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Vive y transmite el Evangelio

Estimada a los ojos del Señor es la muerte de sus santos (Salmos 116:15)

By 18 noviembre, 2018No Comments

por el p. Luis Casasús, Superior General de los misioneros Identes,
Paris, 18 de Noviembre, 2018.
 XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario
Daniel 12,1-3; Carta a los Hebreos 10,11-14.18; Marcos 13,24-32.

Las Lecturas de hoy hablan sobre el fin del mundo, la venida final de Jesús para llevar a todos los pueblos y toda la creación a Él. No estamos demasiado preocupados por el fin físico del mundo. Técnicamente, sabemos que la Tierra será abrasada y evaporada por el Sol, que explotará transformándose en una estrella gigante roja dentro de 5 mil millones de años… probablemente tú y yo estaremos en otro lugar más seguro.

Pero, sin embargo, estamos muy preocupados por nuestros últimos días y los de nuestros seres queridos. La muerte es un tema tabú en muchas culturas actuales; nuestra sociedad es una sociedad que niega la muerte; tendemos a evitar las conversaciones sobre la muerte. Cuando surge una conversación sobre la muerte, normalmente se interrumpe con un gesto de contrariedad y disgusto, o se trunca con una broma. Incluso a las personas religiosas, especialmente a los sacerdotes, resulta difícil transmitir consuelo y esperanza a quienes han perdido a un familiar o un verdadero amigo. La incertidumbre, la angustia física y emocional que acompañan a muchas enfermedades y el dolor causado por la separación, a menudo son más fuertes que las palabras.

Por eso debemos aprovechar algunos momentos de oración para meditar sobre los llamados “novísimos”: muerte juicio, cielo e infierno. Si no lo hacemos, tendremos una severa limitación en nuestra comprensión de nuestra peregrinación al cielo. Terminaríamos creyendo que la muerte, el juicio, el cielo y el infierno no son parte de nuestra existencia. Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo: un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar (Eclesiastés 3: 1-2).

Y, lo que es peor, desperdiciaremos nuestra limitada energía y no explotaremos completamente nuestras capacidades. No hay otra práctica que intensifique más la vida. Como ejemplo cotidiano, sabemos que administrar sabiamente nuestro miedo ante la inmediatez de un examen, puede ser un estimulante maravilloso, alentándonos a trabajar más y a concentrarnos en nuestra tarea. Es sólo al ser conscientes de la brevedad de la vida, cuando ésta se vuelve preciosa: Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría (Salmo 90:12). Todos los que encuentres durante tu viaje en la vida morirán. Sabiendo esto, ¿cómo puedo estar enojado con alguien? Si no tratamos a las personas con amabilidad y respeto ahora, ¿cuándo lo haremos? Como dice el dicho, una sola rosa en la vida es mejor que una corona muy cara en la tumba.

San Pablo se alegraba al pensar en su propia muerte. Incluso prefería la muerte y le entristecía tener que seguir viviendo un tiempo más: Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia. Mas si el vivir en la carne resulta para mí en beneficio de la obra, no sé entonces qué escoger. Porque de ambas cosas estoy presionado, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero permanecer en la carne es más necesario por causa de ustedes (Fil. 1:21-24).

Pero para nosotros los cristianos, el «fin del mundo» se refiere principalmente no a la aniquilación del planeta o nuestra propia muerte, sino a la segunda venida de Jesucristo. Más que un día para ser temido, es un día lleno de esperanza, porque anuncia la completitud final de la historia y el reinado total de Dios.

La siguiente historia es una hermosa metáfora que muestra cómo nuestra vida en este mundo, nuestra muerte y nuestro juicio final, forman un continuo, diferentes etapas del plan de salvación que Dios desea para nosotros:

Había un herrero que trabajó duramente en su oficio toda su vida. Pero finalmente llegó el día de su muerte. El ángel de la muerte llegó a él, y para sorpresa del ángel, el hombre se negó a acompañarle. El herrero le rogó al ángel que presentara su caso ante Dios, argumentando que él era el único herrero en la aldea, y que era la época en que todos sus vecinos comenzaban a plantar y sembrar. Su ayuda era necesaria. Entonces el ángel abogó por su caso ante Dios, diciendo que el herrero no quería parecer ingrato, y que estaba contento de tener un lugar en el Reino esperándolo, pero ¿no se podría posponer la partida por un tiempo? Y así, se le dio más tiempo al herrero. Un año después, el ángel regresó con el mismo mensaje: el Señor estaba listo para compartir la plenitud del Reino con él. Nuevamente el diligente trabajador tenía reservas acerca de ir, y dijo: Un vecino está gravemente enfermo y es el tiempo de la cosecha. Varios de nosotros intentamos salvar su cosecha para que su familia no viva en la indigencia. Por favor regresa más tarde. Y el ángel se fue de nuevo. Esto se convirtió en algo habitual. Cada vez que el ángel venía, el herrero tenía una u otra excusa. Finalmente, el herrero llegó a ser tan viejo y frágil que tuvo que admitir que ya estaba listo para partir: Dios mío, si quieres enviarme tu ángel ahora, me alegraría volver a casa en este momento. Inmediatamente apareció el ángel y el herrero dijo: Si quieres llevarme a casa, ahora estoy listo para vivir para siempre en el Reino de los cielos. El ángel sonrió y miró con deleite celestial al santo herrero. Entonces le preguntó: ¿Dónde crees que has estado todos estos años? ¿Dónde, si no ya en casa?

Nuestro Juicio Final se centrará en el amor de Dios, manifestado en nuestro amor al prójimo y materializado en las obras de misericordia. En palabras de Santa Teresa de Calcuta: Debemos encontrar a Cristo presente en la penosa apariencia de los pobres.

San Vicente de Paúl en realidad llamó a los pobres «sus maestros». Realmente nos muestran la voluntad de Dios, como nos dice la experiencia de muchos santos y personas de buena voluntad.

Eso es lo que le sucedió a Marian Preminger, quien nació en Hungría en 1913 y se crió en un castillo con su familia aristocrática. Mientras asistía a la escuela en Viena, Marian conoció a un joven médico vienés. Se enamoraron y se casaron cuando ella tenía 18 años. El matrimonio duró solo un año y regresó a Viena para comenzar su vida como actriz. En un casting para una obra, conoció al brillante director alemán, Otto Preminger. Se enamoraron y se casaron. Llegaron a Estados Unidos poco después de comenzar su carrera como director de cine. Marian quedó atrapada en el glamour y la emoción y pronto comenzó a vivir una vida sórdida. Cuando Preminger lo descubrió, se divorció de ella. Marian volvió a Europa. En 1948, el médico y misionero Albert Schweitzer visitaba Europa. Marian había leído sobre él cuando era niña y quiso tener la oportunidad de conocerlo. Después del primer encuentro, supo que había encontrado lo que estaba buscando toda su vida. Cuando Schweitzer regresó a África, la invitó a venir a Lambaréné a trabajar en el hospital. Así lo hizo y se encontró a sí misma. Allí, en Gabón, la niña que fue educada como una princesa, se convirtió en sirvienta. Cambió vendas, bañó bebés, alimentó leprosos… y encontró la libertad. Tituló su autobiografía, Todo lo que quiero es todo y escribió que no podía obtener el «todo» que le satisfaría y daría sentido hasta que diera todo. Pasó la última parte de su vida realizando Obras de Misericordia y al hacerlo experimentó la gracia de Dios.

Como nos recuerda el carisma Idente, las Obras de Misericordia Corporales y Espirituales tienen que ir de la mano. Jesús lo dice sin rodeos: ¿Qué provecho obtendrá un hombre si gana el mundo entero, pero pierde su alma? O ¿qué dará un hombre a cambio de su alma? El Papa Francisco se lamentó en El gozo del Evangelio de que una de las negligencias más comunes y graves es el hecho de no predicar la Palabra de Dios a los pobres. Para nosotros, misioneros católicos, nuestra principal ocupación es presentar la persona de Jesucristo, con su llamado a arrepentirse y a creer que siempre tenemos algo que ofrecer a nuestros semejantes… principalmente a través de estas obras de misericordia:

  1. Enseñar al que no sabe.
  2. Dar un buen consejo al que lo necesita.
  3. Corregir al que se equivoca.
  4. Perdonar las injurias.
  5. Consolar al que está triste.
  6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás.
  7. Orar por los vivos y por los difuntos.

Hoy es un momento apropiado para pensar si he incorporado adecuadamente estas obras en mi vida misionera diaria, en el marco de mis votos religiosos. No se nos dice que alimentemos a todo el mundo o que visitemos y vistamos a todos. Más bien, el Evangelio primero nos llama a ser más conscientes de las personas que nos rodean, y luego llegar a uno; alimentar a una persona hambrienta, perdonar a un miembro de mi comunidad; confortar a un afligido; sólo uno cada vez. Si hago esto, muchos experimentarán el toque compasivo y cariñoso de otro ser humano. Ahí es donde todo comienza. Así es como Cristo se da a conocer y se le sirve en la vida diaria.

Si nos fijamos en el mundo de hoy (¡y en cualquier momento anterior en la historia de la humanidad!), vemos todo tipo de tensiones y desafíos abrumadores, alimentados por los estilos individualistas y egoístas del mundo. Social, histórica y personalmente, muchos de los signos anunciados en la Primera Lectura son claramente visibles. Esto incluye nuestros pecados y mediocridad.

La respuesta cristiana inteligente a todas las tragedias de la vida es, ante todo, ver que, ocultas en cada crisis, hay oportunidades. No debemos sentirnos como víctimas indefensas que se rinden ante la duda y la desesperación. ¿No han dado los mejores artistas sus mayores creaciones en medio de una terrible pérdida, en el momento en que el mundo se ha derrumbado a su alrededor? ¿No ha demostrado la historia que las grandes culturas han surgido de las cenizas de culturas previamente colapsadas? Aún más, ¿no vino Cristo a morir por ti y por mí porque somos pecadores?

En segundo lugar, una persona espiritualmente sensible tiene que ver todos estos signos como una purificación, llegando a la conclusión de que no podemos confiar en nuestra buena voluntad, capacidades o experiencia, sino sólo en los misteriosos planes de Dios, revelados principalmente a través del sufrimiento y los sueños de nuestro prójimo.

En respuesta a la pregunta, ¿cómo podría un Dios amoroso juzgar a alguien? Hay que recordar que se trata un juicio familiar y en el que, por tanto, la ternura lo decide todo (Fernando Rielo). Así lo describe nuestro padre Fundador:

El juicio particular es el juicio personal que Dios hace al hombre al momento de la muerte y que se caracteriza por dos circunstancias fundamentales: 1) porque el alma, tras la muerte, se halla en completa libertad, nada la condiciona ante la presencia del Bien Supremo; 2) porque, en ese momento, Dios revela, al que va a ser juzgado, el conocimiento de Él mismo como Supremo Bien (28 Julio, 1984).

En los tiempos del Evangelio, la creencia en el poder de las estrellas era muy fuerte. Lo que se dice en las Lecturas de hoy es que esos cuerpos celestes, que la gente creía que controlaban la historia, resultarían ser impotentes ante el poder de Dios. Y así, el sol y la luna dejarán de dar luz; las estrellas caerán de los cielos. Estos signos no son descripciones objetivas del fin del mundo, ni formas de calcular el momento de la venida de Cristo. Los primeros cristianos esperaban que Jesús viniera durante su vida. Eso era natural para los educados en la tradición judía; el fin de Jerusalén solo podía significar el fin del mundo.

Las lecturas de hoy confirman que Dios está con nosotros todos los días de nuestra vida y que tendremos la presencia continua del Espíritu Santo entre nosotros guiándonos, protegiéndonos y fortaleciéndonos a pesar de nuestra humana debilidad e incertidumbre. Ya que el Espíritu Santo es Dios, tenemos a Dios literalmente viviendo en nosotros. En realidad, estamos caminando aquí en la tierra con el cielo en nosotros… Dios ha prometido que ha ido a preparar un lugar para los suyos y que vendrá por ellos.

A medida que nos acercamos al final de otro año litúrgico, dediquemos un tiempo a imaginar qué hermoso es el cielo. Cuanto más tengamos este pensamiento en nuestra mente, más alentaremos a otras personas, a través de nuestro amor y servicio, a unirse a nosotros en el camino.