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El diablo, el baloncesto y el ayuno | Evangelio del 9 de marzo

By 5 marzo, 2025No Comments


Evangelio según San Lucas 4,1-13:

En aquel tiempo, Jesús, lleno de Espíritu Santo, se volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu en el desierto, durante cuarenta días, tentado por el diablo. No comió nada en aquellos días y, al cabo de ellos, sintió hambre. Entonces el diablo le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan». Jesús le respondió: «Está escrito: ‘No sólo de pan vive el hombre’».
Llevándole a una altura le mostró en un instante todos los reinos de la tierra; y le dijo el diablo: «Te daré todo el poder y la gloria de estos reinos, porque a mí me ha sido entregada, y se la doy a quien quiero. Si, pues, me adoras, toda será tuya». Jesús le respondió: «Está escrito: ‘Adorarás al Señor tu Dios y sólo a Él darás culto’».

Le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el alero del Templo, y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo; porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará para que te guarden’. Y: ‘En sus manos te llevarán para que no tropiece tu pie en piedra alguna’». Jesús le respondió: «Está dicho: ‘No tentarás al Señor tu Dios’». Acabada toda tentación, el diablo se alejó de Él hasta un tiempo oportuno.

El diablo, el baloncesto y el ayuno

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 09 de Marzo, 2025 | Domingo I de Cuaresma.

Dt 26:4-10; Rom 10: 8-13; Lc 4: 1-13

Hay muchas cosas que no comprendemos y nunca podremos entender por completo. Sobre nuestra existencia, sobre la creación y sobre la vida eterna. Pero una de las mejores hipótesis para entender nuestro comportamiento errático y discordante es… la acción de un ser que suele llamarse diablo. No hace falta detectar su presencia con los sentidos. En efecto, continuamente nos ocurren cosas que encajan perfectamente con la intención de alguien que desea separarnos de Dios y del prójimo.

Si leemos atentamente el texto de San Lucas, sin dejarnos deslumbrar por las tres extrañas tentaciones que están recogidas en este relato, vemos que Jesús fue tentado en el desierto todo el tiempo y, además, como afirma el último versículo, el diablo utilizó todo tipo de tentación.

Si el propio Jesús pudo ser sometido a las tentaciones del diablo, ¿cuál es la peor tentación que puede desafiar a uno de nosotros? ¿Es la lujuria; el dinero o el poder; la falta de sinceridad o la traición o la auto justificación? La respuesta puede no ser muy obvia, pero sólo tenemos que recordar la primera tentación que fue forjada por el diablo en el Paraíso. A pesar de que Dios había dado a Adán y Eva dominio sobre toda la creación, una autoridad única concedida solo al hombre entre todas las creaciones de Dios, seguían siendo susceptibles a la mentira del diablo, quien los tentó con la posibilidad de convertirse en pequeños grandes dioses. En otras palabras, intentaron usurpar el poder de Dios como si fuera suyo.

No es por casualidad que, desde la época de Julio César, el emperador romano había adoptado un estatus divino. A su muerte, el emperador era deificado y proclamado dios, mientras que su sucesor en vida era declarado hijo de un dios (divi filius). Se ofrecían sacrificios e incienso en adoración pública a los dioses emperadores. Se les invocaba y se les trataba como “señor” (dominus).

La gran tentación, la que llevó a Adán al pecado, consiste en reescribir las reglas, decirle a Dios cuándo puede y cuándo no puede decirnos qué hacer, y así, vivir siendo nuestro propio dios. Como señala Benedicto XVI en su libro Jesús de Nazaret:

 En el centro de todas las tentaciones, como vemos aquí, está el acto de dejar a Dios a un lado, porque lo percibimos como secundario, si no realmente superfluo y molesto, en comparación con todos los asuntos aparentemente mucho más urgentes que llenan nuestras vidas.

