Evangelio según San Mateo 22,15-21:
En aquel tiempo, los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra. Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?». Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: «Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Mostradme la moneda del tributo». Ellos le presentaron un denario. Y les dice: «¿De quién es esta imagen y la inscripción?». Dícenle: «Del César». Entonces les dice: «Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios».
Chismorreos, Controversias y Bendiciones
Luis Casasús, presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 22 de Octubre, 2023 | XXIX Domingo del Tiempo Ordinario
Isa 45: 1.4-6; 1Tes 1: 1-5; Mt 22: 15-21
Hay personas que son llamadas maquiavélicas, por que dedican toda su energía a conseguir sus propios fines, incluyendo varios tipos de manipulación; unas veces sabrán ganarse la amistad de las personas, en ocasiones utilizará las debilidades de los demás para convertirlos en instrumentos, y todo ello sin ser necesariamente impulsivos. Hoy el Evangelio nos ofrece un buen ejemplo con la perversa trampa de los fariseos, en la cual por supuesto Cristo no se deja atrapar. Notemos que los fariseos, que veían odiosa la ocupación romana, encontraron la forma de aliarse con los herodianos, que la apoyaban; todo para desacreditar a Jesús.
Una de las armas de estas personas es la controversia (como los fariseos), y otra el chismorreo, la murmuración. Los fariseos eran muy conscientes de lo que hacían; todo estaba calculado y no les importaba lo que ocurriese a su “rival”, en este caso, aCristo.
Hay otras veces que las personas simplemente buscan sentirse superiores, degradando para ello la fama de los demás, o intentando mostrar que saben más de algunas cosas. A veces no son plenamente conscientes del enorme daño que hacen. Atención, porque aquí podemos estar tú y yo. He aquí una anécdota un poco cómica… pero que tiene mucho de verdad.
Cuatro párrocos se reunieron en un almuerzo amistoso. Durante la conversación, uno de ellos dijo: «La gente acude a nosotros y abre su corazón, confiesa ciertos pecados y necesidades. Hagamos lo mismo. La confesión es buena para el alma«. Todos estuvieron de acuerdo enseguida. Uno confesó que le gustaba ir al cine y que se escapaba siempre que estaba lejos de su iglesia. El segundo confesó que le gustaba fumar muchísimos puros y el tercero confesó que le fascinaba jugar a las cartas. Cuando llegó el turno del cuarto, no quiso confesar. Los demás le presionaron diciendo: Vamos, ya hemos confesado lo nuestro. ¿Cuál es tu secreto o vicio? Finalmente contestó: Es cotillear… y estoy deseando que acabe esta reunión.
Una de las habilidades de quienes chismorrean, o a quienes les gusta tratar temas controvertidos, es, como era de esperar, crear la división. Como dice la antigua sabiduría: El hombre deshonesto propaga la discordia, y el murmurador separa a los amigos íntimos (Proverbios 16:28).
Absalón, uno de hijos de David, que ansiaba ser rey, es un paradigma de persona que siembra la división con la maledicencia y el chismorreo. Descontento con su padre, Absalón se situaba a las puertas de la ciudad donde se administraba justicia y a cualquiera que tenía pleito y venía al rey a juicio, Absalón le llamaba y le decía (…) Mira, tus palabras son buenas y justas; mas no tienes quien te oiga de parte del rey. Y decía Absalón: ¡Quién me pusiera por juez en la tierra, para que viniesen a mí todos los que tienen pleito o negocio, que yo les haría justicia! Y acontecía que cuando alguno se acercaba para inclinarse a él, él extendía la mano y lo tomaba, y lo besaba. De esta manera hacía con todos los israelitas que venían al rey a juicio; y así robaba Absalón el corazón de los de Israel (2 Sam 15:2-6).
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Todo lo anterior contrasta con lo que relata la Segunda Lectura. Se trata del libro más antiguo del Nuevo Testamento, escrito hacia el año 51. Pablo sufrió una dura persecución en Tesalónica, y luego, cuando fue a Atenas, encontró grandes dificultades ante los intelectuales griegos que le escucharon en el Areópago. De manera que después, estando en Corinto, le llegaron noticias inesperadas: Timoteo y Silas llegaron a Tesalónica y encontraron una comunidad perseverante y admirada por los gentiles.
Esto empujó a San Pablo a escribir esta Epístola, llena de gratitud y sorpresa, sintiéndose confirmado por la fuerza del Espíritu, más allá de su propio desánimo y decepción. De esta manera, comienza bendiciendo a los tesalonicenses, porque en realidad ellos le han confirmado en su misión.
Esto es todavía más llamativo en la Primera Lectura, donde el mismo Yahveh habla de Ciro como alguien que no le conocía, pero aun así le guía y hace de él un valioso y eficiente instrumento para liberar de los babilonios al pueblo elegido y así colaborar a que se cumplan los planes de Yahveh, aunque Ciro y su pueblo persa atribuyeran sus victorias al dios Marduk.
¿Por qué esto es importante para nosotros? Porque nosotros, a diferencia de Ciro, de Isaías, y de muchas personas contemporáneas de buena voluntad, hemos recibido el don de la fe. Esto no significa simplemente creer y decir que Cristo es Dios, sino poder ver en todas las cosas los planes de Dios, pues Cristo, con su ejemplo, nos ha enseñado a hacerlo en todas las circunstancias. En realidad, eso significa el “incremento de la fe” que llamamos don de sabiduría: poder distinguir lo valioso, lo que de verdad importa en medio de nuestra experiencia, que es compleja, siempre llena de incógnitas, y a veces muy dolorosa.
La experiencia de los santos es esa. Como nos cuenta la historia de Elías, que era perseguido, amenazado de muerte y con deseo de salir de este mundo. Caminó 40 días y 40 noches hasta llegar a la cueva del monte Horeb y allí…Yahveh le ordenó viajar de nuevo por el desierto para consagrar a Hazael, a Jehú y a Eliseo para sus respectivas misiones. En medio de su angustia y su miedo, Elías sabe que está cumpliendo la voluntad de Dios y que podrá hacer el bien, aunque no comprenda todo, aunque no pueda ver los planes de Dios en toda su grandeza.
Esto no es solo una realidad de la Biblia. Somos unos para otros una auténtica confirmación, una verdadera bendición y recordemos que bendecir significa desear o confirmar que la persona “va con Dios”, que Dios está con ella. De hecho, hay un momento en el Antiguo Testamento en el que Dios dice a Abraham: Porque me has obedecido, tú y tus descendientes serán una bendición para todas las naciones de la tierra (Gen 22: 18). Dios no puede negarse a una bendición realizada con amor y fe, por eso dará signos de su presencia a la persona bendecida.
Hace unos días, concelebraba una misa con 72 sacerdotes. En la sacristía, hablé con uno de ellos, que había sido ordenado hace 4 meses, y con otro, anciano, que estaba celebrando sus 70 años de sacerdocio. Le pedí que diera una bendición al joven sacerdote, y tuve la impresión que ambos se confirmaron mutuamente. Fue como si el joven dijera al anciano: que Dios me ayude a seguir tus pasos. Y la mirada del venerable nonagenario era una acción de gracias a Dios, por ver que alguien joven y vigoroso estaba dispuesto a continuar el servicio que él había prestado durante toda su larga vida.
Las Bienaventuranzas son una muestra (¡necesariamente incompleta!) de las bendiciones, de las confirmaciones que Dios nos da para que no dudemos que estamos en el camino, es más, que estamos siendo instrumentos para su reino, a pesar de la pobreza, de las lágrimas, de muchas formas de hambre, de la persecución…
Simplemente, cuando damos las gracias a alguien, le estamos confirmando que ha hecho algo bueno, que nos ha hecho felices. Dar gracias es una pequeña bendición, es lo mismo que decir: Que la gracia del Dios te acompañe, que tengas Su luz en tu camino. No olvidemos dar sinceramente las gracias por las cosas más pequeñas, por las atenciones y los favores de cada día. Gracias es una palabra que significa, en muchas lenguas “te confirmo que has hecho algo bueno, agradable”.
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Pero el mensaje más importante de hoy, sin duda, es la sentencia de Cristo: Den al César lo que es del César, y den a Dios lo que es de Dios. Algunos conocedores de las lenguas antiguas dicen que la mejor traducción es “devuelvan a Dios lo que es de Dios”. Nos tenemos que preguntar a qué se refiere al hablar de lo que es de Dios. Desde luego, son muchas cosas las que tenemos que devolverle; por ejemplo, los frutos de los talentos que nos ha dado. Pero seguramente, la más importante de todas es la vida del prójimo.
En el Éxodo (1: 16) leemos que el Faraón ordenó a las matronas lo siguiente: Cuando asistan a las hebreas en sus partos, presten atención al sexo del recién nacido; si es niño, mátenlo; si es niña, déjenla vivir. Pero las matronas egipcias desobedecieron, porque sabían que la vida no viene solo de los padres, sino de los dioses que adoraban.
De la misma manera, la hija del Faraón, cuando encontró un niño escondido en una cesta en el río, lo adoptó. Como bien sabemos, ese niño era Moisés. De este modo, sin saberlo, yendo contracorriente, en este caso obedeciendo a Dios antes que a los hombres, contribuyó a los planes divinos, además de dar alivio a la familia del niño.
Cuando nos apropiamos de la vida de alguien, haciéndolo nuestro servidor, dependiente de nosotros, usándolo como un objeto o como un servidor, o controlando su voluntad por el medio que fuera, estamos robando a Dios su propiedad. Sin embargo, estamos a tiempo de devolverle lo que es suyo, por medio de las obras de misericordia.
Sí, hemos de entregar a Dios la vida de los demás, lo que significa que hemos de actuar como la hija del Faraón, o mejor aún, como Nuestra Madre María, que entregó sus planes, su fama, su vida entera, para que su Hijo pudiera cumplir la misión que tenía en este mundo.
Hoy es un buen día para apreciar la distancia que hay entre las bendiciones, por un lado, y el chismorreo y la polémica por otro. Algo que San Pablo lo expresó muy bien:
Evita las controversias estúpidas e ineducadas que solo engendran altercados. Quien sirve al Señor no puede ser pendenciero; al contrario, debe ser amable con todos, sufrido, buen educador y capaz de corregir con dulzura a los contradictores. ¡Quién sabe si no les concederá Dios ocasión de convertirse y conocer la verdad, escapando así de la trampa en que el diablo los tiene atrapados y sometidos a su antojo! (2Tim 2: 23-26).
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis Casasús
Presidente