Evangelio según San Mateo 21,33-43:
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «Escuchad otra parábola. Era un propietario que plantó una viña, la rodeó de una cerca, cavó en ella un lagar y edificó una torre; la arrendó a unos labradores y se ausentó. Cuando llegó el tiempo de los frutos, envió sus siervos a los labradores para recibir sus frutos. Pero los labradores agarraron a los siervos, y a uno le golpearon, a otro le mataron, a otro le apedrearon. De nuevo envió otros siervos en mayor número que los primeros; pero los trataron de la misma manera. Finalmente les envió a su hijo, diciendo: ‘A mi hijo le respetarán’.
»Pero los labradores, al ver al hijo, se dijeron entre sí: ‘Este es el heredero. Vamos, matémosle y quedémonos con su herencia’. Y agarrándole, le echaron fuera de la viña y le mataron. Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?». Dícenle: «A esos miserables les dará una muerte miserable arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo». Y Jesús les dice: «¿No habéis leído nunca en las Escrituras: La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido; fue el Señor quien hizo esto y es maravilloso a nuestros ojos? Por eso os digo: Se os quitará el Reino de Dios para dárselo a un pueblo que rinda sus frutos».
El tiempo de los frutos
Luis Casasús, presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 8 de Octubre, 2023 | XXVII Domingo del Tiempo Ordinario
Is 5: 1-7; Flp 4: 6-9; Mt 21: 33-43
Comencemos con una afirmación atrevida: Detrás de cada pecado, hay un acto de omisión. Esto parece, al menos, probable:
– Cuando difamamos a alguien o hacemos comentarios impertinentes, NO hemos hecho antes una mínima reflexión.
– Cuando Adán y Eva se dejaron seducir por el diablo, NO acudieron a Yahveh para expresarle su sorpresa ante la invitación del maligno.
– Cuando sucumbimos ante una “pequeña” tentación contra la pobreza, la castidad o la obediencia, NO consideramos antes los efectos sobre la vida de los demás.
De hecho, en el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que, aunque el crimen de los viñadores fue espantoso, todo comenzó porque “no pagaron los frutos a su tiempo”, una omisión que, en principio, podría haber tenido un arreglo negociado.
Pero la Primera Lectura ya nos dice cuál es la expectativa de Yahveh sobre su viña, que es el pueblo elegido, los privilegiados (los sumos sacerdotes, los ancianos… nosotros): Yo esperaba que diera buenas uvas; ¿por qué dio uvas amargas?
No basta creer y decir que somos hijos de Dios. Eso no es un título honorífico; al hijo le corresponde una misión, que es administrar lo que el Padre estima. La imagen de la viña está cuidadosamente elegida, y no es nueva, como vemos en el texto de Isaías de hace 29 siglos. La viña da fruto, un fruto esperado. No puede ser estéril ni producir uvas agrias. Una vida moral sin pecados es solo el punto de partida, una condición necesaria para dar los frutos exigidos por el Espíritu Evangélico ¿Cuáles son estos frutos? Según el famoso texto de San Pablo:
El Espíritu produce amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, lealtad, humildad y dominio de sí mismo. Ninguna ley existe en contra de todas estas cosas. (Gal 5:22-23).
A este respecto, dos observaciones:
* TODOS estos frutos tienen inmediata relación con el prójimo.
* No hay nada que pueda impedir que nazcan, ni que pueda destruirlos.
Eso explica la ira del dueño de la vid, que está dibujada con la vivacidad típica oriental; aunque no es una amenaza de lo que nuestro Padre celestial hará, ilustra muy claramente el hecho de que se trata de una gravísima omisión, semejante a la que menciona la Primera Lectura, describiendo luego el terrible castigo que recibirá: Quitaré la valla de esa viña, para que sirva de pasto, derruiré su tapia para que la pisoteen. La dejaré arrasada: no la podarán ni la escardarán, crecerán zarzas y cardos; prohibiré a las nubes que lluevan sobre ella.
Contrasta esta severidad con el tono compasivo del propio Isaías, cuando habla de otros pecadores, autores de faltas vergonzosas:
Los de espíritu extraviado recibirán entendimiento y los murmuradores aceptarán ser instruidos (Is 29: 24)
Desde luego, como cuenta San Lucas (16: 19-31), el castigo del rico que banqueteaba y del cual no se menciona ningún pecado fue aterrador, por el hecho de su “pequeña omisión”; no dar unas migajas al pobre Lázaro.
Así que, el Evangelio nos enseña que, con o sin consecuencias visibles, cometemos omisiones que son muchos más graves que las faltas de prostitutas y publicanos: no damos fruto, el fruto esperado.
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Lo que nos cuesta comprender es que el esfuerzo por dar los frutos, que son signos de la presencia de Dios en nosotros…nos libera de la esclavitud del mundo y del yo. En efecto, no hay una tercera vía, no existe una escapatoria al dilema: o vivir nuestra misión de administradores, o hacer daño a los demás, de muchas formas, como los viñadores homicidas.
Somos administradores; hemos sido creados para administrar una herencia, una riqueza con la que podemos vivir felices a condición de no ser demasiado insensibles.
¿Cuál es el punto de partida de un administrador? Recuerdo que nuestro padre Fundador nos ponía un ejemplo muy sencillo, recordando su trabajo en el Servicio de Correos: Nada más llegar, hay que investigar qué tenemos entre manos, todo lo que se nos ha confiado. Parece claro que los viñadores de la parábola cometieron aquí su primer error. Evidentemente, una buena viña era algo precioso, de gran valor, como así lo manifiestan muchos textos de la Biblia, pero no quisieron ir más allá en su reflexión, no meditaron en lo que representaba esa viña para su dueño… ni en lo que significaba para ellos haber sido encargados de cuidarla.
De nuevo nos sentimos reflejados en este grupo inconsciente y despiadado de viñadores: En primer lugar, no reconocemos haber sido elegidos, llamados por alguna razón que no conocemos del todo y, en consecuencia, nos creemos los autores y dueños de nuestra vida.
De eso estaban convencidos aquellos labradores y… nosotros también. Incluso hoy hemos creado argumentos para demostrarnos que es así. La psicología barata de hoy, que también constituye un buen negocio, busca convencernos de que la neurociencia nos permite ahora conocer y controlar la relación entre pensamientos y emociones, liberándonos de los viejos paradigmas que nos inculcaron nuestros antecesores… y así ser dueños del destino e incluso hacernos billonarios (si alguien desea un libro de 600 páginas y 36 dólares que lo explica muy bien… se lo regalo gustosamente).
Es curioso cómo contrastan estas ideas vulgares con la reflexión que se hacía el gran Isaac Newton: Si he visto más lejos, ha sido porque me he apoyado en espaldas de gigantes.
Pero, desde el punto de vista espiritual, el punto de partida es que no reconocemos, no hemos hecho inventario de lo que tenemos entre manos. Para poner un ejemplo positivo y estimulante, un joven que fue invitado recientemente a una de nuestras residencias para compartir el almuerzo, se fue encantado, feliz y agradecido, sin que hubiéramos hecho nada particular ni celebrado ninguna fiesta o cumpleaños… Esto –gracias a Dios- sucede a menudo en nuestras misiones del mundo. Pero ¿somos conscientes de podemos transmitir paz y serenidad con pequeños gestos, compartiendo una comida… o unas migajas, con tantos Lázaros solitarios, indigentes o bien situados, jóvenes o adultos?
Como hemos mencionado antes, el segundo aspecto, complementario de esta consciencia de ser administradores, es apreciar bien cómo estima el dueño de la vid a su propiedad, su tesoro, cada uno de sus hijos.
A continuación, una fábula para destacar que esta llamada a ser administradores, es una profunda intuición presente en todas las tradiciones espirituales.
Una historia sufí habla de un hombre que rezaba continuamente para tener la sabiduría necesaria para triunfar en la vida. Una noche soñó que se adentraba en el bosque para alcanzar el conocimiento. A la mañana siguiente, se dirigió al bosque y vagó durante varias horas buscando alguna señal que le proporcionara respuestas. Cuando por fin se detuvo a descansar, vio un zorro sin patas, tumbado entre dos rocas en un lugar fresco. Curioso por saber cómo podía sobrevivir un zorro sin patas, esperó hasta la puesta de sol, cuando observó que un león se acercaba y ponía carne ante el zorro.
Ah, ya lo entiendo, pensó el hombre. El secreto del éxito en la vida es confiar en que Dios se ocupará de todas mis necesidades. No necesito proveer para mí mismo. Todo lo que tengo que hacer es rendirme totalmente a mi Dios que todo lo sustenta. Dos semanas después, debilitado y hambriento, el hombre tuvo otro sueño. En él oyó una voz que le decía: Necio. Sé como el león, no como el zorro.
Cristo, con las tres parábolas de la viña de los tres últimos domingos, hace un esfuerzo para hacernos comprender cuál es nuestra condición de privilegiados administradores, a los que Dios Padre da toda su confianza.
Nunca he visto mejor reflejado el contenido de estas parábolas que en lo que Fernando Rielo llama Súplica Beatífica, nuestra experiencia continua de cómo el Espíritu Santo solicita nuestra ayuda y brinda su compañía para recordarnos que nunca estaremos solos, y darnos así una paz que no se puede conseguir con nuestro mejor esfuerzo. Así lo proclama San Pablo en la Segunda Lectura, donde nos habla de nuestra súplica, que es un eco de la del Espíritu Santo y de su fruto de paz: En toda ocasión, en la oración y súplica con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
Muchos de nosotros preferimos trabajar para nosotros mismos, construyendo nuestra Torre de Babel, o simplemente no hacer nada. Una de estas dos actitudes fue sin duda la de los viñadores homicidas de la parábola. En cualquier caso, omitir el servicio lleva a la violencia, sea verbal física, psicológica o de cualquier tipo. Y, al mismo tiempo, a una esterilidad total, a la impresión de una vida vacía, echada a perder como una viña abandonada.
Y no olvidemos el final de la parábola; ni la traición de los viñadores, ni el asesinato de su Hijo, impiden que Dios Padre siga adelante con sus planes: entregará la viña a otros que den fruto en el tiempo debido.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASÚS
Presidente