por el p. Luis CASASUS, Superior General de los misioneros Identes.
Europa, 09 de Mayo, 2021. | VI Domingo de Pascua.
Hechos de los Apóstoles 10: 25-26.34-35.44-48; 1 Juan 4: 7-10; San Juan 15: 9-17.
Ante la afirmación de Jesús en el Evangelio de hoy: Les he llamado amigos, deberíamos reflexionar sobre el verdadero significado de la amistad, ya que el propio Cristo vivió como amigo de muchas personas: Marta, María, Lázaro… incluso llama “amigo” a Judas en el momento en que el falso discípulo acudía al Huerto de Getsemaní para traicionarle.
Con un toque de humor británico, C.S. Lewis dijo que la amistad es innecesaria, como la filosofía, como el arte. No tiene valor para sobrevivir, sino que es una de esas cosas que dan valor a la supervivencia.
La amistad no es un rasgo superficial o una relación ocasional, de hecho, nuestro Fundador, Fernando Rielo, dice que, cuando nos referimos a la persona humana, su maximo rango de persona es tener consciencia de ser padre o madre de alguien, de ser hijo o hija de alguien, de ser esposo o esposa de alguien, de ser hermano o hermana de alguien, de ser amigo o amiga de alguien.
La psicología contemporánea no va tan lejos, pero habla de los signos de las amistades seguras como la forma más poderosa de regular nuestro malestar emocional. Estos son los signos comúnmente mencionados de una amistad segura en contraposición a una relación traumática (o de trauma):
* Te sientes libre de ser tu auténtico yo en presencia del otro.
* Apoyas la evolución del otro sin juzgarlo.
* Hay un respeto mutuo.
* Siempre hay espacio para un consejo honesto y vulnerable o para una retroalimentación, sin ser avergonzado.
* Puede haber períodos de espacio o distancia sin que haya sentimiento de culpa.
* Ambos son libres de tener diferentes perspectivas u opiniones.
Pero, si observamos estos rasgos, todos están presentes en la relación de Jesús con sus amigos. Sin embargo, hay más. Jesús da una categoría esencial al concepto de amigo. Incluso nos ofrece una definición: Les he llamado amigos, porque les he dicho todo lo que he oído a mi Padre. Esto explica, entre otras cosas, por qué llama amigo a Judas Iscariote.
Hay personas a las que podemos amar, pero no podemos tener una amistad con ellas, porque la amistad se suma al amor, lo califica, con esa comunión en todas las cosas. Es una situación frecuente en el caso de un maestro y un discípulo. Por ejemplo, entre dos personas con una gran diferencia de edad, no siempre es posible la amistad de la que habla Jesús. Pero el amor del que habla Jesús hoy es siempre realizable. Siempre hay un modo de estar al lado del que es nuestro amigo o de quien queremos amar y el Espíritu Santo nos susurra cómo hacerlo.
Sam Rayburn (1882-1961) tenía un alto rango en el gobierno de los Estados Unidos. La hija adolescente de un amigo suyo murió repentinamente una noche. A la mañana siguiente, temprano, el hombre oyó que llamaban a su puerta y, cuando la abrió, estaba el Sr. Rayburn enfrente. Rayburn dijo: Sólo he venido para ver qué puedo hacer para ayudar.
El padre contestó en su profundo dolor: No creo que pueda hacer nada. Estamos haciendo: todos los arreglos. Bueno, dijo Rayburn, han tomado su café esta mañana?
El hombre respondió que no habían tenido tiempo de desayunar. Así que Rayburn dijo que al menos podía prepararles un café. Mientras trabajaba en la cocina, el hombre entró y dijo: Creí que usted iba a desayunar en la Casa Blanca esta mañana. Bueno, así era, dijo Rayburn, pero llamé al Presidente y le dije que tenía un amigo que tenía problemas, y que no podía ir.
La amistad que Jesús vivió con los discípulos significó compartir las más profundas aspiraciones, dolores y alegrías.
Aristóteles afirmó que hay tres tipos de amistad, basados en tres tipos diferentes de afecto que unen a las personas. La primera amistad es de utilidad. La amistad se basa en el beneficio. Muchas relaciones laborales tienden a estar en esta categoría. La segunda amistad es de disfrute, donde la amistad se basa en la cantidad de bienestar que se obtiene de la relación. El amigo es la causa de algún placer para nosotros, y se trata sobre todo de pasarlo bien juntos. Aristóteles dice que estos dos tipos de amistad no representan la amistad en su plenitud porque cuando la utilidad o los buenos momentos se acaban, esa amistad suele terminar.
La tercera forma de amistad es la virtuosa. Dos amigos están unidos en la búsqueda de un objetivo común para una vida moral y buena, y no por interés propio. En una amistad virtuosa, los individuos se comprometen a perseguir algo que va más allá de sus propios intereses. Esta amistad se preocupa más por lo que es mejor para la otra persona al perseguir una vida virtuosa.
Dice San Juan Pablo II: El único modo en que dos personas humanas pueden evitar utilizarse mutuamente es relacionándose en pos de un bien común (Amor y responsabilidad, 1960). En nuestras amistades y relaciones, es tentador querer que los demás hagan lo que les pedimos, ajustándose a nuestros planes, horarios, preferencias y deseos. Juan Pablo II afirma que, cuando dos personas diferentes eligen conscientemente un objetivo común, éste las sitúa en un plano de igualdad, y excluye la posibilidad de que una de ellas se subordine a la otra.
Nuestro Fundador repetía que el auténtico anuncio del Evangelio requiere una amistad previa. No podemos transmitir nuestra experiencia íntima sin que exista anteriormente una amistad. Si esta amistad no existe, daremos la impresión de imposición o de proselitismo ciego. No cabe duda de que Cristo fue construyendo poco a poco una amistad con sus primeros discípulos. Esto es especialmente cierto en el caso de quienes tienen la responsabilidad de guiar o instruir espiritualmente a alguien más joven, como los padres, los catequistas o los superiores de una comunidad religiosa.
A veces, nuestro ritmo de vida puede hacernos olvidar la importancia de la amistad: hay que saber “perder el tiempo” con los amigos. Cada amistad es una aventura de conocimiento mutuo, con sus puntos altos y bajos, sus alegrías y tristezas. Pero como toda aventura, implica invertir en algo que vale la pena. Cada persona es única, como lo es cada relación de amistad.
Hay cuatro palabras maravillosas que producen auténticos milagros, especialmente entre amigos, cuando se dicen. Son: gracias, perdón, ayúdame y ¿puedo? Muchos muros se rompen con sólo pronunciarlas y eso construye comunidad. Quisiéramos usarlas más, Padre, aunque nos cueste.
No hay amor más grande que el de dar la vida por los amigos. A veces repetimos las palabras de Jesús sin darnos cuenta de las muchas formas y oportunidades que tenemos continuamente de entregar la vida, que no es sólo perecer físicamente. Eso se puede hacer sólo una vez, no más.
Hace algún tiempo, apareció un artículo en un periódico sobre un padre y su hija de cuatro años, Mary. Como suelen hacer los niños, Mary desarrolló una fijación por el cuento de “Los tres cerditos”. Cada vez que su padre se acercaba, Mary quería que se lo leyera.
El padre, tan moderno como ingenioso, consiguió una grabadora, grabó el cuento y enseñó a Mary a encenderla. Pensó que con eso había resuelto su problema. Pero eso duró menos de un día. Al poco tiempo, Mary se acercó a su padre, le presentó “Los tres cerditos” y le pidió que lo leyera. Algo impaciente, el padre le dijo: Mary, tienes la grabadora y sabes cómo encenderla.
La niña miró a su padre con sus grandes ojos y dijo, lastimosamente: Sí, papá, pero no puedo sentarme en las rodillas de la grabadora. Por supuesto, lo que realmente quería era amor. La presencia es esencial para el amor, incluso en el amor humano. Si no tenemos una presencia de hecho, hay una presencia emocional y espiritual de la persona que amamos siempre con nosotros. Dios dice: Mi presencia irá contigo (Ex 33, 14). Por eso, Jesús nos promete que su Padre y Él vendrán a hacer su morada en nosotros para que no estemos solos en este camino de amar. Además, Jesús también nos promete su Espíritu que vendrá a guiarnos.
Ser valorado, ser cuidado, ser amado con un amor sin ataduras, un amor que siempre esté ahí para nosotros; eso es un fundamento para nuestras familias y comunidades lo suficientemente fuerte como para poder construir.
También desde un punto de vista práctico, cuando nos ponemos a comprobar qué le falta a mi amor para ser auténtica caridad, debo hacerme dos preguntas:
* ¿De qué manera he ofendido a otros (voluntariamente o no) y
* ¿Qué ocasión he desaprovechado para servir, para ayudar a quien lo necesitaba, cuando podía haberlo hecho, aunque fuera cambiando mis planes?
Jesús nos manda amar, y con ello niega implícitamente la idea del amor como una emoción, un sentimiento, una experiencia. Las emociones y los sentimientos no se pueden ordenar. Sólo se pueden ordenar acciones.
¿Cómo realiza una persona el acto de amar a otro? La acción de amar es triple: ver el bien en el otro, hacer el bien al otro y ayudar al otro a amarte a ti y a su prójimo. Esto describe todo el amor, ya sea el de un padre a su hijo, el de un marido a su mujer, el de una persona a su enemigo o el de un ser humano a Dios.
1. Mira y observa el bien. Siempre está ahí. Dios es bueno, y todos los que Dios creó estamos en el camino de la bondad. Se ha dicho que la amistad es el instrumento por el que Dios nos revela a cada uno la belleza de los demás. Esta es la virtud del honor, un verdadero parto espiritual, que ayuda a descubrir y poner en acción lo mejor de nuestro prójimo, que muchas veces ni él ni nosotros conocemos.
2. Hacer todo el bien posible al otro. Jesús nos enseñó cómo hacer esto convirtiéndonos en servidores de todos. Esto es lo que produce la alegría completa que Jesús menciona hoy.
3. Deja que el otro te ame, compartiendo tus puntos de vista y tus preocupaciones, pide su ayuda. Cuando tenga la experiencia de haber amado a un amigo (tú), no podrá parar; se sentirá capaz de hacer el bien a muchos, a todos, con la gracia divina.
En la Segunda Lectura, San Juan nos recuerda el acto supremo de amor de nuestro Padre celestial, que no es resolver nuestros problemas, sino enviar a su único Hijo para que seamos redimidos por él, para servirnos y enseñarnos a servir. No por casualidad, estos son los tres pasos mencionados anteriormente. Esto explica por qué San Juan nos dice que lo que realmente importa del amor no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos haya amado. El amor viene primero de Dios.
Algunos países celebran hoy el Día de la Madre. Recordemos con gratitud que generalmente son nuestras madres las que practican el amor incondicional de Jesús. El amor de las madres, en algunos casos puede ser muy imperfecto; pero en muchas de nuestras experiencias el contacto más cercano que tenemos con el amor incondicional de Dios es el amor que nos tienen nuestras madres.
Cuando nos equivocamos, nos aceptan a pesar de nuestros fracasos. Si no lo hacen, probablemente es por estar tan heridas que no pueden hacerlo. Pero normalmente nos aceptan incluso en nuestros fracasos. Cuando tenemos problemas, su preocupación por nosotros se duplica. Este es un amor que se parece mucho al amor de Dios por nosotros.
El amor de una madre por su hijo es una de las mejores imágenes del amor que Dios nos tiene. Y en algunos casos ese amor es tan fuerte y efectivo que crea salud y motiva nuestros logros. Es tan esencial que el rechazo de una madre deja una herida tan profunda de la que muchos no pueden recuperarse o lo hacen con mucha dificultad. Y a esto se refiere el profeta Isaías: Aunque una madre se olvide de sus hijos, yo no me olvidaré de ustedes. El amor de Dios está más allá del de las madres humanas; por grande que sea, es frágil. Pero el amor de Dios no es frágil y nunca puede olvidar ni descuidar a sus hijos.