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Evangelio según San Juan 2,1-12:
En aquel tiempo, se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino». Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que Él os diga».
Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenad las tinajas de agua». Y las llenaron hasta arriba. «Sacadlo ahora, les dice, y llevadlo al maestresala». Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora».
Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos días.
Cuando no podemos más
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, 19 de Enero, 2025 | II Domingo del Tiempo Ordinario.
Is 62: 1-5; 1Cor 12: 5-11; Jn 2: 1-12
Con respecto al milagro que recoge hoy el Evangelio, la conversión de agua en vino, comentaBenedicto XVI en su famoso libro:
¿Qué sentido puede tener que Jesús proporcione una gran cantidad de vino –unos 520 litros– para una fiesta privada? (Jesús de Nazaret).
Ciertamente, es algo tan único y llamativo, que nos puede distraer de su significado espiritual, más allá del evidente gozo y el alivio que produjo en los nuevos y asombrados esposos.
¿Qué puede significar para nosotros, hoy?
Primero, antes de entrar en los detalles, se trata de una escena que se desarrolla en un ambiente poco previsible. No era el Templo, ni un momento en el que Jesús estaba hablando a las muchedumbres, ni en una misión apostólica planeada por Cristo. Según parece sugerir el Evangelio, la invitada principal era María y que “también Jesús fue invitado a la boda”, a la que asistió con sus discípulos.
Acabamos de celebrar la Navidad, donde Cristo nos sorprende apareciendo en un pesebre, y ahora comienza su misión pública en una fiesta de sociedad, en una boda donde probablemente más de uno se excedió con el consumo de alcohol, a lo cual probablemente contribuyó la aparición de esos 520 litros de excelente vino.
No podemos pensar que su forma de actuar vaya a cambiar. Sin duda, hoy también se presenta a nosotros en momentos que no esperábamos, de forma poco previsible, pero siempre con el deseo de comunicarnos algo esencial, indispensable para nuestra misión. Como en Caná, Él actuará cuando nuestras fuerzas se hayan agotado, cuando sentimos impotencia para pensar y hablar, cuando Él esté seguro que deseamos colaborar con nuestro humilde testimonio.
Recordemos que, en la Biblia, la boda es imagen de la unión de Dios con su pueblo, de su alianza, que respeta a pesar de nuestra torpeza o nuestra infidelidad. Este milagro nos muestra un ejemplo de cómo las Personas Divinas nos acompañan en medio de la dificultad; particularmente en esta ocasión, trayendo el gozo, la alegría que está representada en el vino. En el Antiguo Testamento el agua se convertía en sangre (Ex 7:19), lo que indica juicio. Pero Cristo convirtió el agua en vino, que habla de gracia y alegría.
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Me gustaría compartir una pequeña anécdota, de hace unos días, para ilustrar cómo efectivamente Dios se hace presente donde y cuando no lo esperábamos, con lo cual hace crecer nuestra esperanza y perseverancia en la vida apostólica.
Recibo un email de una persona llamada Pachi. No recordaba quién pudiera ser…ni lo recuerdo aún, a pesar de la foto que me envió. Explicaba cómo nos habíamos conocido hace más de 50 años y su único deseo era pedir perdón por no haber dado las gracias después de asistir a un pequeño retiro espiritual que organizó nuestra comunidad. Según él, se marchó precipitadamente al terminar, pues no deseaba que Dios pudiera interrumpir sus planes personales.
Pero, la realidad es que Dios se quedó en su corazón y estoy seguro que le va haciendo comprender cómo le ha acompañado todos estos años, especialmente en muchos momentos compartidos con quienes le han querido, vivencias que ahora puede valorar y estimar.
No siempre podemos imaginar lo que la Providencia está obrando en el corazón de quien tenemos al lado, especialmente en quien me da la impresión de ser poco sensible o no demasiado cultivado.
No siempre nos damos cuenta de que las Personas Divinas están aprovechando una boda, una enfermedad, los sueños, nuestros pecados, nuestras obras de piedad, nuestra alegría…para manifestarse. Para recordar nuestra pobre sensibilidad, el Evangelio describe la reacción de mucha gente: Miren, un hombre glotón y bebedor de vino, amigo de recaudadores de impuestos y de pecadores (Mt 11: 19).
El resultado importante de este milagro no es que se resolvió el problema de escasez de vino, sino lo que el texto evangélico nos dice: Así manifestó su gloria, y creyeron en Él sus discípulos.
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María nos da una lección de cómo vivir lo que hoy llamamos el Espíritu Evangélico. No se limitó a sentir piedad por los atribulados novios, sino que lo primero que hace es recurrir a Cristo. No podía saber cuál sería la respuesta de su Hijo, que parece rehusar a intervenir; María no le sugiere nada, simplemente le confía sus sentimientos, se pone en sus manos. La consecuencia es que Jesús actúa. De forma impredecible, pero garantizada, la Providencia nos da una respuesta que no es sólo una verdad, sino una solución, la solución a nuestra angustia.
