Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario del P. Luis Casasús al Evangelio del domingo 11-6-2017, Solemnidad de la Santísima Trinidad (Éxodo 34:4b-6.8-9; 2 Corintios 13:11-13; Juan 3:16-18),
Si últimamente has levantado la voz a tu hermano o piensas que nunca cambiará, por favor no sigas leyendo ¿Por qué? La sicología religiosa elemental enseña que esos son precisamente los dos signos opuestos al Lavatorio de los pies, que constituye el signo más poderoso de nuestra apertura a la Santísima Trinidad.
Maurice Zundel (1897-1975), sacerdote suizo y brillante teólogo, escribe:
Nadie puede sentirse ofendido ni despreciado si ve a Dios como una Presencia interior a nosotros, que siempre está ahí y que es Dios porque no posee nada. Nadie puede sentirse ofendido por un Dios que se ofrece y que nunca se impone. La Trinidad revelada por Jesucristo nos hace comprender el gesto del Lavatorio de los pies. Si Jesús se arrodilla, si introduce una nueva escala de valores en el mundo, lo hace con fundamento en el corazón de la Trinidad.
Con plena conciencia de quién es, se quita las ropas y se ciñe una toalla para lavar los pies de los discípulos.
¿Qué nos dice esto? Que el impulso de servir está en el mismo corazón de la Trinidad. Dios Padre sirviendo al Hijo; el Hijo sirviendo al Padre. Y esto nos lleva a la mismísima Trinidad. Pedro dice: ¿Tú vas a lavarme los pies? ¡Nunca! Y Cristo le recuerda: Lo que voy a hacer no puedes entenderlo ahora, pero lo comprenderás después. Eso era muy cierto; San Juan nos hace comprenderlo: Cristo estaba demostrando su plena conciencia de su divinidad; Siendo el Señor y el Maestro, les he lavado los pies.
La segunda lectura de hoy nos invita a alegrarnos, porque podemos compartir el estilo de vida de la Trinidad, podemos animarnos unos a otros, vivir en armonía y en paz.
¿Cuál es la diferencia entre las personas que hacen víctimas con su intemperancia, con su falta de control y las que son realmente pacientes, prontas para escuchar, lentas para hablar, lentas para enojarse (Santiago 1:19)? No es un factor sicológico o un talento especial; simplemente consiste en pedir esa paciencia cada mañana en mi oración silenciosa.
¿Te suena un poco simplista? ¿O como una frase hecha? Entonces probablemente crees que eres mucho más fuerte que el salmista:
Oh Señor, de mañana escucha mi voz; de mañana presentaré mi oración a ti, y con ansias esperaré (Salmo 5:3).
No nos quedemos en una mera curiosidad, intentando fisgar en la vida personal de Dios. Respecto a la Trinidad, lo más importante no es darle vueltas al misterio, sino imitar el espíritu de servicio de la Trinidad. De hecho, San Agustín ya decía que no se puede entrar en la verdad si no es por medio de la caridad.
Cuando estamos a la orilla de un lago y queremos saber lo que hay al otro lado, lo apropiado no es afinar nuestra mirada y recorrer el horizonte, sino subirnos a la barca y llegar a esa orilla ¡Así son los misterios! Con una saludable dosis de humor, el escritor católico americano Flannery O’Connor escribía a un amigo: Amo a muchas personas, pero no comprendo a ninguna de ellas.
Concretamente, esta vida de amor y fraternidad debe ser vivida diariamente en la comunidad cristiana, como afirma la segunda lectura. De hecho, San Pablo nos dice que si queremos vivir la misma vida de la Trinidad, hemos de crecer en la perfección de la paz y unidad entre nosotros; con signos sencillos, como un beso o diciendo gracias (¡No me digas que siempre lo tienes en cuenta…!).
Pero nuestro padre Fundador nos enseña que la Santísima Trinidad va más allá de la purificación y de la transformación de nuestra alma. ¿Cuál es el objetivo final del amor? El propósito final es la unión, la unión completa entre el amante y el amado. Es por eso que ya en el Antiguo Testamento, en el Cantar de los Cantares, se muestra el abrazo conyugal entre el esposo y la esposa como símbolo de la unión entre un creador divino y el mundo, especialmente con el ser humano a quien ama. También por eso Cristo, en más de una ocasión, habla del Reino de los cielos como un banquete de bodas. ¿Cuál es el fin y el propósito de quien ama? Unirse al amado.
Este fin queda expresado con claridad por Cristo como una invitación, o mejor, un mandamiento, una empresa en común llamada Unión Transverberativa: Sean perfectos como mi Padre celestial es perfecto (Mt 5: 48). Tenemos experiencia, aunque sea embrionaria o incipiente, de esta Unión, debido a la Presencia de las personas divinas en nuestro espíritu. La forma de esta (esperemos que continua) experiencia es una compenetración, un acercamiento mutuo que va más allá de la imitación de algunos rasgos de personalidad. Algunas manifestaciones de esta compenetración, formalmente llamada Inspiración:
- Creo que he logrado dar alegría a Dios con mi fidelidad, a pesar de mi mediocridad. En particular cuando, con ayuda de la gracia, he perdonado a alguien.
- Ahora veo más claramente que nada me puede satisfacer en este mundo sino las cosas de Dios, sus planes y su misericordia. Me siento atraído por Él… al menos “por exclusión”. Como ciervo sediento en busca de un río, así, Dios mío, te busco a ti (Salmo 42:1).
- Me doy cuenta que el dar gloria a Dios no se limita a hacer el bien, sino también a sufrir por amor y por la verdad. Por eso, con toda modestia, he podido imitar a Cristo en algunos momentos de contrariedad, tensiones y malentendidos. Jesús lo hizo de la forma más sublime: cuando iba a ser entregado a su Pasión, voluntariamente aceptada, tomó pan, dándote gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes.
Notemos que en esas experiencias el discípulo no es meramente pasivo, sino que emprende acciones concretas, iniciativas que cambian su vida profundamente, de una manera potencialmente irreversible. Esto es más que la práctica ocasional o la experiencia de una virtud.
Los momentos más intensos de esta Inspiración son un verdadero diálogo con las personas divinas. No un mero intercambio de palabras, sino una respuesta en forma de impulso, un Motus, un suave movimiento de empuje como respuesta a mis intenciones.
La esperanza cristiana es vivir aquí y ahora la vida eterna bajo el régimen de la fe: “Creo firmemente que la Santísima Trinidad está en mi espíritu, que no está fuera de mí en otro mundo distinto, sino en mi mundo, que es mi espíritu, y con la Santísima Trinidad, naturalmente, todos los santos, la comunión de todos los santos. Creo en esto y en lo que esto significa, y esto me pone a mí en acto de vivirlo”. (Fernando Rielo, 1 Nov, 1972).
Esta inhabitación, esta presencia santificante de las personas divinas, nos da la capacidad de vivir la santidad de una manera que no es posible fuera de la vida cristiana. Ya hemos pasado el suficiente tiempo con nosotros mismos para darnos cuenta de lo poco que podemos hacer solos; en palabras de Cristo, sin mí, nada pueden hacer. Muchos de nosotros, en momentos de dificultad u oposición, abandonamos nuestro sueño original y sucumbimos ante la presión. Otras veces somos arrastrados por las tentaciones y somos autocomplacientes en nuestras misiones (Instinto de Felicidad). Hay muchas personas con buena voluntad (especialmente sacerdotes jóvenes) que comienzan noblemente un camino, pero luego no perseveran lo suficiente para llegar al final. Tenemos a nuestra disposición la omnipotencia divina, no “cerca de nosotros”, sino en el sentido más profundo de la palabra, dentro de nosotros.
Esto es importante. La paz y la unidad que todos anhelamos, sólo pueden estar basadas en la verdad. Y la Presencia de la Trinidad en nosotros representa la oportunidad de abrazar la verdad, no sólo de comprenderla.
Por ejemplo, podemos estar convencidos de que los mansos heredarán la tierra, pero, en realidad, nos decimos a nosotros mismos: Si no me impongo a los demás, me van a relegar. Si alguien nos pregunta si creemos que el amor es la mayor fuerza del mundo, probablemente diremos que sí. Pero en realidad creemos que el poder es el factor decisivo. Llegamos a creer que el mandamiento del amor significa amar a los que son amables, a los que piensan y actúan como nosotros. Entonces Cristo viene a hablarnos del amor a los enemigos. No sé qué sientes tú, pero a mí no me resulta fácil ni cómodo amar a mis enemigos. Pero, como personas de fe, es lo que estamos empujados a hacer.
La inhabitación divina nos debería motivar a responder a las continuas “formas de atracción”, iluminaciones en la mente e impulsos en la voluntad, que la Santísima Trinidad nos otorga en cada momento.
En resumen y simplificando mucho, podemos decir que el Padre nos da a conocer sus planes (a través de los sueños y del sufrimiento del prójimo), Cristo nos enseña con su ejemplo cómo llevarlos a cabo y el Espíritu Santo pone signos en nuestro camino para darnos consuelo y visión.
Había un misionero que cuando fue destinado a un lugar muy apartado, al partir de casa, vio un precioso reloj de sol. Se dijo: Ese reloj de sol sería ideal para los habitantes de la misión, lo podría usar para enseñarles cómo saber la hora del día. Cuando el jefe del pueblo lo vio, insistió en que debía ponerse en el centro del pueblo. La gente estaba encantada. Nunca habían visto nada igual en su vida. Estaban aún más felices cuando aprendieron cómo funcionada. El misionero estaba contento del resultado; pero no estaba preparado para lo que luego sucedió: ¡La gente se puso de acuerdo para construir un tejado sobre el reloj de sol para protegerlo de lluvia y del sol!
Es como si la Trinidad fuera el reloj de sol y nosotros, cristianos, los habitantes del pueblo. La revelación más hermosa de nuestra fe es lo que sabemos de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero en vez de utilizar esa revelación en nuestra vida diaria, ponemos un tejado sobre ella, como hizo la gente de la misión. Para muchos, de nosotros, la Trinidad resulta de poco valor práctico en los asuntos de nuestra vida diaria. La consideramos como una “decoración” de nuestra fe.
Hemos de tener en cuenta que el deseo de proclamar el Evangelio no es tanto un asunto de ganar prosélitos como de compartir la intimidad con el Padre, a través del Hijo y en el Espíritu. En medio de nuestros múltiples compromisos y nuestro ritmo actual hiperactivo de vida, necesitamos dedicar algunos minutos en el día a hacernos más conscientes de los dones recibidos… desde dentro.