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La Eucaristía: Fiesta de la Sabiduría | Evangelio del 18 de agosto

By 14 agosto, 2024No Comments


Evangelio según San Juan 6,51-58:

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo». Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?». Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre».

La Eucaristía: Fiesta de la Sabiduría

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 18 de Agosto, 2024 | XX Domingo del Tiempo Ordinario

Prov 9: 1-6; Ef 5: 15-20; Jn 6: 51-58

La mayoría de nosotros (no todos, no siempre), cuando cometemos un pecado o una ofensa a una persona, lamentamos no haber tenido una visión más clara de las consecuencias de nuestra acción, y en ocasiones aprendemos con dolor algo de la sabiduría que nos falta. La prisa, o nuestro carácter, consiguen que actuemos sin una mínima coherencia o gentileza.

Así le ocurrió a un hombre que llegaba desesperadamente tarde a una cita importante cuando entraba en un aparcamiento subterráneo. Saltó del auto y abrió la puerta trasera para coger su maletín. Justo en ese momento, se acercó un empleado y le explicó que en ese garaje tenía que aparcar el vehículo cada propietario. Como tenía tanta prisa, se metió rápidamente en el auto, bajó la ventanilla y dijo: De acuerdo, ¿por dónde tengo que ir? El empleado se asomó a la ventanilla y contestó: Por la rampa y a su derecha, señor… pero primero tendrá que subirse al asiento delantero de su auto.

A veces se dice que con los años se gana en sabiduría, en capacidad para tomar decisiones adecuadas. Tal vez por eso, Mark Twain dijo una vez: La vida sería infinitamente más feliz si pudiéramos nacer a los 80 años y acercarnos gradualmente a los 18. Esa observación de inspiró a F. Scott Fitzgerald su relato de 1922 El curioso caso de Benjamin Button, llevada al cine en 2008 y que cuenta la vida de un anciano que comienza a envejecer “hacia atrás” y se hace progresivamente más y más joven… hasta llegar a la infancia, en la cual puede aprovechar lo aprendido en sus años pasados como adulto y anciano.

Pero hoy las Lecturas hablan de la Sabiduría distinta. Lo que entendemos moderna y vulgarmente por “sabiduría” es acumulación de conocimientos o de experiencias; Cuanto más sabemos, más sabios nos creemos; es difícil resistirse a esta tentación. De esta manera, muchas personas se enorgullecen de ser lo bastante sabios como para no sentir la necesidad de un Dios, ni tampoco de un maestro que les guíe.

El Libro de los Proverbios, que vemos en la Primera Lectura, personifica a la Sabiduría y a la Insensatez como dos mujeres: una dama y una prostituta (Prov 9). Cada una de ellas ha construido una casa, ha preparado un banquete y ha invitado a los huéspedes a venir y participar de la comida que cada una ha preparado. Mientras que el banquete de carne y vino de la sabiduría da como resultado la vida para el participante, la ofrenda de pan y agua de la Insensatez sólo conduce a la muerte.

Alguien se puede preguntarse si exista una persona tan torpe como para elegir la Insensatez en lugar de la Sabiduría. Pero, dado que el banquete de la Sabiduría requiere un largo periodo de aprendizaje y sacrificio, el atractivo del placer rápido que ofrece la Insensatez atrapa fácilmente a muchos.

En general, queremos satisfacer nuestros deseos ahora mismo y no más tarde. Existe una incomodidad psicológica asociada a la abnegación. Desde una perspectiva puramente biológica, nuestro instinto pide aprovechar la recompensa que tenemos al alcance de la mano, y resistirse a este instinto es difícil. La evolución ha dotado a las personas, igual que a los animales de un fuerte deseo de recompensas inmediatas. En todos los entornos humanos prehistóricos, la disponibilidad de alimentos era incierta. Al igual que otros animales, los humanos sobrevivían si tenían una fuerte tendencia a coger la recompensa más pequeña e inmediata y a saltarse la recompensa más grande pero tardía. Nuestra tendencia es muchas veces comportarnos como los animales o los cavernícolas, aunque lo hagamos con una tecnología avanzada.

Muchos recordarán un conocido estudio realizado en los años 60, que explica muchas cosas sobre por qué es beneficioso retrasar la gratificación. En el experimento, se colocó a unos niños en una habitación con un sabroso bombón en un plato. El investigador dio a los niños una instrucción fácil: Puedes comerte el bombón ahora, o esperar 15 minutos y recibirás dos de ellos. Los investigadores descubrieron que los niños que eran capaces de esperar al segundo bombón sin comerse el primero obtenían mejores resultados en los exámenes, tenían mejor salud y eran menos propensos a tener problemas de comportamiento.

Eso explica también por qué Yahveh indicó a Adán y Eva no comer del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Les pareció un camino directo a la Sabiduría, pero ésta sólo se alcanza en obediencia y confianza, tanto a un maestro como especialmente a Dios. No tuvieron esa virtud, esa cualidad que exige y está vinculada a la Sabiduría: la paciencia, el saber esperar, el no apresurarse a recoger un fruto que ni está maduro ni podemos digerir.

Cada mañana, tarde y noche, presenta muchas y poderosas razones para impacientarse. Una larga fila. Una información que tarda demasiado sobre la salud de un ser querido. Un objetivo no se materializa lo bastante rápido. Las personas a mi cargo no hacen lo que se supone deben hacer. Rechazo. Decepción. ¿Cómo afrontarlo todo? Y, para colmo, una de las frases que decimos y escuchamos con más frecuencia es: ¡Ten paciencia!

