Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 03 -03- 2018 Tercer Domingo de Cuaresma, Roma. (Éxodo 20:1-17; 1Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25.)
Si vas a recordar sólo una sola cosa del Evangelio de hoy, recuerda esto: Somos templos de Dios. No miremos simplemente la actitud de los mercaderes y de los cambistas. Eso es algo fácil de entender: no es del todo imposible que las autoridades del templo se confabularan con esas prácticas y pudieran haberse beneficiado si los comerciantes tuvieran que alquilar espacios en el Templo para sus negocios. Esto explicaría la ira de los sacerdotes por lo que Jesús estaba haciendo: ¿Qué está pasando aquí? ¿Qué signo puedes mostrar para justificar lo que estás haciendo?
Somos templos de Dios. Eso no es sólo una frase hermosa y tal vez profundamente antropológica. Esto es de interés práctico por al menos dos razones.
- Así como Jesús limpió el Templo de todas las influencias corruptoras, del mismo modo Él quiere purificarnos. Recordemos que Juan el Bautista dijo que Cristo bautizaría con el Espíritu Santo y con fuego. Este fuego representa la acción incansable del Espíritu Santo de dos maneras inseparablemente unidas:
- Como un cebo atrayente. Esta purificación significa que debemos deshacernos de las cosas que nos impiden llegar a Dios. Esto incluye una renuncia a las cosas visibles y creadas que obstaculizan nuestro acercamiento a Dios. Sobre todo, es una cuestión de unión con Dios, lo que nos llevará a convertirnos en una persona nueva. De hecho, debido a que venimos de Dios, no podemos vivir plenamente sin Él. La invitación a amar a Dios y entregarnos de todo corazón a Él es precisamente una llamada a ser fieles a nuestra identidad y a nuestro origen. No amar como Él sería traicionar nuestro propio ser y nuestra vocación en la vida. En los tres primeros Mandamientos, se nos invita a adorar a Dios: si nos negamos a hacerlo, entonces perdemos de vista nuestro origen, nuestra vocación y nuestra identidad. Es nuestra verdadera, y a menudo oculta, aspiración.
- Llevando a cabo una purificación que nos ayuda a darnos cuenta de la presencia, la intención y el amor profundo y activo de Dios. De hecho, somos purificados por Su misericordia. Como dijo el Papa Francisco: ¿Le permitimos que haga una limpieza de todos nuestros comportamientos contra Dios, contra demás y contra nosotros mismos, como escuchamos hoy en la primera lectura? Cada uno puede responderse a sí mismo, en silencio, en su corazón. “¿Permito que Jesús haga mi corazón un poco más limpio? Jesús no limpia nuestros corazones con un látigo, sino que lo hace con ternura, con misericordia, con amor. La misericordia es su manera de limpiar.
El Espíritu Santo está trabajando desde estas dos direcciones realmente al mismo tiempo. Y esta es probablemente la principal lección que debe extraerse de este momento enérgico en la vida de Cristo. Un clavo ciertamente cuestionaría el valor de un martillo. Para un clavo, ese martillo es un instrumento cruel. Pero lo que debería reconocer es que cada golpe obliga a penetrar más profundamente y a sostenerse más efectivamente. Sin el martillo, el clavo no sería eficaz.
De modo parecido, a la “gente moderna”, materialista e individualista, le resulta difícil internalizar los Diez Mandamientos y menos aún verlos como un acto de la misericordia de Dios. La purificación es la clave; sólo cuando entendemos los Diez Mandamientos como una forma de purificación, como una manera segura de acercarnos a Dios, podemos apreciar y comprender su papel en nuestras vidas. San Pablo nos recuerda hoy que necesitamos la permanente acción purificativa del Espíritu Santo: La necedad de Dios es más sabia que la sabiduría humana, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza humana.
Por supuesto, la vida y las palabras de Cristo van más allá de los Mandamientos y la Ley; de ninguna manera los rechaza, sino que nos muestra en todo el rostro y el amoroso plan de nuestro Padre Celestial. Para ilustrar la respuesta de Dios a nuestra fidelidad a las sugerencias del Espíritu Santo, aquí hay un cuento muy conocido sobre el monte del templo en Jerusalén:
Antes de que hubiera un templo, había dos hermanos que vivían a ambos lados de la colina. Uno de ellos era rico pero, no tenía familia. El otro hermano tenía recursos muy limitados, pero tenía una gran familia. Una noche, el hermano rico pensaba en su hermano al otro lado de la colina. “Mi hermano“, se decía, “no tiene mucho y tiene muchas bocas que alimentar y aquí estoy yo con toda mi riqueza“. Ya sé lo que voy a hacer, todas las noches en la oscuridad, tomaré un saco de trigo de mi granero, lo llevaré a casa de mi hermano y lo dejaré en su granero“. Esa misma tarde, el otro hermano estaba pensando de su hermano rico. “Mi hermano no tiene la bendición de una familia, pero sí tiene riquezas, podría ayudarlo a aumentar un poco más sus bienes. Tomaré un saco de trigo de mi granero todas las noches y lo llevaré al granero de mi hermano y lo pondré con su trigo “.
Los hermanos comenzaron a hacer esto todas las noches, continuamente, sin decir una palabra al otro sobre lo que estaban haciendo. Los dos estaban asombrados de ver todas las mañanas que el número de sacos en sus graneros seguía siendo el mismo a pesar de que habían llevado un saco la noche anterior. Todo esto continuó por un tiempo hasta que una noche se encontraron en la cima de la colina llevando sus sacos de grano. Al verse, inmediatamente se dieron cuenta de lo que estaba pasando y se abrazaron con profundo afecto. Y en su abrazo, se oyó la voz de Dios desde el cielo: ¡Aquí es donde edificaré mi casa sobre la tierra!
