Skip to main content
Vive y transmite el Evangelio

Sufrir juntos… para permanecer unidos | Evangelio del 13 de agosto

By 9 agosto, 2023No Comments


Evangelio según San Mateo 14,22-33:

Después que se sació la gente, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente. Y después de despedir a la gente subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el viento era contrario.

De madrugada se les acercó Jesús andando sobre el agua. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron de miedo, pensando que era un fantasma. Jesús les dijo en seguida: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Pedro le contestó: «Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame». En seguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de la barca se postraron ante Él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».

Sufrir juntos… para permanecer unidos

Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes

Roma, 13 de Agosto, 2023 | XIX Domingo del Tiempo Ordinario

1 Reyes 19, 9a. 11-13a; Rom 9, 1-5; Mt 14, 22-33

Una travesura peligrosa. Cuando tenía 17 años, con uno de mis amigos, durante varios domingos, hicimos un curso de escalada en roca, deporte que nos apasionaba a los dos. Estábamos tan entusiasmados, que el primer fin semana, decidimos poner en marcha lo que habíamos aprendido y fuimos a escalar una montaña realmente peligrosa y difícil. Pronto quedó claro que la aventura estaba más allá de nuestra capacidad y, en un tramo particularmente complicado sufrimos una caída bastante espectacular. La cuerda, gracias a Dios, cumplió su misión y todo quedó en unas cuantas magulladuras.

Por supuesto que relatamos el incidente a nuestras familias, pero suavizando un poco los detalles. Pero lo importante es que, a partir de ese momento, ese susto, esa situación angustiosa se convirtió en nuestro mejor vínculo, en algo que sólo nosotros habíamos vivido y de donde salimos milagrosamente vivos. Durante décadas, las pocas veces que nos hemos vuelto a ver, no ha faltado ese recuerdo en nuestra conversación. Podíamos contarlo a los demás, pero sólo nosotros estábamos unidos por esa experiencia.

—ooOoo—

Hoy el Evangelio nos habla de un suceso mucho más dramático e importante, pero que también sucedió a un grupo de hombres, no a un solo individuo, sin olvidar, por supuesto, el papel especialísimo de Pedro y lo que Cristo, personalmente, quiso manifestar con su intervención.

Por eso suele compararse la barca en la tormenta con la Iglesia, creo que con profundo acierto, pues las dificultades históricas de todo tipo muestran el cumplimiento de lo que Cristo anunció: las persecuciones y las crisis internas en las que el Espíritu Santo intervendría de manera imprevista.

Pero, cuando algún tipo de tormenta sacude una comunidad, grande o pequeña, al sufrir y luchar juntos se crea una forma nueva de unidad. Los artistas lo han relatado de muchas maneras ¿Recuerdan la novela La Guerra de los Mundos de H.G. Wells (1898)? En esa obra pionera de la ficción científica, los temibles marcianos invaden la tierra y todos intentan combatirlos con poco éxito. Paradójicamente, sólo unas bacterias terrestres, a las cuales los humanos tienen inmunidad natural, son capaces de eliminar los temibles invasores. Toda la humanidad, unida y confiada, inicia una nueva etapa de colaboración pacífica., más allá de los conflictos y las envidias.

No siempre apreciamos el valor de los momentos difíciles que atravesamos en comunidad, que sin duda sirven para fortalecer nuestra unidad y convencernos que juntos podemos vencer dificultades formidables. En muchas ocasiones, las personas que pertenecemos a un grupo de trabajo, una comunidad, o un partido político (por corrupto que sea), vencemos nuestras diferencias y los contratiempos diciendo: al fin y al cabo, somos una gran familia y tenemos un futuro común.

Pero, más allá del efecto emocional de estos recuerdos, está el mensaje que Dios nos da a través de su especial forma de cuidar a quien elige, paradójicamente a veces, como en el Evangelio de hoy, donde Cristo parecía estar alejado, en la montaña, mientras los discípulos temían por sus vidas. El Antiguo Testamento está lleno de llamadas de los profetas al pueblo de Israel a fin de que recuerde cómo Dios le libró de males terribles, como la esclavitud, el hambre o las tribus enemigas.

Todavía más. Jesús se autodenomina Pastor, que cuida atentamente a cada oveja, a cada persona en peligro, pero al mismo tiempo dice: Tengo otras ovejas que no son de este redil; a ésas también me es necesario traerlas, y oirán mi voz, y serán un rebaño con un solo pastor (Jn 10: 16).

Aun así, nosotros, que nos decimos discípulos de Jesús, olvidamos que vino a redimir toda la humanidad, sin cerrar la puerta a nadie. No contempla a los seres humanos como un grupo de turistas o aventureros en este mundo, sino como un rebaño que está en peligro, muchas veces de manera inconsciente.

Pero hay más: nos llama a dar un testimonio común, una muestra de amor en comunión que admira y confunde incluso a los enemigos de la Iglesia. Por eso, el astuto emperador romano Juliano (siglo IV) que restauró el paganismo y por lo cual es llamado “el Apóstata”, estaba enfadado con sus propios sacerdotes paganos y dijo: Estos impíos galileos no sólo alimentan a sus propios pobres, sino también a los nuestros; acogiéndolos en sus agapae, los atraen, como se atrae a los niños, con pasteles.

Recuerdo que nuestro padre Fundador, Fernando Rielo, nos decía que cuanto más diferentes fuésemos, en edad, cultura o carácter, más oportunidades tendríamos de dar un testimonio de amor evangélico. Estoy convencido que, a pesar de las evidentes dificultades de las diferencias humanas, sus palabras fueron proféticas.

En nuestras misiones con los jóvenes, en las universidades, en las parroquias, en la ciudad o en zonas rurales, al igual que los primeros discípulos, que atravesaron juntos dificultades externas e internas, si nos perdonamos mutuamente nuestras torpezas, el ejemplo que podemos dar será análogo al de los primeros cristianos, dando muestra de la fuerza del Espíritu en medio de nuestra debilidad.

—ooOoo—

Llama la atención en el relato evangélico la actitud de Pedro. Un poco antes, estaba aterrorizado con los demás, debido al fuerte viento y súbitamente da una insólita prueba de fe, pidiendo al Maestro nada menos que caminar sobre las aguas. Y poco después, “al sentir la fuerza del viento”, fue otra vez víctima del miedo. Pero recibe una nueva muestra de misericordia de Cristo, quien extiende su mano para ayudarle.

Notemos que el miedo de Pedro es profundo y representa los miedos más temibles que nos invaden: el morir (de muchas maneras, como por ejemplo a nuestros apegos, a nuestras capacidades y autonomía física, a la fama…) y la soledad (el abandono, la lejanía, la separación de un ser querido…). Cristo aprovecha la ocasión para demostrar que estará a nuestro lado siempre, especialmente no para evitarnos problemas, sino para hacernos más conscientes de nuestras limitaciones y así confiar más en Él. Esto explica por qué le dice a Pedro que tenía poca fe… pero la poca que tuvo fue suficiente.

De manera que no tenemos sólo limitaciones morales, psicológicas y físicas, sino también de carácter espiritual, como poca fe, poca esperanza y poco amor. Pero nos sucede igual que a Pedro, que esta situación, esta debilidad es transformada por el Espíritu Santo con sus dones y nos hace capaces de fortalecer a los demás. Así, en el Cenáculo, Jesús le dice a Pedro: Yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, cuando te hayas vuelto a mí, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes (Lc 22: 32).

En efecto, al igual que los asombrados discípulos vieron el viento vencido por Jesús, las personas que nos rodean, cuando contemplen nuestra forma de caminar –a pesar de que seamos cojos, ignorantes y de poca fe- repetirán en su corazón la última frase del texto evangélico de hoy: Ahí está realmente el Hijo de Dios.

Seguramente, una de las conclusiones para hoy sería el aprender a ser más y más conscientes de su presencia. Para ello, tenemos que interpretar los pequeños signos, los sucesos que para los demás no dejan de ser casualidades o nimiedades, de otra manera. Esto exige a veces tiempo.

Me comentaba una amiga, que es una excelente escritora, cómo a los nueve años le regalaron en la Fiesta de Reyes Magos una pluma, que pocos días después desapareció misteriosamente ¿se la habría quitado alguna compañera? Después de una semana de búsqueda, le pidió al Niño Jesús que le ayudase a encontrarla y, efectivamente, apareció en su pupitre del aula. Para ella fue la confirmación de que tenía que dedicarse a escribir y así lo hizo toda la vida, procurando expresar en sus relatos sus sentimientos y valiéndose de esa actividad para tener una visión espiritual de su vida.

Pero, todavía, mejor, a partir de entonces estuvo más atenta a las pequeñas cosas que le sucedían y aprendió a leer en muchos acontecimientos la presencia de Dios, que no se queda en la tranquilidad de la montaña, sino que desciende a nuestro lado en las tormentas.

Precisamente, la Primera Lectura de hoy, el famoso relato de Elías escondido en la cueva del Monte Horeb, también aterrorizado por temor a perder la vida a manos de los israelitas. En esta ocasión, Dios también se hace presente de forma sutil, como una brisa suave y delicada, que contrasta con la violencia del terremoto, del viento que parte las rocas y del fuego.

Hoy no creemos en los fantasmas, aunque algunos estudiosos de la mente dicen que esas creencias ayudan a las personas a definir sus miedos y ansiedades, a encarnarlos en un ser que nuestra imaginación construye. Pero en verdad, entonces y ahora, nuestras mentes están confundidas por el mundo, por las dificultades y las pasiones. Los miedos nos esclavizan, nos ciegan.

San Pablo, en la Segunda Lectura, nos da una apasionada descripción de cómo el seguir a Cristo nos lleva a una libertad sorprendente, que le lleva a estar dispuesto a ser anatema, dispuesto a quedar, paradójicamente, separado de Cristo. Es un estado de éxtasis muy poderoso, pues se basa en contemplar de una forma nueva la acción de Dios en el pueblo elegido, con tal fuerza que poco le importa la propia vida, el sufrimiento o el futuro. Nos dispone a caminar sobre las aguas turbulentas de nuestros temores. Como dice San Juan: Si alguien tiene miedo, es que no ha llegado a amar perfectamente (1Jn 4: 18).

Ese éxtasis, lejos de buscar sensaciones o emociones, es un regalo del Espíritu Santo que ha sido descrito por muchos santos como el fruto de una auténtica abnegación. Eso explica por qué San Juan de la Cruz escribió:

Para venir a gustarlo todo,

no quieras tener gusto en nada;

Para venir a poseerlo todo,

no quieras poseer algo en nada;

Para venir a serlo todo,

no quieras ser algo en nada;

Para venir a saberlo todo,

no quieras saber algo en nada.

_______________________________

En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,

Luis CASASUS

Presidente