Por el P. Luis Casasús, Superior General de los misioneros identes.
Comentario al Evangelio del 29-1-2017, IV Domingo del Tiempo Ordinario (Libro de Sofonías 2:3.3:12-13; 1 Corintios 1:26-31; San Mateo 5:1-12)
Todos recordamos cómo el Papa Francisco afirmó que las Bienaventuranzas son de alguna manera el carnet de identidad del cristiano, que lo identifica como seguidor de Jesús (1 de Noviembre, 2016). En esa ocasión, proclamó 6 nuevas Bienaventuranzas:
- Bienaventurados los que soportan con fe los males que otros les infligen y perdonan de corazón.
- Bienaventurados los que miran a los ojos a los descartados y marginados mostrándoles cercanía.
- Bienaventurados los que reconocen a Dios en cada persona y luchan para que otros también lo descubran.
- Bienaventurados los que protegen y cuidan la casa común.
- Bienaventurados los que renuncian al propio bienestar por el bien de otros.
- Bienaventurados los que rezan y trabajan por la plena comunión de los cristianos.
En la misma línea, recordemos cómo nuestro padre Fundador decía que en nuestra vida espiritual experimentamos un número ilimitado de Bienaventuranzas. Esto significa que el Espíritu Santo utiliza todas las ocasiones en que estamos cansados, afligidos y hambrientos o perseguidos para pedirnos caminar una milla más, la milla milagrosa que hace que nuestras vidas cambien profundamente.
Esto fue lo que le sucedió a la Virgen María, una sencilla joven de Nazaret que no vivía en palacios y no tenía poder ni riquezas. María se asombró con el anuncio del ángel y no comprendía lo que pasaba; estaba en verdad turbada y con miedo. Pero de repente, una inmensa calma se apoderó de ella y pudo exclamar con serenidad y reverencia: He aquí la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra.
Sí; la Madre del Salvador guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. María es maestra de la pobreza de espíritu, y supo aceptar en todo momento en su corazón lo que Dios había dispuesto para ella, aunque fuera algo turbador y comprometido.
San Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, nos dice cómo San José vivió con fidelidad las Bienaventuranzas, mostrando una voluntad dispuesta como María, en medio de los padecimientos que compartieron, como la profecía de Simeón en el Templo, la huida a Egipto y el tiempo que pasó el Niño Jesús perdido en el Templo.
María es la mujer valerosa que acompañó a su hijo a la cruz; es una mujer, madre y viuda; es una refugiada, la madre de un preso, la víctima de una persecución, la mujer que en su Magnificat anuncia la caída de los poderosos y la liberación de los oprimidos, pero especialmente la gracias recibidas en medio de situaciones de agobio y aflicción ¡Qué mayor dolor puede haber para una madre que ver morir a su hijo ante sus ojos!
Lo que Isabel experimentó tan pronto como María entró en su casa y la saludó fue la presencia de Jesús y del Espíritu Santo…Ella es la primera que anuncia una Bienaventuranza evangélica: ¡Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! La primera Bienaventuranza del Evangelio, Bendita es la que ha creído. Después, Cristo proclamará esta Bienaventuranza primordial: Benditos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica (Lc 11, 28).
Las Bienaventuranzas no son una promesa para un tiempo futuro; su mensaje es el del Padrenuestro: Hágase tu voluntad en la Tierra…Representan una respuesta máxima de la Providencia en las situaciones críticas de un discípulo. En vez de simplemente ayudar, el Espíritu Santo toma las riendas. Cuando nuestra aflicción es extrema, Dios deja su marca en nuestra alma y esto es algo visible, palpable, algo que Isabel notó enseguida.
Un ejemplo de nuestros días. La semana pasada, Steven McDonald, un Oficial de Policía católico, falleció en Nueva York a los 59 años. Tenía 29 años y llevaba 2 en la Policía cuando patrullaba con un compañero en Julio de 1986. Dieron el alto a tres muchachos que estaban merodeando en el norte de Central Park. El Oficial McDonald comenzó a hablar con uno de los jóvenes, Shavod Jones. Unos segundos después, el Sr. Jones sacó una pistola y le disparó tres veces. McDonald quedó paralizado desde cuello a los pies. Los tres muchachos fueron detenidos.
En el bautizo de su hijo, a primeros de 1987, el Oficial McDonald escribió una declaración sobre el Sr. Jones que fue leída por su esposa: Le perdono –dijo– y espero que pueda encontrar en su vida paz y una meta.
