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Vive y transmite el Evangelio

Seducción, pecado y redención | Evangelio del 9 de junio

By 5 junio, 2024No Comments


Evangelio según San Marcos 3,20-35:

En aquel tiempo, Jesús volvió a casa y se aglomeró otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de Él, pues decían: «Está fuera de sí».
Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios». Entonces Jesús, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno». Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo».

Y llegan la madre y los hermanos de Jesús, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?». Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Éstos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

Seducción, pecado y redención

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 09 de Junio, 2024 | X Domingo del Tiempo Ordinario

Gén 3: 9-15; 2Cor 4: 13—5,1; Mc 3: 20-35

Se cuenta una anécdota del Presidente americano Abraham Lincoln (1809-1865) con uno de sus ayudantes. Le hizo la siguiente pregunta: Si llamas “pata” a una cola, ¿cuántas patas tiene un caballo? Su ayudante respondió: Cinco. Lincoln replicó: No. Son cuatro. Llamar “pata” a una cola no la convierte en pata.

En el relato evangélico de hoy ocurre algo semejante, aunque mucho más extremo: el bien que hace Cristo, liberando a las personas de la esclavitud del pecado, es calificado de servicio a Satanás y de locura.

Algo parecido ocurriría más tarde al diácono Esteban, que se dedicaba a la caridad con los pobres y a transmitir el Evangelio, insistiendo en que Cristo no vino a eliminar la Ley ni la tradición, haciendo un claro discurso que termina así:

Duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, ustedes siempre han resistido al Espíritu Santo. Como sus padres, así también ustedes. ¿A qué profeta no persiguieron sus padres? Dieron muerte a los que anunciaban la venida del Justo, a quien ustedes han traicionado y crucificado; ustedes, que recibieron por ministerio de los ángeles la Ley, no la guardaron.

Pero él fue inmediatamente lapidado, siendo acusado, precisamente…de blasfemo.

¿Cómo es posible que seamos capaces de llamar blanco a lo que es negro y bello a lo que es abominable? ¿Cómo podemos identificar a Cristo con un poseído diabólico?

La Primera Lectura nos da una respuesta: el pecado original, que hemos heredado, nos lleva a ver la desnudez inocente como algo vergonzoso; la fruta prohibida como lo más deseable; el peor mal, como lo mejor. Probablemente, la explicación más acertada del pecado, basada en la experiencia personal, está en la confesión de Eva a Yahveh cuando le pregunta por qué comió la fruta prohibida: La serpiente me sedujo y comí.

La palabra “seducción” procede del latín seducere o apartar. De ahí podríamos pensar fácilmente en extraviar, una connotación peyorativa de la palabra que evoca a las sirenas, que atraen a los marineros a las rocas, como sucede en la Odisea de Homero, donde intentan atraer a Odiseo y a sus marineros a la muerte. Pensamos, por ejemplo, en la joven Salomé, seduciendo a Herodes con su danza para conseguir la cabeza de San Juan Bautista.

Y es cierto que a menudo nos seduce algo o alguien diferente de nosotros, exótico, alguien de alguna forma fuera de nuestro alcance, alguien que parece algo distante y alejado. Una gran belleza, por supuesto, un gran poder o alguna forma de riqueza nos atraen, y deseamos disfrutar indirectamente del resplandor de la fama y la fortuna de otra persona o utilizarla de algún modo para nuestro propio progreso. Para algunos, la inteligencia puede ser también una gran fuente de atracción y seducción.

Por eso la tentación del diablo a Adán y Eva fue… perfecta, completa. No sólo utilizó un objeto prohibido, sino que prometió a esa pareja que ocuparían el lugar de Dios: Serán iguales a Él, conocerán el bien y el mal (Gen 3: 5).

Lo que era desobediencia a quien nos ama, aparece como triunfo. Así, lo que es pecado se interpreta como liberación, incluso como acto misericordioso. Es la bien conocida manipulación del lenguaje para argumentar que el aborto es un “derecho reproductivo” o un acto de piedad hacia la mujer, o que las prácticas homosexuales o el adulterio son simplemente “estilos de vida alternativos”.

Adán ya consideraba a Dios como un enemigo, por eso se escondió. Para que Dios no obstaculizara las torpes elecciones de su libertad.

Lo que le sucedió a Adán es lo mismo que nos sucede a nosotros hoy: en vez de confesar su falta culpa a Eva. En vez de pedir perdón, vive en un remordimiento mal disimulado. De esta manera, no puede haber perdón ni reconciliación. Y, no olvidemos: blasfemia, diciendo que Dios se equivocó al darle la mujer por compañera.

Si nos preguntamos qué es lo más seductor en otra persona, no siempre es que nos aleje o nos lleve por el mal camino, sino más bien lo contrario: Alguien que nos lleva a comprendernos mejor, a decirnos quienes somos en realidad, alguien que parece entendernos y reconocer nuestra singularidad y lo que tenemos que ofrecer al mundo, alguien que nos anima en nuestros esfuerzos. La seducción reside tan a menudo en el interés de alguien por nosotros, un interés aparentemente sincero, la comprensión por parte de alguien de nuestros sueños y deseos.

Recuerdo cómo una mamá compartía la desgarradora pregunta que le hizo una vez su hija sorda. Le miró con sus grandes ojos y preguntó, como si ella debiera conocer la respuesta: ¿Qué hace que alguien sea admirado? ¿Qué tengo que hacer para ser querida por los otros niños?

