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Experiencia de una participante en los Motus Christi virtuales

By 14 agosto, 2020enero 12th, 2024No Comments

Mi nombre es Erica Arévalo, y les comparto mi experiencia, habiendo participado en los Motus Christi virtuales.

Con gran expectativa esperaba el fin de semana y el Motus Christi virtual, pues siempre he tenido la gracia de participar “presencialmente” de varias actividades formativas. Tengo 24 años, así que no sabía a ciencia cierta en qué grupo participar, si en el de jóvenes o en el de adultos, entonces para evitar conflictos, ¿porque no participar de los dos?

Con la computadora lista, un cuaderno y un bolígrafo, empezamos junto a mi familia a participar de la charla del p. Jesús Fernández, presidente de los misioneros idente, siempre tan enérgico y alegre nos compartía la importancia de salir de nosotros mismos para vivir un verdadero encuentro con Cristo, además algo que me ha quedado en el corazón, es el camino de la oración, el silencio para crecer en nuestro diálogo con el Padre. “Un minuto. ¡Aunque sea un minuto!”, nos exhortaba el p. Jesús.

¿Un minuto? me preguntaba a mí misma, ¿un minuto?, cuando en realidad yo dedico más de un minuto a mi oración todos los días, ¿por qué razón entonces sentía que al final mi oración eran 10, 20, 30 minutos de diálogo conmigo misma y no con el Padre? Tal vez porque la cantidad de tiempo no tenía mucho que ver, sino la apertura de mi corazón para escuchar a Cristo. Pero ¡qué alegría el experimentar la inmensa misericordia de Dios!, que al igual que a Lázaro, me dice, “sal fuera” (Jn 11, 43), o como a Nicodemo que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios…” (Jn 3, 3), siempre regalándonos esperanza; dándonos una nueva oportunidad.

A demás es realmente gratificante el escuchar los testimonios de misioneras y misioneros, y ver cómo las limitaciones de cada uno en manos del Padre no son nada, pues lo único que Él pide es un corazón dispuesto.

Con un sentimiento de inmensa alegría al ver cuánta gente comparte estos momentos de retiro espiritual, agradezco a la Santísima Trinidad mientras contemplo el arduo trabajo apostólico de toda una familia entrañable de hermanos: las misioneras y misioneros identes.