por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes.
Europa, 04 de Abril 04, 2021. | Domingo de Ramos en la Pasión del Señor.
Hechos de los Apóstoles 10: 34a.37-43; Carta a los Colosenses 3: 1-4; San Juan 20:1-9.
Antes de cualquier interpretación que podamos hacer de la Resurrección, está la que hace el propio Jesús, tanto de su propia Resurrección como de la de otras personas, la tuya y la mía.
Dejando a un lado los casos de “vuelta a la vida anterior”, como ocurrió con Lázaro o con el hijo de la viuda de Naím, recordemos lo que dice Cristo en su impresionante Parábola del Hijo Pródigo: Este hijo mío estaba muerto y ha resucitado; estaba perdido y ha sido hallado. En este relato didáctico, no hay muerte física, sino una condición que Jesús considera muerte espiritual, felizmente seguida de una nueva vida.
En la Parábola, el hijo menor se vio obligado a trabajar como esclavo. Incluso los cerdos, al parecer, estaban mejor tratados que él. Fue en este estado de miseria cuando el joven entró en razón. Reconoció que podía vivir mejor como esclavo de su padre que como esclavo en esta tierra extranjera. Sabía que para ello tendría que enfrentarse a su padre, por lo que ensayó su discurso de arrepentimiento, un discurso que nunca se le permitió terminar.
Una atenta reflexión nos permite comprender que, además de la grave falta moral del hijo menor, éste comenzó una existencia a la que Jesús no se refiere como “vida” sino como muerte, y el propio joven querría cambiar por la condición de esclavo, pero en su propia tierra y en la casa de su padre. Esto es lo que Jesús llama “vivir”. Y además, nos muestra que esta transición es posible. Eso es lo que Jesús llama “resurrección”.
No se intenta minimizar la gravedad y la insensatez de los pecados del hijo menor. Este joven fue a vivir entre los paganos como un pagano. Para un israelita, nada podía ser más degradante que ser el esclavo de un gentil, y tener como trabajo el cuidar cerdos. Este hijo menor actuó de manera muy perversa y necia. Jesús no intenta minimizar el pecado de este hijo menor.
Ciertamente, Jesús no se refiere sólo a un cambio en la vida moral del joven, sino a vivir en un país diferente, en un universo diferente, para lo cual es necesaria la intervención de su padre. Muchas personas, creyentes o no, cuando pasan por situaciones extremadamente difíciles de sufrimiento o falta de libertad, dicen: Esto no es vida. En su dolor, intuyen y sienten que todo podría ser mejor, muy diferente, aunque con nuestra debilidad humana y nuestros limitados medios no podamos alcanzar la plenitud y las relaciones gozosas que anhelamos.
De forma aún más explícita, cuando Lázaro muere, Jesús le dice a su hermana: Yo soy la Resurrección. Por una buena razón, la liturgia nos ofrece hoy en la Primera Lectura un resumen del propio Pedro de lo que significa la vida “resucitada” de Jesús: Anduvo haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Además, concluye diciendo que todos podemos disfrutar de esa vida, la verdadera vida, ahora mismo, aceptando el perdón de los pecados por su nombre.
? ¿Tenemos una experiencia personal de la Resurrección? Sí, pero no se trata de un momento único de conversión, por muy espectacular e inolvidable que sea. La Resurrección está ligada a la noción de toda una vida diferente. Cuando Jesús dijo a Marta: Yo soy la Resurrección, también dijo: Yo soy la vida.
Nuestra experiencia de Resurrección es continua y permanente, es lo que llamamos la vida mística, una vida en compañía y presencia de las personas divinas, que se opone a la soledad e independencia que a veces buscamos con la terca ceguera del Hijo Pródigo.
Hoy es el día para que cada uno de nosotros se pregunte si realmente creemos poseer esta vida resucitada, es decir, la capacidad permanente de hacer el bien y sanar a los demás, a pesar de nuestra propia debilidad física, emocional o espiritual. La respuesta se encuentra en la experiencia, cuando hemos estado ante un testimonio de los que comieron y bebieron con Él y ese testimonio nos ha hecho bien, nos ha sanado de forma evangélica, permitiéndonos ver la riqueza que hay en nosotros y aún no habíamos descubierto.
Nuestro padre Fundador afirma que la resurrección final no es más que la consumación completa de una resurrección que ya existe, en proceso, que hay una resurrección en proceso. Por eso, en la conversación con Nicodemo, Jesús le dice que hay que nacer de nuevo cada día (cf. Jn 3,1-21). Estas son sus palabras:
¿Qué es lo que resucita en nosotros? Lo que en Él fue un proceso y lo consumó, en nosotros, mientras estamos en esta vida, vamos resucitando cada día, cada instante; nos vamos revistiendo progresivamente con las cualidades del cuerpo resucitado de Cristo (Fernando Rielo, 3 de abril de 1992).
La siguiente anécdota puede no parecer muy académica o teológica, pero nos ayudará a recordar la diferencia entre la verdadera vida eterna… y lo que ocurre después de la muerte.
Se cuenta la historia de un cerdito que estaba celoso de una vaca porque a la gente le agradaba más la vaca. El cerdo se acercó a la vaca y le preguntó lamentándose: ¿Por qué la gente te quiere más a ti que a mí y lo único que les das es leche y nata? En cuanto a mí, les doy tocino, jamón, panceta, patitas. En resumen, todo lo que tengo, y sin embargo no les gusto. ¿Por qué? La vaca respondió: Sólo das todo lo que tienes cuando estás muerto. A la gente le gusto porque les doy leche y nata mientras estoy viva.