El Sr. Jones fue condenado por intento de asesinato. En verano de 1988, el Oficial McDonald le envió una nota que decía “Iniciemos un diálogo”. Después, se reunió con la madre del Sr. Jones y asistió a los servicios religiosos de una Iglesia Baptista en Harlem con la abuela del joven.
No sé si Steven McDonald será oficialmente un santo, pero es difícil darse cuenta de todo el bien que ha hecho con y por las personas, y cómo ha animado e inspirado a muchos con su vida. En su silla de ruedas ha llevado a cabo muchas más cosas que otras personas sin tanta limitación. En palabras de un conocido periodista: Escuchar su mensaje de perdón, era sentir la presencia de un espíritu divino.
Los dones del Espíritu Santo nos muestran el camino en el mapa (sabiduría), nos animan a seguir rutas difíciles (fortaleza) y nos sugieren formas de amor inesperadas para con nuestros compañeros de viaje (piedad). Nuestro Padre Fundador llama a este cambio Unión Transfigurativa, la unión de nuestra alma con Dios. Esta metamorfosis significa cambio, transfiguración, transformación. Como una oruga que se transforma en mariposa, nuestra mente, nuestra voluntad y nuestra facultad unitiva se transforman y se hacen verdaderamente espirituales. Ninguna mariposa desea volver a ser oruga de nuevo, ni puede hacerlo. Ha sido transformada. Una vez que se ha sido transformado, no hay vuelta atrás. Pecar es más difícil. Es por eso que a quien mucho se le ha dado, mucho se le pedirá.
Pero, con las Bienaventuranzas, el Espíritu Santo no nos da nada parecido a la auto-estima; más bien se trata de “estima de Dios”. Cuando Dios encuentra a un alma dispuesta a servirle en las circunstancias más difíciles, entonces toma su vida en sus manos, como se toma el timón de un barco o las riendas de una carreta. Él se hace de hecho, y no sólo en teoría, “Señor”, el que dirige, el que gobierna, podríamos decir, en cada instante los gestos y palabras de la persona, su forma de utilizar el tiempo, todo.
Imaginemos un río que corre violentamente, fuera de control, causando destrucción y estragos en sus orillas. Si se logran reforzar las riberas, la energía del río se podrá controlar y su fuerza será una fuente para obtener electricidad. Lo que son las situaciones más difíciles y caóticas, se transforman en las mejores oportunidades elegidas por el Espíritu Santo para dar un fruto que los demás ven y aprovechan. Por eso las Bienaventuranzas han sido llamadas Sagradas Paradojas.
Por todo lo anterior, desde un punto de vista práctico parece entonces adecuado:
No sólo estudiar la vida de San Pablo. Sigamos también su consejo: Hermanos, consideren su propio llamamiento. Seamos más y más conscientes de lo que el Espíritu Santo está queriendo hacer en nuestro espíritu:
Quizás has tenido la experiencia de haber sido llamado a ayudar a alguien que está en situación extremadamente difícil…en un momento en que tú te encuentras todavía peor. Animar a alguien que está triste…cuando tú estás verdaderamente deprimido. O quizás has tenido quedar un consejo o una corrección severa a una persona (estudiante, joven misionero, parroquiano, joven idente) que ha cometido una falta igual a la que tú acabas de cometer…
Las Bienaventuranzas representan la respuesta de Dios a nuestra aceptación de los momentos de aflicción profunda: Si estamos afligidos, lo es para vuestro consuelo y salvación; o si somos consolados, es para vuestra consolación, la cual resulta en que ustedes perseveran bajo las mismas aflicciones que también nosotros padecemos (2Cor 1: 6).
Creer y aplicar la Bienaventuranza nº 0: Bienaventurados son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. No necesitamos entender todo; no necesitamos sentirnos perfectamente preparados para la misión; no necesitamos estar en nuestro mejor momento…es suficiente recordar que Él está al volante. Pertenecer al Reino de los cielos significa ponerse completa y conscientemente bajo el poder de Dios y experimentar su fuerza.
No hay mayor amor que el de una persona que da la vida por sus amigos. Nuestro Padre celestial y Cristo ya nos han dado este signo con la Encarnación y la Pasión, pero las Bienaventuranzas son una prueba continua de su amor confiado, compartiendo con nosotros su vida íntima a través del Espíritu Santo, su preocupación más profunda, su aflicción por todos y cada uno de sus hijos…cuando menos lo esperamos.
También, cuando menos lo esperas, puedes cambiar la vida de alguien. Sé más, hoy.
Muchas gracias. Con un abrazo fuerte en los sagrados corazones de Jesús, María y José.
Originally posted 2017-02-03 11:30:42.