La moraleja de la historia es: Cuando tomamos la decisión de amar y de entregarnos, estamos abriendo nuestros corazones para que Dios pueda entrar y hacer su morada dentro de nosotros. Cuando elegimos amar a Dios en sus sugerencias íntimas, Él hace su hogar dentro de y con nosotros. Este es el significado espiritual y profundo del viejo dicho: No son nuestros talentos ni nuestras capacidades los que definen nuestro carácter, sino las decisiones que tomamos, las que realmente definen quiénes somos.
2.Para confirmar que el Espíritu Santo está trabajando ahora, celosamente, en cada uno de nuestros semejantes. Cuando escuchamos y contemplamos en oración, comprenderemos no sólo quién es Cristo, sino también quiénes somos y quién es nuestro prójimo. No es suficiente decir que somos hermanos; esto también significa que todos tenemos la misma necesidad de estar cerca de Cristo, no sólo para soportar las dificultades de nuestras vidas, sino también para cooperar con Él, para entregar nuestras vidas por nuestros semejantes.
Las personas que viven sus vidas sin Dios, difícilmente pueden ir adelante. Si vivimos sin Dios, cualquiera que sea la satisfacción que experimentemos, nos daremos cuenta de que no responde a nuestra necesidad más profunda. Y así, Él pone ante nuestros ojos el vacío de sentido y felicidad en nuestra vida en cada ocasión que estamos lejos de Dios. Es la conciencia de esta condición nuestra lo que inspira el celo de Jesús por la casa de Dios Esta comunión con nuestro Padre Celestial es una necesidad primordial, sin importar cuáles sean nuestras creencias o nuestra vida moral:
Un gran pianista acababa de terminar un concierto y la multitud se levantó y le dio un sentido aplauso. Sin embargo, el renombrado pianista no parecía satisfecho. Sólo cuando un hombre en el auditorio se puso de pie y comenzó a aplaudir, el pianista sonrió y se inclinó ante la audiencia. Esa persona era su maestro. Sólo la aprobación de su maestro le importaba, y esto también debería ser cierto para nosotros como cristianos. Necesitamos recibir la aprobación y la confirmación de nuestro Maestro.
Yo conozco mis designios sobre ustedes —oráculo del Señor—. Son designios de felicidad, no de desgracia, pues les ofrezco un futuro y una esperanza (Jeremías 29:11).
Es muy fácil dejarse deslumbrar por los defectos o las virtudes de nuestros semejantes. Pero mirando más profundamente, a través de una lente espiritual, deberíamos ver al Espíritu Santo trabajando en cada detalle de su vida, aprovechando todas las experiencias para finalmente llevarnos adonde Dios desea. La purificación es su mejor herramienta. Al purgar el pecado de nuestros corazones que nos ciega y nos separa de Él, su presencia constante se convierte en una realidad, en forma invitación a la generosidad, a estar en comunión con Él a través de la verdadera adoración: convirtiéndose en un sacrificio vivo al entregándonos a Dios en pensamiento, palabra y obras.
Somos purificados para ser embajadores de Cristo, haciendo posible que la vida de Cristo se haga visible en nuestra vida. Esto explica por qué nuestro Padre Fundador nos enseñó que la vida apostólica es más que una actividad, es un voto, en otras palabras, una forma específica de unión con Dios.
Oremos para tener el valor de evangelizar; ésta es la oración apostólica, preguntar al Espíritu Santo cuál es el testimonio que debería dar ahora, a esta persona en particular, en este preciso momento, cuando estoy solo o acompañado. Hay muchos seres humanos que están corrompiendo sus templos. Depende de nosotros llegar a ellos, comenzando por nuestra comunidad, familias y amigos. Podemos ayudarlos a experimentar la pasión del amor de Dios. Hoy, se nos invita a reflexionar sobre lo que significan los mandatos de Dios para nosotros y para nuestro prójimo. ¿Son sólo una lista de qué hacer y qué no hacer? ¿O son algo que tomamos en serio y permitimos que nos consuma con celo por la obra que Dios ha puesto ante nosotros?
Uno de los mandamientos dice: No matarás. Pero yo les digo (aquí es donde Jesús va más allá de la ley, a la vez que la cumple) ni siquiera estés enojado con tu hermano o hermana.
En otras palabras, no albergues ira, un espíritu de venganza en tu corazón. Y nos dice: Y si vas al altar a ofrecer tu regalo, vas a adorar a Dios, y allí recuerdas que tu hermano o hermana tiene algo en contra tuya. Ve primero y reconcíliate con tu hermano o hermana. Solo entonces ve y entrega tu ofrenda.
Así es como Cristo va más allá de la ley. No matarás. Por supuesto que no, pero ni siquiera dejes que la ira o el odio entren en tu corazón, porque esto anulará tus esfuerzos más generosos. En cuanto te des cuenta, incluso antes de un momento tan importante como cuando vas a ofrecer tu vida a Dios y recuerdas que tu hermano o hermana tiene algo en contra de ti … detente. Nada es más importante, nos dice Jesús, que esa reconciliación entre hermanos y que todos nosotros estemos estar en paz unos con otros, dispuestos a perdonar y pedir perdón, a vivir la reconciliación.
Las lecturas de este tercer domingo de Cuaresma, nos invitan a vivir una verdadera relación con la Santísima Trinidad, para que podamos tener una relación verdaderamente humana, es decir, espiritual con nuestro prójimo. Agradecemos a Dios por el signo que nos ha dado en Jesucristo y en la Eucaristía, en la cual experimentamos el poder y la sabiduría divinas, y por la cual se nos recuerda que somos Templos del Espíritu Santo.