Esa mamá sabía que los niños de la escuela a menudo la despreciaban. Era diferente, no siempre entendía lo que decían ellos o el profesor. No la invitaban a sus fiestas, y a veces los otros niños le pasaban notas diciéndole ¡Eres tonta! Así que la mamá recuperó el aliento, pensó un momento y luego dijo: Hazles preguntas sobre ellos mismos. Interésate por ellos, ayúdales si puedes, lecciones difíciles de comprender para una niña de nueve años. Sin embargo, ella las captó e, inesperadamente, se convirtió en una de excelente oyente, a pesar de que tenía que leer los labios… o tal vez porque hacía eso.

Así que quizá éste sea el elemento más importante de una persona positiva y evangélicamente seductora, alguien que puede ser llamado un apóstol: la capacidad de hacernos sentir especiales y, en última instancia, felices. Alguien que no alardea de sus logros, ni quiere ser admirado, sino que escucha modestamente los del prójimo. Alguien capaz de escuchar de verdad lo que tenemos que decir y que parece comprender; se ríe con nuestras bromas, llega a compartir una parte importante de su vida con nosotros, alguien que está deseando ofrecer su tiempo para hacernos sentir queridos, aunque no tenga la solución de todos nuestros problemas.

—ooOoo—

Cristo menciona el terrible pecado contra el Espíritu Santo, del que dice que tiene una pena eterna. No es que la misericordia de Dios sea limitada, sino que está sugiriendo la posibilidad que tenemos de rechazar la gracia y el perdón divinos.

Puede ser útil recordar la doctrina tradicional sobre las seis especies de pecado contra el Espíritu Santo, que pueden identificarse en el Nuevo Testamento:

(1) Desesperación, que consiste en perder la esperanza en nuestra salvación (para qué me voy a arrepentir, si lo voy a volver a hacer…).

(2) Presunción, que consiste en dar por sentada la misericordia de Dios y creer erróneamente que, ni ahora ni al fin de nuestra vida, tendremos que rendir cuentas de nuestros pecados.

(3) Impenitencia o firme determinación de no arrepentirse; normalmente, justificando o restando importancia a mis faltas.

(4) Obstinación, que es carecer de la humildad necesaria para admitir que he pecado y sigo persistiendo en ese pecado; es una forma de manipular la verdad…como aquel que no acepta la corrección, la advertencia de los demás, el consejo, la opinión ajena. Es una consecuencia del apego crónico a los juicios o a los deseos. Es lo que provoca el dolor de San Pablo en la Segunda Lectura. Notaba ya que sus fuerzas flaqueaban y que todo su esfuerzo en Corinto no era siempre ni apreciado ni bien aprovechado y sus hijos espirituales ponían los ojos en las cosas visibles más que en la verdad recibida.

(5) Resistirse a la verdad divina que se sabe que es tal (no voy a pararme ahora a pensar sobre si algo es opuesto a Dios, si tiene consecuencias…). Atención, porque este pecado nace de una sensibilidad endurecida.

(6) Envidia del bienestar espiritual ajeno. Este fue el pecado de Satanás, Adán y los escribas en el pasaje del Evangelio de hoy.

Si reflexionamos un poco, hemos de reconocer que estas faltas no son raras, ni ajenas a tu vida y la mía. La raíz de estos pecados puede ser descrita como un mal uso de la libertad, producido por el orgullo. En la Segunda Lectura, San Pablo, que conocía bien el oficio de fabricar tiendas, dice a los Corintios: Porque sabemos que, si esta tienda, que es nuestra morada terrestre, se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada eterna, no hecha por mano humana, que está en los cielos.

La narración del pecado original ilustra también cómo cualquier pecado, cualquier infidelidad, tiene efecto sobre el prójimo. En este caso, es Eva la que arrastra a Adán a la desobediencia. Muchos de nosotros no aceptamos esta realidad, imaginando que existen “pecados ocultos”, que no tienen consecuencias sobre otras personas. Esta actitud es probablemente más peligrosa hoy día, pues estamos invadidos de una concepción teórica, pero sobre todo de hecho, sobre la autonomía individualista de la persona.

Pongamos un ejemplo frecuente: los pensamientos contra la castidad. No hace falta hablar de las acciones, cuyos efectos son inmediatamente devastadores, o bien en el prójimo, o bien en la propia capacidad para vivir una paternidad o maternidad completas.

Dado que casi siempre tiene una connotación negativa, no nos asustemos de la palabra seducción, pues ya en el Antiguo Testamento aparece como la explicación del modo en que Dios nos atrae: Me sedujiste, oh Señor, y yo me dejé seducir; más fuerte fuiste que yo, y me venciste (Jer 20: 7).

Las lecturas de hoy nos invitan a mirar cara a cara la realidad del pecado. Cristo nos muestra realmente quiénes somos y cómo somos, sin disimular nuestras faltas ni nuestras capacidades aún no explotadas, dejando clara qué forma de unidad guarda con nosotros: Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre. Me atrevería a decir que es una forma de seducción con la que nosotros atraemos a Dios Padre, que se compadece de nuesta fragilidad, como la gallina que reúne a sus pollitos bajo las alas (Lc 13: 34).

Sí; hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios para ir avanzando en la intimidad con Él. Como muestra la Primera Lectura, siempre ha aspirado a pasear con nosotros en el Paraíso. En el Evangelio de hoy vemos cómo Cristo nos ayuda a progresar en esta unión, no con ritos mágicos o gestos esotéricos, como hacían en su época algunos “sanadores” de su época o algunos seductores de hoy. Para redimirnos, para ser libres desde ahora, nos propone, simplemente, tener fe en su Palabra.

¿Quién me librará? de la esclavitud impuesta por la serpiente, pregunta Pablo (Rom 7,24). Encontramos la respuesta en el Evangelio de hoy, pero ya estaba anunciada en el pasaje del Génesis: uno de los vástagos de la mujer se impondrá a la serpiente y le aplastará la cabeza.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente