Estas fueron las palabras que nos dijo un señor que conocimos el primer día. “Es la última casa que visitamos”, dijimos después de haber caminado más de dos horas. Era una casa muy humilde en donde vivía un señor solo desde hacía tiempo, que nos abrió completamente su corazón. Cuando hablaba se podía percibir que a pesar de su soledad era feliz, nos decía que “el de arriba” era el dueño de nuestra vida y que disponía de ella, por lo que él estaría en aquella casa hasta que Dios lo llame. Al despedirnos nos obsequió algunos frutos de su huerto y nos enseñó incluso cómo sembrar y cosechar yuca. Regresamos al pueblo verdaderamente felices y edificados por la vida y generosidad de esta persona.
Es uno de los muchos encuentros que pudimos vivir del 8 al 12 de junio en Ubaque, localidad en la cordillera de los Andes cerca de Bogotá, en donde 17 jóvenes fueron de misión. Para muchos era la primera vez que realizaban esta experiencia. Estos días fueron una bendición para todos, y el cansancio no fue un impedimento para llevar el mensaje de Cristo. Las largas caminatas fueron ocasión para compartir nuestras vidas: éramos una familia, una “Iglesia en salida”, que no se queda encerrada en sus propios esquemas sino que va al encuentro del hermano para llevar la alegría del Evangelio. Al finalizar la misión todos manifestaron su nostalgia; el deseo de guardar estas experiencias como un tesoro en cada uno de sus corazones; y expresaron su compromiso de compartir con muchas otras personas lo recibido.
!["El mundo puede cambiar desde el corazón"
(Papa Francisco, Encíclica Dilexit Nos)
"El Corazón de Cristo es éxtasis, es salida, es donación, es encuentro. En él nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social.
Tomar en serio el corazón tiene consecuencias sociales. Como enseña el Concilio Vaticano II, «tenemos todos que cambiar nuestros corazones, con los ojos puestos en el orbe entero y en aquellos trabajos que todos juntos podemos llevar a cabo para que nuestra generación mejore». Porque «los desequilibrios que fatigan al mundo moderno están conectados con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón humano». [21] Ante los dramas del mundo, el Concilio invita a volver al corazón, explicando que el ser humano «por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones (cf. 1 S 16,7; Jr 17,10), y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino».
Esto no significa confiar excesivamente en nosotros mismos. Tengamos cuidado: advirtamos que nuestro corazón no es autosuficiente; es frágil y está herido. Tiene una dignidad ontológica, pero al mismo tiempo debe buscar una vida más digna. Dice también el Concilio Vaticano II que «el fermento evangélico ha despertado y despierta en el corazón del hombre esta irrefrenable exigencia de la dignidad», aunque para vivir conforme a esa dignidad no nos basta conocer el Evangelio ni cumplir mecánicamente lo que nos manda. Necesitamos el auxilio del amor divino. Acudamos al Corazón de Cristo, ese centro de su ser, que es un horno ardiente de amor divino y humano y es la mayor plenitud que puede alcanzar lo humano. Allí, en ese Corazón es donde nos reconocemos finalmente a nosotros mismos y aprendemos a amar."](https://www.idente.org/wp-content/plugins/instagram-feed/img/placeholder.png)
