párroco en un pequeño pueblo. San Juan Vianney (1786 – 1859), el Cura de Ars, no era un orador o educador extraordinariamente dotado. Al principio de su misión en Ars, varios de los líderes del pueblo iniciaron una petición al obispo solicitando el traslado del padre Vianney, exigiendo que fuera destituido por su incompetencia. Uno de sus leales partidarios le trajo al padre Vianney una copia de la petición. La leyó cuidadosamente y luego la firmó él mismo.

Hay una profunda correlación entre el perdón y la corrección. Una persona que perdona sabe cómo recibir la corrección. Algunas personas piensan que la corrección significa rechazo, porque tienen una mala imagen de sí mismos. No creen del todo que son hijos de Dios. El que odia la corrección morirá (Prov. 15:10). A una persona que es justa no le cuesta ser corregida, perdonada y luego liberada. Al hacer esto, dejamos su corazón liberado y preparado para ser más sensible a lo que el Espíritu Santo decida inspirar a esa persona. Esta es la forma en que el justo maneja las injusticias que otros hacen contra él. Perdona y libera a los demás. El orgullo impide que seamos una persona que perdona.

Si la persona no se arrepiente y continúa justificando su maldad, no podemos llegar a un acuerdo con el mal, pero podemos perdonarla y liberarla. Perdonar no significa aprobar el pecado o el mal. Tampoco cubrirlo, pero podemos liberarlos de la injusticia que nos han hecho.

Debemos recordar que nuestra tarea no es convertirlos, porque eso es obra del Espíritu Santo. Nuestro papel es simplemente iluminar a la persona que está haciendo mal con nuestro ejemplo y nuestras palabras. No debemos sentirnos responsables cuando la persona se niega a cambiar y como resultado final se perjudica a sí mismo. Esto es lo que Ezequiel nos dice: Si adviertes a un hombre malvado que renuncie a sus caminos y se arrepienta, y no lo hace, entonces morirá por su pecado, pero tú habrás salvado tu vida.

Quien desee ofrecer una corrección debe hacerlo sólo por amor a sus hermanos y hermanas descarriados. Esto es lo que San Pablo enseña hoy: No le debas nada a nadie, excepto la deuda del amor mutuo. Si amas a tus semejantes, has cumplido con tus obligaciones.

Antes de corregir a alguien, debemos examinar nuestra motivación. Si nos motiva el interés propio porque nuestros derechos son violados, entonces buscamos la justicia en lugar de la corrección fraterna. No estamos hablando de ayudar a la otra persona, sino simplemente de proteger nuestra comodidad personal.

Debemos desear hacerlo porque los amamos sinceramente y no deseamos verlos destruirse a sí mismos. A menos que estemos motivados por un amor auténtico, carecemos de caridad y sobriedad para ayudarles a caminar por el camino de la verdad. Cuando perciben que somos sus enemigos en vez de sus amigos, tampoco nos escucharán ya que se pondrán a la defensiva. Pero cuando corregimos por amor, entonces seremos más sensibles a sus sentimientos. Hablaremos o escribiremos con dulzura, compasión y comprensión. Aquellos que son críticos y se enojan al corregir a sus hermanos y hermanas han perdido su objetividad al contemplar la situación.

En el discernimiento orante, purificamos nuestros motivos al intentar corregir a la otra persona. Queremos corregir a una persona con caridad y compasión al tiempo que buscamos la verdad.

Debe notarse que incluso el proceso jurídico de excomunión no es un castigo en sí mismo, sino un intento de despertar en el pecador la conciencia de la gravedad de su pecado para que la persona reflexione seriamente sobre sus acciones; y luego busque el arrepentimiento.