Artículo de Isabel Orellana publicado en la revista Ecclesia (n. 3920, del 27-1-2018, pp. 19-21), y reproducido aquí con autorización de la misma.
Hasta hace poco Fernando Rielo, Fundador del Instituto Id de Cristo Redentor, misioneras y misioneros identes, apenas era conocido por el público, excepto en algunos ámbitos de la cultura por ser promotor de la Fundación y Premio Mundial de Poesía Mística que llevan su nombre, y de poseer varias cátedras universitarias en Ecuador, Filipinas y Salamanca. Sin embargo, la «idencia» está presente desde hace más de medio siglo en cuatro continentes a través de la incesante labor que realizan sus hijos espirituales en distintos frentes.
¿Cómo se ha sabido tan poco de este fiel hijo de la Iglesia, pensador, filósofo, metafísico, escritor y poeta, activo impulsor de la ciencia, del humanismo y de la mística? ¿Qué alentó su quehacer? ¿Cuáles fueron las claves de su apasionada vida? Veamos.
Una espiritualidad marcada por la conciencia filial
Cuando vino al mundo en Madrid, el 28 de agosto de 1923, lo hizo con la certeza de que provenía de «un beso del Padre». Y esta centralidad que marcó su vida desde el principio fue palpable en todas las etapas de su existencia. Su único afán fue darle gloria a Él cumpliendo siempre su voluntad. El hogar en el que creció junto a los cinco hermanos que sobrevivieron de ocho que llegaron a ver la luz, presidido por sus padres, Enrique y Pilar, estuvo lleno de atenciones y cariño. Fue un niño feliz, agraciado por experiencias espirituales que le infundieron una gran nostalgia por el cielo, que fue su vocación.
Tenía doce años cuando realizó su Primera Comunión en un infausto periodo marcado por la Guerra Civil española, momento en el que estuvo a punto de ser fusilado por su fe católica. Fue una época en la que floreció su amor al martirio, y tras leer la obra Fabiola del cardenal Wiseman se hizo una incisión en la muñeca. Con su propia sangre escribió la Sacra Martirial, que forma parte de la observancia de sus hijos: Te prometo, Señor, vivir y transmitir el Evangelio con el sacrificio de mi vida y de mi fama, fiel al mayor testimonio de amor: morir por ti.
Ser santo: objetivo crucial de su vida, antesala de un gran destino
La madrugada del 28 de agosto de 1939 hallándose en Valsaín (Segovia), en un campamento juvenil, escuchó la voz del Padre diciéndole: Hijo mío, sé santo, como Yo soy santo. Desconocía que esta invitación universal se halla en el evangelio, pero jamás la olvidó y consagró su vida a obtener esa gracia que le llevaría a la unión con la Santísima Trinidad.
Cursó estudios de bachillerato y cuando su padre, un alto funcionario de Correos, enfermó gravemente, pospuso su formación universitaria y obtuvo plaza también como funcionario de Correos siendo destinado a Granada. En Ugíjar, donde trabajó, conoció a una joven de la que se enamoró y con la que pensó casarse. Pero una tarde el Padre a través de una locución le hizo entender que lo quería para sí. Su destino era otro.
Ya en Madrid, mientras se preguntaba qué camino debía seguir, se propuso iniciar estudios de filosofía en la universidad. El día elegido para formalizar la matrícula se dejó guiar por una persuasión interior que le hizo penetrar en el templo de los Padres redentoristas. Y tras conversar con uno de los religiosos, ya cumplido el Servicio Militar, ingresó en la Congregación al considerar que era lo que Dios quería para él. Diez años permaneció en ella, y al dejarla sabía cuál era la misión que estaba reservada para él: ser fundador de una nueva realidad eclesial. A través de una locución íntima, el 24 de diciembre de 1951 en Astorga, se le dio a ver el escudo que formaría parte del Instituto Id de Cristo Redentor que había de erigir con su lema: Cree y espera.
Viéndose impelido a fundar, se resistía. Y es que sintiéndose frágil criatura temía que pudiera filtrarse en algún instante, aunque fuese un ligero matiz de su propia voluntad, impidiendo que fluyese la voz de Dios sin atisbos de sombra alguna. Pero doce religiosos de distintas Órdenes a los que pidió consejo –condición que puso para fundar a la espera de que al menos uno le diese voto negativo–, fueron unánimes en su parecer. Y ante el Cristo Yacente del Pardo, último lugar que visitó, supo que no podía renunciar a un destino que le ardía por dentro. Un joven que se arrodilló a su lado fue signo para él del carisma que debería animar a su fundación.
