Silvia González Pérez, misionera idente y docente del Área Biológica y Biomédica de la Universidad Técnica Particular de Loja (UTPL) en Ecuador, ha sido reconocida por los Premios 2018 de la Organization for Women in Science for the Developing World – OWSD como una de las cinco mejores científicas de los países en desarrollo. “El objetivo de la ciencia es la búsqueda del conocimiento. La ciencia es la mejor forma de buscar la verdad; y para mí la verdad es Dios”, diría Silvia.
La premiación oficial se realizó el 17 de febrero de 2018 en Texas, Estados Unidos. En el evento de premiación Silvia mencionó las pasiones que mueven su vida: su familia, la química y Dios. Dedicó el premio a la comunidad de misioneras y misioneros identes, y a los amigos que le han apoyado; así como a la Universidad Técnica Particular de Loja, que está comprometida con el desarrollo de la juventud de Loja y del país.
Silvia es doctora en Química Cuántica y Métodos Computacionales y ha dedicado su carrera profesional a la enseñanza superior de química y física; centra su investigación en catálisis y modelado molecular de nuevas sustancias potenciales que pueden ser sintetizadas o purificadas a través de productos naturales.
!["El mundo puede cambiar desde el corazón"
(Papa Francisco, Encíclica Dilexit Nos)
"El Corazón de Cristo es éxtasis, es salida, es donación, es encuentro. En él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social.
Tomar en serio el corazón tiene consecuencias sociales. Como enseña el Concilio Vaticano II, «tenemos todos que cambiar nuestros corazones, con los ojos puestos en el orbe entero y en aquellos trabajos que todos juntos podemos llevar a cabo para que nuestra generación mejore». Porque «los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano». [21] Ante los dramas del mundo, el Concilio invita a volver al corazón, explicando que el ser humano «por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones (cf. 1 S 16,7; Jr 17,10), y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino».
Esto no significa confiar excesivamente en nosotros mismos. Tengamos cuidado: advirtamos que nuestro corazón no es autosuficiente; es frágil y está herido. Tiene una dignidad ontológica, pero al mismo tiempo debe buscar una vida más digna. Dice también el Concilio Vaticano II que «el fermento evangélico ha despertado y despierta en el corazón del hombre esta irrefrenable exigencia de la dignidad», aunque para vivir conforme a esa dignidad no nos basta conocer el Evangelio ni cumplir mecánicamente lo que nos manda. Necesitamos el auxilio del amor divino. Acudamos al Corazón de Cristo, ese centro de su ser, que es un horno ardiente de amor divino y humano y es la mayor plenitud que puede alcanzar lo humano. Allí, en ese Corazón es donde nos reconocemos finalmente a nosotros mismos y aprendemos a amar."](https://www.idente.org/wp-content/plugins/instagram-feed/img/placeholder.png)
