Por el P. Jesús Fernández, Presidente del Instituto Id de Cristo Redentor, misioneras y misioneros identes
Selección de la homilía impartida con motivo de la Pascua de Resurrección, en la Presidencia del Instituto en Roma.
El texto que sigue es una selección de la homilía impartida por el P. Jesús Fernández Hernández, Presidente del Instituto Id de Cristo Redentor, misioneras y misioneros identes impartida en la Pascua de Resurrección.
Resurrección y vuelta al Padre
Todo el misterio pascual de Cristo consistió en un itinerario de regreso al Padre, desde su nacimiento, hasta su muerte en la cruz, su posterior resurrección y, al final, su ascensión a los cielos. La cruz no fue, por tanto, el fin para Cristo, sino su regreso a la Derecha del Padre, a la plenitud de la gloria.
Resurrección y una nueva vida: honestidad, transparencia y responsabilidad
La Resurrección es un signo de vida. Cristo había dicho: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). La sociedad de hoy, con sus crisis y con sus signos de muerte necesita más que nunca anuncios claros de vida y de resurrección. La vida no surge del ruido, sino del silencio de la oración. Hoy los anuncios crean deseos de tener: para disfrutar, para imponerse, para mandar, para ser feliz, para ganar dinero… Quien no tiene no cuenta. Este es el mensaje, el anuncio publicitario. Pero Cristo, con su resurrección, anuncia otro horizonte de fuerza, de lucha, pero con paz y serenidad. La fuerza está en la verdad, no en la apariencia. El anuncio de Cristo con su resurrección es un anuncio de una nueva vida de honestidad, transparencia y responsabilidad.
La resurrección de Cristo, vencedor de la muerte, es su gran victoria: “Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Esa es la verdad. La mentira, la falta de honestidad, la injusticia, no tienen futuro.
Resurrección en comunidad
Los discípulos encontraron a Cristo resucitado en la comunidad, recordando sus palabras: “donde dos o más están reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt 18,20). Esto es, lo encontraron en la oración, en la Eucaristía y en la lectura de la Palabra, teniendo siempre presente que Cristo es el buen pastor que reúne a su rebaño.
¿Qué sucede ante el sepulcro vacío? Cada uno comunica al otro lo poco o mucho que ha visto, y juntos consiguen la luz necesaria para superar las graves dificultades que no faltan nunca, o las situaciones que crean confusión y nos desconciertan. Cristo se hace visible cuando nos movemos y nos comunicamos, no cuando estamos solos, quietos, preocupados por aquello que pensamos que es lo más importante, por aquello que creemos son nuestros derechos y libertades, despojando y debilitando las libertades de los demás.
Resurrección en proceso
¿Cuándo percibimos que Cristo resucitado está en nuestra vida diaria? Cada vez que resolvemos nuestros conflictos a la luz del Evangelio, cuando vivimos con sinceridad el espíritu que respira cada palabra del Evangelio, y sobre todo cuando reconocemos nuestras miserias humanas y pecados, nos amamos de verdad y nos perdonamos de todo corazón. Los que no aman no pueden perdonar. En el amor y en el perdón, que es lo más sublime del amor, está Cristo resucitado. La señal de que Cristo ha resucitado es que hay muchísimos actos de bondad y de santidad en el mundo. Si vivimos como Cristo nos amó, nuestra visión del mundo daría un cambio radical.
Han pasado veinte siglos y lo decisivo es “escuchar” en lo más íntimo de nuestro corazón la voz de Cristo resucitado y vivo en nuestros corazones, en la Iglesia, en la Institución, en nuestras comunidades; Él es la voz de nuestra Fe y de nuestra Esperanza.
Cristo resucitado es pura gracia santificante que vence en nosotros toda malicia o toda intención no sana. Ni en el sufrimiento ni en la muerte Cristo resucitado nos abandona. En realidad nos acompaña en el tránsito de este valle de lágrimas a la Jerusalén Celestial. La muerte no es lo último, solo la vida y la resurrección tienen la última palabra. Debemos apoyarnos y confiar en el Evangelio con una fe firme como la roca porque este donum fidei se apoya en alguien más fuerte que otorga la firmeza. Se trata de fiarnos de Cristo, de tener confianza en Él, porque Él es nuestra roca y nuestra salvación, como dice la Escritura (Sal 62,7).
Con las murallas de la soberbia del espíritu, causa de todos los males, es imposible comunicarnos con afecto y cariño con Cristo y con nuestro prójimo. Podemos creer muchas veces que hablamos con Él, pero si nos mantenemos detrás de la muralla no podemos oír o discernir su voz, y así nuestro corazón queda muy lejos de experimentar su misericordia.
Eucaristía: Agua Viva para mi resurrección continua
Necesitamos ser ayudados y escuchar las palabras de Cristo a la Samaritana en el pozo de Sicar: “Dame de beber” (Jn 4,7). Todo el diálogo parte del agua de nuestro bautismo que se transforma en gracia santificante en nuestro espíritu. ¿Está estancada en nuestro corazón esta agua de modo que sale turbia viendo solo en Cristo palabras fuertes, duras, sobre problemas importantes de la vida? Sin embargo, Cristo se acerca a ti y a mí con ternura, con afecto, con delicadeza, con una luz impresionante. Cuando leemos y vivimos el Evangelio, el agua turbia, llena de polvo y fango, empieza a moverse hacia la verdad y hacia la verdadera vida que es Cristo mismo. Se convierte en agua viva que salta hasta la vida eterna.
Esta agua viva, limpia, que sale del pozo de nuestra alma da el salto hacia un amor que no engaña, el Corazón de Cristo, que me ama como soy ahora mismo con mis defectos y debilidades. La Eucaristía es esta agua que forma parte de nuestra resurrección en proceso mientras caminamos en esta vida. Esta resurrección en proceso la expresa Cristo de diferentes modos, por ejemplo, en la conversación con Nicodemo, cuando le dice que: “Hay que nacer cada día de nuevo” (Jn 3, 1-21).