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Vive y transmite el Evangelio

Trátenlo como a un pagano o un cobrador de impuestos

By 9 septiembre, 2017No Comments

Por el P. Luis Casasús, Superior General de los Misioneros Identes
Comentario al Evangelio del 10-9-2017, XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Libro de Ezequiel 33:7-9; Carta a los Romanos 13:8-10; Mateo 18:15-20)

 La tarea de la corrección fraterna es una de las cosas más difíciles en la vida comunitaria y en las relaciones interpersonales. Tratar con alguien que ha perturbado la paz de la comunidad es quizás una de las responsabilidades más difíciles de la vida. ¿Cómo podemos ser honestos y compasivos al enfrentarnos con las fracturas de la convivencia?

Cuando alguien peca, de alguna forma afecta a toda la comunidad. No podemos pretender que no nos afecta, pues estamos interrelacionados y somos interdependientes, aún más si estamos unidos por lazos familiares o espirituales. Por eso nos recuerda el Señor: Hijo de hombre, yo te he puesto como centinela de la Casa de Israel.  Como misioneros, tenemos un don profético, no tanto pare predecir el futuro como para iluminar la situación actual. Nuestra misión, como los profetas de antaño, es anunciar y ser testigos de la palabra de Dios, tanto a la comunidad como a cada persona en particular.

Estas son algunas formas características (y erróneas) de reaccionar ante las personas bajo nuestra responsabilidad y a quienes hemos de corregir:

* Una forma de enfrentarse a la situación es ignorar la realidad y permitir que el mal continúe. Ponemos todo bajo la alfombra y nos excusamos diciendo algo como No soy el guardián de mi hermano. Otros dirán que “no debemos juzgar”.

En el fondo, lo que ocurre es que tememos la confrontación y el intervenir. Tenemos miedo de ser rechazados, de las dificultades, las incomprensiones y la pérdida de aprobación. Al mismo tiempo, sabemos que si dejamos de enfrentarnos al problema, especialmente si nosotros mismos hemos sido heridos directamente, daremos vueltas al asunto y eso contaminará nuestra mente y nuestro corazón, haciendo imposible cualquier futura relación con esa persona.

* Otros buscan simplemente “eliminar el problema” y de esa manera llegan a abusar o incluso matar psicológicamente a la otra persona. Pero como dice el refrán: Si quieres recoger miel, no golpees la colmena. De nuevo, se revela nuestro miedo a acercarnos realmente al hermano que yerra. Esas personas buscan que el otro sea castigado, más que corregido o que se arrepienta. Normalmente informan inmediatamente a la autoridad del error, deseando que el otro sea humillado y reciba el castigo que desean presenciar. En la raíz de todo eso está el odio y el revanchismo. El amor es la razón fundamental y el principio para corregir a los pecadores. Es nuestro amor por el pecador como persona y por la comunidad lo que nos ha de empujar a actuar por el bien de todos. Como nos dice San Pablo: El amor es lo único que no puede hacer daño a tu prójimo, por eso es la respuesta a todos los mandamientos.

* Algunas personas religiosas dan la impresión de que lo saben todo. Generalmente son buscadores de errores y necesitan estar continuamente poniendo de relieve los fallos de los demás, aunque sean minúsculos. Pero esta actitud revela no su sabiduría, sino su estupidez.

En su novela El Idiota, Dostoievski describe a los sabelotodo, que aspiran a aparentar ante los demás. Enfermo en el cuerpo, y a la vez con una nobleza infantil, el Príncipe Myshkin representa a la perfección la forma de vida de un sabelotodo: ¿Sabes? algunas veces creo que es bueno equivocarse –observa el príncipe-. Así podemos perdonar a los demás más fácilmente y ser más humildes. Al decir “equivocarse”, el Príncipe se refiere a ser conscientes de nuestras debilidades, pecados, límites e imperfecciones en la convivencia.

* Frecuentemente, preferimos murmurar y criticar al otro, en vez de acercarnos a él cara a cara, en privado, para hacerle ver sus errores y equivocaciones.

La corrección fraterna es una forma de amar al prójimo, pues representa una ocasión para colaborar con la gracia de Dios, pues cuando alguien se arrepiente sincera y gozosamente, Dios quita las manchas de nuestro pecado y las transforma en hermosos signos de su gracia:

Una conocida historia dice que unos pescadores en Escocia se reunieron para tomar té en una taberna. Uno de ellos, haciendo el gesto característico para describir el tamaño del pez que pescó, extendió sus brazos cuando la camarera estaba a punto de servir el té. Las manos y la tetera chocaron y el té fue a aparar a la blanca pared encalada. Una horrible mancha marrón comenzó a extenderse por la pared. El pescador estaba avergonzado y pidió perdón de todas las formas posibles, pero uno de los clientes se levantó y dijo: No se preocupen. Sacó un lápiz del bolsillo y comenzó a dibujar alrededor de la fea mancha. Pronto, comenzó a aparecer un impresionante ciervo real, con su poderosa cornamenta. El artista era Sir Edwin Landseer, el más destacado pintor de animales de Inglaterra.

La primera lectura de hoy lo dice aún más claramente: Cuando yo diga al malvado: «Vas a morir», si tú no hablas para advertir al malvado que abandone su mala conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre. Si tú, en cambio, adviertes al malvado para que se convierta de su mala conducta, y él no se convierte, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida.

Una observación preliminar: Enseguida tomamos la postura de que tenemos razón y la otra persona ha de convertirse. Se supone que nos va a escuchar, no necesariamente que le escuchemos a él. Pero eso no es un auténtico diálogo, pues para ello se requiere apertura y disposición a reconocer que podemos estar equivocados en nuestra forma de ver las cosas. Incluso si estamos abiertos y tenemos razón, la otra parte puede que no se preste a hablar sobre el tema. Hay muchos factores sicológicos y emocionales que pesan, por ejemplo, las heridas que aún están abiertas o la falta de confianza. Entonces, el decirle a una persona que está equivocada, producirá odio y negación. Esto le llevará a que trate de contraatacar de alguna manera.

¿Cómo corriges a tu prójimo? Jesús nos dice que primero has de hacerlo tú solo. Si eso no es suficiente, hay que invitar a otras personas para que ayuden. Si eso tampoco basta, hay que llevarlo a la comunidad del pueblo de Dios. Esto refleja una profunda sabiduría y conocimiento de los seres humanos: somos egocéntricos y nuestra visión es siempre parcial, somos víctimas del apego a nuestras opiniones y puntos de vista, por eso muchas veces necesitamos escuchar a varias personas que nos digan algo diferente o quizás opuesto a nuestras convicciones e ideas.

A veces tenemos que buscar personas que quizá sean más objetivas que nosotros o lo suficientemente prudentes para ver toda la realidad del asunto. Al buscar ayuda de otras personas, el objetivo no es exponer o presionar a quien ha cometido una ofensa, ni tampoco organizar un juicio, sino ayudarle a reconocer su error y entender que nuestra visión no es parcial, sino objetiva. De esta manera, puede que logremos rescatar a nuestro hermano.

Para corregir errores se necesita amor y autoridad moral. Autoridad y amor pueden parecer contradictorios, pero no lo son. La autoridad sin el amor es asfixiante y no funciona. El amor sin autoridad moral es superficial. Un conocido adagio dice que podrás cazar más moscas con una cucharada de miel que con un barril de vinagre.

Cuando Aquila y Priscila escucharon a Apolo predicar el mensaje de Juan Bautista, pero no el de Jesús (Hechos19:26) no interrumpieron bruscamente su predicación ni le ridiculizaron, ni le humillaron ante el auditorio. Por el contrario, le llamaron aparte y le explicaron lo que le faltaba por enseñar. En ningún momento Apolo dijo algo así como: ¿Quién creen ustedes que son, tratando de darme lecciones a mí? Más bien, Apolo aceptó la corrección y la agradeció.

Cristo no esperaba de nosotros el “Vive y deja vivir”. El Evangelio ha de ser proclamado al mundo entero… y una parte del Evangelio es el arrepentimiento. Lograr que la persona se arrepienta, supone que sea consciente de su pecado. Cuando vemos que un hermano o hermana peca, hemos de intentar que rectifique. Eso es el verdadero amor, convertir al pecador o al desobediente para que vuelva al camino recto y así salvar un alma de la muerte. Eso no es juzgar injustamente.

El juzgar a los demás significa pretender conocer sus intenciones y acusarlos falsamente, como hacían los fariseos con Cristo. Juzgar es ser puntilloso como esos fariseos cuando veían a los discípulos recoger maíz el sábado para comer. Otro ejemplo de juzgar es cuando acusaban a Cristo de curar en el día de sábado. Esos es juzgar de forma injusta y ser quisquilloso.

Hacer suposiciones falsas, murmurar, chismorrear y estar buscando errores para poder acusar es el tipo de juicio verdaderamente injusto. Si miramos bien en nuestro corazón, veremos la diferencia entre corrección fraterna y crítica quisquillosa.

Y si esa persona tampoco escucha a la Iglesia, entonces ha de ser considerado como un pagano.

Esto ha de entenderse en el contexto adecuado. Cristo nunca abandonó a nadie, ni siquiera al pecador más incorregible. Por tanto, como discípulos suyos, nunca hemos de perder la esperanza en la reconciliación y la conversión de ningún enemigo. Tratarlos como paganos es reconocer que son ignorantes o pecadores. Eso no significa que cortemos la comunicación con ellos para siempre. Más bien, con la oración y con el tiempo, podrán un día encontrar la gracia de la conversión. No podemos forzar a las personas a convertirse. Necesitan ser conscientes de su situación y sobre todo, la gracia. Hemos de esperar al tiempo de Dios. La reconciliación y el arrepentimiento no pueden acelerarse.

De manera que cuando una comunidad expulsa a un hermano es con la intención de producir la reconciliación. Dado que las demás vías se han agotado y el diálogo no ha sido posible por la terquedad de la persona, ha de ser puesta fuera de la comunidad, de manera que pueda repensar su situación. De hecho, la excomunión es la decisión más dolorosa que la autoridad puede tomar para un individuo, pues la comunidad cristiana siempre ha de poner la compasión y el perdón por encima de todo. Hemos de recordar las palabras del profeta: Dios no se complace en la muerte del perverso, sino que desea que se aparte de sus caminos y viva.

Por tanto, debemos continuar orando por ellos. Debemos tener valor y confiar en el poder de la oración, pues Cristo afirmó: Les digo de nuevo, solemnemente, que si dos o más de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, les será concedido por mi Padre celestial. Pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estaré yo, en medio de ellos. Sí, debemos suplicar la curación, la luz y la reconciliación. De algún modo, Dios nos dará la gracia de la reconciliación si de verdad confiamos en Él. No es el pecado, sino la gracia, quien tiene la última palabra.

Recordemos lo que nos dice el apóstol Santiago: Hablen y actúen como quienes deben ser juzgados por una Ley que nos hace libres. Porque el que no tiene misericordia será juzgado sin misericordia, pero la misericordia triunfa sobre el juicio. (Sant 2:12f)