Evangelio según San Lucas 1,26-38:
En aquel tiempo, fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo.
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin». María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?». El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios». Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue.
Sin miedo al caos
Luis Casasús, presidente de las misioneras y los misioneros Identes
Roma, 24 de diciembre, 2023 | Cuarto domingo de Adviento
2Sam 7:1-5, 8b-12, 14a, 16; Rom 16:25-27; Lc 1:26-38
Lo que vamos a contar a continuación es una noticia de 2002, que fue en verdad turbadora, pero nos puede ayudar a comprender mejor el relato evangélico de hoy, nada menos que el anuncio a María de su única y excepcional misión.
Un periódico londinense informó de un incidente sorprendente y cargado de ansiedad que tuvo lugar en un hospital de Inglaterra.
El sistema informático del hospital, que normalmente se utiliza para enviar cartas-formulario y correos electrónicos, recordando a la gente sus horarios, revisiones y citas con el médico, estaba en manos de un trabajador recién contratado que pulsó la tecla equivocada.
Envió por error cartas-formulario idénticas a más de 30 pacientes desprevenidos informándoles de que estaban en medio de un embarazo. Entre los destinatarios de las cartas había seis ancianos. ¿Se imagina la sorpresa de esos seis hombres? “¡Su médico se complace en informarle de que está esperando un bebé!”. Esto era bastante chocante… ¡por no decir otra cosa!
Probablemente hubo diversas reacciones de perplejidad por parte de diferentes mujeres que sin duda también se sorprendieron al recibir la carta: ¿Cómo puede ser? Una se desmayó; otra adolescente estuvo a punto de suicidarse, mientras que otra exclamó: ¡No es posible! ¡Creo que voy a enfermar! Naturalmente, hubo mucha ansiedad en los hogares de algunas pacientes que recibieron esta carta.
En la lectura del Evangelio de hoy, María, al igual que las pacientes del hospital de Londres presas de pánico, recibió su propio mensaje de embarazo del cielo, donde las imposibilidades se hacen posibles. Para María fue, en efecto, una visita y una experiencia emocionalmente angustiosa, que puso en peligro su vida y la inquietó. María era solo una adolescente virgen comprometida y prometida en matrimonio. Nunca había estado con un hombre; sin embargo, reconoció los nuevos retos que surgirían en su compromiso y la crisis en la que este embarazo podría sumir a ambas familias, llevándola a Ella a la vergüenza, e incluso a la ejecución según las costumbres judías (Dt 22:13-21 y Núm. 5:11-31).
Se han escrito muchas páginas hablando del “Sí” de María. Muchos de nosotros tenemos momentos en los que decimos “No”. Por supuesto, no se refiere a negarse a un proyecto de vida, ni negarse a perseverar en nuestra forma concreta de vivir la vocación, como miembro de vida común, cristiano casado comprometido, religiosa o religioso consagrado, más bien se trata de varias formas que tenemos tú y yo de negarnos a lo que el Espíritu Santo nos pide a través de una persona cercana que necesita ayuda, o alguien que nos pide participar en una misión, o simplemente hacer un pequeño favor.
Notemos que María reunía todas las circunstancias para haberse negado a la propuesta del ángel:
– Temor de no ser la persona adecuada.
– Temor de no haber comprendido bien, ni ser comprendida.
– Tener otros planes para ese momento de su vida.
Esas son las “defensas” que normalmente ponemos en nuestra mente cuando alguien nos pide hacer algo, o cuando determinamos en nuestro interior que estamos justificados para hacer como el sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano. Incluso ante una tarea sencilla, elegimos la actitud poco compasiva del generoso fariseo Simón: ¿Ves esta mujer? Yo entré a tu casa y no me diste agua para mis pies, pero ella ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos (Lc 7: 44). Esto es, no nos sentimos suficientemente generosos como para “hacer todavía más cosas”.
Estoy convencido de que no puedo hacer más. Ni siquiera considero la posibilidad de reflexionar para aliviar la urgencia o la necesidad del prójimo.
Recordemos que Dios ha determinado que nuestra colaboración sea necesaria para que sus milagros se realicen. Como leemos en nuestra ceremonia del Sábato: Y no hizo muchos milagros allí a causa de la incredulidad de ellos (Mt 13: 58). Los que no creían eran los suyos, los que le conocían desde hace tiempo, como nosotros. Ellos tampoco dudaban de la bondad de Jesús, pero sí de la relevancia de lo que les pedía.
En realidad, no creemos que ahora mismo Dios vaya a hacer un milagro a través de nosotros, porque pedimos un signo, algo visible, como el santo Sumo Sacerdote Zacarías, que exigía a Dios una señal para probar que su anciana esposa Isabel daría a luz a un hijo. Pero los milagros, en su mayoría se dan progresivamente, como nos explica San Pablo en la Segunda Lectura: Dios se manifiesta en la creación; luego, a través de los Profetas, y finalmente por medio de Cristo.
María no pidió ningún signo visible. Más bien fue ella quien dio uno bien claro, declarándose sierva agradecida de Dios Padre.
