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¿Tenemos genes fariseos? | Evangelio del 2 de marzo

By 26 febrero, 2025No Comments


Evangelio según San Lucas 6,39-45:

En aquel tiempo, Jesús propuso a sus discípulos este ejemplo: “¿Puede acaso un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un hoyo? El discípulo no es superior a su maestro; pero cuando termine su aprendizaje, será como su maestro.
¿Por qué ves la paja en el ojo de tu hermano y no la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo te atreves a decirle a tu hermano: ‘Déjame quitarte la paja que llevas en el ojo’, si no adviertes la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Saca primero la viga que llevas en tu ojo y entonces podrás ver, para sacar la paja del ojo de tu hermano.
No hay árbol bueno que produzca frutos malos, ni árbol malo que produzca frutos buenos. Cada árbol se conoce por sus frutos. No se recogen higos de las zarzas, ni se cortan uvas de los espinos. El hombre bueno dice cosas buenas, porque el bien está en su corazón, y el hombre malo dice cosas malas, porque el mal está en su corazón, pues la boca habla de lo que está lleno el corazón”.

¿Tenemos genes fariseos?

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 02 de Marzo, 2025 | VIII Domingo del Tiempo Ordinario.

Eclo 27: 4-7; 1Cor 15: 54-58; Lc 6: 39-45

Había un sacerdote que en la misa a diaria contemplaba a un hombre que siempre pasaba por delante de la iglesia y se detenía en la puerta, pero nunca entraba. Al cabo de varios días, el sacerdote se acercó y le preguntó por qué no entraba. El hombre respondió que la Iglesia estaba llena de hipócritas. El sacerdote respondió: No es así, ¡siempre hay sitio para uno más!

Sirva esta anécdota de humor para introducir un asunto que Cristo trata con mucha seriedad, dirigiéndose no a los fariseos, sino a todos los discípulos de entonces y de ahora.

Se trata de la hipocresía. Una mirada superficial, puede hacernos pensar que, al ser hipócritas, al juzgar a otros o tratar de enseñarles lo que no vivimos, les hacemos daño.

Pero Cristo va más allá, diciendo que LOS DOS ciegos, el que es guiado y el que guía, caerán en el hoyo.

Con razón aprovecha Jesús esta ocasión para decirnos que Él es el verdadero Maestro, y que todos somos discípulos, es decir, siempre estamos aprendiendo. Él es quien tiene que liberarnos de la hipocresía, de la cual nadie estamos totalmente inmunes y que esencialmente es un estado de división; no por casualidad, representa exactamente lo contrario al objetivo de una vida espiritual: un estado de unión interior y con las Personas Divinas.

El asunto es tan serio que Cristo utiliza también el humor, para que podamos digerir mejor sus enseñanzas: No deja de ser cómico imaginar a un hombre con una viga en el ojo, tratando de quitar una pajita del ojo de su amigo.

Hemos de comprender lo que significa esta indicación de Cristo: No juzgar. Por supuesto, el juzgar es algo que hacemos y debemos hacer cada día, sobre nuestras acciones y las acciones de los demás. Jesús se refiere a que no podemos llevar ningún juicio a terminar con una condena. De manera que, dejando asuntos lingüísticos sutiles, lo que nos quiere decir es que no debemos condenar. Él mismo nos da una lección con su actitud ante la mujer adúltera, (Jn 8: 1-11), sobre la que emitió un juicio y un dictamen, diciendo que había pecado… y a la que no quiso condenar.

Juzgar significa formar o tener una opinión sobre algo. En el sentido jurídico, significa dictar sentencia sobre algo o alguien. Por otro lado, Condenar significa imponer algún tipo de castigo divino eterno sobre alguien o algo. Judicialmente, significa declarar a alguien culpable de un delito o crimen.

Aunque no condenemos, muchas veces juzgamos en exceso, con demasiada confianza en nuestros juicios y opiniones, que arrojamos sobre los demás dogmáticamente, buscando imponernos o simplemente desvalorizar sus ideas. Por ejemplo, hablamos con poca compasión de otras personas, manifestamos como indiscutible nuestra opinión sobre las vacunas, el cambio climático, la política, la liturgia o la psicología de los neandertales.

Otras veces, en asuntos de la vida espiritual, confundimos nuestras opiniones y conclusiones con los pensamientos divinos. No tenemos presente que somos discípulos, seguramente infieles en muchos momentos. Pero esto ya pertenece al apego a nuestros juicios.

Desde luego, tú y yo condenamos de muchas formas, tomando determinaciones y buscando inconscientemente sentirnos superiores a los demás, incluso a quienes decimos amar ¡Cuánto más fácil es juzgar a quien me hace daño! De eso hablaba el texto evangélico del último domingo.

Hoy, Cristo nos invita a profundizar aún más: El actuar con amor requiere previamente pensar con amor. Eso explica por qué termina hoy su enseñanza diciendo: de lo que rebosa el corazón habla la boca. Pensar con amor significa más que una reflexión, implica también el íntimo abrazo a la persona que ha obrado de forma incorrecta, o incluso cruel y obstinada.

No olvidemos que nuestro padre Fundador, al entregarnos el Examen de Perfección, como guía para nuestro esfuerzo ascético, nos indica, antes que nada, vigilar si nuestra oración es vivida de forma continua, comenzando por una atención a las cosas del reino de los cielos, a lo que nos une a Dios. Si lo hacemos así, y sólo entonces, seremos capaces de vivir una caridad cada vez más completa.

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Por supuesto que debemos juzgar en muchas ocasiones. Pero sobre todo a nosotros mismos, para conocer nuestra capacidad y nuestros límites y así estar más preparados para corregir y enseñar…si es que nos corresponde.

Recordemos lo que le sucedió a una buena mujer que le comentaba a su amiga: Fíjate lo descuidada y desaliñada que es la vecina de enfrente, ¡tendrías que ver qué sucios lleva a los niños y qué descuidada tiene su casa¡ Es una desgracia para todo el vecindario. Mira la ropa que tiene tendida y fíjate en las manchas negras de esas toallas y esas sábanas

La amiga se acercó a la ventana, miró hacia fuera y dijo: Yo creo que esa ropa está perfectamente limpia, lo que tiene manchas son tus cristales.

Conocerse a sí mismo, ver la viga que está en nuestro ojo, es importante, pero no es posible con nuestras fuerzas, porque, como suele decirse, el ojo no puede verse a sí mismo. Podemos hacerlo a través de un espejo, pero sólo veremos un reflejo de lo que en verdad es nuestro ojo.

También el Corán afirma que no es que los ojos estén ciegos, sino que los ciegos son los corazones encerrados en el pecho. Otras veces decimos que un cuchillo puede estar bien afilado, pero no puede cortarse a sí mismo. Es una intuición universal.

La única posibilidad de conocerme es contemplar lo que el Espíritu ha depositado cuidadosamente en mi corazón, ese impulso esencial que me empuja a salir de mí y unirme al prójimo. Todo lo demás es superficial, de la misma forma que una naranja no es toda como la corteza que vemos en su exterior.

El consejo de Jesús sobre sacar la viga de mi ojo no es una simple acusación, ni es para humillarme. No es el fin de la historia. Él termina diciendo que, una vez retirada esa viga, podré sacer la pajita en el ojo del prójimo, que tal vez es pequeña, pero le dificulta la vida notablemente.

Tengamos en cuenta lo que San Pablo nos dice en la Segunda Lectura, que pudiera parecer desconectado del texto evangélico de hoy. Nos anima a no dejarnos deslumbrar por lo bueno y lo malo de nuestro cuerpo terrenal, por nuestros defectos y virtudes. Nuestra auténtica identidad se manifestará plenamente después de esta peregrinación por este mundo, sabiendo que nuestras fatigas no quedarán sin recompensa. Más que referirse a los muchos trabajos que todos los seres humanos debemos llevar a cabo y que nos hacen fijarnos continuamente en el mundo y sus afanes, las fatigas que menciona son a las que nos enfrentamos por causa de ser obedientes a la voluntad divina.

