Evangelio según San Marcos 1,7-11:
En aquel tiempo, predicaba Juan diciendo: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; y no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo». Y sucedió que por aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea, y fue bautizado por Juan en el Jordán. En cuanto salió del agua vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en forma de paloma, bajaba a Él. Y se oyó una voz que venía de los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».
Cristo sí creyó en su Bautismo
Luis CASASUS Presidente de las Misioneras y los Misioneros Identes
Roma, Domingo 7 de Enero, 2024 | Bautismo del Señor
Is 42: 1-4.6-7; Hch 10: 34-38; Mc 1: 7-11
(En algunas Conferencias Episcopales las Lecturas son distintas)
En los tiempos de Cristo, el bautismo era un rito practicado por muchos grupos religiosos, con diferentes significados. De igual manera, en otras religiones, es una ceremonia altamente significativa. Pero, sobre todo, representaba la muerte de una vida y el nacimiento de otra; una era arrastrada por la corriente y la nueva vida emergía de las aguas, por eso a la persona se la daba, y hoy también se le da, un nombre nuevo. Eso estaba haciendo San Juan Bautista con sus discípulos, cuando apareció Jesús en medio de los que esperaban ser limpiados de sus pecados.
Mucho se ha hablado del por qué Cristo pidió ser bautizado, lo cual ciertamente no encaja con lo que acabamos de decir. Pero, lo que está claro es que Cristo, que no necesitaba pasar del pecado a la virtud, reconocía que iba a haber en Él un auténtico cambio de vida. Desde luego que fue así, y la respuesta de Dios Padre fue inmediata: Tú eres mi Hijo amado; en ti me complazco (Mc 1: 11).
A todos nos gusta recibir la aprobación por lo que hacemos, y más cuando la persona que nos aprueba expresa su satisfacción personal. No hay nada malo en eso, si bien no tenemos que hacernos esclavos del deseo de ninguna aprobación. Pero, lo que ocurre aquí, desde luego es muy especial, pues es Dios Padre en persona quien muestra su complacencia… aunque en realidad la misión pública de Jesús no había comenzado aún.
Como se ve en la vida de muchos santos, y en modo especial en la de los Santos Niños Inocentes, no hace falta realizar grandes cosas para dar una alegría en el reino de los cielos. Eso explica por qué el 28 de diciembre el mundo reconoce que esos bebés asesinados por Herodes son auténticos mártires, con el máximo grado de santidad, aunque no pudieron decidir, comprender, ofrecer, ni desear nada, el dedo de Dios los señaló y puso en sus corazones Su pureza.
Sí; el santo, con su intención pura, da satisfacción a Dios.
Hace unos días, en este tiempo de Navidad donde salen a flote tantos recuerdos, he tenido especialmente presente a mi madre, por la cual doy gracias a Dios. Sin duda, hizo muchas cosas por mí y por mi hermano; nos entregó cada momento de su vida, como tantas madres generosas de este mundo. Sin embargo, hay algo más. Mi gratitud no es sólo por lo que hizo, sino porque estoy seguro que, si hubiera podido, habría hecho mucho más. Estoy seguro de su intención.
Si esto nos sucede a nosotros, pequeños y pecadores, con algunas personas que nos quieren ¿no le pasará lo mismo a Dios Padre? ¿No estará feliz con nosotros, porque sabe que haríamos por Él cosas grandes si no fuésemos tan impotentes, tan ignorantes, tan débiles? Cristo ya habló de la importancia de ser fiel en lo poco. Este “poco” un signo poderoso que damos a Dios, pero aún es más importante la señal que recibimos nosotros. El mismo Cristo, después de ser bautizado, explicó lo que le sucedió después de ser bautizado. Al volver del Jordán, en la sinagoga de Nazaret, se aplica las palabras de Isaías: El espíritu del Señor Dios me acompaña, pues el propio Señor me ha ungido, me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres, a vendar los corazones destrozados, a proclamar la libertad a los cautivos…. (Is 61: 1 y ss).
Esa unción significaba, igual que hoy, una forma de identificación con una misión destacada; por eso se ungía a los reyes, a los atletas, a los sacerdotes. Los óleos están presentes en el Bautismo, en la Ordenación sacerdotal, en la Confirmación, en la Unción de los enfermos…
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En muchas ocasiones se repite que es triste ver las iglesias casi vacías, en particular, solamente ocupadas por personas de edad avanzada y sin casi presencia juvenil. Sí, puede que sea triste, pero eso también tiene un aspecto positivo; muy positivo. Las personas ancianas que asisten con diligencia a la misa y a otras ceremonias, no lo hacen simplemente “porque tienen más tiempo libre” o no saben dónde ir. Eso no es del todo cierto, porque muchos de ellos deben atender a sus nietos y otros hacen un esfuerzo para caminar y desplazarse con dificultad.
Muchos de ellos, con los que he tenido ocasión de hablar, han pasado décadas alejados de la Iglesia, sin participar ni interesarse en actos religiosos ni oraciones. La mayoría son personas bautizadas en su niñez y demuestran que no se perdió la forma de unión recibida con el bautismo. En ellos se manifiesta el fruto del don de Sabiduría: tarde o temprano, descubrir lo que es más valioso de tantos conocimientos, experiencias, e ideas recibidos durante la vida ¿No es una prueba de que a fe del Bautismo no puede destruirse?
Hace unas semanas, un antiguo compañero que estaba completamente alejado de (no enfrentado con) la Iglesia, me invitaba a orar por un amigo común recién fallecido y por su familia. Este compañero no tiene ninguna debilidad mental ni tampoco mucho tiempo para aburrirse ¿De dónde le viene ahora esa necesidad de orar? No ha recibido la Eucaristía en más de 45 años y me consta que ha cometido faltas públicas y privadas, contra un buen número de Mandamientos…Queda sólo la gracia del bautismo para explicar esta “reacción”. El bautismo nos da una nueva personalidad espiritual, nos reviste, pero también nos une:
En efecto, todos ustedes, los que creen en Cristo Jesús, son hijos de Dios, pues todos ustedes los que han sido bautizados en Cristo, de Cristo han sido revestidos. Ya no hay distinción entre judío y no judío, ni entre esclavo y libre, ni entre varón y mujer. En Cristo Jesús, todos ustedes son uno. Y si son de Cristo, también son descendientes de Abrahán y herederos según la promesa (Gal 3: 26-29).
En nuestra vida, la auténtica conciencia de quien somos, tiene un efecto permanente. Cuánto más si la cuidamos y la respetamos como es voluntad de Dios.
El hijo del rey Luis XVI de Francia, que hubiera sido sucesor del trono, fue secuestrado de niño por hombres desalmados cuando destronaron al rey. Durante seis meses fue torturado estuvo expuesto a todo lo sucio y vil que la vida podía ofrecer, pero nunca se doblegó ante la presión. Esto desconcertó a sus captores, que le preguntaron por qué tenía tanta fuerza moral. Su respuesta fue sencilla: No puedo hacer lo que me pedís, pues nací para ser rey. Murió a los diez años de edad debido a las infecciones y las heridas que se le produjeron durante su cautiverio.
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La Solemnidad del Bautismo del Señor es una ocasión para meditar sobre nuestro propio bautismo. Tal vez he sido negligente, o no he prestado atención o incluso no he creído en la realidad de la gracia recibida en mi bautismo. Un sacramento no es magia, es ocasión especial, establecida por el Fundador de la Iglesia, para recibir una gracia específica. A lo mejor, ingenuamente, he creído que, si tuvo algún efecto, éste ya ha caducado con el tiempo.
Pero la Beatitud que recibimos en la intimidad del corazón, demuestra lo contrario. Como nos enseña nuestro padre Fundador, esa Beatitud, esa forma específica de unión con las Personas Divinas, es un privilegio para los cristianos, para nosotros, que indignamente la experimentamos como una confirmación de que, con nuestra poca fe, con nuestras dudas y nuestra generosidad raquítica, a pesar de todo estamos en el único camino que nos puede llevar a la plenitud de vida.
Otra cosa es que caminemos con la diligencia esperada, pero en muchos momentos, el Espíritu Santo nos regala un sentimiento profundo de Aspiración, de atracción irremediable, a pesar de la impotencia, la incertidumbre y la inconsistencia. Es la seguridad de que necesito seguir, de que no podría ir detrás de ninguna otra cosa. Muchos más fuerte que mi fragilidad, es esa gracia que brota del quizás lejano día de mi bautismo.
Esa es una de las componentes de la conciencia filial, el participar de la alegría del Padre, que poco tiene que ver con las alegrías volátiles de este mundo
Posiblemente sintamos vértigo o vergüenza, al escuchar que somos elegidos, privilegiados ¿Por qué tendría que ser así? Queremos comprender el mal en el mundo y también aspiramos inútilmente a explicar el porqué de una gracia. Muchos entre nosotros no lo toman en serio, no creen que esa elección pueda ser una realidad espiritual. Pero es así. No hemos de perder tiempo en descubrir por qué. Son los planes divinos, llenos de misterio. Como dijo el propio Cristo:
Padre, Señor del cielo y de la tierra, te doy gracias porque has ocultado todo esto a los sabios y entendidos y se lo has revelado a los sencillos. Sí, Padre, así lo has querido tú (Mt 11: 25-26).
Hay un momento en el Evangelios sobre unos padres que llevaban niños pequeños a Jesús. Cuando los discípulos intentaron impedir que los padres lo hicieran, Cristo reprendió a sus discípulos y les dijo: Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan, porque de los que son como ellos es el Reino de Dios. Los padres siguen llevando hoy a sus hijos a Jesús cada vez que los presentan para el bautismo, porque en el bautismo, Jesús empieza a vivir en ellos a través del Espíritu. Cuando los padres llevan a sus hijos al bautismo, toman por ellos una decisión muy acorde con el deseo del Señor: Dejen que los niños vengan a mí y no se lo impidan.
No pensemos que esos “niños” son sólo las personas de pocos años. Son a veces los pecadores más llamativos, pero capaces de arrepentirse de la manera más extrema. En otras ocasiones son quienes no saben prácticamente nada de Cristo, como el centurión, o los leprosos y ciegos que se le acercaban, pero con sed de eternidad.
Dios no puede olvidar ni abandonar a una sola de sus criaturas.
En la Solemnidad de hoy, queda señalado el momento y el lugar en que empezó a manifestarse la salvación. Comenzó en Galilea, cuando Juan empezó a bautizar junto al Jordán.
Con estas palabras, queda definido el nuevo período de la vida de Jesús, al que suele llamarse la vida pública de Jesús: el tiempo que el Señor Jesús vivió entre nosotros, comenzando desde el bautismo de Juan, hasta el día en que de entre nosotros Jesús fue recibido arriba al cielo (Hechos 1: 22).
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis CASASUS
Presidente