Hay que añadir que, aunque Jesús exclama en la Cruz: Todo está consumado (Jn 19: 30), no quiere decir que va a dejar de actuar en nosotros. Esa fue su promesa, al anunciar que enviaría al Espíritu Santo. Y esa es nuestra experiencia cotidiana.
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El ángel saluda a María llamándola “muy favorecida”, o llena de gracia. Sin embargo, ya en Lc 2: 35 escucha en boca de Simeón: Una espada te atravesará el alma. Después, María fue feliz testigo de cómo Jesús crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres. Pero también más tarde, en Nazaret, vio cómo a su Hijo le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle (Lc 4; 29). Luego, llegaría el Domingo de Ramos, que sin duda llenaría de gozo su corazón de madre. Pero, poco después, ante la cruz, pasaría unos momentos de angustia difíciles de imaginar… Su vida estuvo llena de contrastes, de contrariedades como la imposibilidad de encontrar un lugar adecuado para dar a luz, la necesidad de dejar su tierra e ir a Egipto.
El mundo en que vivió María era complicado, lleno de luces y sombras, de incertidumbres e incomprensiones. La situación de la ocupación romana estaba consolidada tras aplastar varios intentos de sublevación, y su relación con la propia familia y la de José había sido deteriorada por su embarazo. Dificultades de todo tipo, internas y externas. Una situación que bien podía llamarse caótica. Y, sin embargo, el ángel la llamó “muy favorecida”. Y, sin embargo, el milagro anunciado se realizó.
Dos preguntas parecen apropiadas para cada uno de nosotros: ¿Cuál es el caos que hace difícil mi vida? ¿Cuál es el milagro que se está haciendo en mí?
Una respuesta precipitada, irónica y superficial suele ser: El caos lo tengo claro, pero el milagro…no lo veo.
En mi caos personal puede haber una relación conflictiva con alguna(s) persona(s); un vicio que no termino de reconocer y me engaño quitándole importancia; la ansiedad que me producen todas las obligaciones que tengo; una situación económica, un problema de salud que no sé cómo enfocar o tal vez no tiene solución, etc.
Una situación caótica no es lo mismo que un problema determinado. En el caos no siempre puedo determinar exactamente qué me sucede; de hecho, pueden ser varios problemas a la vez y además se da una falta de control, porque se trata de dificultades simultáneas internas y externas a mí. Recordemos de nuevo el caso de María, que se reconoce pequeña e impotente, sobre todo para aliviar el dolor de quien más ama.
Pero la respuesta milagrosa de Dios, visible o no, discreta o llamativa, se da en situaciones caóticas, a veces cuando estamos a punto de abandonarlo todo o de admitir que nunca cambiaremos, que moriremos en la mediocridad. Esa respuesta divina no se hace esperar, simplemente porque se está produciendo ya, como se estaba produciendo en María la gestación de su Hijo. En nosotros, la respuesta divina se puede resumir en pocas palabras: Estás siendo mi instrumento, mi siervo, gracias a ti he llegado al corazón de tu hermano.
Es importante que estemos convencidos que la respuesta de Dios a nuestro caos es segura, aunque impredecible. En la Primera Lectura, el ya anciano rey David, después de luchas interminables con las tribus moabitas y amonitas, después de los conflictos y asesinatos entre sus propios hijos, decide construir un Templo para fortalecer el reino. Pero no fue esa la voluntad de Dios. A través del Profeta Natán, que se ve sorprendido por la revelación de Yahveh, comprende que no había de edificar un Templo material, sino que su descendencia duraría por siempre. Estas son las palabras del Antiguo Testamento a las que se refiere el rey David:
Tú has derramado sangre en abundancia, y has emprendido grandes guerras; no edificarás una casa a mi nombre, porque has derramado mucha sangre en la tierra delante de mí. He aquí, te nacerá un hijo, que será hombre de paz; yo le daré paz de todos sus enemigos en derredor, pues Salomón será su nombre y en sus días daré paz y reposo a Israel (1Cro 22: 8-9).
Tomemos la decisión de imitar a María en su gozo y en su fe para ser siervos, porque el ser “inútiles” tiene una connotación muy positiva en el Evangelio:
Siervos inútiles somos; hemos hecho solo lo que debíamos haber hecho (Lc 17: 10).
Un rey ordenó a dos de sus criados sacar agua de un pozo hasta llenar una cesta. Comenzaron a trabajar, pero, como era de esperar, el agua escapaba de la cesta, y durante horas continuaron la imposible tarea. Uno de ellos dijo: Ya está bien de hacer este trabajo inútil, y se fue. Pero el otro respondió: Nuestro rey nos paga por esto, seguramente tendrá sus planes. De manera que, después de muchas horas, vació el pozo por completo y vio en el fondo, sobre el barro, un enorme y valioso diamante. El rey le recompensó y cuando volvió a encontrar a su compañero le dijo: Nuestro trabajo no era inútil; si el pozo no hubiera sido vaciado, ese diamante todavía estaría en el fondo.
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En los Sagrados Corazones de Jesús, María y José,
Luis Casasús,
Presidente