por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes
New York/Paris, 21 de Febrero, 2021. | Primer Domingo de Cuaresma.
Genesis 9: 8-15; Primera Carta de Pedro 3: 18-22; San Marcos 1: 12-15.
La historia de la tentación de Jesús en el desierto es bastante corta y breve en el relato de Marcos.
Noé sufrió el diluvio, Jesús el desierto. El primero se enfrentó a la amenaza de ahogarse, el segundo a la amenaza de la sed. Demasiada agua o nada de agua, abundancia o escasez. Podemos ser tentados cuando lo tenemos todo o cuando no tenemos nada.
Debemos comprender qué es la tentación, porque a veces utilizamos esta palabra de manera informal, por ejemplo cuando decimos que las galletas de chocolate son tentadoras.
Recordemos que en nuestra vida ascética, entendida como combate espiritual, encontramos tres enemigos que ejercen continuamente sus poderosas influencias: la concupiscencia, el mundo y el diablo.
La concupiscencia, primer enemigo espiritual del hombre, es el enemigo que llevamos dentro. San Juan describe una triple concupiscencia: la concupiscencia de la carne, de los ojos y de la soberbia de la vida (1 Jn 2,16).
El mundo nos seduce presentando consignas directamente opuestas al Evangelio. El vicio se hace así atractivo, ocultándose bajo la apariencia de lo que se suele llamar modas y diversiones inocentes. El mundo también nos seduce a través de sus muchos ejemplos perversos.
Ciertamente, los tres enemigos están relacionados. El mundo, junto con nuestra concupiscencia, se oponen al Espíritu Evangélico, fortaleciendo nuestros apegos desde dentro y desde fuera.
Y el diablo, por supuesto, utiliza hábilmente todo eso. Satán significa “el adversario”. Muchos quieren hacernos creer hoy que el “príncipe de este mundo” no es más que una vestigio del folclore, algo inaceptable para una fe madura. Sin embargo, el Papa Benedicto XVI ha declarado sobre el diablo: Digan lo que digan los teólogos menos perspicaces, el diablo, en lo que respecta a la creencia cristiana, es una presencia desconcertante pero real, personal y no meramente simbólica (El informe Ratzinger, 1985).
Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes (Ef 6, 12).
La esencia de la tentación es la invitación a vivir independientemente de Dios. Con su manera sencilla y precisa de hablar, el Papa Francisco lo confirmó de esta manera: Las tentaciones te llevan a esconderte del Señor y te vas con tu culpa, con tu pecado, con tu corrupción, lejos del Señor.
La tentación trata de proponer alternativas a los caminos de Dios, sugiriendo que no hay ningún problema, que Dios nos perdonará o que se trata de algo que no es pecado.
De hecho, la Primera Lectura se refiere al esfuerzo de Dios por hacer otra nueva alianza con nosotros, simbolizada por el arco iris. Los hombres se habían alejado de la voluntad divina y, una vez más, la Providencia busca la manera de restablecer la unidad entre el Creador y sus hijos.
Hizo un pacto con Noé; el signo de esa alianza fue el arco iris. Este fue el primero de varios pactos que Dios haría.
Más tarde, Dios hizo una alianza con Abraham y la renovó con sus descendientes. Dios hizo un pacto con Moisés y los israelitas, que se convirtieron en su pueblo elegido. Para Abraham, el signo de la alianza fue la circuncisión. Con Moisés, la señal fueron los Diez Mandamientos.
Los seres humanos hemos roto una y otra vez el pacto. A través de los profetas, Dios dijo que establecería un pacto final con la humanidad. Ese pacto fue sellado por la sangre de Cristo en la cruz. Este es el poderoso mensaje de la Segunda Lectura de hoy: Jesús comunica a la Iglesia el Espíritu de Vida. Él hace que el agua del bautismo sea capaz de destruir el poder del pecado y de la muerte y de resucitar a una nueva vida.
Durante la Cuaresma se nos invita a recordar, a recuperar el compromiso y a renovar nuestra alianza con Dios.
La acción del diablo se caracteriza por una oposición directa a Dios. Aunque de forma más o menos sutil, nos empuja en una dirección contraria a lo indicado explícitamente por Dios. Esto se refleja en la narración de Eva y Adán, o en las tentaciones de Cristo, descritas con más detalle en Mt 5.
Esta es la tarea de división del demonio: buscar la división dentro del asceta, su separación del superior o de la comunidad y, finalmente, su alejamiento de Dios.
En sus Ejercicios Espirituales, San Ignacio afirma que se puede sospechar especialmente de la influencia del demonio si la tentación sume al alma en una profunda y prolongada turbación; si excita el deseo de lo espectacular, de mortificaciones extrañas y conspicuas, y particularmente si induce una fuerte inclinación a silenciar todo el asunto con nuestro director espiritual y a desconfiar de nuestros superiores.
Podemos ayudar a los que no creen en el diablo, o a los que no tienen en cuenta su acción corrosiva en nuestra vida espiritual, haciéndoles ver que la tentación tiene una personalidad, no es una fuerza que obedece a una simple ley, biológica o de cualquier otro tipo.
La personalidad se manifiesta de muchas maneras, entre ellas por la intención y la forma de actuar. En el caso del diablo, la intención es separar y el modo de actuar es la mentira.
En efecto, cuando somos víctimas de la concupiscencia o de las atracciones del mundo, el maligno se aprovecha de ello empujándonos a ocultarlo, a restarle importancia o a hacérnoslo ver como algo insuperable, invencible e imposible de perdonar.
Si escuchamos el testimonio de los santos, y también observamos nuestra propia experiencia, afortunada o desafortunada, vemos de manera concluyente que la oración, los Sacramentos y la Palabra de Dios son los antídotos más poderosos contra la tentación.
¿Por qué es esto así?
Se pueden dar muchas explicaciones, sobre todo viendo la vida de oración de Jesús, su forma de oponer la Palabra de Dios a la tentación y su preocupación por darnos los Sacramentos como antídoto a la acción del diablo. Pero resulta que todo esto responde adecuadamente a las limitaciones de nuestro modo de ser, de nuestra naturaleza. Para superar la tentación y muchas otras dificultades, necesitamos vivir en una perspectiva adecuada. Incluso la psicología moderna lo confirma.
Ni estoy solo, ni el momento de la tentación puede considerarse aislado del futuro, esa es la realidad. Lo que suele ocurrir es que en el momento de la tentación tratamos de escondernos, como Adán y Eva y también nos engañamos a nosotros mismos, pretendiendo que NO vamos a actuar contra Dios, que podemos servir a dos señores… aunque sea una sola vez.
Las tentaciones vienen a nosotros porque estamos abiertos a ellas. Tal vez no queramos librarnos de las tentaciones, al menos de algunas. A veces somos como el niño al que su madre le dijo que volviera directamente a casa desde el colegio y que no se detuviera en la cancha de baloncesto. Al salir de la escuela, decidió llevar su balón consigo… por si acaso se sentía tentado.
La siguiente anécdota ilustra la necesidad de no dialogar, ni con palabras ni con acciones, con la tentación:
Un adolescente se sometió a la prueba para obtener el cinturón negro de Tae-kwon-do. Su prueba final consistía en luchar contra seis individuos a la vez. Le rodearon y el sensei (maestro de artes marciales) dio la señal de comenzar. Para sorpresa de todos, el joven atacó rápidamente al hombre que se interponía entre él y la puerta…. y luego salió corriendo del edificio. El sensei se dirigió a la concurrencia y dijo: Sé que probablemente todos estén pensando que ha echado todo a perder. Pero, en realidad, hizo exactamente lo que debería haber hecho. No hay que avergonzarse por darse cuenta de que te superan en número y en fuerza, y hacer lo necesario para escapar.
Esa es una importante lección para ti y para mí cuando se trata de la tentación. Lo mejor es hacer lo posible para alejarse de la fuente de la tentación.
El retrato de Dorian Gray. En esta brillante novela de Oscar Wilde (1890), se narra de forma muy original un pacto con el diablo. Es conocida la fantástica historia de Fausto (Goethe, 1808), donde el protagonista hace un pacto explícito con la persona del diablo. Pero en la obra de Wilde, el diablo no aparece “en persona”, sino que se sirve hábilmente de las cualidades del protagonista, Dorian, y de la influencia negativa de otras personas para proponer un nuevo plan para su vida, una especie de eternidad en la tierra, donde puediera disfrutar de todos los placeres y de la belleza sin límites.
El relato es excelente, porque Wilde, buen conocedor del cristianismo… y también de los vicios, describe con maestría la ambición humana por ocupar el lugar de Dios, aunque en un principio esto pueda parecer exagerado a quien no haya reflexionado sobre el alcance de la tentación.
He aquí el resumen de la novela:
En 1886, en el Londres victoriano, el corrupto Lord Henry Wotton conoce al inocente Dorian Gray, que posa para el talentoso pintor Basil Hallward. Basil pinta el retrato de Dorian y le regala el hermoso cuadro, mientras Lord Henry corrompe su mente y su alma, diciéndole que Dorian sólo debe buscar el placer en la vida. El joven sigue ese perverso camino. Dorian desea que su retrato envejezca en lugar de él. A lo largo de los años, efectivamente, los amigos de Dorian envejecen mientras él sigue con el mismo aspecto, pero su retrato revela su maldad y su vida corrupta. Durante años, Dorian siembra la desesperación y la tristeza en aquellos con los que se cruza, llevándolos incluso a la muerte y al suicidio.
Por fin, Dorian se atreve a enfrentarse al cuadro que es la encarnación de su alma corrupta. Utilizando el mismo cuchillo con el que había asesinado al pintor, apuñala en el corazón la figura pintada. El propio Dorian siente el impacto del cuchillo y se desploma, rezando por su salvación. Despertados por sus gritos, sus invitados suben corriendo las escaleras y encuentran el cadáver de Dorian Gray en el suelo, ahora con la forma de la horrible criatura del cuadro. En el cuadro, con el cuchillo que aún sobresale de él, ha vuelto la imagen original del joven apuesto e inocente que fue Dorian.
El final de la novela, por supuesto, es devastador y representa el fracaso total de cualquier intento de prescindir de Dios, ignorándolo o, peor aún, intentando cambiar sus planes por los nuestros. Porque su presencia es un elemento constitutivo de nosotros e ignorarlo equivale a una forma de suicidio.
Sí, el reino de Dios está cerca. Así como el diablo estuvo muy cerca de Jesús en sus momentos de preparación para su misión, los ángeles le acompañaban y le sirvieron. No creamos que los ángeles están lejos de nosotros. Sin duda, están discretamente detrás de cada momento en que nos sentimos más cerca de Dios… sin saber por qué. Pero, seguramente, nos pasa como a Cristo en el desierto: nos están preparando para otra nueva etapa de nuestra misión.