Evangelio según San Marcos 9,38-43.45.47-48
En aquel tiempo, Juan le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y no viene con nosotros y tratamos de impedírselo porque no venía con nosotros». Pero Jesús dijo: «No se lo impidáis, pues no hay nadie que obre un milagro invocando mi nombre y que luego sea capaz de hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros, está por nosotros. Todo aquel que os dé de beber un vaso de agua por el hecho de que sois de Cristo, os aseguro que no perderá su recompensa.
»Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen, mejor le es que le pongan al cuello una de esas piedras de molino que mueven los asnos y que le echen al mar. Y si tu mano te es ocasión de pecado, córtatela. Más vale que entres manco en la Vida que, con las dos manos, ir a la gehenna, al fuego que no se apaga. Y si tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo. Más vale que entres cojo en la Vida que, con los dos pies, ser arrojado a la gehenna. Y si tu ojo te es ocasión de pecado, sácatelo. Más vale que entres con un solo ojo en el Reino de Dios que, con los dos ojos, ser arrojado a la gehenna, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga».
Envidias, escándalos y un vaso de agua
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 29 de Septiembre, 2024 | XXVI Domingo del Tiempo Ordinario
Núm 11: 25-29; Sant 5: 1-6; Mc 9:38-43.45.47-48
1. Velas izadas.Probablemente, lo que Cristo quería decir a sus discípulos en el episodio de hoy no es que la persona que “expulsaba demonios” en su nombre era maravillosa y un modelo de virtud. Más bien les aseguraba, como luego dijo, que, si alguien hace un bien en su nombre, ese está con Él. Y la realidad es que el Espíritu Santo encuentra siempre la forma de que seamos instrumentos para el reino de los cielos, a pesar de nuestra mediocridad y del apego a nuestras ideas. Aún más, podemos hacer un bien realmente milagroso … sin darnos cuenta.
Una persona joven escribió una carta relatando lo que le sucedió cuando se encontraba peligrosamente cerca del suicidio.
Ese joven se dirigía en su automóvil a un puente con la intención de saltar al vacío. Se detuvo en un semáforo y miró por casualidad hacia la acera. Allí, había una anciana que acababa de bajarse del bordillo para cruzar la calle. Al pasar junto a él, le dedicó la sonrisa más hermosa que jamás había visto. Entonces cambió el color del semáforo.
Mientras el joven continuaba su camino, la hermosa sonrisa de aquella mujer le perseguía. Cuando llegó al puente, su corazón había cambiado por completo. Más tarde dijo que no tenía ni idea de quién era aquella mujer. No la volvió a ver. Sólo sabe que le debe la vida.
Jesús insiste, diciendo que todo el que dé un vaso de agua a los suyos no quedará sin recompensa. Como sucedió a Eldad y Medad, según cuenta la Primera Lectura, somos suyos cuando nos dejamos llevar por el Espíritu Santo, cuando no cometemos la torpeza que describe Santiago en la Segunda Lectura, es decir, actuamos sin visión de futuro, sin ser conscientes de que nuestra vida es breve, limitada y que, en realidad y sin ser pesimistas ni siniestros, “estamos en los últimos días”.
Esto no significa solamente que debemos evitar la desgracia del castigo, del lamento por nuestras acciones imperfectas y egoístas, sino que hemos de poner nuestras velas alineadas con la voluntad de Dios, para sentir que avanzamos, que no estamos a la deriva, arrastrados por la dictadura de nuestros deseos y caprichos. La Providencia (por eso la llamamos así…) tiene una hoja de ruta para cada uno de nosotros. No se trata de comprenderlo todo, sino de aprovechar cada ocasión.
Un niño pequeño preguntó una vez a un veterano marinero: ¿Qué es el viento?
El hombre de mar respondió: No lo sé, hijo. No puedo decirte qué es el viento, pero sí cómo izar una vela para poder navegar.
El Espíritu Evangélico nos dice que “izar las velas” significa una forma de libertad que hay que conquistar a cada instante, no cediendo a los impulsos de mi carácter y los imprevisibles eventos o acciones de los demás:
Así ya no seremos niños, zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y las artimañas de quienes emplean métodos engañosos (Ef 4: 14).
Eso lo saben muy bien los navegantes; saben que no pueden cambiar el viento, pero sí aprovecharlo siempre, incluso cuando viene de proa.
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2. El escándalo. La segunda parte del texto evangélico es una amenaza terrible de Cristo. No se trata de una herramienta didáctica en una parábola, sino de un juicio severo, ilustrado con imágenes espantosas que todos los oyentes podían entender, dirigido a quien sea autor de un escándalo. Por supuesto, lo que nos quiere transmitir es el peligro de malgastar la gracia, de un verdadero suicidio espiritual, una autodestrucción que es opuesta al deseo y a la misericordia divina.
Hoy día se ha puesto públicamente de relieve el poder del escándalo, que se ve multiplicado por medios de difusión fatalmente efectivos y manipulados científicamente.
Hay escándalos en todas partes. Y se ha vuelto tremendamente sencillo sentir indignación por ellos. Basta con encender los noticiarios de la noche, preferiblemente de las cadenas comerciales y ahí está, irreprimible, entrometido y ruidoso: el escándalo. Hay escándalos en el mundo de las finanzas, escándalos de corrupción, de sexo y de abusos, escándalos de los artistas, así como del debate intelectual, escándalos políticos, escándalos en las iglesias y los sindicatos, en las empresas, los bancos y los medios de comunicación, en el deporte y en el mundo de la literatura.
¿A qué escándalos se refiere Cristo? A los que destruyen la inocencia, sobre todo porque muestran formas y posibilidades de sucumbir a las pasiones de manera especialmente avasalladora: Primero, por la autoridad de la persona que es fuente del escándalo. Segundo, porque violenta el alma de quien es escandalizado.
Ilustremos el primer efecto. Una persona de más edad que he admirado, alguien de quien he aprendido una virtud, o un superior que me ha corregido aspectos de mi conducta, y en un momento dado comete una falta moral o tiene un comportamiento vulgar, me transmite –queriéndolo o no- un mensaje demoledor: esta acción no tiene importancia, ni consecuencias negativas, es compatible con la vida de una buena o excelente persona; y en realidad seguiré admirando a esa persona, continuará siendo para mí un modelo a seguir y esa acción que cometió, que me parecía negativa, ya no lo es… porque ella la hace.
Es el caso de una adolescente que me contaba cómo su madre le dijo que, actos sexuales como la masturbación masculina o femenina, o el “jugar” con el cuerpo de una amiga, hay que tomarlos con sentido lúdico; no tienen implicaciones morales ni psicológicas. No creo necesario contar el resto de esta triste historia.
En segundo lugar, es cierto que el alma de la persona escandalizada sufre violencia. Los psicólogos la llaman a veces disonancia cognitiva, un concepto acuñado por Leon Festinger a mitad del siglo XX. Sugiere que los individuos experimentan malestar cuando sus creencias y acciones entran en conflicto. Este malestar suele arrastrar a las personas a justificar sus acciones o a modificar sus creencias para aliviar esa disonancia.
Eso ayuda a explicar por qué algunos individuos llegan a adoptar comportamientos violentos o indignos, incluso aberrantes, que nunca antes imaginaron abrazar.
Pero el escándalo, en la vida espiritual, va más allá de su efecto moral o psicológico. La destrucción de la inocencia no es sólo una incitación a obrar el mal, sino una poderosa distracción, una desviación, una disipación de nuestra energía espiritual. Es semejante a un desgarro de las velas que mencionamos antes, de nuestra capacidad para ser sensibles al soplo del Espíritu, a la brisa continua de su Inspiración.
En ese caso se produce, inevitablemente, una idolatría del mundo o de las pasiones, tal como lo expresa la Segunda Lectura. Santiago habla de los “materialmente ricos” para poner un ejemplo claro y visible de cómo tu idolatría y la mía (aunque no seamos millonarios) tiene efectos dolorosos sobre los demás, los menos afortunados, que Santiago llama obreros y segadores.
Por ejemplo, hay un escándalo que fácilmente puede dar una comunidad: la falta de unidad, de comunión. Es algo que produce un profundo rechazo, una aversión inmediata, que incluso se ve acentuada por el orgullo de grupo, como el manifestado por los discípulos que despreciaban a los que profetizaban y no pertenecían al equipo cercano al Maestro, o los que se quejaron a Moisés, incluido el mismísimo Josué, porque Eldad y Medad no estaban entre los 70 elegidos para recibir el Espíritu ¿Creeremos tú y yo que estamos libres de este orgullo, de alguna forma de fanatismo o de celos?
Las personas que ven en las comunidades de creyentes las mismas divisiones, la misma prepotencia, arrogancia y orgullo que en el mundo, se sienten animadas a alejarse de toda religión, incluso de la idea de Dios. Este escándalo es particularmente doloroso, pues proviene de quienes estamos llamados a preparar el camino de los que inician su recorrido en la fe, no necesariamente niños, sino jóvenes y adultos que experimentan cansancio del mundo.
Las imágenes que Cristo elige hoy cuando habla del pecado que produce escándalo son las manos, los ojos y los pies, algo que evidentemente son parte importante de cada persona; con ello se refiere a los instintos que son más que pasiones, que forman parte de nosotros y sólo la oración nos permite controlar y poner al servicio del reino y del prójimo, es decir, según el fin con que fuimos creados.
El escándalo no tiene por qué ser una determinada acción, una falta moral concreta. Seguramente, el peor escándalo es la mediocridad en la vida de un discípulo de Jesús. Esa mediocridad se manifiesta en el religioso, o en general el cristiano, que hace esfuerzos en tareas como el estudio, la preparación de actividades apostólicas, el trabajo profesional impecable o la predicación de la doctrina de Cristo y al mismo tiempo es desconsiderado con las personas que conviven con él o ella.
También es visible esta mediocridad en las personas que tienen cualidades, creatividad o talentos y no los utilizan para acercar al prójimo a Dios, limitándose a “no cometer faltas”.
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3. Dar un vaso de agua. A Cristo le ayudaron muchas personas, bastantes mujeres, la mayoría anónimas, que sin duda arriesgaron su fama al ponerse al lado de un Maestro joven y no bien aceptado por las autoridades. Jesús se refiere hoy a un vaso de agua, algo humilde y de poco valor, pero que puede tener un gran significado y ser beneficioso cuando el sol y la sed afligen a un caminante.
Una vez más, Cristo pone de relieve la importancia de los gestos de misericordia que, más allá de su eficacia material o emocional, hablan de la presencia de Dios en el ser humano, que es movido por la compasión, a pesar de sus vicios y sus pasiones.
A veces somos nosotros los que olvidamos dar ese vaso de agua, esa palabra o ese gesto que puede ser el principio de algo importante, de un caminar juntos y, sobre todo, puede despejar la mirada de quien está cegado por las lágrimas o el corazón confundido por el resentimiento.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente