Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 19-11-2017, XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario (Proverbios 31:10-13.19-20.30-31; 1Tesalonicenses 5:1-6; Mateo 25:14-30)
Por favor, no mires al diccionario. Ni preguntes a un sicólogo. Te darán una respuesta muy limitada:
* La cualidad de ser agradecido; la disposición a mostrar aprecio por la gentileza y a devolverla.
* Una emoción social que indica nuestro reconocimiento por lo que otros han hecho por nosotros.
Estas son palabras correctas y hermosas, pero no captan el sentido profundo, el alcance y la verdadera esencia de la gratitud. Sólo Cristo, con la parábola de los talentos, nos da una perspectiva extática y unitiva de la gratitud. Es más que una emoción o una expresión de cortesía: La forma más elevada de gratitud es utilizar lo que te ha sido dado. Mostrar aprecio y satisfacción por el bien recibido es sólo el preludio a la gratitud. Imagina que recibes como regalo un carro último modelo y ni siquiera dices ‘gracias’ a la persona que te lo dio… Y además ni se te ocurre pensar qué vas a hacer con él ¡Eso no refleja un estado mental sano!
La gratitud es uno de los primeros signos de una criatura racional y pensante. Los animales, las plantas y otras materias vivas pueden dar gracias, pero eso no los transforma. En nuestra Parroquia de la Anunciación de Nuestra Señora y San Juan XXXIII, en Sevilla (España), adoptamos un gato callejero, que está verdaderamente encantado por ello… pero casi destruye a un segundo gato callejero que intentó quedarse con nosotros como refugiado. La gratitud nos hace humanos y por ello imágenes del mismo Dios. La gratitud está en la esencia de nuestra unión con Dios y nos distingue del resto de la creación; es una auténtica prueba de la presencia constitutiva de Dios en nosotros.
Este papel central que la gratitud juega en nuestra naturaleza fue descrito con precisión por Cristo en la parábola del siervo inmisericorde (Mt 18: 21-35). La parábola presenta un rey que va a ajustar cuentas con sus siervos. Cristo nos habla de un siervo que debe a su señor diez mil piezas de oro. Va a ser vendido como esclavo, junto con su familia. Se arrodilla suplicando más tiempo para pagar al rey. El rey se conmueve ante sus ruegos y le da un perdón inimaginable. El rey cambia la tragedia en alegría.
Al oír esta parábola hasta este punto, nuestros corazones se ensanchan. Quizás nosotros nos encontramos también con la carga de nuestras deudas y esta historia nos da esperanza. Pero nuestras expectativas quedan sorprendidas al continuar la parábola y vemos cómo al siervo que ha sido perdonado de forma tan generosa, otro siervo le debe una cantidad. Así que nos quedamos helados al ver cómo ese siervo agarra por el cuello a su compañero y le amenaza. Los demás siervos trasladan nuestra indignación y la suya al rey, quien llama a su presencia al siervo inmisericorde y le retira su perdón, imponiéndole una pena hasta que termine de pagar la deuda.
La clave de la historia es que el rey libera a su reino del miedo de la deuda. Esto no es algo insignificante. Todos están felices por esa libertad. Agradecidos por ella. Esta generosidad, que viene de arriba a abajo, cambia todo. Lo que se esperaba es que el siervo inmisericorde se viera movido a extender ese perdón a los demás. Esto habría sido el final feliz natural (y sobrenatural). La gratitud del rey es contagiosa y los demás siervos esperaban ver esos efectos. El horrible castigo que se impone al siervo es para quien rechaza su misma naturaleza, a Dios y las mejores oportunidades para cambiar su vida.
Son muy interesantes las cuatro observaciones que hace el Papa Francisco sobre la parábola de hoy, de los talentos:
* Es como si Él nos dijera: Esta es mi Misericordia, mi perdón: tómalos y úsalos ¿Y qué hemos hecho? ¿A quiénes hemos “contagiado” con nuestra fe? ¿A cuántas personas hemos sostenido con nuestra esperanza? ¿Cuánto amor hemos compartido con nuestro prójimo? Son preguntas que debemos hacernos.
* Cualquier situación, incluso la más difícil y menos apropiada, puede ser ocasión donde los talentos den fruto. No hay situaciones cerradas a la presencia y al testimonio del cristiano. El testimonio que nos pide Jesús no es cerrado, es abierto y depende de nosotros.
* Esta parábola nos empuja a no esconder nuestra fe y nuestra pertenencia a Cristo, a no enterrar la Palabra del Evangelio, sino a hacerla circular en nuestra vida, en nuestras relaciones, en nuestras situaciones concretas, como una fuerza que compromete, que purifica y renueva. De igual modo, el perdón que el Señor nos concede, en especial en el Sacramento de la Reconciliación: no lo encerremos en nosotros mismos, sino dejemos que su poder se desencadene, rompiendo los muros que nuestro egoísmo construye; que nos haga dar el primer paso en las relaciones que están estancadas y recomenzar el diálogo cuando ya no hay comunicación. Que estos talentos, estos dones que el Señor nos ha confiado, lleguen a los demás, de manera que crezcan y den fruto con nuestro testimonio.
* La Virgen María encarna esta actitud de la manera más bella y completa. Ella recibió y acogió el regalo más grande: Jesús, y, a su vez, lo ofreció a la humanidad con un corazón generoso. Nuestra Madre María se mostró agradecida por el don de su Hijo y por el don de toda la humanidad. Esta gratitud por nuestro prójimo es un rasgo común de todos los santos: Damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, orando siempre por ustedes (Col. 1:3).
En ocasiones, percibimos que las circunstancias de la vida son desgraciadas, empujándonos al decaimiento e impidiendo que llevemos adelante nuestros proyectos, ilusiones y sueños. De hecho, algunos de estos objetivos pueden enmascarar vicios ocultos. Cuando Dios permite que algo ocurra y eso frustra u obstaculiza nuestros planes ambiciosos, pensamos que nos está castigando, cuando, de hecho, deberíamos agradecerle por acercarnos a Él con medios contrarios a nuestros deseos. Este es el testimonio de una madre joven:
Recuerdo cuando nació nuestra hija. Estaba muy enojada con Dios por haber permitido que ella naciese con una rara afección genética que exigiría toda una vida de intervenciones quirúrgicas y visitas médicas. Pero fue realmente por bondad divina que nuestra hija es como es, incluido el síndrome de Aspert. Cuando vivo plenamente en cada momento, en vez de vivir en temor y preocupación por lo que puede sucederle, es cuando aprecio el regalo de cada instante.
En todo lo creado, discernir la providencia y la sabiduría de Dios y en todas las cosas darle gracias (Santa Teresa de Ávila).
Surge una segunda pregunta: ¿Qué son los talentos que Dios me ha dado? Hay una interpretación frecuente, aunque algo superficial de esta parábola, que nos anima a poner al servicio de Dios nuestros dones naturales. Uno dice: Yo toco el piano y me gustaría dedicar ese talento a Dios. Otro dice: Creo que tengo un talento para hablar y desearía desarrollarlo para dedicarlo a Cristo. Lo que aprendemos de esta parábola es que se nos pedirán cuentas por lo que hemos hecho, o dejado de hacer, con las oportunidades que Dios nos da. De manera que los talentos de las parábolas son para nosotros oportunidades, momentos preciosos para invertir en el sentido adecuado.
La inversión ha de hacerse buscando plenamente el beneficio del Señor ausente. El talento no se entrega al siervo para su uso personal. El siervo infiel de la parábola no despilfarró el dinero de su señor, despilfarró una oportunidad. Como resultado, fue juzgado malvado y perezoso. Estoy seguro de que nosotros hemos malgastado alguna oportunidad de vez en cuando en lo que concierne a compartir el Evangelio y nuestra relación con la Santísima Trinidad.
Estas son las palabras de nuestro padre Fundador respecto a esa inversión humana y espiritual:
Más que estar denunciando, protestando y comprometiéndonos con los gobiernos, deberíamos promover, hasta el último esfuerzo, toda esa labor creadora proyectiva de tantos talentos humanos al servicio de la acción salvífica de la Iglesia. Se puede elevar, de este modo, el nivel cultural de los pueblos, y aquella asistencia que requieren en todos los aspectos, con una mirada nobilísima, que es ya triunfal (Cristo y su sentido de empresa).
El primer siervo era un hombre de fe. Esto se pone de manifiesto en el hecho de que en seguida, fue a negociar con los talentos. Cuando le preguntaron a Alejandro el Grande cómo había podido conquistar su imperio, respondió: Haciéndolo sin demora. Este siervo no tardó en invertir el dinero de su señor, no quiso perder un solo día de los intereses de ese dinero, por eso, en seguida fue a negociar con los talentos. No fue temeroso ni perezoso, sino que creyó tan firmemente que podría sacar un beneficio de ese dinero que en seguida fue a negociar con los talentos.
Pero el siervo perezoso del Evangelio guardó el talento que el Señor le había confiado, no tanto por miedo, sino por auténtica ingratitud. Si hubiera reconocido cuánta confianza y amor el Señor tuvo con él al confiarle el talento, seguramente habría sido lo suficientemente agradecido como para aumentar esa cantidad invirtiéndola, aunque hubiera sido de forma conservadora. Pero lo dejó inactivo, como si no lo hubiera recibido y prácticamente se olvidó de él.
Estamos llamados a dar incluso el paso más pequeño en la dirección que complace a un Dios que nos ama. Él puede transformar esa cosa insignificante. A Él toda la gloria para siempre.
Desarrollar los talentos que recibimos tendrá consecuencias inesperadas precisamente porque si me doy cuenta que todo lo que tengo es un regalo, que no es mío por derecho o por mérito, sino que Dios me lo ha prestado, entonces comienzo a entender lo importante que es el utilizar los dones divinos sabiamente y ser responsable de la forma de usarlos. Dios corona el esfuerzo, no el éxito. Porque a veces el éxito no está en nuestras manos. Dios nunca nos da más de lo que podemos manejar. Él conoce nuestras fortalezas y nuestras debilidades. Nunca pide a un ser humano capacidades que no tiene, pero sí pide que usemos al máximo las capacidades que poseemos. Pedro lo dijo con claridad: Según cada uno ha recibido un don especial, úselo sirviendo los unos a los otros como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.
En relación a la gratitud, por favor, meditemos en esta “dinámica” de nuestra vida ascética y mística; creo que es bastante realista:
Para progresar en la humildad, debemos primero ser humillados y la humildad traerá el fruto de la caridad y de la gratitud. Un corazón que ama a Dios está tan lleno (con talentos, oportunidades) que no puede cerrarse en sí mismo y por ello se expresa a través del amor y el apostolado, llevando a los demás más cerca de Cristo.
Seguramente no podemos realizar actos que sacudan el mundo. Sin embargo, un pequeño acto de amor a otra persona cambia el mundo. El menor acto de amor transforma el universo entero: Los justos brillarán como el sol en el reino de mi Padre. Nuestro Padre celestial sabe qué hacer con nuestros humildes esfuerzos.
¿Soy agradecido con los talentos recibidos? ¿O he olvidado que los recibí gratuitamente de Dios a través de padres, familiares, amigos y de la comunidad cristiana? San Pablo nos recuerda: Si alguno se gloría, gloríese en el Señor.
Permíteme concluir con una linda historia de L.B. Cowan, por si tienes que compartir esta parábola con los niños:
Un rey fue a su jardín una mañana y encontró todo marchito y seco. Le preguntó al roble que estaba a la entrada cuál era el problema. El roble dijo que estaba cansado de vivir y dispuesto a morir, porque no era tan alto y bello como el pino. El pino estaba triste porque no podía dar uvas, como la viña. La viña estaba a punto de acabar con su vida porque no podía estar erguida y dar frutos grandes, como el melocotonero. El geranio estaba desesperado porque no era tan fragante como las lilas. Y así les pasaba a todos. El rey, acercándose a una violeta, vio que estaba radiante y alegre como siempre. Bueno, pequeña violeta, estoy feliz, en medio de todo este abatimiento por ver una pequeña y valiente flor. Tú no pareces desanimada. No, yo no soy gran cosa, pero pensé que si usted hubiera querido un roble, o un pino, una lila, eso es lo que habría plantado. Como entendí que quería una violeta, estoy dispuesta a ser la mejor pequeña violeta que me sea posible.