San Bernardo nos dice que, si tienes ojos para las deficiencias de tu prójimo y no para las tuyas, no surgirá en ti ningún sentimiento de misericordia, sino más bien indignación. Estarás más dispuesto a juzgar que a ayudar, a aplastar con el espíritu de la ira que a instruir con el espíritu de la dulzura.

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Una última observación. El ser hipócrita no es sólo una actitud para preservar la buena fama ante los demás. Es también una trampa preparada por y para cada uno de nosotros, para sentirnos cómodos viviendo a la vez según Dios y según el mundo. Misión imposible, por supuesto. De esa manera, no sólo se crea confusión en quienes ven el comportamiento hipócrita, sino también un estado de íntima amargura y de verdadera repulsa de Dios: Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca (Ap 3: 16).

Tibio es aquel que, asustado por la dificultad que siente en el camino de la virtud y cediendo a las tentaciones, pasado el primer fervor del espíritu, deliberadamente determina pasar a una vida cómoda y libre, sin molestias, contento con cierta apariencia exterior, con horror a todo progreso en las virtudes. A veces tiene una aparente calma del alma debido a que no siente muchas tentaciones y agitaciones.

La tibieza, por su naturaleza, se suele relacionar con la acedia, vicio capital que los antiguos monjes identificaban con el “demonio del medio día” que ataca cuando ya se han pasado años de caminar en la vida espiritual. Se asemeja a lo que hoy se llama “crisis de los 40”.

El tibio vive la vida espiritual; pero su vida tiene algo de superficial, de ficticia, de falta de encarnación real. Hay una renuncia práctica a la santidad total, aunque quizá de palabra siga hablando de ella.

Suele unirse un cierto sentido de complacencia personal, a manera de persuasión de ser sensato, que mantiene paralizado en el progreso espiritual años enteros. Tiene momentos de arranque interior; pero luego se cansa y se vuelve a detener. El resultado es que no progresa en la vida espiritual. Este mismo esfuerzo relativo le sirve de justificativo (yo lo intento…) y le persuade más de su sensatez.

También favorece a este estado el que la persona mediocre suele mantener las actitudes de bondad, piedad y delicadeza en el trato. Con todo, la persona mediocre mantiene y fomenta vicios específicos, como la vanidad, gula, susceptibilidad, curiosidad, hipersensibilidad. Trabaja en este campo, pero su esfuerzo es mínimo y se reduce a no pecar, frenando estas tendencias cuando llegan a pecado deliberado. Otras veces las fomentan positivamente con justificaciones aparentemente sensatas.

¿Qué es lo que lleva a este estado de mediocridad? Un rechazo a la abnegación y el debilitamiento de la oración auténtica.

El problema de la tibieza o mediocridad espiritual, tal vez, es que ninguno de nosotros se considera mediocre o tibio, pues, aunque declare ante los demás que vive en ese estado, lo hace, precisamente, de forma hipócrita.

El monje Envagro Póntico (345-399), nacido en el Ponto, parte de la actual Turquía, describe el demonio de la acedia con una finura sorprendente, con efectos que sin duda nos recuerdan a personas que han abandonado o van a abandonar su vocación.

Afirma que es el más pesado de los demonios. Asalta al monje en la mitad de la jornada -de ahí su nombre de demonio del mediodía-, llena al solitario de inquietud, de tedio. Le inspira aversión del lugar donde habita, de su mismo estado de vida, del trabajo manual. Le hace pensar que los hermanos no tienen caridad, que nadie es capaz de consolarle, y, como consecuencia, le hace suspirar por otros lugares donde la vida es seguramente más soportable y podría ejercer un oficio menos penoso. Le recuerda sus parientes, su existencia anterior. Le representa lo larga que es la vida, lo penosas que resultan las fatigas del ascetismo. En fin, hace todo lo posible para que el monje ‘abandone su celda y huya del estado’.

Concluimos proponiendo meditar sobre esta cápsula de nuestro padre Fundador:

La hipocresía es caballo de Troya de los vicios.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente