Evangelio según San Juan 3,16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios».
A su Imagen y Semejanza
Luis Casasús, presidente de las misioneras y misioneros Identes
Roma, 04 de Junio, 2023 | La Santísima Trinidad
Ex 34: 4b-6.8-9; 2Cor 13: 11-13; Jn 3:16-18
Cuando san Patricio anunció el Evangelio a los irlandeses en el siglo V, buscó una ilustración para explicar la Trinidad. Cuenta la leyenda que escogió un trébol de tres hojas. Señalando cada una de sus hojas, explicó que el trébol está formado por tres hojas distintas. Del mismo modo, explicaba, Dios está formado por tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Existen en la Teología y en la vida de los santos explicaciones muy sugerentes sobre la Trinidad, y normalmente nos hacen comprender que hay algo más urgente y necesario que llegar a una claridad racional sobre este misterio. Efectivamente, estar atentos a la realidad de que Dios es una familia, lo cual ha sido de alguna forma intuido en muchas religiones y revelado por Cristo, es una luz incomparable para nuestro caminar en este mundo. Hoy es un día adecuado para meditar sobre algunas consecuencias de este misterio en nuestras vidas, sin duda útiles y esenciales para todos, tal vez más que intentar saber cómo es “Dios por dentro”.
Esto se parece a la historia de un sencillo cura rural ruso que se enfrentó a un eminente científico. Éste esgrimió argumentos aparentemente devastadores contra la existencia de Dios, y declaró: Yo no creo en Dios. El cura iletrado replicó rápidamente: Oh, no importa… Dios cree en ti. Eso es una forma práctica de comprender qué nos interesa saber de la Trinidad.
En una de sus primeras homilías como Papa, san Juan Pablo II planteó lo más importante que debemos saber en nuestra vida terrena: quién es Dios, y el misterio de la Santísima Trinidad. Juan Pablo II se explayó: Dios, en su misterio más profundo, no es una soledad, no es un solitario, es una familia, porque tiene en sí mismo la paternidad, la filiación y la esencia del amor familiar, que es el Espíritu Santo.
Si la antigua sabiduría del Génesis nos recuerda que Dios dijo: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, seguramente nos está sugiriendo que somos algo más que una “representación” de Él, como una escultura o una pintura lo pueden ser de un personaje. Sin duda, se trata de algo más profundo que decir afirmaciones simplistas como: “si la Trinidad son tres personas, nosotros también estamos compuestos de tres elementos: cuerpo, alma y espíritu”.
Si decimos que fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, no se trata entonces de que en nosotros se manifiesten rasgos de buenos seres humanos, sino más bien que algunas características divinas se hagan visibles en nuestra vida. Esto es más esencial y va más allá de la moral, sin menospreciarla, por supuesto.
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En este sentido, tal vez la primera observación es que Dios es amor. Lamentablemente, esto se ha convertido para muchos de nosotros en un slogan, una frase hecha, un tópico. Sin embargo, si estamos hechos a su imagen y semejanza, la conclusión más inmediata es que hay una forma de amarnos a nosotros mismos que es verdaderamente natural, que responde a nuestra naturaleza. Por alguna razón Cristo confirmó el mandamiento: Ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo (Lc 10: 25-37).
Dependiendo de dónde sintonicemos, el amor propio adopta diferentes formas. Las redes sociales tienden a decir que eres perfecto tal y como eres y que debes ponerte por encima de los demás. La psicología individualista contemporánea tiende a decir que el amor propio consiste en descubrirse a uno mismo. Todas estas voces nos dicen muchas cosas, a menudo diferentes, sobre el amor propio, y en esta confusión tenemos que averiguar qué es lo que realmente nos dicen.
La autoestima, tal y como se ve en la cultura de moda, nos anima a elevarnos por encima de los demás. El amor a uno mismo se equipara con el egoísmo. El egoísmo se ha convertido en el medio para tener más confianza en uno mismo. Se nos dice que el camino para alcanzar el amor a uno mismo es hacer lo que nos hace sentir bien. Averigua qué te hace feliz y haz lo que sea necesario para conseguirlo.
Desde el punto de vista del Evangelio, básicamente, dejo de amarme a mí mismo cuando actúo contra mi naturaleza, que es a imagen y semejanza de la de Dios. Esto es, probablemente, la descripción más certera y profunda del modo en que pecamos.
Sí; se puede hablar de inclinaciones, tentaciones, pasiones, apegos… pero recordemos lo que dice nuestra fórmula de profesión de votos: que la santidad no sería posible amando al mismo tiempo, las riquezas, la impureza y la rebeldía. Se trata de verdaderos amores alternativos, desviados, pervertidos, contra natura. Pero se puede llamar “amor” a todos esos comportamientos, porque ponen en marcha todo nuestro ser, toda nuestra capacidad, en una dirección trágicamente equivocada. La verdad es que no podemos dejar de amar, aunque sea torpemente, a veces haciendo daño a los demás, malogrando nuestra paz, nuestra misión y el proyecto de vida que el Espíritu Santo nos recuerda continuamente.
Un ejemplo dramático es el del rey David, que fue capaz de defender los rebaños de su padre de las fieras, matar al gigante Goliat, unificar su reino, vencer en muchas batallas, y perdonar a Saúl. Pero un amor desviado y ambicioso le llevó al adulterio con Betsabé, y a procurar la muerte de Urías, esposo de ésta y oficial de su propio ejército.
En nosotros se realiza la sentencia atribuida a san Jerónimo: La corrupción de lo mejor es lo peor. Esto se cumple cuando nuestra capacidad de amar se corrompe con las elecciones insensatas de una libertad… que también es un rasgo heredado de Dios.
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Un árbol, un mosquito o un águila no son libres. Son obedientes a su naturaleza, a sus hormonas, o responden a los estímulos de forma adecuada. Pero nosotros tenemos una libertad que se manifiesta de forma maravillosa en la creatividad y la imaginación.
Cuando nuestros pensamientos o nuestras conversaciones son inútiles, insensatos (sin un fin, sin un objetivo definido), estamos creando un mundo cerrado, una atmósfera imaginaria donde ignoramos lo más real: que el Espíritu Santo nos está diciendo algo continuamente, está tratando de comunicarnos su voluntad para que la cumplamos con esa imaginación y esa creatividad que se nos han dado.
La creatividad puede ser utilizada para manipular a los demás y esto tiene un alcance que a veces no imaginamos. Aunque es poco probable que los niños pequeños ideen intencionadamente formas de hacer daño a los demás, los niños encuentran nuevas formas de evitar tener que compartir sus juguetes, idean nuevas formas de evitar la hora de recogerlos, hacen bromas que pueden herir a sus amigos, son ejemplos de creatividad negativa que vemos en las aulas de niños de cuatro años.
En nuestro caso, como adultos, es mucho peor. Se dan abusos de autoridad, actividades frenéticas y excusas para no cambiar que son tristemente “creativas”, que incluso tienen aspecto de ser profundas y fundadas. Recordemos las angustiadas palabras de San Pablo:
Cuando partí para Macedonia, te pedí que permanecieras en Éfeso para hacer frente a esos que andan enseñando extrañas doctrinas y no hacen más que enzarzarse en discursos interminables sobre mitos y genealogías, cosas que solo sirven para suscitar disputas y en nada contribuyen al plan de Dios basado en la fe. El propósito de esta advertencia es promover el amor que brota de un corazón limpio, de una conciencia sana y de una fe sincera. Algunos se han desviado de esta línea de conducta y se han perdido en estéril palabrería (1Tim 1:3-6).
Como dijo un antiguo pastor protestante: Demasiados de nuestros hermanos preferirían explicar las complejidades del Libro del Apocalipsis, que ir a un orfanato y hablar a los niños sobre Jesús.
Por el contrario, el verdadero discípulo de Cristo pone su imaginación y su creatividad, que siempre son únicas y no deben ser menospreciadas, al servicio del Evangelio. Ese es el caso de la obra de arte, aunque sea una modesta poesía, escrita por amor a Dios y al prójimo.
Por eso, los cinco papas posteriores al Vaticano II han señalado el poder de la belleza para hablarnos de un camino que va más allá de las palabras y las acciones. La Iglesia sabe que el arte es algo más que piedra y cristal, palabras o notas sobre papel, sonidos cantados, pintura sobre lienzo: en su máxima expresión, el arte es un uso inspirado de tales materiales y habilidades para ofrecernos una visión de la belleza suprema y entablar así una conversación con Aquel que es la belleza, es decir, Cristo mismo.
Hay muchos momentos en la vida de Cristo donde se manifiesta su fértil creatividad, que –insistamos- hemos recibido nosotros. Una mujer fue sorprendida en adulterio (Jn 8: 1-7), y al ser condenada por todos, Jesús sentencia: El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra. Desde luego, cada una de sus parábolas es una obra de arte puesta al servicio de la enseñanza de la Buena Nueva que proclamó por todos los medios posibles.
Cuando ante Cristo se presenta una situación altamente conflictiva y problemática, sabe encontrar una solución creativa, encontrada en la oración, en un estado de oración que no se deja sorprender por los acontecimientos más inesperados. La auténtica creatividad no es algo individual, sino producto de esa conversación permanente entre Dios y nosotros.
No es muy diferente de lo que ocurre en un centro de investigación, donde la mayoría de las ideas relevantes necesitan de un intercambio, de un contraste de pareceres, de un diálogo apasionado que las lleva a dar fruto. En palabras de nuestro padre Fundador: la aflicción es, pues, una dinámica que mueve al apóstol en una desazón continua, pensando, ingeniando nuevos modos, nuevas formas de comunicarse con los demás, transmitir el mensaje a los demás, salvar a los demás.
Una última observación: nuestro padre fundador, Fernando Rielo, nos invita a profundizar en nuestro diálogo con Dios, haciéndonos ver que se trata de un diálogo con tres voces diferentes, con las tres personas divinas.
Aunque no sea una afirmación teológica formal, recuerdo que una persona sensible decía que Dios Padre nos habla a través de los eventos a nuestro alrededor, Cristo a través del prójimo (lo que hagas a otros, a mí me lo haces), y el Espíritu Santo por medio de los que sentimos en nuestro interior, sea dolor, gozo, dudas, entusiasmo o sorpresa.
Abramos hoy nuestro corazón a esta realidad, a esta experiencia cotidiana de la Trinidad.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis Casasús
Presidente