Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Madrid, Comentario al Evangelio del 9 de Septiembre, 2018.
XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Isaías 35,4-7a; Epístola de Santiago 2,1-5.; Marcos 7,31-37)
Imagina que vuelves de tu trabajo a casa y en el camino eres testigo de un horrible accidente automovilístico. O tal vez lo que has visto es… un billete de mil euros en la acera. ¿Podrías evitar el contarlo? No. Sería antinatural y casi enfermizo.
Probablemente, tu reacción sería la de los primeros Apóstoles después de sus múltiples experiencias personales con Jesús: No podemos dejar de hablar sobre lo que hemos visto y oído (Hechos 4:20).
Esta fue también la actitud de los testigos del milagro de hoy: Pero cuanto más les ordenaba que no lo hicieran, más lo proclamaban.
De todas formas, estos dos ejemplos se refieren a eventos más o menos extraordinarios. El problema real para muchos de nosotros, reflejado en las lecturas de hoy, es nuestra falta de sensibilidad y consciencia de la acción de Dios (¡no solo su presencia!) y de lo que realmente le está sucediendo a nuestro prójimo. Esencialmente, es por ello que no damos testimonio de las maravillosas obras de Jesús. Sí, se nos escapan las muchas formas en que Dios nos está brindando consuelo (Primera lectura), estamos deslumbrados y cegados por los anillos de oro o la ropa raída de nuestros semejantes (Segunda lectura) y es por eso que rara vez logramos atraer a una persona hambrienta y sedienta a Cristo (texto del Evangelio). En el Libro de Job leemos: Porque Dios habla, ahora de una manera, luego de otra, aunque nadie lo perciba. (33:14)
Y este es el diagnóstico: Hacemos de nuestras limitaciones objeto de contemplación. Nuestros oídos internos a menudo quedan insensibilizados por las distracciones del mundo, la agitación de la vida y la dureza del corazón. Es muy saludable reconocer que nuestro corazón está herido, roto y endurecido.
Y esto explica la relevancia espiritual de la curación de un hombre sordomudo por parte de Jesús. Él no dijo «Estás curado» o «Ahora puedes oír», sino que gritó: «¡Ábrete!» Aquí, esa apertura es sinónimo de sensibilidad espiritual, la cual tiene varias dimensiones:
– Nuestra sordera espiritual, nuestra negativa o incapacidad para escuchar las advertencias de Dios en contra de la tentación de nuestros pecados y pasiones.
– Capacidad para detectar personas con vocación de servicio que puedan tener vocación. O tal vez para percibir un momento difícil en la perseverancia de un religioso joven.
– El texto del Evangelio describe a unos amigos que presentan al hombre a Cristo. En caso de CUALQUIER dificultad en la vida de una persona, además de la ayuda material y/o emocional, tenemos que encontrar la manera de llevarlo a Jesús. Esto siempre es posible cuando tenemos la misma mente y corazón de Cristo. Recibimos la luz y la fuerza necesarias en cada situación específica.
Lo cierto es que Dios habla en voz baja y suave. Cuando el profeta Samuel era un niño, escuchó la voz de Dios, pero no la reconoció. Creyó que la voz que estaba escuchando era la voz de Elí, su mentor. Elí percibió que era el Señor quien lo había llamado y dio instrucciones a Samuel sobre lo que debería hacer cuando Dios lo llamara de nuevo. Todos debemos aprender a discernir su voz.
A menudo, el Espíritu Santo tiene una forma inesperada e imprevisible de manifestarse: Había muchas viudas en Israel, puedo asegurarles, en los días de Elías cuando el cielo permaneció cerrado durante tres años y seis meses y hubo una gran hambre en toda la tierra, pero Elías no fue enviado a cualquiera de ellas: sólo fue enviado a una viuda en Sarepta, una ciudad de Sidón. Y en el tiempo del profeta Eliseo había muchos leprosos en Israel, pero ninguno de estos se curó, excepto el sirio Naamán (Lc 4: 25-27). Las vidas de los Fundadores son otros ejemplos asombrosos de sensibilidad espiritual.
El difunto Cardenal Sin, (Manila) contaba la historia de una vendedora ciega que vendía dulces y otros artículos en una acera durante la temporada navideña. Mientras la gente corría, alguien golpeó su pequeña bandeja de bambú. Trató de buscar a tientas su mercancía. A nadie pareció importarle, mientras pasaban rápidamente a su lado. Entonces un hombre se detuvo y se agachó para recoger sus cosas y se las devolvió a su bandeja. Ella le preguntó al amable caballero: ¿Eres tú Cristo?
Para la mujer ciega, ese buen hombre era Cristo. Se nos ofrecen muchas oportunidades en las que nos encontramos con personas que necesitan ayuda, pero ¿con qué frecuencia respondemos? Tal vez esa escena no fue una tragedia nacional, sino más bien una ocasión para ser sensible, para escuchar la voz de Dios en el sufrimiento de una persona «sin importancia» para el resto de la gente.
Esa gente de Nazaret no estaba realmente preparada para escuchar a Dios, a pesar de que se encontraban en medio de una ceremonia religiosa. Eso nos dice que la sensibilidad espiritual es más una cuestión del corazón que de la formación o las prácticas religiosas. ¿Cuánta competencia tiene hoy el Espíritu Santo para ganar mi atención?
¿Podemos escuchar lo que las personas intentan decirnos? ¿Podemos escuchar lo que nos dice la situación en la que nos encontramos? ¿Podemos escuchar lo que Dios nos está diciendo en la purificación, en los momentos amargos y en los más dulces? ¿Puedo ver la presencia de Dios en la vida de un hermano o una hermana con una personalidad difícil?