A este propósito, recuerdo un cuento de Antón Chejov (1860-1904) titulado Un día en el campo. La historia trata de un zapatero llamado Terenty y de cómo se preocupa por dos niños huérfanos.
Al principio de la historia, Fyokla, de seis años, llega corriendo al pueblo. La gente se está preparando para una tormenta que se avecina. Ella encuentra a Terenty en el huerto. Es un “anciano alto, con la cara delgada y picada de viruelas, las piernas muy largas y los pies descalzos”. No parece un héroe. Pero Fyokla busca desesperadamente a alguien que le ayude a liberar a su hermanito Danilka, cuya mano había quedado atrapada en un árbol.
Terenty no da importancia a la tormenta que se avecina y hablando tranquilamente, en tono paternal, va a liberar al hermano de Fyokla. La historia nos dice que Terenty responde a todas las preguntas, y no hay secreto en la Naturaleza que le desconcierte. Lo sabe todo. El escritor añade además que, en efecto, todos los aldeanos, en general, saben tanto como él. Pero la diferencia es que Terenty está dispuesto a compartir sus conocimientos y su tiempo con los dos niños huérfanos. Los niños le adoran y pasan el día con Terenty. El anciano vuelve más tarde y les coloca pan bajo la cabeza haciendo la señal de la cruz mientras duermen. Es, verdaderamente, fuente de paz.
¿Por qué decimos que María está demostrando un Espíritu Evangélico exquisito? Porque éste implica la ausencia de cualquier reserva en nuestro ánimo respecto al Evangelio. Evidentemente, esa posible reserva NO tiene carácter meramente racional, como sería pensar que hay un error en la conducta de Cristo. El Espíritu Evangélico se refiere a nuestra facultad unitiva: María no sabía lo que Cristo iba a hacer, o si es que iba a hacer algo, pero de todos modos recurre a Él, se une a Él con tal convicción que es capaz de decir a los sirvientes: Hagan lo que Él les diga.
Aunque Jesús declara que “aún no ha llegado su hora”, es decir el momento de mostrar su gloria, es decir, de entregar la vida en la Cruz, se deja conmover por el sufrimiento del prójimo, como luego haría tantas veces ante la enfermedad, la ignorancia o el hambre. No podemos sospechar cuál será la respuesta divina cuando acudimos a Él: una curación, una conversión, la paz, el perdón…
Lo cierto es que María permanece atenta a Jesús desde este primer momento de su vida pública hasta el instante final en la Cruz, donde realmente llegó su hora, la hora de su gloria. De esa manera, María nos muestra que es siempre voluntad de Dios que nosotros colaboremos en cada milagro que Él realiza, en cada acto sencillo de preocupación y misericordia por el prójimo.
Un misionero que vivía en el sur de África contó esta historia sobre el esfuerzo por imitar a María. Un día, viajaba en tren. Estaba rezando con su biblia, y en ella tenía una imagen de Nuestra Madre María. Un africano que estaba a su lado se quedó mirando esta imagen. Muy curioso, con la amable espontaneidad de su cultura, interrumpió la oración del misionero y le preguntó: ¿Quién es ésta? ¿Tu hermana?
No, respondió el misionero.
¿Tu prometida?, preguntó el viajero.
No, respondió el misionero.
¿Quién es ella? preguntó finalmente el hombre.
Mi madre, respondió el misionero.
El hombre africano miró la imagen y con convicción dijo: No te pareces a ella en nada.
El misionero reflexionó sobre aquellas palabras. ¿Qué le faltaba para parecerse a María? Quizá era –pensó– no poner en práctica su fe y su oración continuamente, siguiendo el ejemplo de María, que siempre fue más allá de lo que podía comprender.
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En todo su Evangelio, Juan nunca escribió un detalle innecesario o insignificante. Todo significa algo y todo apunta más allá. Había seis tinajas de piedra y, según los judíos, siete es el número completo y es perfecto; y seis es el número que representa lo inacabado e imperfecto. De manera que las seis tinajas de piedra representan todas las imperfecciones de los invitados, de cada uno de nosotros.
Jesús convirtió la imperfección de la ley, de nuestros pobres criterios morales, en la perfección de la gracia.
El agua convertida en vino es una cantidad descomunal, que no necesitamos conocer exactamente. Juan no pretendía que el relato se tomara con cruda literalidad. Lo que Juan quería decir es que cuando la gracia de Jesús llega a los hombres, hay suficiente y de sobra para todos. Ninguna fiesta de bodas en la tierra podría beber todo ese vino. Ninguna necesidad en nuestra vida puede agotar la gracia de Cristo; siempre hay en ella una gloriosa superabundancia. Mi gracia te basta (2Cor 12: 9).
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente