Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 12-11-2017, XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (Sabiduría 6:12-16; 1 Tesalonicenses 4:13-18; Mateo 25:1-13.)
Un jardinero cuidaba un inmenso y precioso jardín de flores. Un día, un visitante curioso le preguntó cuándo había visto al dueño por última vez. El jardinero dijo: He trabajado aquí por muchos años, pero nunca lo he visto; simplemente me envía la paga puntualmente. El hombre, sorprendido dijo: ¡Qué bien cuidado está el jardín! Es como si usted esperara que el dueño llegase mañana. El jardinero contestó: Hoy mismo, señor; hoy mismo.
Este es el tiempo propicio, este es el día de la salvación. (2 Cor 6:2).
La parábola de las Diez Vírgenes insiste en la vigilancia: el Reino de los cielos puede llegar en cualquier momento. Por eso, estén alertas, pues no saben ni el día ni la hora. Cristo nos previene a menudo respecto a nuestro sentido de conversión y de nuestra percepción de la oportunidad del momento. Esto se debe a nuestra tendencia a postergar lo importante: aplazamos o demoramos lo que deberíamos llevar a cabo ahora mismo.
Lo cierto es que Cristo está llegando a nosotros aquí y ahora. En cada momento de nuestra vida y de muchas formas diferentes. De hecho, Dios nos habla a través de la naturaleza, de las personas que encontramos, de los sucesos del mundo y de los que ocurren en nuestra vida personal. Creo que este es un momento adecuado para recordar que el Espíritu Santo nos susurra día y noche en nuestro interior: Estás siendo amado en todo instante y para siempre y ninguna contrariedad o tragedia en tu vida, por dura que sea, podrá acabar con ese amor.
Fue San Agustín quien dijo: Dios ha prometido el perdón a quien se arrepiente, pero no ha prometido un futuro a tus dilaciones y retrasos. Como las vírgenes de la parábola, no podemos esperar. Ahora es el momento, la ocasión para hacer lo que Dios nos pide hacer, que invariablemente es algún acto de servicio y amor a los demás.
Se cuenta de San Francisco de Asís que estaba cavando el huerto, cuando alguien le preguntó qué haría si de pronto supiera que iba a morir antes del atardecer de ese mismo día. Él respondió simplemente: Seguir cavando el huerto.
Ya sea que pensemos en prepararnos para su venida inmediata o para su llegada final, hemos de estar vigilantes, como nos dice San Mateo. Nuestro fin vendrá pronto. Dependiendo de nuestra edad, puede llegar en diez, veinte, treinta o más años. Puede llagar mañana. O puede llegar a una hora o menos, mientras estás leyendo estas líneas. Puede que no deseemos pensar en ello, pero hemos de recordar que la muerte es inevitable y hemos de hacer todo lo posible para estar preparados. La razón no es el miedo al castigo, sino el perder la oportunidad de hacer algo hermoso por el Reino de los cielos.
¿Qué hago para preparar el fin de mis días? Hemos de reflejar el Espíritu Evangélico en nuestras vidas. Esto es, todo empieza en nuestra mirada a Cristo. Y si vivimos así, podremos seguir el consejo de San Juan Pablo II, quien repetía muchas veces: ¡No tengan miedo!
A menos que vivamos conscientes de Su presencia, no aprovecharemos los momentos en que llega la gracia. Pero, con los ojos de la fe, podemos ver la presencia de Dios incluso en nuestros errores y pecados y tribulaciones; como nos dice San Pablo, la presencia de Dios se revela en Cristo crucificado. La tragedia está en que frecuentemente perdemos esas manifestaciones suyas porque estamos dormidos, como las vírgenes de la parábola. No logramos ver la presencia de su amor, su afecto y su bondad; las bendiciones de la (poca o mucha) salud, de la vocación, del trabajo, que cada día experimentamos en nuestras vidas con su purificación y su llamada.
Estar listo significa que he de prepararme ahora para el futuro…¡para el próximo minuto! El aceite simboliza la infinita misericordia de Dios, pero las lámparas también simbolizan a los santos, cuya luz brilla gracias a la palabra de Dios: Así brille la luz de ustedes delante de los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos (Mt. 5:16).
Así, en el Evangelio de hoy, el aceite representa la persistencia en la relación personal e íntima con las personas divinas. Los sacrificios y esfuerzos por comprar y llevar el aceite de reserva eran triviales comparados en el gozo de la fiesta que les esperaba.
Muchos de nosotros no estamos dispuestos a una relación de largo recorrido. Esto es así en el matrimonio y en la vida religiosa ¡Dejamos de amar tan fácilmente! Hoy día, las personas cambiamos nuestros sentimientos muy fácilmente. La queja en muchas parejas es siempre: Él (o ella) no es la misma persona. Ha cambiado. Ya no hay amor, sólo queda la obligación de vivir juntos. Aunque casados, vivimos en realidad vidas separadas. Hacemos cada uno nuestras cosas y cada uno tenemos nuestros amigos y actividades, incluso nuestra fe estrictamente privada.
No les conozco. Eso realmente parece algo muy duro para decirlo a unas vírgenes. Habían sido invitadas por Él y le estaban esperando ¿Cómo puede Cristo decirles esto? ¿Qué quería decir?
Por favor, notemos que Cristo NO dice: No te amo o No me interesas, o Nunca traté de atraerte a mí. Lo que dice a quienes se quedaron afuera es: No les conozco. Es un asunto de intimidad. En algún momento, Cristo reconoce si hay o no hay una verdadera relación con Él. No es un juicio, sino constatación de un hecho.
“Conocer”, en términos bíblicos, significa conocer por medio de la vivencia personal. Por eso supone una intimidad, una experiencia personal con una persona, objeto o acontecimiento. Algunas veces la Biblia utiliza”conocer” como eufemismo o sinónimo de relación sexual (Gen 4:17,25).
Dios, que no nos obliga a tener una relación íntima con Él, nos advierte que algunas personas que pretenden entrar en el cielo (más por su comodidad que por vivir una unión íntima con Dios) han rechazado su invitación a un trato íntimo. No los conoce, porque nunca quisieron ser conocidos por Él de forma íntima. Puede que sepan cosas sobre Él, que hayan hablado y enseñado algo de Él, pero no quisieron cooperar en TODAS las tareas del Reino: comprar aceite, dejarse purificar, ser paciente con el prójimo,…Quizá lo han utilizado para sus fines personales, pero no lo desearon en persona. Cristo sigue llamando a la puerta. No va a entrar a empujones ni va a imponerse a nadie.
Así que hemos de aceptar personal e íntimamente la solicitud del Espíritu Santo de entrar en nuestra vida y transformar nuestro corazón. No basta con decir: He sido misionero durante 50 años, o Y¡ya lo he dejado todo. Sin paciencia, dedicación y perseverancia, cualquier relación, por bien que haya comenzado, se deteriora y lo que era cercanía se transforma en frío e indiferencia.
¿Podrían darnos un poco de su aceite? Las vírgenes prudentes dijeron a las necias que no podían, pues no habría suficiente para todas. Este aceite no puede ser compartido. Nos toca a cada uno el tener un tiempo para meditar la palabra de Dios, el aprovechar los efectos de la Eucaristía y el progresar en la oración por medio del Examen de Perfección, de manera que nos hagamos más y más conscientes de Su presencia en nuestra vida a lo largo del día y, como consecuencia, poder hacer lo que espera de nosotros.
Hay ciertas cosas que no podemos pedir prestadas ni prestar a otros. No puedes prestar a otros tu disposición a seguir a Cristo. Ni tampoco puedes pedir prestada la intimidad de otros con Dios. La conclusión es que tienes que conocer a Cristo por ti mismo. No puedes servirte de la intimidad o de la disposición de tu madre. Has de tener la tuya propia. Nadie puede seguir a Cristo por ti. No puedes pedir prestada la santidad de otro.
No es suficiente citar el Evangelio, ni repetir lo que dijo algún santo. He de conocer a Cristo personalmente ¿Lo conozco en verdad? No se trata de saber algo sobre Él. Es más que un conocer intelectual, es el aceptar sus actos de confianza ¿He experimentado su cuidado en los sacramentos? ¿He escuchado su voz resonando en el sufrimiento y en la aspiración de las personas a mi alrededor? ¿Le conozco de esta forma?
En este sentido, el crecimiento espiritual es esencialmente personal, aunque estemos siempre ayudados por la comunidad. Nadie puede ocupar nuestro lugar ni cumplir la misión que Dios nos confía.
Aunque las vírgenes necias habían aceptado la invitación del esposo, el hecho de no traer aceite suficiente les impidió asistir al banquete. Una lamentable falta de sensibilidad.
Podemos enfrentarnos a muchas situaciones difíciles si hemos suplicado preventivamente. Cristo nos enseña la oración preventiva para que no caigamos en la tentación. Esa es la oración anticipada. Dios mío, ante cualquier situación que tenga que atravesar, permite que lo haga con tu gracia y sabiduría. Prepara mi corazón. Que pueda como un verdadero discípulo tuyo.
Por ejemplo, no hay ninguna misión en la que no se de algún tipo de problema en la relación entre los trabajadores. Cuando se pierden la unidad y el espíritu de familia, no hay bendiciones en ese esfuerzo. Hemos de orar siempre para que nosotros, como misioneros, glorifiquemos a Dios con una sola mente y una sola voz.
Cuando somos tentados (cf. 1Cor 10:13) Dios siempre nos da una forma de defendernos. Sin embargo, esa situación es siempre un riesgo difícil y peligroso. La oración preventiva en que suplicamos ayuda para que Dios no nos deje caer en la tentación, es mucho más aconsejable. Más allá de la oración “en el momento difícil”, los discípulos de Cristo deberíamos vivir en oración preventiva, como hizo Jesús. Cuando el Maestro dijo: Esta clase de demonios sólo puede vencerse con la oración y el ayuno (Mt 17: 21) no estaba simplemente invitando a ayunar y orar en ese momento. Lo que sí sabemos es que Cristo practicó una vida de oración y ayuno. Esta oración no tiene como fin simplemente resguardarnos y protegernos, sino también estar listos para la misión concreta que se nos confía en este mismo instante.
Los bomberos están entrenados y equipados para apagar fuegos. Saben que los habrá, pero no saben cuándo. Por eso están en continuo estado de alerta, incluso cuando duermen. Sus trajes están listos para que rápidamente puedan ponérselos y llegar al fuego.
Cualquiera que sea la naturaleza de nuestro trabajo, hemos de planificarlo en la oración, ofreciéndolo previamente. En un día ordinario, nos enfrentamos a decisiones y tareas que son demasiado exigentes para nosotros, personas y problemas que son demasiado difíciles para nuestras fuerzas. Para cada una de estas situaciones, necesitamos esa oración preventiva que nos da luz sobe quiénes somos y a dónde vamos. Planificar cada día con esta disciplina de oración nos mantiene en el buen camino y nos sujeta en los inevitables altibajos del trabajo cotidiano. Hay persecuciones de fuera y de dentro. Nuestra fe se pone a prueba y en esos momentos parece que perdemos la fe y que la vida no merece la pena. Pero hemos llenado antes nuestra lámpara con la oración preventiva.
Nuestro padre Fundador vincula esta parábola de las vírgenes con la necesidad que tenemos de entregar por completo nuestra vida a Dios, con todo nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra mente (cf. Mt 22:37), en particular referido a nuestro Voto de Cátedra:
El esfuerzo que debemos librar es para dar una interpretación, cuando menos, aproximada o lo más exacta posible del modelo dado por Cristo. Se requieren dos cosas para ello:
a) Primero, un estado místico auténtico, en desarrollo, sin vicios; una vida espiritual de verdad, que está ya dada por Cristo con una formidable y tremenda exigencia. Y si no se posee esta exigencia, es imposible seguirle y darle a conocer. Supone una ética, diríamos, rigurosísima en la que no se puede consentir un pensamiento indigno o no digno, y menos una acción o comportamiento no recto.
b) Segundo, un humanismo rigurosísimo, también en el ámbito moral, para poder entrar en aquel estado de vigor intelectual que, no perdiendo nunca la referencia del modelo, pueda penetrar en éste, interpretándolo, desarrollándolo, ordenándolo, sistematizándolo, para obtener el éxito correspondiente.
La valía intelectual tiene que llevar consigo una correspondencia moral, y la valía moral tiene que dar como resultado una rectitud intelectual. Es la lección que Cristo nos quiere dar de las vírgenes prudentes o inteligentes y de las vírgenes necias o ignorantes. No sólo es el rigor de ser virgen, sino también el rigor de ser inteligente. Para que alguien, virgen, tenga para Cristo una valía, tiene que ser inteligente; es decir, Cristo está hablando, sobre todo, de una primera fidelidad intelectual, una lealtad racional, por la que se tiene que admitir un rigor ético para poder ser discípulos suyos y ser considerados por los demás como verdaderos y auténticos discípulos (Humanismo de Cristo).
Esta es la forma diligente y atenta como Dios nos ama y la atención que su Providencia nos exige: La Sabiduría es luminosa y nunca pierde su brillo: se deja contemplar fácilmente por los que la aman y encontrar por los que la buscan. Ella se anticipa a darse a conocer a los que la desean. El que madruga para buscarla no se fatigará (Primera lectura).
Por eso hablamos de la necesidad de una formación permanente en nuestra vida espiritual. No hay límites para el crecimiento en la vida spiritual e intelectual. Descuidar nuestra vida espiritual, nuestra reflexión permanente o nuestra vida afectiva respecto a nuestra relación con el prójimo, supone ponernos en peligro. Por el contrario, hemos de ser prudentes y almacenar aceite suficiente para superar los momentos difíciles. Y este aceite de Cristo se encuentra en nuestra formación espiritual e intelectual. Hemos de formarnos de tal manera que no confundamos a los que nos buscan para ser aconsejados y guiados.
Así, en cualquier ocasión y oportunidad que tengamos, hemos de aprovechar para conservar ese aceite divino en nosotros, de manera que cuando llegue el momento podamos responder de modo conveniente. Caso contrario, seremos arrastrados por las dificultades y las tentaciones y, todavía peor, perderemos la oportunidad de trabajar para que el reino de paz, justicia y amor sea una realidad para todos. Una de las peores frases que podemos pronunciar es: Lo lamento. Decir eso puede ser equivalente a “Demasiado tarde”.