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Vive y transmite el Evangelio

No me pesa, es mi hermano | 12 de febrero

By 8 febrero, 2023febrero 21st, 2023No Comments

p. Luis CASASUS | Presidente de las misioneras y los misioneros Identes 

Roma, 12 de Febrero, 2023 | VI Domingo del Tiempo Ordinario

Eclo 15:16-21; 1Cor 2:6-10; Mt 5,17-37.

1. Cumplir auténticamente la Ley. Sería ingenuo por nuestra parte pensar que la Ley a la que se refiere Jesús en el texto evangélico de hoy era un código lleno de artículos, como los que se escriben hoy. No es así. La Torah, los cinco primeros libros de la Biblia, son una verdadera historia de amor entre Dios y su pueblo elegido. Y tampoco podemos pensar que todos los que centraban su vida en esa Ley eran perversos, rígidos e insensibles. 

Un buen ejemplo contrario es el propio Ben Sirac, que nos habla en la Primera Lectura de hoy. Parece que era un maestro de vida espiritual, ya anciano cuando escribió el Eclesiástico, cuyas enseñanzas fueron apreciadas por muchos siglos, en especial para formar a los jóvenes, pues la profundidad de su enseñanza, su estilo poético y su sencillez, verdaderamente llaman la atención.

Hoy, con sus palabras, nos prepara al mensaje que recibimos de Cristo. Nos dice que, en verdad, podemos elegir entre el bien y el mal y, aún más importante, Dios nos enseña lo que es justo: Si confías en Dios, tú también vivirás; él ha puesto ante ti fuego y agua a lo que tú elijas, extiende tu mano. Es un preludio a la sublime enseñanza que recibimos de Jesús en el Evangelio de hoy. La Providencia no se equivoca y va preparando la llegada de Jesús con las diferentes religiones, muy especialmente “con la Ley y los Profetas” del pueblo judío. La Escritura siempre es verdadera, dijo Jesús (Jn 10: 35). 

Y es hermoso y consolador oírle decir que ha venido a cumplir, a “dar plenitud” a la Ley y a la palabra de los Profetas. Como es natural, la pregunta adecuada es ¿cómo podemos NOSOTROS dar plenitud en nuestra vida a la Ley y a los Profetas? En realidad, el Evangelio nos da una respuesta concisa y precisa a través de la experiencia de San Pablo:

Lleven los unos las cargas de los otros, y cumplan así la ley de Cristo (Gal 6:2).

Si creemos que llevar las cargas de los otros significa “soportar con paciencia los defectos del prójimo”, seguramente no andamos equivocados, pues es una de las obras de misericordia. Pero hay más, porque el “soportar”, aunque sea con paciencia y sea un acto generoso, está centrado en mí mismo, en no caer en la desesperación, la ira o el desánimo. Y aunque esta forma de soportar pueda ser exigente y admirable, es sólo una dimensión de lo que el Espíritu Evangélico nos pide. 

Es más, si miramos cuidadosamente a nuestra experiencia como mediocres discípulos de Cristo (hablo ahora de mi caso personal), nos damos cuenta que el trabajo del Espíritu Santo en nuestro corazón va mucho más allá que aguantar pacientemente. Busca por todos los medios mostrar lo que de verdad somos, como suele decirse “la mejor versión de nosotros mismos”. Y, por tanto, también desea de nosotros que ayudemos al prójimo a ver qué espera Dios de él. Es ahí donde la paciencia alcanza un verdadero carácter evangélico. Si somos capaces de intentarlo una y otra vez, si no nos cansamos por no ver los resultados esperados, recordemos que la visión divina es diferente y, para Él, habremos cumplido la ley de Cristo.

Esto lo vemos con claridad en la actitud de Cristo con los primeros discípulos, anunciándoles que estaban llamados a ser pescadores de hombres; también en su diálogo con el joven rico, al que le hizo ver qué le sobraba para vivir una vida plena; hasta con Judas Iscariote, el discípulo traidor, a quien le dio abundantes y claras muestras de confianza.

Se cuenta la historia de un pintor que llegó un día a una pequeña ciudad y se instaló en la plaza ofreciendo hacer retratos. Durante unos días se sentó en la plaza sin que nadie comprara ningún retrato. Al cuarto día, el artista se acercó al borracho del pueblo (en quien se había fijado antes) y le dijo: Escucha, ven y permíteme que pinte tu retrato.  Necesito mantener mis habilidades y al final tendrás un retrato gratis.  El hombre aceptó.  Se sentó en la silla del retratista y se enderezó lo mejor que pudo.  El pintor le miró en silencio, reflexionó unos instantes, sonrió y empezó a pintar.  La pintura continuó durante unos días, pero el pintor nunca permitió que el hombre viera el cuadro mientras estaba en proceso. 

Finalmente, el retrato quedó terminado.  El pintor entregó el retrato al hombre y éste se quedó con la boca abierta. En el cuadro no aparecía un borracho de pueblo, sino un hombre de bien, con un brillo en los ojos y una mirada firme.  En lugar de ropas desaliñadas y un aspecto desaliñado, el hombre estaba bien afeitado y llevaba un bonito traje. ¿Qué es esto?, preguntó el hombre, No me has pintado. Tienes razón, respondió tranquilamente el pintor, no te he pintado como eres ahora, sino como el hombre en el que podrías convertirte.