Este es el núcleo de las tres tentaciones y de todas las tentaciones a las que nos enfrentamos. Básicamente se trata de ocupar el lugar de Dios. Constantemente se nos pone a prueba en nuestra confianza en que Dios nos sostiene, nos protege y, de hecho, nos libera. Preferimos confiar en nuestra propia fuerza, experiencia y recursos que confiar en Dios y su Providencia. Pero, en última instancia, como dijo Chesterton (1874-1936), cuando el hombre deja de adorar a Dios no es que deje de adorar, sino que adora todo: las posesiones materiales, el poder, la aprobación y el afecto de los demás.

Las tentaciones relatadas en los Evangelios de Mateo y Lucas son tres manifestaciones de la misma madre de todas las tentaciones: ser como dioses. En lugar de hacer la voluntad del Padre, Satanás tienta a Jesús para que siga su propio camino y su propia senda.

En realidad, el diablo utiliza nuestros instintos, (de los que ciertamente no nos podemos liberar) y además amplifica la poderosa atracción de nuestros juicios y deseos. De forma complementaria, trata de apoyar los mecanismos de justificación que nuestro ego maneja de manera lamentablemente eficaz: el atribuir la culpa a los demás; el minimizar la gravedad de nuestras acciones; el deshumanizar a nuestras víctimas, considerándolas como crueles y desalmadas.

Conviene insistir que, con ello, el diablo no nos empuja a cometer malas acciones (para eso tenemos bastante “capacidad”, pues del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias…), sino a ignorar el mal que hacemos, eliminando así a Dios de nuestro horizonte, haciendo parecer innecesaria la conversión o cualquier tipo de arrepentimiento.

Podemos ilustrar nuestra insensatez al buscar excusas y justificaciones con una historia de Nasrudin, el mítico personaje sufí.

A Nasrudin le encantaba señalar a la gente el interminable camino de las debilidades humanas. Una vez, estaba sentado en el mercado en un día ajetreado. Junto a él había una cesta de pimientos picantes. Nasrudin se metió uno en la boca, luego un segundo y luego un tercero. Cuando se metió el cuarto, le había empezado a sudar la frente. Empezó a transpirar un poco y su cara se puso roja. Tenía la boca abierta y la lengua fuera. Entonces empezó a gritar: Oh, ¡Dios mío, estos pimientos me están matando!

Luego tomó otro pimiento y se lo metió en la boca y gritó: ¡Oh, no puedo soportarlo! ¡Estos pimientos me están matando! El sudor comenzó a chorrearle por la cara. Su ropa estaba empapada de transpiración. Pero se metió otro pimiento en la boca y de nuevo gritó: ¡No puedo aguantar, no puedo más! Se metió otro pimiento picante y siguió echándose pimientos picantes en la boca uno tras otro, mientras gritaba de dolor: ¡Dios mío, estos pimientos me están matando! Una multitud de personas se había reunido a su alrededor y finalmente le preguntaron: Nasrudin, Nasrudin, ¿por qué no dejas de comerte esos pimientos? Él dijo: Espero encontrar uno dulce.

—ooOoo—

El diablo sabe lo que hace. Sabe cuál es nuestro punto más débil y es ahí donde ataca. Es lo que tiene que hacer.

Cuando jugaba a baloncesto en el colegio, recuerdo muy bien que había un equipo que siempre nos ganaba. Tenía dos jugadores muy altos que hacían difícil disparar de lejos y mucho más hacernos con el balón en los rebotes. En medio de nuestra desesperación, nuestro querido entrenador, un inolvidable Hermano Marista, nos dijo: Observen la forma de defender que tiene ese equipo: uno de sus hombres altos está bajo el aro y el otro al frente del área (llamada zona), bloqueando a nuestros mejores encestadores. Continuó diciendo: Lo mejor es no disparar de lejos y entrar a la canasta muy rápidamente por los dos lados, uno de ustedes con el balón y otro listo para recibirlo en caso de que el primero sea bloqueado.

Tenía razón; nuestro adversario tenía como punto débil en su defensa los dos extremos de la cancha. La estrategia funcionó y orgullosamente saboreamos la victoria.

Pero esto no es el fin de la historia: en el siguiente encuentro, el equipo rival aprendió la lección, cambió de táctica y… nos masacraron por 30 puntos.

No estoy seguro que este símil deportivo sea la mejor comparación, pero es cierto que podemos ser más conscientes de nuestra debilidad gracias a esos ataques del diablo, en forma de insinuaciones (no sólo tentaciones). Por eso Dios permite que se produzcan los signos diabólicos, las más o menos sutiles invitaciones del diablo, orientadas a distorsionar nuestras dificultades, nuestras emociones… todo lo que no sea Dios mismo, con la perversa intención de que se cumpla de forma dramática lo que dice el Deuteronomio: Tengan cuidado, no sea que se engañe su corazón y se desvíen y sirvan a otros dioses, y los adoren.

En realidad, sólo los elegidos pueden ser tentados ¿Qué necesidad hay de tentar a los perversos? La tentación es un privilegio, que termina por llevarnos más cerca de Dios. Es algo que Él ya había previsto:

Fiel es Dios, que no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que pueden soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que puedan resistirla (1 Cor 10: 13).

Notemos cómo comienza el texto evangélico de hoy: Jesús fue conducido al deserto por el Espíritu Santo, para ser tentado por el diablo. Esa era la intención más importante, para mostrarnos a nosotros, pecadores, que incluso de la tentación (¡y hasta del pecado!) podemos salir más convencidos de la necesidad de unión con las Personas Divinas.

—ooOoo—

Con nuestras fuerzas, no podemos mantener la mirada fija en el Padre. Nos distraemos, somos seducidos; nuestros pecados nos arrasan como el viento (Is 64: 6) con mucha facilidad. También nos fascinan las cosas bellas y buenas de este mundo (el trabajo, el éxito, la familia, la escuela, el arte…). Por desgracia, las amamos hasta el punto de idolatrarlas y hacernos sus esclavos. Acabamos perdiendo el control de nuestras acciones y olvidándonos del Dios que nos ama y nos espera.

Cristo utilizó el poder para hacer milagros, pero nunca para sí mismo, siempre para los demás. Trabajó, sudó, sufrió hambre, sed, pasó noches en vela y no quiso privilegios. El punto culminante de esta tentación fue en la cruz. Allí se le volvió a invitar a que hiciera un milagro para sí mismo; se le retó a que bajara. Si hubiera hecho el milagro, si hubiera rechazado la “derrota”, Jesús habría sido un vencedor a los ojos de la gente, pero habría sido un perdedor ante Dios.

Vivamos esta Cuaresma con el profundo significado de los cuarenta días, que en el Biblia significan no una medida de tiempo, sino un duro esfuerzo, “un tiempo largo”, simbólicamente representado en los días que Elías caminó al monte Horeb para su encuentro con Dios, o los cuarenta días que Moisés pasó en el Monte Sinaí (Éx 34: 28). Hoy vemos a Cristo hacer lo mismo. Esto va unido al ayuno; el de los alimentos, como signo externo que supone un diálogo con Dios, un menaje que le enviamos con el significado de querer ser libres del mundo y –sobre todo- el ayuno de nuestras pasiones, que siempre

Un libro muy leído por los cristianos del siglo II, el Pastor de Hermas, explica de forma muy bella y práctica el vínculo entre el ayuno y la caridad:

Así es como se practica el ayuno: durante el día de ayuno solo comerás pan y agua; luego calculas cuánto habrías gastado en comida durante ese día y le ofrecerás el dinero a una viuda, un huérfano o un pobre; así te privas de algo para que tu sacrificio ayude a alguien a saciarse. Él rezará por ti al Señor. Si ayunas de esta manera, tu sacrificio será aceptable para Dios.

Finalmente, tengamos en cuenta que la Cuaresma y su penitencia no son un fin en sí mismo. La Pascua es el triunfo de Cristo sobre el mal y la tentación. Nuestro objetivo y el de todo ser humano, creyente o no, es el vivir una vida plena. La diferencia es que nosotros tenemos el privilegio de poder saborear desde ahora esa plenitud.

Ojalá que nos dispongamos, con el ayuno y la penitencia, a luchar por la verdadera libertad de nuestro prójimo, como Cristo nos enseñó: Hay demonios que sólo pueden ser expulsados con el ayuno y la oración (Mt 17: 21).

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente