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Vive y transmite el Evangelio

Compartir heridas

By 25 agosto, 2018No Comments

Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Berlin, Comentario al Evangelio del 26 Agosto, 2018.
XXI Domingo del Tiempo Ordinario (Josué 24,1-2a.15-17.18b; Efesios 5,21-32;Juan 6,60-69)

Cristo no anduvo con rodeos cuando, después de su discurso sobre la Eucaristía, dijo que era el pan de vida y añadió: ¿Qué pasará, entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? Como si los discípulos no  estuvieran lo suficientemente sorprendidos. Él estaba siendo fiel a su intención hacia los que le seguían: Les he llamado amigos, porque todo lo que he escuchado de mi Padre se lo he dado a conocer. Sí; como declaran las personas ante los tribunales, dijo la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. De lo contrario, no hay posibilidad de crear una confianza auténtica. No fue este el caso de muchos de los discípulos, quienes murmuraban sobre las afirmaciones de Jesús y nunca se atrevían a preguntarle, para compartir con Él sus temores y dudas. Esta es la razón por la cual Jesús sabía desde el principio quiénes no creerían y quién lo traicionaría.

Hay muchos signos de individualismo que anticipan que alguien va a dejar un camino espiritual: falta de entusiasmo, creación de pequeños grupos dedicados a criticar, murmurar o quejarse y especialmente la actitud de no aceptar ayuda. Hace unos días, estaba leyendo una carta de un joven religioso en estado de crisis que decía: Quiero luchar esta batalla solo. No se necesita tener una bola de cristal para saber qué le sucederá, a menos que se decida a escuchar a Dios y a su prójimo. Si me permiten expresar mi conclusión personal, después de presenciar muchas deserciones de la vida religiosa y rupturas matrimoniales, diría que la raíz del problema es que algo no se compartió. Podemos llamarlo engaño, mentira, bajo grado de sinceridad, falta de diálogo o escasa comunión, pero realmente algo no se compartió en el momento oportuno, con la persona adecuada o de la manera conveniente.

En esos momentos difíciles, muchos de nosotros estamos lejos de esa apertura fructífera que tuvieron los discípulos en el camino a Emaús. Compartieron con un Peregrino desconocido y sabio sus incertidumbres y su dolor. Le pidieron que se quedase con ellos en la cena. Y cuando bendijo el pan, los ojos de los discípulos se abrieron de inmediato.

Las palabras son la forma más común de comunicación. Lo importante es que las palabras buenas e inspiradas, cuando se las pronuncia en el momento correcto, pueden sanar un corazón herido y acercarlo a Jesús. Esto explica por qué, en la Santa Misa, antes del momento culminante de recibir la Sagrada Comunión, primero escuchamos la Palabra de Dios. Antes de que podamos recibir Su cuerpo y sangre, nuestras mentes y corazones deben estar en sintonía con Cristo, al escuchar sus palabras. Esta es la fuerza del Evangelio y esta fue la experiencia de los discípulos de Cristo cuando realmente lo escucharon; esta también es nuestra experiencia.

Antes de llegar a conocer a Jesús, Pedro nunca conoció a nadie que dijera palabras que dan vida. Esto queda confirmado en el texto del Evangelio de hoy por el mismo Jesús: El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve… y Cristo no sólo se refiere a vicios y pecados. Esto está bien representado en Outline, una novela contemporánea: En su matrimonio, se dio cuenta ahora, de que el “principio de progreso” siempre estaba activo, en la adquisición de casas, posesiones, automóviles, el impulso hacia un estatus social más elevado, más viajes, un círculo más amplio de amigos, incluso engendrar niños parecía un capítulo inevitable en ese viaje enloquecido; y era inevitable -ahora lo comprendía- que una vez que ya no había más cosas que agregar o mejorar, ni más metas que alcanzar o etapas que superar, el viaje parecía haber terminado, y él y su esposa se sentían acosados por una impresión de inutilidad y por la sensación de una enfermedad, que en realidad era sólo la sensación de inmovilidad después de una vida de demasiado movimiento, como la que experimentan los marineros cuando caminan en tierra firme después de estar largo tiempo en el mar, pero que para ambos significaba que ya no estaban enamorados. Este es un ejemplo de crisis de la mediana edad.

Para algunas personas, de repente, su existencia parece insatisfactoria. Mirando hacia adentro, sienten una mezcla de nostalgia, arrepentimiento, vacío y miedo; mirando hacia adelante, ven solo una sucesión de metas que se extiende en el futuro hasta la jubilación, la decadencia y la muerte. En realidad, tenemos que enfrentarnos a muchas crisis diferentes, en nuestra vida y en la vida de nuestro prójimo. En la Primera Lectura, vemos a Josué oyendo al pueblo murmurar y lamentarse contra Dios durante su caminar por el desierto. En los momentos difíciles, cuando tratamos con personas irritantes, muchos de nosotros tenemos dificultad para aceptar el mensaje de Cristo de perdón, abnegación y humildad. Otro caso familiar es la pérdida de la fe de la mayoría de los adolescentes.

Para esta crisis, se han analizado varios factores como las principales causas: la vida urbana, el creciente materialismo, la preocupación por el placer, la fe en el poder de la tecnología, la disminución de los lazos familiares, la creciente inmoralidad… la lista es casi interminable. Sin embargo, veremos que Jesús nos da hoy la verdadera razón por la cual abandonamos nuestra fe y nuestra misión… y también nos da el remedio principal para este desastre. Cuando nos acosan las complicaciones y problemas en nuestras relaciones, queremos rendirnos porque es realmente agotador estar todo el tiempo intentando buscar soluciones.

A veces, sentimos el deseo de abandonar nuestra vocación, nuestro matrimonio o nuestra comunidad debido a las muchas dificultades que encontramos para tratar con las personas y sacar adelante los asuntos. Simplemente, tenemos ganas de renunciar a todo; al igual que los discípulos, también nosotros queremos abandonar nuestro sueño y nuestras esperanzas, regresar a nuestra anterior forma de vida o distraernos con alguna aventura emocionante. Incluso Alfred Adler, una figura importante en la Psiquiatría moderna, enfatizó la importancia de separar los deseos de las necesidades. Eso puede evitar que, en una crisis, persigamos nuevos objetos deslumbrantes que realmente no nos harán más felices, menos ansiosos ni más fecundos.

Esta es una pista importante tanto en crisis espirituales como emocionales. Y en última instancia, todos necesitamos a Cristo y sus palabras de vida. Esta es la conclusión de Jesús: Nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. Pero esta no es una frase abstracta o simbólica. A través de la gracia que recibimos, tenemos la oportunidad de compartir heridas con Cristo. Esto es más que compartir información o contemplar juntos un hermoso paisaje. Dios acogió y compartió con nosotros nuestras limitaciones al enviar a su Hijo a morir por nosotros. Jesús permitió que Tomás viera y tocara sus heridas, y se adaptó así a la falta de fe de su discípulo.

Todos los Fundadores de la Iglesia, en algún momento de sus vidas, se hacen especialmente sensibles a cierta necesidad crítica o situación dramática de la comunidad cristiana, a sus heridas espirituales más profundas. Y esta es también nuestra experiencia en muchos países, parroquias y culturas: las personas más pobres a menudo son las más generosas (aunque esta no es una regla absoluta). Los sentimientos de compasión que existen entre las clases pobres, sus heridas y el quebranto de sus vidas, provocan niveles más elevados de altruismo y generosidad hacia otras personas. Probablemente, no es que la gente rica sea esencialmente egoísta.

A menudo, están simplemente aislados. No ven ni coexisten con muchas personas pobres en su vida diaria; realmente no “tocan sus llagas”. ¿Necesitamos más ejemplos? Incluso en nuestras relaciones cotidianas, podemos observar una comprensión particular, comunión y solidaridad entre los pacientes que sufren la misma enfermedad. Esta es la razón por la cual se forman con éxito grupos de apoyo para atacar un problema específico, como la depresión, la obesidad, el trastorno de pánico, la ansiedad social, el dolor crónico o el abuso de sustancias.

Otros grupos se enfocan de manera más general en mejorar las capacidades sociales, ayudando a las personas a lidiar con una variedad de cuestiones tales como la ira, la timidez o la soledad. Esos grupos a menudo ayudan a quienes que han experimentado pérdidas, ya sea de un cónyuge, un hijo o alguien que murió por suicidio. En este sentido, es bien conocida la efectividad de las asociaciones de Alcohólicos Anónimos, al ayudar a sus miembros a vivir la sobriedad. La fe es esencialmente un don. Es un don abierto a todos, pero que uno debe estar dispuesto a recibir. ¿Por qué nos enfrentamos con la falta de fe?

Ocurre que no conocemos verdaderamente al Dios en quien profesamos tener fe. Necesitamos recordar constantemente lo que Cristo continuamente está haciendo por nosotros a través de su Espíritu: La fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo (Rom. 10:17). Nuestra fe se construye a medida que penetramos continuamente en el Evangelio. Es por eso que, en la Primera Lectura, Josué les recuerda a los israelitas cómo Dios realizó ante nuestros ojos aquellos grandes prodigios. Él nos protegió en todo el camino que recorrimos y en todos los pueblos por donde pasamos. Compartir nuestras vidas es un aprendizaje permanente, durante toda nuestra vida. Se parece al mundo actual de la informática y las computadoras: tal vez ayer eras un usuario experto o incluso un hábil programador, pero las nuevas herramientas digitales de hoy te superan y te convierten en un dinosaurio tecnológico.

Hacer actividades apostólicas juntos, compartir comidas, intercambiar experiencias, sueños y preocupaciones es muy positivo y necesario… pero no suficiente. Esta es la razón por la cual nuestro Padre Fundador nos invita a una poderosa vuelta de tuerca, a compartir nuestra vida espiritual, nuestra experiencia personal única y original con la Santísima Trinidad, incluso si no la entiendo completamente. Esto se aplica particularmente a todo tipo de dolor y sufrimiento. Estamos creados y configurados para conectarnos unos con otros y con Dios a través de nuestras heridas. Vemos a alguien herido y nos sentimos contagiados de su dolor. En lo que se refiere al dolor, ninguno de nosotros somos sólo espectadores. Todos poseemos conocimiento experimental y esto despierta en cada uno de nosotros una compasión por los demás.

El dolor es una experiencia compartida y, como tal, tiene el poder de unirnos. Nuestras heridas nos ayudan a ver a Dios y a los demás porque son la unión entre lo material y lo espiritual. Dios no es un mero espectador de nuestro dolor. Él tiene conocimiento experiencial del dolor y, por lo tanto, tiene compasión por el nuestro. La historia del dolor de Dios es una experiencia compartida con la nuestra. Lo peor que le pudo pasar a un ser humano, también le pasó a Dios. Esto hace que el dolor sea significativo… (no agradable). Nos ayuda a crecer. Nuestro padre Fundador dice que Un dolor desangrándose es un paisaje naciendo (Transfiguración).

Y nadie se libera de ello. Toda la humanidad pasa por la experiencia del dolor. Se produce una solidaridad como no se engendra por ningún otro medio, y el dolor es sólo temporal. Aquellos que han pasado por el dolor tienen la responsabilidad y la capacidad de llegar a los que sufren. Tanto en la Teoría de la Comunicación como en la vida espiritual aprendemos que cuanto más se perciba al que desea ayudar en una crisis como “más semejante que diferente”, más se facilitará la construcción de un vínculo.

A la luz de lo anterior, entendemos por qué es tan peligroso e ingenuo olvidar que todos sufren, los fuertes y los débiles, los amigos y los enemigos. Y esto explica también el valor universal del consejo, aparentemente enigmático, de San Pablo en la Segunda Lectura: Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo. Nuestra sensibilidad y compasión humanas no son suficientes.

Probablemente, hoy es un buen momento para expresar sin condiciones ni reservas nuestro total compromiso con Él, para aceptar cualquier sufrimiento que se cruce en mi camino, confiando en que, de alguna manera, es parte del plan amoroso de Dios. Estamos llamados a pensar más allá de nuestros esquemas, a ampliar nuestra comprensión más allá de los límites de nuestra mentalidad.

Consejos para aprovechar al máximo la Santa Misa
4. El Gloria. La traducción moderna del Gloria es una referencia más directa a que la venida del Mesías trae al mundo un orden superior de paz divina que sólo el Hijo de Dios encarnado puede otorgar. Aquellos que viven de acuerdo con la voluntad de Dios y reciben su gracia experimentarán la plenitud de esta paz.
Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Esta frase recuerda el anuncio de los ángeles del nacimiento del Salvador. La pregunta que algunos podrían hacer es si Dios ofrece la buena noticia de la paz a todos los seres humanos o sólo a aquellos de buena voluntad.

Dios Padre, a través de su Hijo Jesucristo, sí invita a todas las personas a recibir el regalo de la paz. Los Padres del Concilio definieron la verdadera paz en  Gaudium et Spes:

“La paz terrena es fruto de la paz de Cristo que irradia de Dios Padre … porque por su Cruz, el Hijo encarnado, el Príncipe de la Paz, reconcilió a todos los hombres con Dios… restaurando a todos los hombres a la unidad de un pueblo y un solo cuerpo” (GS 78).

En otras palabras, la paz que nos concede Cristo Salvador, está directamente relacionada con la “reconciliación”, es decir, el perdón del pecado. Por lo tanto, no es por casualidad que recordemos el anuncio de los ángeles inmediatamente después de nuestra petición de perdón durante el Acto Penitencial y la absolución que le sigue.
Para estar entre los hombres gente de buena voluntad, primero debemos reconocer y tener verdadera contrición por nuestro pecado, porque solo con el perdón de los pecados puede existir la paz verdadera, la paz de Cristo. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias. Estas cinco descripciones de la oración contienen distinciones sutiles. Juntas, se combinan para expresar hasta qué punto es nuestro deber cristiano dar “gloria a Dios”.

Notemos que hablamos de Jesús como Hijo unigénito e Hijo del Padre. Esto puede parecer redundante, pero en realidad está destinado a afirmar un gran misterio de la Santísima Trinidad. Ser engendrado por Dios indica que Jesús es de la misma esencia divina que el Padre, y que es coeterno con él. Además, Jesús es realmente Hijo del Padre; sin embargo, Jesús no nació del Padre; más bien, es engendrado. Nacer es tener un comienzo. Sin embargo, ni el Hijo ni la Paternidad de Dios tienen un comienzo.

Al invocar a Jesús como el Hijo unigénito e Hijo del Padre, estamos expresando con precisión por qué nos dirigimos a Dios como Padre todopoderoso en la primera parte del Gloria. Nos dirigimos a Dios como Padre todopoderoso, porque Dios siempre ha sido Padre… incluso antes de que nos creara.