En la respuesta de Jesús al hombre que fue traído para ser curado, vemos el amor compasivo y el cuidado de Jesús hacia él y hacia todos los que necesitan su toque sanante. El Evangelio nos dice que Jesús lo apartó de la multitud. Lo trató de una forma personal, cara a cara. Pasó tiempo a solas con él, y lo tocó, poniendo los dedos en sus oídos y tocando su lengua.
El autor de la Carta a los Hebreos nos recuerda que la Sensibilidad Espiritual puede ser desarrollada: En cambio, el manjar sólido es de adultos; de aquellos que, por costumbre, tienen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal (5: 14).
La sensibilidad espiritual puede crecer después de ciertas experiencias especialmente traumáticas o felices, pero, en toda circunstancia, esto sucede cuando un seguidor de Cristo se deja de enfocarse únicamente en sí mismo y comienza a disponerse a ser usado por Dios para llegar a otros. Esa es una verdadera espiritualidad misionera (o apostólica). Y también una de los sellos de la madurez espiritual.
Eso es lo que le sucedió hace unas semanas a una feminista, atea, joven periodista alemana llamada Valerie, quien comenzó una investigación periodística junto con un capellán católico sobre la fe (y la falta de fe) de los jóvenes alemanes de hoy… y ella misma terminó encontrando la fe. Describe en un libro su camino espiritual como un verdadero «Éfata«.
Después de largas conversaciones sobre temas difíciles, como el celibato, la ordenación de mujeres y la homosexualidad y los escándalos de abusos, Valerie se sintió conmovida en diferentes momentos, especialmente porque ese sacerdote vivía convincentemente su fe a pesar de sus limitaciones personales. Ella simplemente accedió a dar a Cristo la oportunidad de abrir sus ojos y oídos. Sencillamente, comenzó a compartir con Cristo sus preguntas, dudas, desilusiones, así como su gratitud y amor. Valerie no pudo tomar esa decisión hasta el final del libro. Pero lo hizo. Y Dios respondió de inmediato.
Debido a que Jesús estaba atento al Espíritu, fue capaz de descifrar incluso los pensamientos e intenciones ocultos de quienes le rodeaban. Jesús estaba siempre cuidando los asuntos de Su Padre, lo cual era más importante que cualquier otra cosa en Su vida.
Un indio americano estaba en el centro de Nueva York caminando con un amigo que vivía en la ciudad. Mientras caminaban, el nativo se detuvo y dijo: Estoy oyendo un grillo. Su amigo respondió: Oh, estás loco. Hay gente por todas partes que va a almorzar, los carros están tocando la bocina, los taxis chirrían, se oye todo el ruido de la ciudad. Seguramente no puedes escuchar un grillo por encima de todo eso. El nativo americano dijo: Bueno, estoy seguro de que escucho un grillo. Así que escuchó atentamente y luego caminó 10 metros hasta la esquina donde había un arbusto en una maceta grande de cemento. Escarbó debajo de las hojas y encontró un grillo. Su amigo estaba asombrado. Pero el nativo dijo: Mis oídos no son diferentes a los tuyos. Simplemente depende de lo que estés escuchando. Permíteme hacer una prueba. Metió la mano en el bolsillo y sacó un puñado de monedas. Las dejó caer sobre el cemento. Todas las cabezas que estaban a media cuadra se giraron. ¿Ves lo que quiero decir? dijo cuando comenzó a recoger las monedas. Todo depende de qué es lo que quieres escuchar.
Todos nos hemos reído con la historia de un hombre que pedía limosna en la calle… para comprar gasolina para su lujoso Rolls Royce. Por supuesto, su actitud no era muy convincente y eso es lo que hace que la escena sea humorística. Pero nosotros mostramos la misma actitud cuando oramos por nuestra conversión o por los frutos apostólicos y, en paralelo, anhelamos el reconocimiento y el éxito inmediato. Esto está lejos de la postura de Jesús: levantando los ojos al cielo, suspiró… y además, les ordenó que no se lo dijeran a nadie. Lo puso todo en manos del Padre. No le interesaba nada más.
Es comprensible que las personas que son sordomudas no se sientan cómodas en presencia de mucha gente. Cristo reconoció esta necesidad especial y dedicó un tiempo para estar a solas con ese hombre sordomudo. Lo llevó aparte, lejos de las miradas de la multitud. Y realizó algunos signos perceptibles con los sentidos. También nosotros debemos ser sensibles a las necesidades de nuestro prójimo, utilizando todos los medios posibles para acercarnos a los demás de manera que puedan comprender y gozar el mensaje de Cristo.
Consejos para aprovechar al máximo la Santa Misa
6- Oración Eucarística. Demos gracias al Señor Nuestro Dios. La tercera parte del Diálogo del Prefacio es una invitación a dar gracias, totalmente apropiada para la celebración de la Eucaristía (palabra que significa «acción de gracias»). La respuesta a este llamado para dar gracias es «Es justo y necesario». La justicia es la virtud de entregar a alguien lo que se le debe, y la virtud de la religión es entregar a Dios lo que le corresponde. Este es el auténtico significado de adorar.
Es en el Diálogo del Prefacio donde expresamos nuestro deseo de ofrecernos a Dios junto con el sacrificio eucarístico que se ofrecerá a manos del sacerdote. Le ofrecemos todas nuestras emociones y pensamientos. Unimos todo lo que somos al sacrificio de Cristo. Debemos a Dios nuestra existencia, Él nos ha creado. En consecuencia, sólo hay un sacrificio que podemos ofrecer a Dios, una ofrenda apropiada: nosotros mismos.