La característica de la Resurrección no es ser espectacular, sino algo verdaderamente nuevo. Jesús resucitado no andaba todo el día atravesando las paredes con su nuevo cuerpo, sino que era irreconocible, diferente, para los que se cruzaban con él, como la propia María Magdalena o los discípulos de Emaús. También nosotros, si dejamos que nuestra sensibilidad sea moldeada por el Espíritu Santo, nos sorprendemos con momentos de alegría espiritual, de purificación inesperada, de frutos difíciles de imaginar y de misiones que nunca hubiéramos soñado.
Por este continuo caminar al lado de Jesús, podemos y debemos aspirar realmente a ser sus testigos, sin necesidad de haber estado con las santas mujeres y los apóstoles ante el sepulcro vacío. Es nuestro privilegio y nuestra obligación, como nos recuerda hoy la Primera Lectura. No es necesario haber caminado con Jesús de Nazaret por los caminos de Palestina. San Pablo, que tampoco conoció personalmente a Jesús, se constituyó en testigo de las cosas que vio (Hch 26,16) y recibe este encargo del Señor: Como has dado testimonio de mí aquí en Jerusalén, así debes hacer en Roma (Hch 23,11).
? La Resurrección es más que una conversión moral, más que el paso del pecado a la virtud. Es abrirse a una experiencia de cercanía sobrecogedora y de compañía activa de las personas divinas que no se puede resumir en una sola palabra, pues tiene muchas dimensiones: consuelo, alegría, purificación, sorpresa, intimidad, ausencia… Ciertamente, el anhelo de una vida sin fin (¡y plena!) estuvo y está presente en muchas culturas, pero los cristianos tenemos el privilegio de comprenderlo y alcanzarlo desde ahora. Quizá por eso Cristo advirtió a los judíos:
Ustedes examinan las Escrituras porque piensan tener en ellas la vida eterna ¡Y son ellas las que dan testimonio de Mí! Pero ustedes no quieren venir a Mí para que tengan esa vida (Jn5: 39-40).
Se dirigía a algunos de sus compatriotas judíos que no veían cómo las Escrituras apuntaban en última instancia hacia Él. La vida eterna no se tiene ni siquiera en el estudio de las Escrituras, sino en encontrar en ellas que Jesús es nuestro Señor, y que podemos conocerle y servirle en cualquier circunstancia, por difícil o imposible que nos parezca.
Había un hombre de cierta edad cuya afición era cultivar rosas. Cuando trabajaba en su jardín de rosas, siempre silbaba. A todo el mundo le parecía que silbaba mucho más fuerte de lo necesario para su propio disfrute. Un día, un vecino le preguntó por qué siempre silbaba tan fuerte. El hombre llevó entonces al vecino a su casa para que conociera a su esposa.
Esta mujer no sólo era inválida, sino también completamente ciega. El hombre silbaba, no en su beneficio, sino en el de su mujer. Quería que su esposa ciega supiera que estaba cerca y que no estaba sola. Esta historia es una maravillosa ilustración del significado del día de Pascua. La afirmación ¡Cristo ha resucitado! nos recuerda que Dios está cerca, y la experiencia de su presencia nos fortalece en nuestra debilidad.
? Hagamos un paréntesis. Una simple observación para comprender la historicidad de la Resurrección. Simplemente por razones históricas, no es posible explicar el surgimiento del movimiento cristiano primitivo aparte de un relato muy objetivo de la resurrección de Jesús de entre los muertos. Para un judío, la indicación más clara posible de que alguien NO era el Mesías prometido sería su muerte a manos de los enemigos de Israel, ya que la expectativa inequívocamente clara era que el Mesías conquistaría y se encargaría finalmente de los enemigos de la nación. Los primeros discípulos podrían haber proclamado coherentemente (y haber ido a la muerte defendiendo) a un Mesías crucificado si y sólo si hubiera resucitado de entre los muertos. ¿Podemos imaginarnos realmente a Pablo proclamando por todas partes el mensaje de que un criminal crucificado le resultaba profundamente inspirador? En el contexto de aquel tiempo y lugar, nadie los habría tomado en serio.
? Si echamos una mirada moral a nuestra vida, no sólo debemos preguntarnos por qué nos obstinamos en nuestros pecados, defectos y apegos, sino cómo es posible que rechacemos una y otra vez la posibilidad de esta vida resucitada, de esta realidad que es mucho más cierta que todo lo que nos ofrecen los sentidos y nuestra limitada experiencia.
Una posible respuesta es la sorprendente fuerza de los apegos, incluso a cosas o actividades sin importancia ni frutos valiosos.
Nos parecemos al joven de una historia que me gustaría proponer para cerrar esta reflexión.
Había una vez un joven que caminaba por un camino cuando una rana le llamó: Oye, si me besas, me convertiré en una hermosa princesa. El joven cogió la rana, le sonrió y se la metió en el bolsillo. Unos minutos después, la rana le dijo: Si me das un beso y me conviertes en una hermosa princesa, me quedaré contigo una semana. El joven sacó la rana del bolsillo, le sonrió y la volvió a meter en el bolsillo. Unos minutos después, la rana dijo: Si me besas y me conviertes en una hermosa princesa, haré todo lo que quieras. El joven sacó la rana del bolsillo, sonrió y la volvió a guardar.
Finalmente, la rana exclamó: ¡Oh! ¿qué pasa? Te he dicho que soy una hermosa princesa, y si me besas, me quedaré contigo y haré todo lo que quieras. El joven sacó la rana de su bolsillo y dijo: Mira, sólo soy un estudiante, no tengo tiempo para una novia… ¡pero una rana que habla es genial!
Con una oración especial por la vida y misión de nuestro Presidente, el P. Jesús Fernández, en el día de su cumpleaños, un abrazo de vuestro hermano en los sagrados corazones de Jesús, María y José.