Busquemos sin descanso cómo llevar más cerca de Dios a quienes sufren los embates de las pasiones, de las tentaciones y del mundo.
Hoy, en la Solemnidad de Todos los Santos, queremos compartir algunos fragmentos de una reflexión que Luis Casasús Latorre, presidente de los misioneros y misioneras identes, envía a los misioneros y misioneras. No dudamos de que, aunque sólo sea una parte de su contenido, puede servir de inspiración a todos ¡Feliz lectura!
“Sinodalidad”. ¿Hay otra palabra más utilizada en la Iglesia en estas últimas semanas? Todos sabemos que significa “caminar unidos”, pero nos sentimos especialmente confirmados en sus implicaciones cuando, gracias a nuestras queridas hermanas que han trabajado para el sínodo, el propio Papa Francisco nos dirigió un mensaje, animándonos a caminar, a no detenernos nunca.
La sencillez de estas palabras, dirigidas a nuestros Peregrinos Jacobeos, a la Juventud Idente y a cada uno de nosotros, no debe empañar la magnitud de su contenido:
Hemos sido convocados por Fernando Rielo, nuestro fundador, a vivir la santidad en común. Para nosotros, el decir hoy “todos los santos” debe significar también que hemos de contemplar la santidad como una empresa común, aunque la responsabilidad final que cada uno tenemos, la respuesta a lo que recibimos de las Personas Divinas, sea un asunto íntimo y personal.
No sólo estamos llamados a cooperar con palabras y obras para la santidad del prójimo, sino que Cristo afirmó que, en el cielo, habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse (Lc 15: 7).
Hay quien piensa traer alegría al reino de los cielos significa que los ángeles y los bienaventurados que están junto a la Santísima Trinidad van a ponerse a bailar y a celebrar una fiesta. No sabemos si es así, pero lo cierto es que los que están en este mundo luchando por entrar en el reino de los cielos, en esa familia que busca cumplir la voluntad del Padre, se alegrarán de nuestra pequeña o grande conversión, darán gracias porque verán la mano del Espíritu Santo en tu vida y la mía, tan breves y modestas.
La universalidad de la llamada divina, más allá de las fronteras judías y cristianas fue ya la convicción que arrastró a San Pedro, a pensar en contra de su juicio anterior, cuando fue guiado por Dios a casa del centurión pagano Cornelio: Veo que Dios no muestra ninguna parcialidad. Al contrario, en toda nación ve con agrado a quien le teme y actúa rectamente (Hechos 10:34-35).
Algunos de ustedes conocen los personajes de la famosa tira cómica Peanuts, creada por Charles Schultz. Sin duda, hemos disfrutado, reído, y simpatizado con los personajes individuales de ese cómic. Muchos nos sentimos atraídos por Charlie Brown, el principal protagonista masculino. La razón de esta atracción es que Charlie Brown, a algunos, nos recuerda mucho a nosotros mismos cuando éramos jovencitos… e incluso ahora, como adultos. En cuanto a su personalidad, es tierno, inseguro y adorable. Charlie Brown posee una gran determinación y esperanza, pero fracasa con frecuencia a causa de sus inseguridades, interferencias externas o simple mala suerte. Aunque cae bien a sus amigos, a menudo es objeto de acoso, sobre todo a manos de otro personaje llamado Lucy. Charlie es el típico “perdedor nato”. Su creador lo describe como uno que sufre porque es una caricatura de la persona normal. La mayoría de nosotros estamos mucho más familiarizados con perder que con ganar. Ganar es genial, pero no tiene gracia, dice Schultz. Puede que nos riamos a costa de Charlie, pero en lo que respecta a Charlie, perder tampoco tiene gracia.
Ser cristiano hoy en día a menudo da la impresión de ser un perdedor. Esto es cierto, tanto desde el punto de vista numérico como en lo que respecta a la influencia y respetabilidad de los valores cristianos tradicionales. Hay menos cristianos incluso en países tradicionalmente católicos, y mucha gente desconfía de nosotros debido a nuestros valores e ideas, que les parecen extraños y dudosos. Cada vez resultamos más raros para la llamada “cultura moderna”. Y cómo respondamos a esta realidad puede ser una cuestión clave en nuestro tiempo. La buena noticia es que el cristianismo siempre ha sido una religión de aparentes perdedores. Hemos sido perseguidos, nuestras creencias han sido ridiculizadas y rechazadas, nuestros valores han sido difamados, llevándonos a veces a la clandestinidad para practicar nuestra fe en secreto.