Al fin acepté y me inspiró, cuando salí del templo, que mi magisterio sería solo enseñar, invitar, exhortar, hablar de continuo, oportuna e inoportunamente de la santidad, especialmente a la juventud.
Tenerife: ciudad elegida para la fundación. Luces y sombras
El 6 de enero de 1957 llegó a Tenerife. Al entrar en la ciudad escuchó una voz que le confirmaba que esa era la elegida para la fundación: le reportaría gozo y también sufrimiento. Por la tarde, en el espigón del puerto recibió una estrella:
Esa estrella encarnaba en esa hora la expresión cabal de su Providencia, que habría de guiarme en todos y cada uno de mis pasos, a cambio de esa toma de posesión, de ese juramento, de esa meditación, de esa confesión interior, de esa exaltación íntima donde, para mí, el Atlántico que circundaba mi vista tenía dimensiones indefinidas de creatividad gloriosísima para Él. Y sentí rebullir en mi corazón la mística concelebración de la Santísima Trinidad.
Al poco de llegar a la isla, Fernando, seguido por un Equipo misional, cosechaba los frutos de una intensa acción apostólica a través de la cual difundía el evangelio con el beneplácito del obispo don Domingo Pérez Cáceres. El 29 de junio de 1959 le hicieron entrega de las cartas credenciales, pero el prelado falleció en 1961 sin darle tiempo a cursarlas, iniciándose una época dolorosa y difícil para el Fundador y la Institución. Sin embargo, a finales de los años 60 la expansión apostólica en puntos capitales de España era una realidad, como también lo fue su imparable proyección en Europa y América a lo largo de los años 70 y 80. Luego vendrían África y Asia.
Cristo, el metafísico por antonomasia
Preocupado por la deriva del pensamiento filosófico, elaboró uno propio proponiendo un modelo genético. Con él muestra cómo Cristo, metafísico por antonomasia, y al que consideró debe sentarse en las cátedras del mundo, es el único que puede dar respuesta a las inquietudes del hombre y de la ciencia. Este modelo se le hizo patente el 30 de mayo de 1964 hallándose en el Parque del Oeste de Madrid. Su espíritu orante, como en tantos instantes de su vida, tuvo eco ante el Padre:
Elevé a mi Padre Celeste acongojado lamento que, entre las frondosas hojas, alejábase hasta el cielo:
—Yo soy nada; tú, el ser.
Con la violencia del trueno que anuncia tormenta imponente, su voz:
—¡Hijo, yo soy «más» que eso!
Este pensamiento, desarrollado y expuesto dentro de la Escuela Idente que puso en marcha, lo dio a conocer al papa Pablo VI (con el que mantuvo una intensa correspondencia a lo largo de su pontificado), y luego fue difundido por él y por los misioneros identes en distintos paraninfos universitarios y organismos internacionales. Desde el principio comenzó a suscitar gran interés en ámbitos académicos y diplomáticos.
La caridad ante todo
La vivencia de la caridad fue el distintivo de la vida de Fernando. Magnánimo, sumamente delicado, hombre de inocente corazón, atento a las mínimas necesidades de los demás, quiso que el espíritu de familia que tiene como modelo a la Santísima Trinidad reinase en el corazón de los misioneros, a quienes enseñó a dispensarse siempre lo máximo y nunca lo mínimo.
Tened espíritu de auxiliantes unos de otros […]. No os dejéis servir nunca sino en lo estrictamente necesario, en aquellas necesidades generales, de trabajo profesional de ciertas personas, que es tan digno como dar una conferencia. Evitar hasta donde podáis el ser servidos porque sino no seríais discípulos de un Señor que dijo: «He venido a servir» […]. Siempre atentos para atenderos unos a otros. Lo contrario es lo vulgar, lo cotidiano, lo que no es religioso ni místico. Vestíos unos a otros con las mejores túnicas, memorias, palabras […]. Así dice ciertamente Cristo a sus discípulos, como criterio supremo de hecho, para que pudieran ser creídos en este mundo: «Amaos como yo os he amado».
Doctorado en el dolor
Quien llegó a conocerle en vida apreció en él una personalidad cautivadora. Elegante y sensible, cercano y humilde, un gran orador, vibrante en su forma de compartir sus grandes pasiones por lo divino, su amor a la Iglesia y a sus hijos, con una privilegiada inteligencia y capacidad para plantear cuestiones de innegable hondura a las que daba cumplida respuesta desde su fe, llevaba trazadas en su cuerpo las cicatrices del dolor. Tan digna fue su forma de encararlo que constituía verdadero ejemplo para los que sufren.
Fue intervenido quirúrgicamente en casi una treintena de ocasiones. En una de ellas le fue amputada la pierna derecha. Él mismo manifestó que había visitado más hospitales que iglesias. Vivió el sufrimiento con gallardía, pero también con realismo. Mantuvo el sentido del humor, la finura en sus gestos y la determinación de vincular sus padecimientos a la pasión redentora de Cristo. Es el dolor del amor:
Mi vida me parece demasiado poco en el altar de las ofrendas […]. Os tengo que expresar un sentimiento, y mi enorme disfrute con la enfermedad. He disfrutado de maravillas celestiales […]. Tengo que decir: ¡qué hermoso ha sido para mí esta visión del mundo! No menos mi visión celeste. En la enfermedad, ha sido un vínculo del cielo y de la tierra para estar oteando horizontes formidables de visión. Si volviera a nacer, volvería a pedir lo mismo […]. Yo he sido muy atento, además, al dolor humano. ¡Cuántos niños mueren sin haber tenido siquiera la oportunidad de decir: quiero esto o desecho lo otro, de violar un mandamiento divino o de aceptarlo! Yo sabía que para mí la salud, la paz, la tranquilidad corporales no me significaban ningún bien; y, aunque parezca paradójico, en esta escuela interior he aprendido lo que es el amor, la grandeza del amor divino, el inmenso misterio de esta grandeza que desborda todas las posibilidades racionales del corazón.
Siempre María
Devoto de María (y de José) en 1976 viajó a Roma camino de Éfeso para encontrarse con la Madre del cielo. Ella le entregó el Trisagio, «rosario idente» para rezo diario de sus hijos, en la capilla Barberini de la basílica de San Andrés del Valle.
El Trisagio es himno de alabanza elevado a la Santísima Trinidad por medio de la omnipotencia suplicante de nuestra Madre celeste. Consiste en la recitación, por tres veces, de un Padre Nuestro, tres Ave María y un Gloria.
Dios te salve, María, llena eres de gracia,
el Señor es contigo
bendita tú eres entre todas las mujeres,
y bendito es el fruto de tu vientre Jesús.
Santa María, Madre de Dios
ruega por nosotros, pecadores,
para que seamos santos.
La Virgen le había alumbrado bajo distintas advocaciones. En su infancia fue la Milagrosa, en Granada las Angustias, en Madrid también la del Perpetuo Socorro… Después legaría a la Iglesia una nueva advocación: la de Nuestra Señora de la Vida Mística, cuya capilla se encuentra en la catedral de la Almudena de Madrid.
Su legado espiritual
El único objetivo de trabajar por su reino explica que pudiera desplegar su labor apostólica de forma tan enriquecedora. Puso en marcha el Catecumenado Idente, la Escuela Idente, la Juventud Idente, la Familia Idente y la Fundación Fernando Rielo, entre otras líneas de acción apostólicas y culturales. Deja tras de sí un valioso legado en torno a su pensamiento filosófico y su creación poética, pero, sobre todo, una herencia espiritual fundamentada en el evangelio y en la tradición del Magisterio, siempre encaminada a dar la mayor gloria a Dios.
Muchos amigos extendidos por el mundo donde, mientras pudo, viajó, habían conocido su genialidad, fuerza y capacidad de improvisación, dones de los que se valió para difundir la fe. Desde 1988, momento en el que se trasladó a Nueva York para recibir rehabilitación en el hospital Rusk, su intensa labor apostólica se centró allí. En esa ciudad renunció al gobierno del Instituto cuando altas instancias eclesiales se lo pidieron permaneciendo en la sombra, y creciendo en su amor ante los ojos de Dios.
El 6 de diciembre de 2004, casi en vísperas de la festividad de la Inmaculada Concepción, sin darle tiempo a despedirse, esa voz que había ido apagándose lentamente por causa de las múltiples secuelas de sus dolencias, se fue para siempre de este mundo y regresó, como soñó, a los brazos del Padre. Cuarenta días antes de su tránsito el Instituto de Misioneros Identes fue elevado canónicamente a Instituto de Vida Consagrada de Derecho Diocesano, siendo Fernando Rielo reconocido en el decreto como su Fundador. Asimismo el 11 de julio de 2009 la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica firmó el decreto de aprobación del Instituto Id de Cristo Redentor, Misioneras y Misioneros Identes como Instituto de Vida Consagrada de Derecho Pontificio (www.idente.org).
Sus restos yacen en la cripta de la catedral de la Almudena de Madrid, capilla de Nuestra Señora del Rosario.