Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario del P. Luis Casasús al Evangelio del 23-4-2017, Segundo Domingo de Pascua (Hechos 2:42-47; 1 Pedro 1:3-9; Juan 20:19-31)
Cristo siempre utilizó símbolos y tradiciones de la cultura Judía para comunicar su mensaje de una forma comprensible: Celebraciones de Pascua, ayuno, inmersión en el agua, enseñanzas de los Profetas,…Quizás la más sencilla es el saludo tradicional (aunque no solo Judío): La paz sea contigo ¿Cuál es el nuevo significado que Cristo da a este saludo cuando llega en medio de los discípulos y les dice: La paz esté con ustedes?
Cuando hablamos de lo que más deseamos en nuestra vida, la paz ocupa un lugar muy especial en la lista: Paz y tranquilidad, Paz interior, Paz mundial, Sólo un poco de paz y calma,…y finalmente, Descanse en paz.
Podemos llevar a cabo muchas buenas acciones, pero ninguna de ellas nos dará un sentido de paz real, duradero y profundo en nuestra vida. Quizá encontramos una solución, algo que nos hace sentir bien por un tiempo. Pero no tardamos mucho en estar buscando de nuevo. Siempre buscando, pero nunca hallando ese sentido de paz que desearíamos tener.
El mundo sigue viviendo con miedo. Tememos nuestro futuro. Tenemos no tener suficiente y por eso acumulamos. Tenemos miedo de otras naciones y por eso compramos armas. Tenemos miedo de nosotros mismos, de nuestro prójimo y también de Dios. Más que nada, tememos la muerte. Pero si hay miedo, no hay paz. La paz presupone que hayamos vencido el miedo. Por eso los discípulos de Jesús no tenían paz: Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
El miedo es el fruto de la pérdida de la fe y la esperanza (en términos mundanos, algunos dirían miedo a lo desconocido). Y esa es la razón por la que nace el miedo, porque abandonamos la fe en Dios.
San Agustín lo expresó con precisión: Nuestros corazones están inquietos hasta que descansen en ti. Él nos dice que no hay por qué tener miedo. Nos da una clase de paz que el mundo no puede dar. Primero, hace la paz entre tú y Él, quitando tus y mis pecados. El pecado con el que nacemos y el que cometemos en nuestras vidas. Como hemos celebrado en la Semana Santa, esto es el comienzo de un diálogo permanente, llamado oración, cuyo fruto más visible es la paz, según dice nuestro Fundador, Fernando Rielo, y nuestra experiencia.
Creyentes y no creyentes tendemos a pensar que la paz es simplemente un estado de nuestra mente o de nuestro espíritu…!Oh, no! De nuevo nuestra forma reduccionista de entenderlo todo….En contraste con esta forma de ver las cosas, deberíamos reflexionar sobre estas dos afirmaciones:
* Un acto de sinceridad, de bondad, de buen gusto hacia alguien, comporta una experiencia positiva, liberadora, cuyo fruto es la paz y la felicidad interiores. Afirma San Pablo que la felicidad, la paz, la paciencia, la afabilidad, la bondad, la fidelidad, son fruto del Espíritu (Gál 5,22). (Fernando Rielo. Concepción Mística de la Antropología)
* ¡La paz de Jesús es una Persona, es el Espíritu Santo! El mismo día de su Resurrección, Él viene al Cenáculo y su saludo es: La paz esté con ustedes. Reciban al Espíritu Santo. Ésta es la paz de Jesús: es una Persona, es un regalo grande. Y cuando el Espíritu Santo está en nuestro corazón, nadie puede arrebatarnos la paz ¡nadie! (Papa Francisco. 20 Mayo, 2014).
En la medida que violamos la alianza con Dios, esto es, en la medida que somos injustos, quedamos privados del fruto de la justicia, que es la paz (Is 32: 17). Esta es la acción teantrópica: la acción de Dios (acción agente) en el ser humano con el ser humano (acción receptiva). La paz es no sólo un don divino, sino también una tarea humana.
Los apóstoles experimentaron la acción del Espíritu Santo de una forma explícita. Después, en Pentecostés, comprendieron cabalmente cuál es la misión del Espíritu Santo: morar en ellos permanentemente como Paráclito, o Consolador. Esta palabra significa “el llamado a estar al lado para ayudar”. En términos de la vida mística, el que lleva a cabo en nuestro espíritu la Purificación y la Unión con la Santísima Trinidad.
Como un ejemplo de ese deseable Canon continuo en nuestra relación personal con Dios, sabemos que la paz no se alcanza nunca de una vez por todas, sino que ha de ser construida continuamente. Esto explica por qué Cristo, como relata el Evangelio de hoy, fue por segunda vez a los apóstoles, cuando Tomás estaba con ellos. Jesús muestra así, con toda claridad, su misericordia y perdón incluso para los descreídos como Tomás y los ateos. Él les invita: Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no dudes, sino cree. Dios se identifica con los no creyentes en su vacío interior.
La paz es esencialmente un don de Dios, que transforma el hombre interior y que también ha de manifestarse al exterior. Por eso, el ser pacificador llega a ser una tarea de la Iglesia: Es más, como discípulos de Cristo: Hagan todo lo posible por vivir en paz con todo el mundo (Rom. 12:18). De hecho, la paz del hombre con Dios, consigo mismo y con los demás, son inseparables. Es más, como discípulos de Jesús, se nos concede la gracia de ser humildes instrumentos para iniciar esta reconciliación: A quienes les perdonen los pecados, les serán perdonados y a quienes se los retengan, les serán retenidos.
¿Por qué dijo Cristo a Tomás ¿Porque me has visto has creído. Dichosos los que no vieron, y sin embargo creyeron? Puede parecer que éstos últimos tienen más mérito: algunos hablan de un meritorio “salto de fe”…Aunque esto sea cierto, es sólo la mitad de la verdad. Como hemos visto, y es nuestra experiencia personal, cuando recibimos el perdón de los pecados y cuando somos más conscientes de la confianza de Dios quien, a pesar de todo, nos da una misión. En esas circunstancias, no necesitamos ver, no necesitamos comprender muchas cosas; somos dichosos porque el Espíritu es el que da testimonio; porque el Espíritu es la verdad (1Jn 5, 6).
Ese fue el caso de una persona religiosa, que me dijo que perseveraba en su vocación solamente porque algunas personas que le habían sido encomendadas necesitaban su apoyo y su testimonio.
La apertura es el puente entre nuestra débil fe y el poder del Espíritu Santo: apertura para buscar a Dios; apertura para ver a Cristo en los otros; apertura para encontrarle en los que no creen. Esta apertura es el instrumento de los que son humildes y mansos, los que se atreven a ser de nuevo niños en su relación con Dios. En palabras de S. Juan Pablo II: Hoy quiero añadir que la apertura a Cristo, que en cuanto Redentor del mundo « revela plenamente el hombre al mismo hombre », no puede llevarse a efecto más que a través de una referencia cada vez más madura al Padre y a su amor (30 Nov., 1980).
Sí; nuestra débil fe nos capacita para verle en aquellos que están llenos de su Espíritu y lo traen a nuestras vidas. Y también lo podemos encontraren el enfermo, en el débil, en el oprimido, en el pobre que está junto a nosotros y nos da la oportunidad de mostrar compasión por Cristo. Podemos incluso verle en los que nos son hostiles o nos hacen daño, en cuanto que nos retan a ser Cristo para ellos, con amor incondicional.