Evangelio según San Juan 6,1-15:
En aquel tiempo, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades, y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos. Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos. Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia Él mucha gente, dice a Felipe: «¿Dónde vamos a comprar panes para que coman éstos?». Se lo decía para probarle, porque Él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro: «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?».
Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos cinco mil. Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron. Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Éste es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo». Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte Él solo.
Un milagro…eucarístico
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 28 de Julio, 2024 | XVII Domingo del Tiempo Ordinario
2Re 4: 42-44; Ef 4: 1-6; Jn 6: 1-15
Cada uno de nosotros tiene un Defecto Dominante distinto. No hay que ser un experto en nada para comprenderlo. Pero el apego a los juicios y el apego a los deseos son todavía más fundamentales y universales que cualquiera de nuestros defectos. El Evangelio de hoy nos muestra hasta qué punto están radicados en nuestro ego. A pesar de los mejores esfuerzos de Cristo con la palabra y con sus actos, para hacer visible el reino de los cielos, los que le escuchaban se empeñaban en ver en Él un futuro rey que les librase del poder político impuesto y pudiera obtener para ellos el alimento necesario para sus cuerpos.
Esto no es simplemente un hecho curioso de nuestra psique, sino que las consecuencias tienen un alcance espiritual: El texto evangélico nos dice que, sabiendo Jesús que iban a venir a llevárselo para hacerle rey, se retiró de nuevo al monte, solo. Es decir, no le fue posible realizar los milagros que hubiera deseado en el corazón de esa multitud, por eso se hace cierto y provocador lo que Cristo nos anunció: Ustedes harán mayores cosas que yo (Jn 14: 12).
A pesar de la falta de visión de la multitud que rodeaba a Cristo, su compasión no les dejó marchar Procedían de todos los estratos de la sociedad: cojos y pobres, ciegos, seguramente también personas acomodadas que buscaban un sentido a la vida, hombres, mujeres y niños, cada uno con sus necesidades y preocupaciones personales. Llegaron impresionados por los milagros que hacía Jesús, pensando que realmente podía ayudarles. Querían más, era una multitud hambrienta, física y espiritualmente, pero, como es de esperar, muchos se centraban sólo en sus necesidades materiales. Cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños, posiblemente más de quince mil personas.
No se daban cuenta que un banquete, aunque sea comer juntos pan con una sardina, especialmente para su propia cultura, era imagen del reino de Dios y de reconciliación tras un conflicto, como el que hubo entre Jacob y Laban:
El Dios de Abraham y el Dios de Nacor, Dios de sus padres, juzgue entre nosotros. Entonces Jacob juró por el que temía su padre Isaac. Luego ofreció Jacob un sacrificio en el monte, y llamó a sus parientes a comer; y comieron, y pasaron la noche en el monte (Gén 31:53-54).
Todos nosotros debemos ser conscientes que el apego a los juicios es fuente de desunión, de separación. Un pensamiento obsesivo o inútil puede ser nocivo, pero un juicio que nos atrapa como una red, sin duda nos separa del prójimo. He aquí unos ejemplos típicos en los que muchos encajamos:
* Necesito inmediatamente dar mi opinión sobre un asunto. Para ello, interrumpo a cualquiera, o escribo irreflexivamente un inútil WhatsApp, o dirijo una crítica destructiva, precipitada y nociva a quienes desean hacer el bien de forma distinta a lo que “debería ser” según mi criterio; como he oído bastantes veces: Esa persona se conforma con ayudar dando dinero, pero no entrega su vida.
* Juzgo sobre alguien: Esta persona X es admirable, llena de virtudes, un verdadero santo. Los demás realmente son mediocres, ni tienen talento, ni trabajan como él. No se les puede tratar con confianza.
* Si no tomo un café bien cargado antes de comenzar a trabajar, no logro concentrarme en absoluto, pues mi biorritmo funciona así y los médicos no pueden entender que, a pesar de ser hipertenso, en mi caso personal el café y la sal me benefician.
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Los problemas de la humanidad son hoy colosales. No sólo es el hambre continúa castigando poblaciones inmensas, sino el poder de la tecnología en las guerras modernas, la potencia imparable de la droga y las consecuencias de los desastres naturales, son cada vez de mayor alcance. La Primera Lectura relata un tiempo histórico de hambruna espantosa, como se describe en el segundo Libro de los Reyes (4: 38-41) Ante estas realidades, muchos se rinden a la impotencia o al pesimismo.
La misión de Cristo no era, ni es hoy, resolver esos problemas, pero sí hacer visible el poder de la misericordia de Dios, para lo cual también curó enfermos y sació el hambre de algunas muchedumbres. La Primera Lectura relata de igual manera cómo la misericordia divina se manifiesta cada vez que alguno de nosotros, pecadores, decide obedecer a la inspiración y hacer un gesto generoso. Dios no realiza los milagros “partiendo de la nada”.
Es curioso comparar las actitudes de Felipe y Andrés. El primero utiliza la lógica del mundo para decir: No hay nada que hacer, los números de personas y de comida son expresivos. Pero Andrés intenta aprovechar la más pequeña ocasión, la menor oportunidad, representada por cinco panes y dos peces. No tiene idea sobre cómo Cristo realizaría un milagro, que en ese caso se orientó aparentemente a saciar el hambre de una multitud. Decir “aparentemente” significa que toda esa gente siguió pasando hambre los días siguientes, incluso alguno de ellos moriría por desnutrición; el auténtico milagro se realizó en el corazón de los discípulos, que comprendieron mejor cómo la Providencia nos da la oportunidad de participar continuamente en el plan divino salvación, que se produce cada día, llevándonos más allá de la enfermedad, el pecado, la contrariedad y la muerte.
Eso le sucedió al muchacho que puso a disposición de los apóstoles sus pequeñas reservas alimenticias. Muchos de nosotros no acabamos de creer que Dios Padre ha decidido que su misericordia se materialice a través de la materia prima de nuestras acciones, si son inocentes y tienen verdadera intención de servir.
Hace unas semanas contaba una experiencia a los jóvenes y profesores de la Juventud Idente.
Hace algún tiempo, en una de nuestras parroquias, al acabar la misa, un niño de diez años se me acercó y me pidió hablar un poco aparte de las demás personas. Me dijo que pensaba que uno de los jóvenes adultos que solían acudir a la misa, había caído en la adicción a las drogas. Yo no podía suponer algo así, pero agradecí al niño su observación y procuré hablar con ese joven. Ese niño no se equivocaba y, con la ayuda de la gracia, fuimos capaces de ayudar al joven. Probablemente, ese niño no podía imaginar el bien que había hecho, pero el joven sí reconoció que Dios había puesto a ese jovencito en su camino para ayudarle.
Siempre nos sucede así y tal vez por eso despreciamos los posibles gestos de amor que podemos hacer, en vez de declararnos cómoda y egoístamente “impotentes”. Es sólo delante de Cristo como tenemos que manifestar nuestra impotencia y debilidad, lo cual es una declaración de fe, de que estamos plenamente de acuerdo con sus palabras: Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de mí nada pueden hacer (Jn 15: 5).
Se cuenta de un maestro de escuela alemán que, cuando entraba por la mañana en su clase, se quitaba la gorra y se inclinaba ceremoniosamente ante sus alumnos. Alguien le preguntó por qué lo hacía. Su respuesta fue: Nunca se sabe lo que uno de estos chicos puede llegar a ser algún día. De hecho, tenía razón: uno de ellos sería después una figura destacada de la cultura alemana. Nosotros no tenemos que imaginar algo así, pues sabemos que cada hijo de Dios está llamado a la gloria, no simplemente a ser alguien más o menos importante.
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Igual que le sucedió al paralítico que Jesús curó (Mt 9: 1-8), alguien, en este caso Andrés, tuvo que llevar al niño hasta el Maestro. No por casualidad, también fue él quien llevó a su hermano Pedro hasta Cristo.
La pregunta obvia es: ¿Cómo he de hacer para que alguien se acerque confiadamente a Cristo?Por supuesto, no hay reglas ni técnicas, pero la Segunda Lectura contiene una frase bien conocida, que encierra no sólo la necesaria actitud personal, opuesta a los antes mencionados apegos a los juicios y a los deseos, sino el testimonio de una comunidad que sirve de humilde paro segura senda hasta la Trinidad: Sean siempre humildes y amables, sean comprensivos, sobrellevándose mutuamente con amor; esforzándose en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz.
Por otro lado, cada uno de nosotros, al acercarnos a recibir la Eucaristía, llevamos esa pequeña semilla de fe recibida en el Bautismo y debemos creer que Jesús hará el milagro que acabamos de mencionar, transformarnos en humildes y amables, a la vez que nos dará las fuerzas para estar unidos, como destaca San Pablo en esta Epístola a los Efesios, escrita en cautividad y orientada a ser conscientes de la necesidad de la unidad en nuestras comunidades, pues estamos en las manos de un Dios, Padre de todo, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo.
Un dato que no es trivial es la afirmación de San Juan, insistiendo en que todos comieron hasta la saciedad y que sobraron doce cestas de panes. Esta “saciedad” representa la plenitud de vida, lo innecesario de buscar otras satisfacciones, otros consuelos que el mundo puede ofrecer. Es un modo de hablar de la libertad que alcanza el discípulo de Cristo, a diferencia de la volátil y efímera dicha que nos da el someternos a nuestros juicios y a nuestros deseos, a pesar de lo cual, una y otra vez, cometemos la misma torpeza, engañados por nuestro ego.
Finalmente, podemos mencionar que algunos estudiosos de la Biblia interpretan el milagro no como una “multiplicación material”, sino como algo más inmediatamente espiritual. Según ellos, era natural que los peregrinos llevasen consigo algo de comida para el camino, pues se trataba de una zona deshabitada. Entonces, la actitud generosa del muchacho habría desencadenado en todos idéntica generosidad, lo cual parece probable, pues al final del relato no se menciona nada sobre el usual asombro de las multitudes ante los prodigios que Cristo realizaba. En este caso, además de transformar los corazones de los discípulos, se habría producido un cambio, al menos momentáneo, en toda la multitud allí presente. Esta interpretación se ve fortalecida por el hecho de poco probable que fuese solamente un niño quien hubiera tenido la previsión de llevar comida para el viaje.
Sea como fuere, es Cristo y sólo Él quien mueve la generosidad humana hasta el fondo Y, en todo caso, se cumple que los niños son el modelo para todos los que decimos que deseamos identificarnos con Jesús.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente