Evangelio según San Marcos 7,31-37
En aquel tiempo, Jesús se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis. Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él. Él, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua. Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: “¡Ábrete!”. Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente. Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban. Y se maravillaban sobremanera y decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos».
¿Porque te dije que te vi bajo la higuera has creído?
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 08 de Septiembre, 2024 | XXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Is 35: 4-7; Sant 2: 1-5; Mc 7: 31-37
En la vida de cada uno de nosotros ocurren cosas que consideramos extraordinarias e inesperadas. El título de esta reflexión son las palabras de Natanael, cuando se asombra al saber que Jesús le había visto descansando bajo un árbol antes de que se encontrasen. A veces llamamos “milagros” estos sucesos y en otras ocasiones no les damos importancia, no los contemplamos con cuidado, tal vez porque nuestra sensibilidad está algo adormecida.
Para comprender esto, es útil recordar una anécdota del genio francés Blaise Pascal (1623-1662).
Un día tenía una cita con un amigo en un castillo situado en lo alto de una colina. Pasó algún tiempo mientras esperaba a su amigo; éste llegó con el rostro deformado, las ropas desgarradas y el cuerpo lleno de magulladuras y heridas.
¿Qué te ha pasado? preguntó Pascal.
¡No puedes imaginarte el milagro que Dios acaba de hacer por mí! respondió su amigo. Cuando venía hacia aquí, mi caballo se cayó cerca de una pendiente. Yo también me caí y fui dando tumbos, pero me detuve justo antes del precipicio. ¿Te lo imaginas? ¡Qué milagro ha hecho el Señor por mí!
A lo que Pascal, tranquilamente, respondió: ¡Y qué milagro ha hecho el Señor por mí, cuando has venido ni siquiera me he caído del caballo!
El texto evangélico de hoy presenta un caso donde el milagro produce admiración, gratitud y un cambio en la vida de la persona que se beneficia del prodigio de una curación inimaginable.
Pero continuamente ocurren auténticos milagros, hechos espectaculares o casi secretos, pero difíciles de explicar, que merecen nuestra atención.
Por ejemplo, sucede así en el campo de las ciencias. Hace menos de 30 años, los biólogos se hicieron conscientes de que el cuerpo humano se parece… a un zoológico: El número de bacterias en nuestro cuerpo es superior al número de células “humanas”, que alcanza valores de billones. Y, sin embargo, convivimos con esos huéspedes, casi siempre en armonía y beneficio mutuo, hasta que en ocasiones ocurre algún desequilibrio y comienzan los problemas, a veces fatales. Se podría decir, sin exagerar, que la vida de la persona es un auténtico milagro en forma de delicado equilibrio.
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Si miramos a nuestra relación con las Personas Divinas, nos sucede lo que dijo el escritor brasileñoJoão Guimarães Rosa: Cuando no pasa nada, hay un milagro que no estamos viendo.
En el libro Primero de los Reyes se relata la historia de la gran sequía que padeció el pueblo. Cuando Dios envió a Elías la confirmación de que por fin iba a llover, Elías pidió a su criado que mirara hacia el mar para ver si llovía, y seis veces volvió informando al profeta de que no ocurría nada en aquella dirección.
La séptima vez, el criado vuelve diciendo que había una nube en el cielo, mostrando lo pequeña que era, igual que la mano de un hombre. Pero era esa pequeña nube la que anunciaba la llegada de una gran lluvia, que pondría fin a toda la sequía. Una nube, que era tan pequeña que el sirviente no la tuvo en cuenta, fue la responsable de traer al pueblo la promesa de un tiempo nuevo, el fin de la sequía.
Son auténticos signos proféticos, que van unidos al milagro. En la historia de Elías que hemos mencionado, esa pequeña nube encerraba un mensaje prodigioso, el fin de un largo castigo que Israel sufría por causa de su idolatría y su pecado. Si soy fiel, si no dejo perder la pequeña ocasión de hacer ahora el bien, sin juzgar ni pararme a contemplar los defectos del prójimo, sin duda estoy colaborando en un milagro. Es lo que sucedió al que acercó el sordomudo a Cristo, lo que también pasó a Marta y María, cuando llamaron a Jesús para que lo curase. La respuesta de Jesús me puede parecer lenta, extraña o incluso –en mi atrevido orgullo- inapropiada, pero no puedo olvidar que, por asombroso que sea, Él NO DESEA actuar sin mí.
La ceguera, la sordera, la parálisis, la mudez… son enfermedades que en la Biblia representan metafóricamente, sobre todo, la incapacidad para acoger la palabra de Dios y para proclamarla. De hecho, la curación de hoy es la de un pagano, un habitante de la Decápolis, con lo cual aún queda más claro lo que Cristo nos quiere transmitir.
Por otro lado, la persona sordomuda tiene una gran dificultad para convivir, sólo con gran dificultad es capaz de salir del estrecho mundo en el que su discapacidad le encierra. Por es, el milagro de hoy tiene un profundo sentido antropológico, pues nos hace comprender que no es posible a nadie una vida plena, una relación completa con el prójimo y con Dios si no permitimos y favorecemos que conozca a Cristo, primero como hombre y luego, necesariamente, como Hijo de Dios.
Si la curación de este sordomudo le llena de alegría ¿qué podemos decir de nosotros, cuando milagrosamente la Providencia nos permite escuchar su voz, conocer sus intenciones, ver el próximo paso que hemos de dar? Hay tantas personas de buena voluntad que se encuentran perdidas, desanimadas y cansadas… y misteriosamente somos nosotros los invitados a la cena del Señor.
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La Segunda Lectura nos habla también de la sordera que tenemos respecto al dolor humano. Quizás no es culpa nuestra, pero hemos de reconocer nuestra enfermedad, nuestra limitación, y suplicar que nuestra sensibilidad crezca, como la de una persona que cuida a un enfermo y termina por adivinar lo que le sucede nada más mirarle o escuchar el tono de su voz.
Somos sordos y ciegos cuando no vemos en el nerviosismo de un hermano o, su necesidad de clarificar algo un signo de cansancio, de agotamiento. Soy sordo y ciego si me niego a comunicarme con ciertos hermanos, con mil excusas y ni siquiera les saludo, bajando la mirada en su presencia.
Santiago no sólo se refiere a la discriminación por la posición social, sino al favoritismo que tú y yo podemos tener, a veces de forma inconsciente, porque nos resulta más sencillo hablar o convivir con ciertas personas y nos deslumbran las carencias y torpezas de otras, como nos explica Santiago hoy en su Epístola hablando del “pobre andrajoso” que llega a la asamblea. La pobreza de la que habla la Biblia no es sólo la falta de dinero ¡no lo olvidemos! Su conclusión es: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman?
Esta Segunda Lectura refuerza el mensaje del texto evangélico, confirmando que la Palabra de Dios está destinada a todos y produce efecto en todos, por mucho que nos resistamos y seamos torpes. Antes o después, como enfáticamente anuncia la Primera Lectura, nos arrastra con suavidad o con violencia, a la presencia de las Personas Divinas.
Cuando se pide a una persona consagrada que comparta cómo sintió su vocación, puede relatar algún momento especial, otras veces se refiere a “algo que creció” en su interior, o al testimonio que recibió de alguien, o a la necesidad que veía a su alrededor… pero todos coinciden en que, en el fondo, se trata de algo inexplicable, a lo que se puede aplicar el nombre de milagro. Es más, la perseverancia resulta aún más sorprendente y prodigiosa, pues no es lo mismo cometer pecados cuando no se conoce a Cristo que ser infiel después de haber sido llamado por Él.
María, la Madre de Dios, nos da el ejemplo perfecto de cómo actuar cuando somos conscientes de haber sido beneficiados con un milagro: comparte su estado de gratitud con todos, de forma poética, en su caso con el Magnificat; y se pone en marcha de inmediato, usando la fortaleza que ha recibido para ayudar a quien tiene cerca. Esta gratitud se basa en la consciencia de haber sido elegido, de que Dios me trata de forma personal y única, como hace con el sordomudo de la Decápolis, apartándolo de la multitud.
¿Quién acercó este sordomudo a Jesús? No lo sabemos. Pero sin duda, ese gesto le dio la alegría que marcaría no sólo su vida sino también su eternidad. Esto nos enseña cómo podemos ser cooperadores en los milagros, aunque no nos lo hubiésemos propuesto. Dios nos ofrece pequeños signos, para que seamos fieles a ellos.
La persona que hizo posible el milagro nos enseña que nuestra preocupación por un hermano, por una hermana, no encuentra solución en nuestra experiencia, sagacidad o buena intención. La única posibilidad de una auténtica curación está en las manos de Cristo. Aunque a veces somos felizmente capaces de contribuir al alivio de algunos males, de ciertas limitaciones, nada es suficiente si no somos capaces de transmitir el mensaje de la Primera Lectura: Esfuércense, no teman, Pues su Dios viene con venganza; La retribución vendrá de Dios mismo, Mas Él los salvará. Cristo nos hay un ejemplo de fe y humildad, elevando sus ojos al cielo, para hacer ver que nuestro Padre Celestial es nuestro origen y nuestro destino y, además, que nada podemos hacer sin ponernos bajo su mirada. Antes de intentar ayudar a nuestro hermano, hemos de elevar nuestros ojos a Dios, ya nos sintamos impotentes o a lo mejor nos creamos capaces de hacer un bien.
Cristo no hace milagros por un simple sentido de lástima; quien se ve envuelto a un milagro, sobre todo el milagro de ser perdonado, siente gratitud, pero también adquiere una deuda que gustosamente está dispuesto a pagar, como les ocurrió a los testigos de la curación del sordomudo. Ciertamente, no siguieron una estrategia apostólica adecuada, incluso hicieron algo que entorpecía los deseos de Cristo, pero transmitieron lo esencial: Jesús todo lo hace bien. Es lo mismo que dice el Génesis al hablar de la Creación. Sin duda, no podían asegurar que era “el Hijo de Dios”, pero proclamaron lo fundamental: Nos podemos fiar de este Maestro.
Nosotros, comenzando por el Bautismo, hemos recibido la visión y el oído para caminar por este mundo lleno de ruidos y espejismos que de los que no nos podemos curar ni liberar solos. Como dice el Papa Francisco:
Es precisamente el corazón, es decir, el núcleo profundo de la persona, lo que Jesús vino a abrir, a liberar, para hacernos capaces de vivir plenamente nuestra relación con Dios y con los demás (9 SEPT 2018).
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente