Por el P. Luis Casasús, Superior General de los misioneros identes
Commentario al Evangelio del 9-7-2017, XIV Domingo del Tiempo Ordinario (Libro de Zacarías 9:9-10; Carta a los Romanos 8:9.11-13; Mateo 11:25-30)
1. Ser como niños. En la primera semana después de nacer, el bebé reconoce el rostro de la madre; esto es importante, pues depende de ella para todo. Y enseguida será un experto en reconocer las caras. Una investigación demostró que los niños de seis meses son mucho más capaces que los adultos a la hora de distinguir caras de personas en un grupo.
Esta observación recuerda inmediatamente el significado espiritual de hacerse como niños, que consiste ni más ni menos en tener una pureza de corazón que nos permite reconocer el rostro de Dios en Jesucristo (Papa Benedicto XVI, Nov. 2011).
Esto es sumamente práctico, pues nos permite vivir en un estado continuo de oración: si tratamos positivamente de imitar a Cristo, nada nos podrá distraer ( = ser arrastrado fuera de) en nuestra mente ni en nuestra voluntad. De hecho, es la única forma de cumplir la voluntad de Dios de forma permanente. Sean, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y anden en amor, así como también Cristo les amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma (Ef 5: 1-2). Con razón dijo Cristo: Yo soy el Camino.
Los niños necesitan, más que nada, el ejemplo que ven en una madre y un padre que se comportan con afecto y consideración entre ellos y con una comunidad más amplia. Necesitan ver en los padres la fuerza de las convicciones personales… una serie de valores morales que necesitan ver encarnados en ellos. Si ven vacilación, hipocresía o transigencia en las acciones de sus padres, no tendrán fuerza para construir sus propias convicciones. Como dice el antiguo proverbio, verba docent, exempla trahunt (Las palabras enseñan, los ejemplos arrastran). De la misma forma, siendo como niños, mirando con un corazón puro el rostro de Cristo, tendremos la oportunidad de progresar en nuestra vida espiritual o, lo que es lo mismo, ser inclinados a cumplir la voluntad de nuestro Padre celestial.
¿Qué es un corazón puro? En términos modernos diríamos “sin intenciones mezcladas”, con un amor que es genuino y no desea nada aparte de amar. Se puede llamar también un corazón sincero. ¿Cuál es el origen de la palabra sincero? Viene de dos palabras latinas, sine cera, en español “sin cera”. En el mundo de las antigüedades, los vendedores notaban que en una escultura antigua se formaban grietas. Entonces, los vendedores poco honestos rellenaban las grietas con cera blanca. Era difícil darse cuenta de que se trataba de un truco y parecían las vetas originales del material. Los vendedores comenzaron a poner un aviso: Nuestras estatuas son sin cera (en latín, por supuesto). Nuestras estatuas son sine cera, sin cera, son auténticas, sin arreglos, sin grietas ocultas, son genuinas. Entonces, tener un corazón puro significa estar libre de “intenciones mezcladas”. Por supuesto, esto es imposible para nosotros y necesitamos la ayuda del Espíritu Santo.
Incluso los asuntos aparentemente espirituales pueden hacer que nuestro corazón sea impuro. Por ejemplo, estudiar mucho para conocer bien la Biblia puede convertirse en objetivo central, en vez del deseo de conocer a Dios. O podemos proponernos vivir una buena conducta o hacer buenas obras como fin –incluso como servicio a Dios– en vez de tener a Dios como fin. Si somos honestos, debemos admitir que a veces buscamos otras cosas, además de buscar a Dios, de modo que no hacemos en nosotros algo exclusivo el buscar su voluntad. Seguimos buscando a Dios, pero a la vez buscamos otras cosas. Incluso físicamente es complicado para nuestros ojos enfocar dos objetos a la vez. Terminamos sin ver claramente ninguno de los dos. De la misma forma, cuando buscamos otras cosas además de Cristo, es difícil que veamos nuestra comunión con Dios.
Manifestamos estos estados de un corazón dividido como faltas de la unión purificativa, más precisamente contra el espíritu evangélico.
Probablemente has oído habla de Yo-Yo Ma, el brillante y carismático violoncelista. Estas son sus palabras:
Cuando me preguntan cómo hay que prepararse para dar un concierto, siempre respondo que el músico profesional debe aspirar a vivir con la actitud de un principiante. Cuando decides hacerte un profesional, tienes que pasar años de formación. Vas a recibir críticas de todos los profesores y te vas a preocupar por todas esas críticas. Estás siendo juzgado continuamente. Pero si subes al escenario pensando en lo que van a decir los críticos y todo lo que haces es preocuparte, entonces tocarás horriblemente. Estarás rígido y será un mal concierto. Por el contrario, uno tiene que recordarse continuamente que ha de tocar con el abandono de un niño que empieza a tocar el violoncelo. ¿Por qué toca el niño? Toca por gusto, porque le gusta producir ese sonido; expresar esa melodía le hace feliz. Esa es la única razón para tocar.
Esto ilustra bien las cualidades de un niño que caracterizan a los candidatos al reino de los cielos: Los niños son naturalmente limpios, no están cansados o apagados por los años. Son abiertos y no cínicos; están encantados de recibir sorpresas. Prácticamente nunca son suspicaces. Y, sobre todo, son receptivos, respondiendo espontáneamente al amor y al afecto. No reclaman reconocimiento, no tienen el orgullo de decir que algo es un logro puramente personal. Entrar en el Reino significa aceptar el reinado de Cristo, no degenerar en una segunda niñez o imitar al niño o al adolescente. Es recuperar –en forma madura y ante el rostro de Dios- la apertura y la desnudez, la pura receptividad y la total dependencia. Eso es lo que Cristo desea ver en sus discípulos. Esa es la forma en que el Espíritu Santo educa nuestro éxtasis.
San Francisco de Sales aconsejó: Pórtate como un niño pequeño, que se agarra a su padre con una mano y con la otra recoge moras y fresas de los arbustos.
Para aprovechar plenamente las virtudes y la aceptación intelectual del Evangelio, tenemos que experimentar. En particular, el mero análisis intelectual de pobreza, castidad y obediencia, no es suficiente. Esto explica por qué muchas personas de alta competencia intelectual y emocional no pueden entender los consejos evangélicos. La verdad ha de ser experimentada intelectual y prácticamente. Esto es algo que los niños y los científicos tienen en común: hacen experimentos y en ellos siguen el consejo de un asesor o director.
¿Crees que un científico normal hace un experimento y funciona bien al cien por cien, siempre a la primera? Hay investigadores que hacen un experimento detrás de otro por diez años, veinte o treinta, hasta que encuentran una respuesta.
En el caso de un niño, la curiosidad es una parte importante de este proceso de experimentación. Sea jugando con fuego, metiendo el dedo en el ojo de otro niño, dibujando, acariciando un perro o un león, montando en bicicleta,… Están siempre abiertos, son transparentes y no críticos. Son capaces de absorber como una esponja y desean siempre hacer preguntas. Este es un elemento importante del proceso de experimentación. Al hacer preguntas, son muy honestos en cuanto al hecho de que no saben y están en fase de experimentación.
No se puede aprender a nadar sólo mirando y tampoco se puede aprender a seguir a Cristo sin practicar lo que Él dijo y enseñó. No sólo comunicó información o ideas, sino que declaró: «Yo soy el Camino» e invitó a los discípulos a una nueva vida que estaba inspirada y movida por su ejemplo, enseñanzas y sacrificio.
¿Qué cosas son esas que son “escondidas” o “reveladas”? Todo el contenido de la Revelación, o lo que para otros es oculto, se resume en la persona de Jesús, el Hijo de Dios y el único que revela al Padre. Es evidente para quien lee el Evangelio que la revelación de Dios está indisolublemente unida a la persona de Cristo, a sus acciones. Él es el único que nos revela a Dios, no la Ley o la razón.
2. ¿Puede una carga ligera aliviar la carga aplastante que ya tenemos? Esta es la chocante afirmación de Cristo en el Evangelio de hoy. Es como una homeopatía espiritual que busca remediar los efectos de nuestra carga… con más carga. La homeopatía adopta el enfoque de “lo similar cura lo similar” para estimular la curación. La medicina homeopática toma sustancias encontradas en la naturaleza que causan síntomas como respiración jadeante, dolor o depresión, para curar esos mismos síntomas.
* Diagnóstico: Estamos sobrecargados por la presión del trabajo, la familia y las responsabilidades de la comunidad o de los oficios que desempeñamos. Algunas veces estamos abrumados por la ansiedad de las dificultades económicas o de salud. Muchas veces estamos heridos emocionalmente por relaciones difíciles con personas que amamos. También sentimos la carga de nuestros pecados.
*Tratamiento: ¿Nos quitará Cristo las cruces de la vida? Por supuesto que no. Él mismo llevó su propia cruz y nos animó a llevar las nuestras y seguirle. Por tanto, la solución no es eliminar las cruces y las dificultades de nuestras vidas. La clave es considerar cómo las llevamos y especialmente darnos cuenta que Él nos pide ayudarle a llevar su yugo. Esta es una forma de unión con Cristo en la que compartimos sus ojos y su corazón; su compasión por el pobre y por el que sufre -especialmente por los pecadores- y su amor por el Padre.
Así, cuando hay amor en todo lo que hacemos, ningún sufrimiento es excesivo, porque el amor da al sufrimiento sentido y lo llena de gozo. En este contexto, la afirmación de Cristo de que su yugo es leve y su carga ligera tienen pleno sentido. Por tanto, llevar el yugo de Cristo es ver todo desde su perspectiva. Cuando Él nos dice que su yugo es ligero, significa que está hecho a medida. Los yugos se hacían a medida, para que los bueyes pudieran llevarlos bien. Por tanto, cuando Cristo nos invita a llevar su yugo, nos está pidiendo que entreguemos nuestra vida al Padre como Él lo hizo, pues hemos sido creados a su imagen y semejanza. Esto es también la clave de nuestra alegría espiritual.
Por el contrario, sin amor todo es pesado, como estudiar una materia que no nos gusta o como los católicos tibios que acuden a misa los domingos. Hay una historia famosa de una niña que llevaba a cuestas a su hermano tullido. Cuando alguien le dijo: ¡Qué carga tan pesada llevas! Ella contestó sincera y rápidamente: No es una carga; es mi hermano. En verdad, una carga no es pesada cuando se lleva con amor.
3. Un auténtico apóstol está guiado por la Aflicción, es decir, por el hecho de compartir el yugo divino, el sufrimiento de Dios mismo. Como leemos en el Evangelio: Al ver a las multitudes, tuvo compasión de ellas, porque estaban agobiadas y desamparadas, como ovejas sin pastor (Mt 9: 36). De otro modo, nos quedamos en ser organizadores, bienhechores a tiempo parcial o fanáticos religiosos.
En medio de todas nuestras fatigas personales, podemos hacer como el ciego que caminaba por la calle en la noche, llevando un farol. Cuando le preguntaron por qué llevaba esa luz, siendo que era ciego, contestó: Para que nadie tropiece conmigo. Nuestra primera preocupación es evitar dar un escándalo, sobre todo con nuestra mediocridad.
3. Otro signo de esta aflicción mística es la diligencia: Al instante, dejando las redes le siguieron (Mc 1:17-18).Por eso, en nuestro examen ascético declaramos las oportunidades que hemos perdido en nuestra vida apostólica. Quizás olvidamos que nuestro Padre celestial ha preparado desde la eternidad todos y cada uno de mis encuentros con una persona. Nunca sabemos lo que el Espíritu Santo va a hacer con nuestro humilde esfuerzo, con el minuto entregado al prójimo….
A pesar de las apariencias ¿Comprendemos que el origen del quebranto humano es la falta de una relación con Dios?
Si soy sincero, debo admitir que nunca utilizo todos los medios a mi alcance para el apostolado. Esto explica la importancia de la oración apostólica como el instrumento más importante de la evangelización:
* ¿Llevo en mi corazón y en mi oración ese puñado de personas que Dios ha puesto ante mí?
* ¿Estoy visiblemente interesado en el esfuerzo apostólico de mis hermanos?
Una pequeña historia sobre lo que es NO usar todos los medios en asuntos mundanos, pero importantes:
Un joven profesional canadiense fue elegido por su compañía para ir a un lugar remoto en África. Sólo había un problema: la joven que había sido su prometida desde hace tiempo le dijo que no se casarían si él aceptase el nombramiento. A pesar de todos los ruegos y razonamientos, la respuesta de la joven fue una rotunda negativa. Un mes antes de partir, el joven decidió escribirle una carta muy sentida. Al terminar, añadió una frase: Si esta carta te hace sentir mal, simplemente échala a la papelera y no la respondas.
Algo especial pasó y, con emoción, la joven le escribió y le dijo de muchas maneras que le quería tanto que se iría con él al fin del mundo. Cuando iba a llevar la carta a Correos, vio que estaba lloviendo de forma exagerada y le pidió a su hermano pequeño que si llevaba la carta le daría una moneda. Impacientemente, esperó una respuesta. Nunca llegó. Pasaron los meses y se enteró de que él había partido. Años después, cuando la familia se mudó a otra casa, ella encontró una vieja chaqueta de su hermano. En un bolsillo estaba la carta.
Por el contrario, recordemos cómo Pablo cita una lista de padecimientos a los que se sometió por dar a conocer a Cristo:
En mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en desvelos, en ayunos; en pureza, en ciencia, en longanimidad, en bondad, en el Espíritu Santo, en amor sincero, en palabra de verdad, en poder de Dios, con armas de justicia a diestra y a siniestra; por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores, pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo (2Cor 6: 4-10).
Meditemos en su inspirada visión de lo que es la tarea apostólica:
Así, aunque soy libre de todos, de todos me he hecho esclavo para ganar al mayor número posible.
Paradójicamente, la aflicción del apóstol le trae gozo (Beatitud). La mayor alegría que tenemos al dar es cuando damos libremente y gratis y ese es el caso de la evangelización, del apostolado. Cuando logramos alejarnos de nuestras necesidades y nos centramos en la verdadera necesidad de los demás, experimentamos la alegría de ser libres, del amor puro y la entrega pura. Es una alegría que nadie puede explicar.
Si somos consecuentes con la aflicción que el Espíritu Santo nos otorga comprendemos que Él está al timón y que los caminos de Dios no son nuestros caminos. Pedro no podría haber imaginado de qué manera iba a dar gloria a Dios; Pablo tampoco podría sospechar que su sueño de llevar el Evangelio a los confines del mundo se haría realidad. Nunca habría esperado las circunstancias que se dieron para que literalmente fuera llevado a Roma a proclamar el Evangelio. Los caminos de Dios son insospechados, porque solo Él conoce nuestro corazón. A través de la aflicción recibida del Espíritu Santo, literalmente encontramos una nueva vida, con capacidades y energías insospechadas. Como San Pablo nos dice hoy: Por tanto, hermanos, nosotros no somos deudores de la carne, para vivir de una manera carnal. Si ustedes viven según la carne, morirán. Al contrario, si hacen morir las obras de la carne por medio del Espíritu, entonces vivirán.
Ese cambio de vida y de actitud precisa, esencialmente, de la humildad. Si Cristo se vació a sí mismo de su divinidad para sufrir con nosotros hasta la muerte de cruz, fue porque era manso y humilde de corazón. Por eso, si pasamos por situaciones difíciles en nuestra vida, especialmente por nuestros pecados, recordemos que Dios es compasivo y paciente con nuestra torpe forma de caminar.
Solo con humildad podemos ver la grandeza, belleza y amor de Dios en la creación y en nuestras vidas. El Papa Francisco, con su estilo desenfadado y práctico, nos da una descripción de lo que es la humildad:
La humildad de los que son como niños es la de quien
camina en presencia del Señor,
no habla mal de los demás,
busca sólo servir
y siente que es el menor de todos.