Reflexiones para ahondar y vivir el Evangelio, por Lourdes Grosso, misionera idente, directora de la Secretaría de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada de la Conferencia Episcopal Española. En esta ocasión, compartimos un artículo suyo con motivo de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada que se celebra cada año el 2 de febrero. (Artículo publicado por la revista Ecclesia, n. 3.868, 28 de enero de 2017).
Al celebrar un año más la Jornada mundial de la Vida Consagrada, nuestra mirada se detiene en la exhortación apostólica postsinodal Vita consecrata, como referencia necesaria para cuantos hemos recibido esta vocación en la Iglesia. Hoy quisiera detenerme en dos números dedicados explícitamente a la mujer consagrada: el nº 57, que reflexiona sobre La dignidad y el papel de la mujer consagrada y el nº 58 que apunta Nuevas perspectivas de presencia y de acción.
Estos números son breves pero sustanciosos, pues en ellos encontramos pautas, líneas magisteriales y puntos de reflexión para el desarrollo de esta vocación y misión específica. En ellos se reconoce la presencia de la mujer como un signo de la ternura de Dios hacia el género humano y un testimonio singular del misterio de la Iglesia, la cual es virgen, esposa y madre. Se afirma que es legítimo que la mujer consagrada aspire a ver reconocida más claramente su identidad, su capacidad, su misión y su responsabilidad, tanto en la conciencia eclesial como en la vida cotidiana; porque se ha de estimar en igual dignidad a hombres y mujeres, como reflejan las páginas del Evangelio. Ante esta nueva conciencia femenina todos –varones y mujeres– hemos de revisar los propios esquemas mentales.
Pasos concretos
Para que no se quede en mera declaración de intenciones, Vita consecrata subraya algunos pasos concretos que conviene dar, comenzando por abrir espacios de participación a las mujeres en diversos sectores y a todos los niveles, incluidos aquellos procesos en que se elaboran las decisiones, especialmente en los asuntos que las conciernen más directamente.
Es necesario que la mujer consagrada reciba formación adecuada, equiparada a la de los varones, que prevea el tiempo suficiente y las oportunidades institucionales necesarias para una educación sistemática, que abarque todos los campos, desde el aspecto teológico-pastoral hasta el profesional.
Se espera mucho del genio de la mujer
Porque se espera mucho de la aportación del genio de la mujer en el campo de la reflexión teológica, cultural y espiritual, no sólo en lo que se refiere a lo específico de la vida consagrada femenina, sino en la inteligencia de la fe en todas sus manifestaciones.
La aportación propia de la sensibilidad femenina ayuda a promover la doctrina y las costumbres de la vida familiar y social, especialmente en lo que se refiere a la dignidad de la mujer y al respeto de la vida humana, desde un “nuevo feminismo”, lo que se traduce en numerosas actividades, como el compromiso por la evangelización, la misión educativa, la participación en la formación de los futuros sacerdotes y de las personas consagradas, la animación de las comunidades cristianas, el acompañamiento espiritual y la promoción de los bienes fundamentales de la vida y de la paz.
La aportación de las santas mujeres
Son innumerables los ejemplos de la valiosa presencia y misión de las consagradas, sea en el silencioso quehacer de la entrega cotidiana que en hechos de gran alcance para de la historia de la espiritualidad, como es el caso de Santa Brígida, quien dejó Suecia y peregrinó a Roma, con la intención de obtener del Papa la aprobación de la Regla de una Orden religiosa que quería fundar, dedicada al Santo Salvador y compuesta de monjes y monjas bajo la autoridad de la abadesa. «Este es un elemento que no nos debe sorprender —decía Benedicto XVI—: en el Medievo existían fundaciones monásticas con una rama masculina y una rama femenina, pero con la práctica de la misma Regla monástica, que preveía la dirección de la abadesa. De hecho, en la gran tradición cristiana se reconoce a la mujer una dignidad propia, y —siguiendo el ejemplo de María, Reina de los Apóstoles— un lugar propio en la Iglesia, que, sin coincidir con el sacerdocio ordenado, es igualmente importante para el crecimiento espiritual de la comunidad. Además, la colaboración de consagrados y consagradas, siempre en el respeto de su vocación específica, reviste una gran importancia en el mundo de hoy» (27-10-2010).
Suplicamos a María, ejemplo sublime de perfecta consagración, por su pertenencia plena y entrega total a Dios, que guíe nuestros pasos.
Lourdes Grosso García, M.Id