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Vive y transmite el Evangelio

Ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinto. | 11 de Julio

By 6 julio, 2021No Comments

por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes.

Madrid, 11 de Julio, 2021 | XV Domingo del Tiempo Ordinario

Amós 7: 12-15; Carta a los Efesios 1: 3-14; San Marcos 6: 7-13.

1. Jesús envió a sus discípulos de dos en dos. Esto tiene poco que ver con la evidente importancia del trabajo en equipo o del consuelo mutuo. Una de las diferencias entre la vida cristiana y la de otras religiones es que la perfección a la que se nos invita no tiene sentido ni es alcanzable individualmente.

A diferencia de algunos caminos de la espiritualidad, especialmente los orientales, no se trata simplemente de encontrar el equilibrio interior o lograr la armonía personal con el entorno. Eso, de hecho, suele lograrse mejor en la soledad y el aislamiento. Por eso, en muchas culturas occidentales, donde existe un culto al individualismo, la gente se siente atraída por formas (superficiales) de budismo u otras vías espirituales. En otra ocasión, Cristo nos da la razón más profunda para enviar a sus discípulos en comunidad, al menos de dos personas:

Si dos de ustedes se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por Mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos (Mt 18: 19-20).

En aquella oportunidad, Jesús pronunció estas palabras en el contexto del perdón de los pecados. De hecho, el versículo anterior dice: Todo lo que aten en la tierra será atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra será desatado en el cielo.

Ahora, también anuncia que a los discípulos que envía, les dio autoridad sobre los espíritus inmundos.

Es importante que los delincuentes/pecadores sean perdonados por la comunidad. Les ayuda a entender que hicieron mal y, por lo tanto, son más capaces de seguir adelante y su mentalidad cambiará en la comunidad por su disposición a aceptar al pecador/criminal. Esta realidad emocional y espiritual nos ayuda a entender por qué la Penitencia es un Sacramento. En ella se recibe el perdón de la Iglesia, la reintegración en la comunidad. Esto también se hace con diferentes rituales en muchas culturas.

Por otra parte, es bien sabido en las familias y en las comunidades educativas que la mayoría de los valores deben transmitirse de forma no individual. Como apuntaba una profesora y madre de dos niños, ambos padres deben estar en la misma línea y apoyar los mismos valores. Incluso si uno de los padres no está del todo de acuerdo con la forma en que el otro trata a los niños, no debe cuestionarlo delante de ellos. De lo contrario, los niños se confunden o se aprovechan de la situación.

2. Todos los discípulos son enviados, todos tenemos una misión apostólica, de acompañar y cuidar a determinadas almas que Dios nos presenta y pone a nuestro lado. Esto ocurre de manera tan clara que nuestro Padre Fundador nos recuerda que la relación del apóstol con las personas que debe llevar a Cristo se resume en una palabra: paternidad (o maternidad).

Ya en la Primera Lectura vemos a Amós, que siente y declara que no pertenece a la comunidad de profetas. No es contratado por los gobernantes para atender los asuntos del templo. Es simplemente un pastor y cultivador de sicomoros de Tecoa, una ciudad de Judá, situada al borde del desierto, a unos diez kilómetros al sur de Belén. Comprende claramente que es Dios mismo quien lo envía, inesperada y sorprendentemente, a Betel, donde se encuentra el templo más próspero y la religión tiene aparentemente un desarrollo envidiable.

No es un profeta profesional, así como los primeros discípulos no eran predicadores ni teólogos, sino pescadores y simples trabajadores. El mensaje no es que haya que despreciar la formación y el estudio, sino que cada uno de nosotros, aunque se sienta falto de talentos, de preparación y de virtudes, está llamado al apostolado, a dar a conocer el plan que Dios tiene para cada uno de nosotros, como menciona San Pablo en la Segunda Lectura.

Marcos comienza su Evangelio dando una muy buena impresión de los discípulos. Son la clase de seguidores que nosotros sólo podemos esperar que sean. Sin embargo, poco después del pasaje de esta semana, la exposición de Marcos cambia radicalmente. Los discípulos son presentados como débiles, como fracasados. Marcos los describe… como si no entendieran nada. Una y otra vez, Jesús tiene que llamarlos aparte para explicarles las cosas. Marcos incluso señala que, al final, todos los discípulos abandonaron a Jesús y huyeron. Marcos intenta que nos identifiquemos con ellos. Creemos que no estamos a la altura de las tareas que se nos presentan. Tenemos miedo de fracasar. Creemos que no sabemos lo suficiente. Ya estamos demasiado ocupados. Jesús no nos pide que tengamos éxito. Sólo nos pide que nos pongamos a su disposición. El éxito es responsabilidad de Dios. Jesús dijo a sus discípulos que se pusieran las sandalias, tomasen los bastones y partieran.

La conclusión es clara: en primer lugar, debo descubrir en mi oración, en la oración apostólica, hacia dónde dirigirme, es decir, qué almas me encomienda Dios. Este es el paso esencial, que me permite inmediatamente pedir una luz para dar a cada alma lo que necesita. El discípulo de Cristo debe estar atento a las cosas que traen curación y plenitud a los corazones heridos y rotos y debe aprender la disciplina de dejar aquellas cosas que bloquean la posibilidad de curación.Como dice el Papa Francisco en Gaudate et Exsultate:

Recordemos cómo Jesús invitaba a sus discípulos a prestar atención a los detalles.

El pequeño detalle de que se estaba acabando el vino en una fiesta. El pequeño detalle de que faltaba una oveja. El pequeño detalle de la viuda que ofreció sus dos moneditas. El pequeño detalle de tener aceite de repuesto para las lámparas por si el novio se demora. El pequeño detalle de pedir a sus discípulos que vieran cuántos panes tenían. El pequeño detalle de tener un fueguito preparado y un pescado en la parrilla mientras esperaba a los discípulos de madrugada.

Sólo en la oración apostólica, marcada por la misma preocupación de un padre o una madre, puedo encontrar la respuesta a la pregunta del apóstol: ¿Qué esperan las almas de mí y qué necesitan en este momento?

3. Sin comida, sin alforja, sin dinero en sus cinturones.

En una oportunidad un obispo le mostró a Santo Tomás de Aquino un gran cáliz adornado con muchas piedras preciosas. Mira, maestro Tomás, le dijo, ahora la Iglesia ya no tiene que decir lo que San Pedro dijo al cojo de la Puerta Hermosa (Hechos 3,6): “Plata y oro no tengo“. Cierto, respondió Santo Tomás, y la Iglesia tampoco puede ya decir las palabras que siguieron: “En el nombre de Jesucristo de Nazaret, camina”.

Por supuesto, la indicación de vivir una pobreza material está clara en las palabras de Jesús, pero el desprendimiento exigido por Él no implica sólo la renuncia a los bienes materiales. Incluye también el rechazo de las ideas preconcebidas, de las creencias ocultas que siempre tientan a quedarse atrás o a las que uno se aferra fácilmente de forma tan emocional e irracional. Ciertos usos, hábitos, incluso costumbres religiosas, ligadas a un determinado pasado histórico y cultural y que a veces confundimos e igualamos ingenuamente con el Evangelio, son cargas pesadas.

Entrar y permanecer en la casa de las personas a las que debemos acercar a Cristo, por supuesto, no tiene que tomarse necesariamente al pie de la letra. Pero sí nos recuerda la necesidad de convivir, de interesarnos plenamente por sus vidas, de compartir sus penas y aspiraciones. De lo contrario, el apóstol se parecería a un vendedor o a un representante comercial. Nuestro Padre Fundador siempre ha insistido en la necesidad de hacer verdaderos amigos para poder vivir la vida apostólica, como Jesús se hizo amigo de aquellos pescadores de Galilea.

Es notable que Jesús encargara a los apóstoles la predicación de un mensaje tan sencillo: el arrepentimiento. En el texto evangélico no se mencionan las virtudes ni otros esfuerzos ascéticos. Los apóstoles fueron llamados simplemente a compartir su experiencia de encuentro con Cristo y a invitar a otros a tomar conciencia de una realidad indiscutible, la presencia de Dios en nuestra vida personal. El arrepentimiento no consiste sólo en dejar de hacer malas acciones, sino -como bien sabemos- en dirigir nuestra mirada en todo momento a Jesús, que ha tomado la iniciativa de llegar a nosotros de muchas maneras.

El apóstol fiel está llamado a romper con todo lo que pueda interrumpir o perturbar esta armonía espiritual: los intereses personales, las convicciones hechas y derivadas del modo de pensar de la sociedad en la que vive. Se le pide que renuncie a todo lo que pueda perjudicar su testimonio y su libertad: algunas formas de amistad, regalos, dependencia económica, compromisos con los poderosos de este mundo. Esto es en realidad lo que le ocurrió a Amasías. Todas estas cosas destruyen la credibilidad del mensaje.

El discípulo que no siente la necesidad de compartir con los demás el don recibido, probablemente aún no está convencido de que, descubriendo a Cristo, ha encontrado el tesoro más precioso.

Pero lo más importante de este envío es que los apóstoles recibieron y reciben hoy un poder especial de Dios, capaz de expulsar demonios, entendiendo esta palabra en sentido literal o figurado, como cuando se dice que cada uno de nosotros tiene sus demonios interiores.

La gracia que recibe el apóstol es más fuerte que sus conocimientos, más poderosa que sus talentos y va más allá de sus planes.

Me gustaría ilustrar este hecho con una historia, que es en parte leyenda, de la Europa medieval.

Un astuto delincuente, llamado Jorge, que había escapado de la justicia tras matar a sus dos guardianes, buscó refugio en un monasterio, alegando ser un clérigo sin medios ni residencia. Fue muy bien recibido por la comunidad que, por supuesto, le invitó a participar en todos sus actos y ceremonias. Con su ingenio e inteligencia, pronto se acostumbró a todas las actividades del monasterio y se ganó la confianza de todos.

Aprendió a celebrar la misa y sus homilías conmovían a toda la comunidad. Una noche, cuando ya se había retirado a su celda, alguien llamó a la puerta. Era el prior del monasterio, que le pidió con gesto apenado el hablar de su propia vida espiritual. Le dijo a Jorge que tenía profundas dudas sobre su fe y que no se veía capaz de seguir siendo el superior de la comunidad, por lo que le rogaba que ocupara su lugar. Para ello, ya había hablado con sus dos asistentes y los tres estaban de acuerdo.

Jorge no tuvo más remedio que aceptar la propuesta de su antiguo superior y, a partir de entonces, llevó una vida especialmente devota, dedicada de forma ejemplar a la atención espiritual de sus hermanos y a las obras más humildes. Hasta después de su muerte, nadie supo de su pasado. Sólo un breve diario que dejó revelaba su identidad y su agradecimiento a Dios por la forma tan especial y exquisita de perdonarle: dándole almas que cuidar.