Pero, aunque a los ojos del mundo parezcamos débiles, impotentes, fracasados y perdedores, a los ojos de Dios somos, con Él, vencedores. En este mundo tenemos dificultades de todo tipo, pero ánimo, Cristo ha vencido al mundo. Y esto es lo que declaran los Santos en el cielo con cantos y alabanzas: ¡Al que está sentado en el trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos! (Ap 5: 13).
En ningún lugar es más evidente esta verdad que en las Bienaventuranzas. Es habitual recordar que estas Bienaventuranzas representan una visión muy diferente de lo que el mundo llama felicidad o buena fortuna. Pero, al mismo tiempo, conviene recordar que están grabadas en el corazón del ser humano, que aspira a vivir a ellas, aunque a la vez niegue la existencia de Dios, persiga a la Iglesia o sea un creyente hipócrita.
Ocurre lo mismo a los consejos Evangélicos de Pobreza, Castidad y Obediencia; aunque muchas veces se constata que son ridiculizados y despreciados por el mundo, quienes no los viven, sospechan que encierran algo importante, que no pueden descubrir con la razón, sólo con la experiencia de acogerlos en su vida.
Jesús menciona varias bienaventuranzas que son distintivos de los santos, es decir, son pobres de espíritu, puros de corazón, humildes, misericordiosos, pacificadores, tienen hambre de justicia, lloran con los que sufren, soportan penurias en su búsqueda de la verdad y son vilipendiados por su fe. Tales bienaventurados son llamados hijos de Dios y herederos del cielo.
Un famoso poeta del siglo XV, del estado indio de Gujarat, menciona una lista de virtudes, a saber: uno debe sentir el dolor de los demás; ayudar a los que están en la miseria; estar libre de ego, avaricia, codicia o lujuria; ser puro de pensamiento, palabra y obra; estar liberado de apegos; ser respetuoso con todos y estar unido a Dios. Mahatma Gandhi no sólo amaba las bienaventuranzas de Cristo y las virtudes citadas por el poeta indio, sino que las encarnó en gran medida en la visión y la misión de su vida. Él es un ejemplo de alguien no considerado cristiano, pero muy sensible a lo que Dios ha puesto y sigue poniendo en nuestro corazón.
Hoy es el día en que la Iglesia nos invita a contemplar el alcance de las Bienaventuranzas, su universalidad, que en la Primera Lectura está representada en los 144 mil sellados “de todas las tribus de Israel”.
Fue en el Monte llamado “de las Bienaventuranzas”, una colina del norte de Israel, en la meseta de Corazeín, donde Jesús pronunció el Sermón de la Montaña, que fue escuchado por una multitud, evidentemente no cristiana, a la cual el Maestro se dirigió con plena seguridad de que sus palabras tendrían eco en el corazón de esas personas.
Es hermoso y consolador saber con seguridad que el sufrimiento actual tendrá un fruto, como el atleta que se prepara con intensidad, el padre o la madre que trabajan para ver crecer sanos a sus hijos o el estudiante que pasa noches en vela para conseguir superar un examen.
Evidentemente, no todos los seres humanos tienen ese consuelo y la mayoría viven con la incertidumbre de no saber si sus desvelos servirán para algo duradero y valioso. El consuelo de las Bienaventuranzas nace al oír, en labios de Cristo, que Él conoce nuestro dolor, que el Espíritu Santo lo utilizará como un material precioso y que nuestro Padre celestial lo tendrá en cuenta eternamente.
En estos días ha concluido su XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo. Hemos de mostrar en estos momentos nuestra profunda unidad con el Santo Padre, a quien tantos admiran dentro y fuera de la Iglesia, pero que también es víctima de innumerables persecuciones, siendo las más dolorosas las críticas de algunos cristianos. Y ciertamente, la lucha por la unidad conlleva siempre una persecución, como nos dice la última de la Bienaventuranzas, pero esa persecución lleva invariablemente asociada la victoria de quien abraza la cruz.
¡Felicidades a cada uno de ustedes en esta Fiesta de todos los Santos!
Luis Casasús