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Sans mettre personne de côté. Témoignage de Gabrielle Villetard, assistante du Synode.

Pouvoir être présente au synode dans l’équipe des assistants m’a fait “toucher du doigt” l’Amour de l’Esprit Saint.

L’Eglise a tellement souffert ces dernières années, tant des péchés commis en son sein que des persécutions terribles qui ont cours dans certains pays. Le monde, malgré sa créativité et ses potentialités, est déchiré par la violence (nombre de membres du synode venaient de pays en guerre). Qui d’entre nous peut y rester indifférent malgré bien souvent notre profonde impuissance ?

L’Esprit Saint m’est apparu dans toute la realité de son Nom : le Consolateur, Celui qui donne l’espérance et la joie de repartir en mission sous ce mode synodal, en marchant ensemble, accordant nos pas, sans mettre personne de côté.

A l’echelle du monde, un synode, en terme de nombres de participants, est infime, et pourtant le monde entier y était représenté, avec la richesse incroyable de tant de réalités différentes ! C’est comme si Dieu venait de nouveau sauver l’humanité, mais sous un mode nouveau, ou un mode à approfondir et développer, en partant de quelques petits pains et deux poissons.

Les membres participants, parfois d’avis divergents, ont fait un réel et profond effort d’écoute de Dieu et des autres. La liberté de parole était très grande.

Le témoignage d’un jeune religieux, dans l’équipe assistants lui aussi, m’a beaucoup touché. Il a dit que lorsque les participants échangeaient en petites tablées, on entendait la rumeur de leurs voix, qui lui paraissait semblable au murmure de l’Esprit Saint. Il s’est senti en paix et sans peur.

Ce qui restera aussi dans mon coeur : les conversations informelles, avec évêques, laïcs, consacrés ou non, présents dans cette salle Paul VI, où nous avons partager nos fardeaux et nos espérances ; la proximité et l’accessibilité du Pape François que nous avons pu saluer à plusieurs reprises au nom de tous les Missionnaires Identès et qui lui aussi s’est montré à l’écoute de tous.

Poder estar presente en el Sínodo como parte del equipo de asistentes me hizo “tocar con la punta de los dedos” el Amor del Espíritu Santo.

La Iglesia ha sufrido mucho en los últimos años, tanto por los pecados cometidos en su seno como por las terribles persecuciones que tienen lugar en algunos países. El mundo, a pesar de su creatividad y su potencial, está desgarrado por la violencia (muchos miembros del Sínodo procedían de países en guerra). ¿Quién de nosotros puede permanecer indiferente ante esto, a pesar de nuestra impotencia, a menudo profunda?

El Espíritu Santo se me apareció con toda la fuerza de su Nombre: el Consolador, el que da la esperanza y la alegría para salir de nuevo en misión según este modo sinodal, caminando juntos, haciendo coincidir nuestros pasos, sin dejar a nadie de lado.

A escala mundial, un sínodo, por el número de participantes, es minúsculo, y sin embargo el mundo entero estaba representado, con la riqueza impresionante de realidades tan différentes! Era como si Dios hubiera venido una vez más a salvar a la humanidad, pero de una manera nueva, o una manera que hay que profundizar y desarrollar, empezando por unos pequeños panes y dos peces.

Los miembros participantes, a veces con punto de vista divergentes, hicieron un verdadero y profundo esfuerzo por escuchar a Dios y a los demás. Hubo mucha libertad de expresión.

Me conmovió mucho el testimonio de un joven religioso que también formaba parte del equipo de asistentes. Dijo que, cuando los participantes compartían en pequeñas mesas, se oía el murmullo de sus voces, que a él le parecía el susurro del Espíritu Santo. Se sentía en paz y sin miedo.

Lo que también permanecerá en mi corazón : las conversaciones informales, con obispos, laicos, casados o consagrados, presentes en esta sala Pablo VI, donde hemos compartido nuestras cargas y nuestras esperanzas ; la cercanía del Papa Francisco, que hemos podido saludar varias veces en nombre de todas las Misioneras y Misioneros Identès, y que se mostró a la escucha de todos.

Gabrielle Villetard, Paris, France