Nuestro Padre celestial sabe quiénes somos, pero también sabe quiénes podemos llegar a ser. Jesús nos llama a ir más allá de nosotros mismos, a ir más allá de los preceptos de la ley, al enseñar a los demás a ser santos o la mejor versión de sí mismos. De este modo, respondemos a las palabras de San Pablo de que Dios se nos revela a través del Espíritu, pues el Espíritu llega a las profundidades de todo, incluso a las profundidades de Dios.

2. Las cosas pequeñas. Cristo nos habla hoy de la plenitud de la Ley, pero también nos da una pista clara para conseguirla. De esto ya hablaba el Eclesiástico: El que desprecia las cosas pequeñas, poco a poco caerá (Ecl 19:1). 

Seguramente, lo que más claramente se observa en nosotros es que las “cosas pequeñas” van cambiando nuestra sensibilidad, haciéndonos capaces de justificar las compensaciones que encontramos en esas cosas pequeñas. Así se llega a cometer acciones que antes parecían inimaginables y que hacen un daño terrible, como es el caso de los abusos de autoridad o los abusos sexuales. Generalmente, las heridas causadas son incurables. Pero, todo empieza por las pequeñas cosas.

En cierta ocasión, dos pecadores visitaron a un hombre santo y le pidieron consejo. Hemos obrado mal«, dijeron, y nuestra conciencia está turbada. ¿Qué debemos hacer para ser perdonados?

El hombre piadoso respondió: Cuéntenme lo que han hecho mal, hijos míos. El primer hombre dijo: He cometido un pecado grande y grave. El segundo hombre dijo: He hecho algunas cosas pequeñas, nada importante.

El hombre santo respondió: Bien, vayan y tráiganme una piedra por cada pecado. El primer hombre volvió con una PIEDRA GRANDE. El segundo hombre trajo una bolsa de piedras pequeñas. Ahora, dijo el hombre santo, vayan y pónganlas donde las encontraron. El primer hombre levantó la piedra y volvió con dificultad al lugar de donde la había sacado. El segundo hombre no podía recordar a dónde pertenecían la mitad de las piedras, así que desistió, le parecía demasiado trabajo.

El hombre santo dijo: Los pecados son como estas piedras. Si un hombre comete un gran pecado, es como una pesada piedra sobre su conciencia, pero con verdadero dolor, se elimina por completo. Pero el hombre que comete constantemente pequeños pecados que sabe que están mal, se endurece ante ellos y no siente pena. Así que sigue siendo pecador.

Como ven, hijos míos, es tan importante evitar los pecados pequeños como los grandes. Los pecados grandes y los pequeños son lo mismo. Todos son pecados.

En cuanto al lado positivo de las “pequeñas cosas”, también sucede que desaprovechamos oportunidades, por auténtica falta de fe, que no nos permite creer en el valor de un vaso de agua, de un gesto amable, de permitir hablar a una persona sin ahogarla con mis opiniones y experiencias. 

3. Un ejemplo de cosas pequeñas: las formas de violencia. Cristo propone hoy varios casos de “vivir la perfección de la ley”. Vamos a fijarnos en su observación sobre el mandato de NO MATAR. No creo que muchos de nosotros tengamos continuas tentaciones de cometer homicidios o asesinatos, pero nos habla del insulto y del enfado.

Ya simplemente en el lenguaje del mundo, el diccionario definía la violencia como «el uso de la fuerza física para herir, maltratar, dañar o destruir»

Esta definición demasiado restringida limita la violencia a los actos físicos, por lo que no reconoce ninguna forma de violencia psicológica.

Pero la Organización Mundial de la Salud hace un mayor esfuerzo por incluir diversas formas de violencia, describiéndola como «el uso intencional de la fuerza física o el poder, ya sea en grado de amenaza o efectivo, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones».

Al mencionar la fuerza o el poder, subraya que el poder también puede ser de naturaleza mental o psicológica. Al incluir la amenaza o el hecho, reconoce que insinuar el uso de la fuerza, aunque no se actúe en consecuencia, también es violencia. El Papa Francisco también se refiere muchas veces a la murmuración. 

En realidad, hay muchas formas sutiles, camufladas, de matar.

Entre los muertos se encuentran aquellos a quienes hemos jurado no hablar, aquellos a quienes hemos negado el perdón, aquellos a quienes hemos seguido acusando de errores cometidos, aquellos cuyo buen nombre hemos destruido con chismes o calumnias, aquellos a quienes hemos privado del amor y de la alegría de vivir.

Jesús enseña que el mandamiento que ordena no matar tiene tantas implicaciones que van mucho más allá de la agresión física. Quien utiliza palabras ofensivas, se enfada, alimenta sentimientos de odio, ya ha matado a su hermano/hermana.

El asesinato parte siempre del corazón. Uno no puede odiar a una persona y seguir sintiéndose en paz consigo mismo. Uno no puede matar si no está convencido de tener que enfrentarse a alguien que no es humano, que no merece vivir y debe ser eliminado. Este trabajo de desprestigio se lleva a cabo con las palabras, repitiéndose a uno mismo, como un estribillo despiadado: Es un tonto, está loco, es insensible. Así se llega, sin remordimientos, a pronunciar la sentencia: merece desaparecer de mi vida.

Si reflexionamos un poco más, comprendemos que Cristo nos invita a dar la vida, lo cual queda representado en su consejo de hacer las paces con el prójimo, pues el sentirse perdonado es verdaderamente recibir la paz, ser capaz de vivir en libertad y, finalmente, comprobar que Dios nos ama a través de sus pequeños y mediocres “instrumentos de paz”, como decía San Francisco de Asís y que podemos ser cada uno de nosotros.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente