p. Luis CASASÚS | Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 26 de Febrero, 2023 | Primer Domingo de Cuaresma
Gen 2:7-9; 3:1-7; Rom 5:12-19; Mt 4:1-11.
En caso de emergencia (y no solo entonces) acudir al Evangelio.
Comencemos con una fábula, en la que los protagonistas no son personas ni animales, sino árboles. En ella vemos de manera muy clara cómo actúan en nosotros los mecanismos que nos hacen sucumbir a la tentación.
Una vez, los árboles del bosque formaron una asociación para rebelarse contra el «Hacha», que había causado mucho daño a toda su gente.
Los árboles, la secuoya, la teca, el cedro, el roble, el ciprés y muchos otros convocaron una reunión y decidieron que ninguno de ellos permitiría que el Hacha tuviera madera para su mango.
Pero el Hacha asistió a la reunión y suplicó poder hablar solo un par de minutos.
La petición fue concedida y el Hacha tomó la palabra: Comprendo muy bien las dificultades a las que se han enfrentado todos ustedes, debido a mi naturaleza. Y, desde luego, no me interpondré en vuestra decisión. Pero sólo tengo una sugerencia: Cada uno de ustedes, ya sea la secuoya o la teca o el ciprés o cualquier otro. Tienen un aspecto majestuoso y esplendoroso.
La gente los mira y eleva sus mentes al Creador por tan maravillosas creaciones.
¿Quieren que su belleza y esplendor queden bloqueados por los pequeños arbustos y enredaderas insignificantes que crecen delante de ustedes y a su alrededor? Entonces, permítanme que se me dé un poco de madera solo con este fin, para que pueda cortar esas plantas y enredaderas irritantes y molestas. ¡Y así vuestra grandeza podrá contemplarse sin ningún impedimento!
Esta propuesta pareció muy viable y práctica a esos majestuosos árboles y permitieron dar madera al Hacha por la «buena e inofensiva» propuesta.
¿Necesitamos seguir escuchando la historia? Lo han adivinado enseguida. En el momento en que el Hacha recibió madera para su mango, taló todos los árboles, ¡sin perdonar a ninguno!
En la historia de las tentaciones, Cristo demuestra una ejemplar aceptación intelectual de la Palabra de Dios (lo que nosotros llamamos hoy el Evangelio). Esto no se limita al concepto vulgar de “inteligencia”. ¿Qué significa aceptar intelectualmente el Evangelio? ¿Simplemente no poner objeciones lógicas? ¿Pensar que lo comprendo todo perfectamente?
En los últimos años, los avances de la ciencia, la tecnología y la forma en que vemos nuestro mundo han llevado a un uso cada vez más amplio del término «inteligencia» (inteligencia emocional, inteligencia artificial, inteligencia interpersonal, inteligencia espacial…). A medida que aprendemos más sobre los sistemas biológicos, encontramos cada vez más ejemplos de comportamiento adaptativo complejo y preciso en animales y plantas. Todo ello ha conducido a una visión moderna y más amplia de lo que es la inteligencia, que, incluso desde el punto de vista de la ciencia puramente mundana, se entiende como una característica compartida por sistemas capaces de recoger y procesar información de su entorno y modificar sus acciones para cumplir una serie de objetivos implícitos o explícitos.
Por supuesto, nos interesa aquí entender cómo nuestra inteligencia, si es sana, ha de estar unida a nuestra capacidad de unirnos y ser fieles al objetivo que Jesucristo nos presenta como perfección espiritual: vivir un amor filial y fraterno sin manchas.
Unas veces con intención pervertida y otras con buenos deseos, tomamos decisiones basadas solo en nuestra experiencia. Hoy el Evangelio nos relata cómo Jesús acude a las Sagradas Escrituras, que recogen la sabiduría espiritual de personas sabias y con ello resuelve de raíz los conflictos que el diablo quería sembrar en su corazón.
Es una de las formas de darnos testimonio de que no podemos caminar solos, sin Él, ni tampoco sin una comunidad donde pueda ser visible la presencia divina en los momentos más felices y más dolorosos.
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Se pueden decir muchas cosas sobre el diablo, incluso poner en discusión su existencia. Pero seguramente, es más práctico meditar sobre la realidad de la tentación, de la cual hablan personas que no son para nada creyentes. ¿Por qué? Seguramente porque a veces tenemos la impresión de actuar como si alguien hubiese “ocupado” nuestro corazón, como si alguien nos empujara a hacer algo que, en el fondo, no deseamos. Así, en asuntos tan cotidianos como observar una sana dieta alimenticia, hay personas que dicen: Tengo la tentación de comer ahora mismo una barra de chocolate. Incluso una marca conocida de galletas tiene como lema: Déjate llevar por la tentación.
La realidad es que todo lo que llamamos “tentación”, en términos más o menos espirituales, tiene una orientación clara, una verdadera personalidad, un carácter determinado, que en el fondo no coincide con lo mejor de nosotros. Así, los que estudian la conducta humana definen una tentación de esta manera: Cuando un deseo concreto entra en conflicto con los objetivos de una persona, entonces entra en un dilema de autodominio y el deseo se convierte en una «tentación».
¿Cuáles son los efectos de caer en la tentación? No hace falta ser un experto en teología para saberlo. Todos tenemos experiencia. O bien nos lleva a un desastre en nuestra vida moral, cometiendo acciones lamentables, o bien nos absorbe atención y energía de manera que no podemos estar atentos a la voluntad de Dios. El resultado más profundo es el mismo: el diablo nos ha separado de Dios.
La verdad es que nuestra inteligencia es muy pobre a la hora de comprender la belleza de lo que la Providencia nos propone, su invitación a ser felices sirviendo y la oportunidad de ser libres del mundo y de las pasiones caprichosas. Como nuestro corazón está dividido y no siempre lo tenemos en cuenta, el diablo no tiene que hacer demasiados esfuerzos para que seamos esclavos de la ambición, de la impaciencia, de lo que clásicamente se llama “el mundo y la carne”.
Por ejemplo, una tentación frecuente es creer que todas las cosas pueden estar bajo mi control y que, con suficientes recursos y esfuerzos, puedo dominar todo lo que obstaculiza mi placer y mi salud. Otro engaño se produce cuando el diablo alimenta a la persona que tiene tendencias escrupulosas: le hace confundir la tentación con el pecado, la aparición de pensamientos inútiles o negativos con la aceptación de ellos.
Así se manifiesta la personalidad del diablo: su objetivo es la división, el separarnos de Dios y al mismo tiempo de las personas. Como bien dice el Evangelio, es el rey y el padre de la mentira (cf. Jn 8: 44), y utiliza sobre todo dos de nuestras emociones para conseguir engañarnos: el miedo y las “exigencias” de nuestro instinto de felicidad. Es importante que lo comprobemos cada uno de nosotros, recordando nuestra biografía de pecadores.
Sus mentiras no son lógicas, ni en forma de proposiciones, sino haciéndonos ver la realidad de forma distorsionada: mis miedos (que son reales, y a veces con fundamento) los presenta como invencibles; mis juicios (muchas veces no equivocados, o al menos con un buen grado de verdad) los hace aparecer como intocables, imprescindibles. Así nos divide, por dentro y por fuera.
Sí, necesitamos ser uno en nuestro deseo, uno en nuestra determinación, uno en nuestra devoción. Jesús dijo: Nadie puede servir a dos señores (Mt 6,24). Tú y yo no podemos hacerlo. Somos de doble intención, y por eso seremos inestables en todos nuestros caminos. Somos como una ola; el viento nos zarandea.
Parece oportuno recordar aquí el papel de los ángeles, que también se hicieron presentes en las tentaciones de Cristo. Hoy, poco se habla de ellos en la Iglesia. Recordemos lo que un santo dice de ellos:
Puesto que Dios les ha dado órdenes respecto a nosotros, no seamos ingratos con los ángeles que las ejecutan con tanta caridad, y nos asisten en nuestras necesidades, que son tan grandes. Llenémonos de devoción y gratitud hacia tales guardianes. Amémoslos tanto como podamos… Son fieles, son prudentes, son poderosos… Sigámoslos… Si prevés una grave tentación o temes una gran prueba, invoca a tu guardián…. él no duerme, no dormita… [él] te guarda y te consuela a cada instante (San Bernardo).
Una observación relevante: cada uno de nosotros puede ser utilizado por el diablo como instrumento para la tentación de otros. Es lo opuesto a dar un testimonio cristiano.
El escándalo es una actitud o un comportamiento que lleva a otro a hacer el mal. Jesús dijo: Al que haga pecar a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran al cuello una gran piedra de molino y que lo ahogaran en lo profundo del mar (Mt 18,6). Jesús también dijo: Es seguro que vendrán tentaciones para pecar; pero ¡ay de aquel por quien vengan! (Lc 17,1).
Terminemos con una historia ingeniosa, esperando que nos ayude a recordar nuestro estado de ceguera y de división interna, no con mentalidad pesimista, sino con el ánimo de no separar nuestra mirada del Espíritu del Evangelio.
Hace años, un caballero montado en su caballo blanco vio a una hermosa dama. Cabalgó hasta ella y le dijo: Oh, eres la dama más hermosa sobre la faz de la tierra. Deseo tenerte por esposa. Y si te casas conmigo, te daré toda la devoción de mi corazón. Te serviré. Te honraré. Te protegeré. Te seré fiel hasta la muerte. Dijo ella: Oh, gracias por esta promesa de amor, por esta promesa de devoción, gracias por esta promesa de fidelidad. Pero antes de decirte que sí, con toda sinceridad debo decirte que aún no has visto a mi hermana, que es aún más bella, aún más encantadora que yo.
Él replicó: Oh, eso es imposible.
No –dijo ella- mi hermana es exquisitamente bella; debes verla a ella primero. De acuerdo -contestó él- ¿dónde está?«. Ella respondió: Al otro lado de la colina.
Así que el caballero, montado en su caballo blanco, cabalga por la colina y ve a la hermana, y luego vuelve y dice: Oh, no, no, no es ni mucho menos tan bella como tú. Tú eres la que yo deseo. Contigo quiero casarme. Te seré fiel. Ella respondió: No me tendrás. Y él dijo: ¿Por qué? Ella respondió: Dijiste que yo era la más bella entre las bellas, y que me serías fiel hasta la muerte, y a mi primera sugerencia te fuiste a mirar a otra mujer.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASÚS
Presidente