Como dice la Segunda Lectura, el exceso de vino (y otras sustancias) y la precipitación en exponer mis juicios o satisfacer mis deseos, pretenden ser el camino a una felicidad sin paciencia, como la que buscaban los adoradores del dios griego Dionisio.

Como nos recuerda San Pablo, al contrario de lo que muchos proclaman hoy, el dilema no está entre la felicidad y la frustración, sino entre la vida y la muerte. Por eso Jesús termina su discurso de hoy diciendo: El que coma este pan vivirá para siempre. Puede que sean palabras difíciles de entender, como todas las que escuchamos en este texto evangélico, pero Él no las endulza ni las relativiza; al contrario, de forma violentamente provocadora: ¿Acaso también ustedes quieren irse? La famosa respuesta de Pedro es la de alguien que ha abrazado la Sabiduría, más allá de la mera comprensión intelectual: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna (Jn 6: 67-68).

No hay tiempo ni posibilidad de explicaciones. Lo que es inmediato y posible es hacer caso al Maestro. La comprensión, el análisis, el razonamiento, vendrán después.

—ooOoo—

Quisiera proponer una sencilla historia para meditar con atención. Esto, por tres razones: expresa, sin términos teológicos ni científicos el origen del valor esencial que tiene la Eucaristía para nosotros (más allá de creencias); es una historia real; y es imagen de cómo podemos ser auténtico alimento para el prójimo.

Al finalizar una difícil operación, un soldado gravemente herido, recibió de los médicos la noticia de que había buenas posibilidades de recuperación, si el paciente hacía el esfuerzo de alimentarse adecuadamente. Pero el soldado no comía nada. Las enfermeras y las monjas lo intentaron todo, pero él se negaba a comer y sólo bebía agua y alguna vez un poco de zumo.

Uno de sus compañeros intuía por qué el soldado no comía: añoraba su casa. Así que su amigo, como el hospital no estaba muy lejos de la casa del soldado, se ofreció a traer al padre del joven a visitarlo. El oficial al mando lo aprobó y el amigo fue a casa de los padres. Cuando el padre estaba a punto de marcharse al hospital, la madre envolvió una hogaza de pan recién hecho para su hijo.

El paciente se alegró mucho de ver a su padre, pero seguía sin comer, hasta que el padre le dijo: Hijo, este pan lo ha hecho tu madre, especialmente para ti. El joven se animó y empezó a comer.

Si somos conscientes de dónde viene la Eucaristía, aunque no comprendamos mucho más, estaremos en la situación de ese soldado, que se sintió fortalecido directamente por su madre. Ciertamente, nadie más podría darle esa fortaleza, que por medio del pan significaba su presencia materna. Los demás, expertos en salud y bien intencionados, no lograron hacerle entender la importancia de que comiese, lo decisivo que era para su vida.

La Sabiduría se adquiere como explica la Primera Lectura, estando junto a quien es sabio. La Eucaristía es, realmente, la Fiesta de la Sabiduría de la que habla el Libro de los Proverbios. Al comer el Cuerpo y beber la Sangre de Cristo en la Eucaristía, nos unimos a la persona de Cristo a través de su humanidad. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Al estar unidos a la humanidad de Cristo, estamos al mismo tiempo unidos a su divinidad.

Nada de lo que hace Cristo es superfluo o innecesario. Todos tenemos necesidad de transformar en algo sensible nuestros sentimientos más profundos, nuestras creencias y nuestros recuerdos más preciados. Por eso, en todas las religiones existe la música litúrgica y en todas las artes las representaciones del amor divino y humano.

Por eso apagamos las velas de nuestra tarta de cumpleaños, para representar que los años pasados no cuentan tanto como el momento especialísimo de nuestro nacimiento. Por eso llevamos la foto de las personas más queridas en nuestra cartera o teléfono móvil. Por eso existen los regalos, las caricias, los abrazos, las velas que muchos ponen ante la imagen de un santo. Todos los Sacramentos están orientados a satisfacer esta necesidad, pero la Eucaristía tiene una característica especial, que Jesús resume de una manera sencilla: Hagan esto en memoria mía. Por supuesto, no está hablando sólo de un recuerdo emotivo o un esfuerzo memorístico; se trata de hacer vida en nosotros su presencia, con la pasión que lo hacían los primeros cristianos y vemos reflejada en el informe de Plinio el Joven al emperador Trajano:

Los cristianos tienen la costumbre de reunirse en un día fijo antes de la salida del sol, cantando entre ellos alternativamente un himno a Cristo como a un dios, para comprometerse con juramento a no cometer crímenes, robos o bandolerismo, ni adulterios, a cumplir su palabra, a no negar un depósito exigido por la justicia. Una vez realizados estos ritos, tienen la costumbre de separarse y volver a reunirse para tomar su comida, que digan lo que digan, es ordinaria e inofensiva.

Ojalá nosotros, personalmente y en comunidad, seamos herederos de esa fe y esa pasión por el regalo de su presencia encarnada que Cristo nos hace. Como prueba la historia y nuestra propia experiencia, es algo que conmueve y acerca a Dios a muchas personas de buena voluntad. Acerquémonos a la Eucaristía con entusiasmo, de igual manera que abrazamos o besamos a una persona querida con intenso afecto, no por costumbre, obligación, ni protocolo.

Recordemos también que el vino sobre el altar, Sangre de Cristo, recoge todo el sufrimiento y el dolor del mundo, no olvidando que el vino representa la alegría, que debe consolarnos al recordar que Dios llena de sentido y fecundidad las desdichas que agobian a todo ser humano y que tantas veces no podemos ni comprender ni sobrellevar.

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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente