Evangelio según San Juan 6,60-69:
En aquel tiempo, muchos de los que hasta entonces habían seguido a Jesús dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?». Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida. Pero hay entre vosotros algunos que no creen». Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre».
Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con Él. Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que Tú eres el Santo de Dios».
Ver a Cristo en todos y en todo
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 25 de Agosto, 2024 | XXI Domingo del Tiempo Ordinario
Jos 24: 1-2.15-17.18; Ef 5: 21-32; Jn 6: 60-69
Nada más terminar mis estudios en la Universidad de La Laguna, tuve la gran suerte de comenzar a trabajar en el Instituto de Astrofísica de Canarias. Estaba de verdad entusiasmado y comencé a investigar sobre el tema de mi Tesis de Licenciatura. Después de dos semanas, el Director, Profesor Francisco Sánchez, pionero en la Astrofísica en España, me llamó a su despacho. Me pidió que presentase en una conferencia internacional un trabajo sobre el polvo interplanetario, fundamentalmente realizado por él y otro investigador veterano. Ninguno de los dos podía asistir. Me quedé aterrorizado, pues todo lo que conocía del tema era lo que había escuchado en dos charlas.
Sin embargo, él me conocía bien y me dijo: No te preocupes; primero uno tiembla un poco, pero al final, si estamos convencidos de lo que decimos, todo sale bien. Le creí; no porque confiase en mis capacidades, sino porque sabía que él antes había sido valiente y a los 25 años dejó su prometedor y seguro puesto en la Universidad Complutense de Madrid y se fue a Tenerife, buscando confirmar su sospecha de que el cielo canario era óptimo para la observación astronómica. De esa manera, poco a poco, siguiendo una senda que nadie había imaginado, creó un centro de investigación que hoy reúne a más de 400 científicos de todo el mundo. Le creí porque me pedía hacer, a menor escala, algo parecido a lo que había hecho él.
Esa es la base de la confianza a todos los niveles, entre seres humanos y con Dios mismo.
Las personas que transmiten confianza comparten varios rasgos clave. El más obvio es: hacen lo que dicen que van a hacer o, de otra manera, aconsejan hacer algo que ellas han hecho antes. Las personas dignas de confianza, especialmente los líderes, son transparentes en su toma de decisiones y en su motivación, escuchan las opiniones de los demás y anteponen los intereses de los demás a los suyos propios.
Los primeros discípulos no estaban en condiciones de entender las palabras de Jesús sobre la Eucaristía, pero, la reacción de los que fueron honestos fue: No entiendo, pero si lo dices tú, lo creo. Esa creencia no significa “almacenar” una verdad en la mente, sino someterse a sus consecuencias, a lo que esa creencia exige en mi vida.
Por eso creer en la presencia de Cristo en la Eucaristía no es simplemente “difícil”, sino arriesgado, pues supone obrar siendo consciente de que Él está frente a mí, poniendo su esperanza en que yo viva la misma misericordia que Él vivió al instituir este Sacramento, precisamente la noche en que iba a ser traicionado ¿Puedo pensar que fue por casualidad?
Meister Eckhart (c. 1260- c. 1328) dijo: ¿De qué me sirve que María diera a luz al Hijo de Dios hace 1.400 años si yo no doy a luz al Hijo de Dios en mi persona, en mi cultura y en mi época?
El hacer memoria de lo que Cristo hizo por nosotros, de su manera de dar la vida, hace revivir nuestro sentido de familia, de comunidad. Recuerdo que un misionero, cuyo padre falleció hace unas semanas, se reunió poco después con todos sus hermanos y pasaron un buen rato recordando las frases y los gestos de su padre en momentos importantes, en situaciones difíciles y eso avivó su sentimiento fraterno.
En la Primera Lectura de hoy, Josué hace una pegunta al pueblo, tras haber recordado (en los Capítulos anteriores) cómo Dios les protegió frente a poderosos enemigos. Y lo hizo siempre, a pesar de no haberle respondido con obediencia y gratitud. En realidad, no es un libro histórico en el sentido moderno, pero relata matanzas, destrucciones masivas y muertes de muchos reyes que pueden ser parcialmente confirmadas por la Arqueología… de todas formas lo importante no son las victorias y las batallas, sino la clara ayuda de Yahveh a un pueblo que no era ni el más fuerte ni el más numeroso. La reacción es declarar su intención de ser fieles al Dios que les protegió de forma tan continua y espectacular.
Aunque todo eso puede parecernos muy lejano y diferente a nuestra experiencia, no lo es tanto. Tú y yo somos infieles cada día… y somos perdonados continuamente. Nuestras faltas de delicadeza y nuestro apego a los juicios, conscientes o no, son como las incesantes torpezas del Pueblo Elegido. Los instintos, los mecanismos de defensa de nuestro ego, entran en acción en todo momento, como los dioses que seducían y tentaban a los judíos con promesas de una felicidad inmediata.
En efecto, no sólo resulta duro creer en la presencia de Cristo en la Eucaristía, sino la importancia de la unidad entre los esposos, como recuerda hoy San Pablo, o la necesidad de estar siempre sembrando, trabajando para el reino de los cielos. En muchos momentos del día no somos conscientes de ese imperativo de Cristo, de vivir el Espíritu Evangélico, que tantas veces nos recuerda nuestro padre Fundador y que es más exigente que el hecho de respetar las necesarias leyes morales y luchar contra las tentaciones: El que no está conmigo, contra mí está; y el que conmigo no recoge, desparrama (Lc 11: 23).
Es el sentido de urgencia con que habla hoy Josué a su pueblo: Si no les agrada servir al Señor, digan aquí y ahora a quién quieren servir.
Las personas que llamamos santas han tenido esta sensibilidad, como por ejemplo la carmelita alemana Santa Edith Stein (1891-1942), que escribió: Quiere atraerme hacia sí, hacia su vida y su amor. Cuanto más profundamente me siento atraída hacia Dios, más me llama a salir de mí misma, a ir al mundo para llevarle la vida divina. La Eucaristía es su mayor regalo para mí.
—ooOoo—
¿Cómo puedo ser consistente, perseverante en decir SÍ a Cristo? ¿Cómo puedo hacer de mi vida lo que propone hoy San Pablo, un auténtico y continuo servicio?
Puede ser que nos venga a la mente alguna respuesta de tipo ascético, algún esfuerzo –incluso heroico- para estar alerta y siempre atentos a lo que el prójimo necesita. Pero no es suficiente. Hace falta, como diríamos modernamente, una “motivación” muy poderosa, que no cambie con nuestro estado de ánimo ni con las contrariedades.
Santa Teresa de Calcuta es conocida por recoger niños en los basureros con todo tipo de carencias y enfermedades. Cuando le preguntaron de dónde sacaba su motivación, la Madre Teresa respondió: Veo a Jesús en cada ser humano. Me digo a mí misma: éste es Jesús hambriento, debo darle de comer. Este es Jesús enfermo. Éste tiene lepra o gangrena… Sirvo porque amo a Jesús. Pero, para ver a Cristo en todo y en todos, no necesariamente hemos de dedicarnos a ese tipo de acciones ni estar 24 horas al día ocupados. Como sucedió a los discípulos de Emaús, podemos descubrir a Cristo en todo el que camina a nuestro lado y, si escuchamos atentamente, nos sucederá igual que a esos apóstoles deprimidos: cambiaremos de rumbo, haremos realmente lo que Dios espera de nosotros.
Muy especialmente, al encontrarnos frente a una persona “difícil” o poco sensible, o realmente desanimada, podremos leer con claridad la voluntad divina. No se nos ocurrirá juzgar ni pensar demasiado en los defectos de ese ser humano.
La Inspiración que nos da el Espíritu Santo se puede comprender en la famosa expresión de San Ignacio: Ver a Dios en todas las cosas. Quien mira los acontecimientos, las dificultades, las alegrías, las paradojas de la vida con pureza de intención, sin desea sr dueño de nada ni de nadie, verá efectivamente a Dios, como promete la Bienaventuranza a los limpios de corazón (Mt 5: 8). Ver a Dios significa un diálogo permanente, en el que todo cobra sentido, especialmente la presencia del prójimo.
Marta y María no podían comprender por qué se había demorado tanto, pese a que le habían dado aviso oportuno de la enfermedad de Lázaro a quien amaba. En el fondo, le reclamaban: No podemos comprender cómo has permitido que muera el hombre a quien tú amabas ¿Por qué no viniste? Ahora es demasiado tarde, porque hace cuatro días que murió. Pero Jesús tenía una respuesta que contiene una grandísima verdad: ¡Si crees verás la gloria de Dios!
Abraham no podía comprender por qué Dios le pidió el sacrificio de su hijo, pero confió y vio la gloria de Dios en la restauración de su amor y en su elección para ser una nación.
Jacob no podía comprender por qué su hijo José fue arrebatado de su lado, pero vio la gloria de Dios cuando miró el rostro de su hijo y lo vio como administrador de la potencia más grande del mundo de su época, salvador de su propia vida y de los pueblos alrededor.
José, no podía comprender la crueldad de sus hermanos, el falso testimonio de una mujer desleal y los años encarcelado injustamente, pero confió y al fin vio la gloria de Dios en su restauración.
Moisés, no podía comprender por qué Dios lo puso durante cuarenta años en el desierto, pero confió y vio cuando Dios lo llamó para liberar y conducir a su pueblo libre.
Nosotros, tal vez no comprendamos por qué Dios permite que ocurran ciertas cosas, que nos visite la aflicción, o que nuestros caminos sean tortuosos. Puede que no comprendamos cuando se frustran nuestros planes y no resultan los propósitos que parecían buenos. No comprendemos por qué se tardan tanto aquellas bendiciones que necesitamos, ni -sobre todo- el dolor de las personas que amamos. En fin… No tenemos que comprender todas las cosas, Dios no espera que las comprendamos, pero sí que creamos en su amor y su bondad, que depositemos en él nuestra confianza para que podamos verle en todas las cosas y así cumplir su voluntad.
Como decía en una entrevista el Papa Francisco:
Dios está en la vida de toda persona. Dios está en la vida de cada uno. Y aun cuando la vida de una persona haya sido un desastre, aunque los vicios, la droga o cualquier otra cosa la tengan destruida, Dios está en su vida. Se puede y se debe buscar a Dios en toda vida humana. Aunque la vida de una persona sea terreno lleno de espinas y hierbajos, alberga siempre un espacio en que puede crecer la buena semilla. Es necesario fiarse de Dios (19 AGO 2013).
______________________________
En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente