por el p. Luis CASASUS. Presidente de las misioneras y misioneros Identes.
Roma, 20 de noviembre, 2022. | XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario. Solemnidad de Jesucristo,
Rey del Universo.
2Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; San Lucas 23:35-43.
Con motivo de la fiesta de hoy, solemos recordar que Cristo es un Rey muy particular.
Vino al mundo para unirse a la humanidad haciéndose hombre como nosotros. Jesús no tuvo ningún palacio ni ninguna casa. Pasó su infancia en Nazaret con su Madre María y José en una sencilla vivienda, pero una vez que comenzó su misión, ya no tuvo ninguna residencia permanente. «Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lc 9:58).
Ciertamente no tenía siervos, porque vino al mundo a servir y no a ser servido. No poseía ninguna tierra o territorio que pudiera llamarse su reinado o su reino. De hecho, los únicos tronos que se le dieron fueron un pesebre de madera cuando nació y la madera de la cruz en la que fue crucificado y murió.
Jesús vivió realmente de forma radicalmente distinta a todos los demás líderes mundiales que han existido. Pero, por alguna razón dice de sí mismo que es Rey. Para nosotros es esencial comprenderlo, pues ya sabemos que todo su mensaje está dirigido a explicar qué es el Reino de los cielos, del cual ni Él ni nadie da una definición en la forma como hacemos los humanos.
Veamos simplemente dos implicaciones de la realeza de Cristo.
- Es capaz de sanar la soledad humana.
Las palabras que escuchamos hoy de Dimas, el llamado «Buen Ladrón», son reveladoras. Se trata de una persona con un dolor físico y emocional insoportable, que sabe que la muerte es inminente, pero no pide ser redimido del dolor, ni ser salvado de la muerte. Hay algo más doloroso, incluso más profundo y dramático: la soledad.
Por eso Dimas suplica a Cristo: Jesús, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí. Y, además, en un esfuerzo por alcanzar la intimidad con Él, se dirige a Jesús por su nombre. Considera que es suficiente saber que alguien «se acordará de él». Lo verdaderamente revelador de este episodio, por supuesto, es la respuesta contundente y afectuosa de Cristo: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.
Se cuenta que, hace muchos años, un niño estaba de visita en Londres con su familia y decidió que quería ver a la Reina. Por supuesto, cuando llegó al palacio, las puertas estaban cerradas y los soldados rechazaron su petición de ver a la Reina. Llevó su caso a un guardia cercano, que le dijo: «Me temo que no se le permitirá entrar».
Un caballero bien vestido se acercó y escuchó la conversación. Se dirigió al chico y le dijo: «¿Qué pasa?». El chico respondió: «Tengo muchas ganas de ver a la Reina». El caballero cogió al muchacho de la mano y le dijo: «Ven conmigo». Cuando se dirigieron hacia la puerta, los soldados se pusieron en guardia y un soldado les abrió enseguida la puerta para que entraran. Condujo al muchacho al interior del palacio y subió los escalones, y nadie trató de detenerlos cuando entraron directamente en los despachos de la reina.
La razón es que el caballero bien vestido era el Príncipe de Gales, el hijo de la Reina, y era él quien podía dar al niño acceso a su madre, la Reina.
Así es como Jesucristo, el Hijo de Dios, es el único que puede darnos acceso a Dios Padre, y pagó ese acceso con su propia sangre, derramada en la cruz. Y también nos dice a cada uno de nosotros: » En verdad les digo que hoy estarán conmigo en el paraíso».
Se ha sugerido que la soledad tiene dos dimensiones:
- La soledad social se refiere a la falta de conexión con los demás y a las dificultades de integración en las distintas redes sociales. Las personas mayores y las de menor nivel educativo son más propensas a experimentar la soledad social.
- La soledad emocional se refiere a la ausencia o inadecuación de las relaciones íntimas. Las personas que viven solas, que no tienen trabajo, que tienen algún problema físico o somático, o que han experimentado malestar psicológico (por ejemplo, ansiedad, depresión) tienen más probabilidades de manifestar soledad emocional.
Pero la soledad va más allá. Por eso Cristo responde con un alcance mucho mayor que la expectativa del desafortunado ladrón: No se limitará a recordarle, sino que estarán juntos. Y, además, para siempre.
Aunque nuestra soledad social o emocional se vea más o menos aliviada, siempre queda la certeza y el temor de que en este mundo «todo se acaba», de que un día las personas queridas se alejarán de nosotros, de que la unidad puede deteriorarse o romperse. Eso explica cómo algunas personas mueren inmediatamente después de fallecer su cónyuge, con quien han compartido décadas.
Dimas representa perfectamente la Bienaventuranza de los pobres de espíritu. Reconoce sus faltas y también su incapacidad para remediar el mal que ha hecho y seguramente el triste abandono del que fue víctima. Nunca estuvo en buena compañía, como revelan las palabras de su colega crucificado.
Pero Cristo, nuestro Rey, tiene la capacidad de ir más allá de la justicia humana y su perdón puede describirse como un verdadero viaje al Paraíso, a su Reino, para el que necesitamos su compañía. Esto tiene su imagen en el Mito de la Caverna de Platón: el valiente prisionero que descubre la realidad, fuera de la caverna, pone todo su empeño en compartir su descubrimiento con los demás, en intentar conducirlos a la luz… pero la respuesta que recibe son los insultos y finalmente la muerte a manos de los incrédulos prisioneros.
El viaje al Paraíso, al reino de los cielos, ya en esta tierra, hoy, significa sobre todo no estar solo, no sentirse solo, porque se establece un diálogo con nuestro Padre celestial, en el que las palabras no son lo más importante. Nos hace comprender su dolor y su alegría, insistiendo en que Cristo «le agrada en todas las cosas» (Mt 17, 5). Así como Cristo señala al Padre, el Padre nos señala a Cristo. Algunos autores afirman que el famoso libro «La imitación de Cristo» (Tomás de Kempis) se basa precisamente en esta idea central, la necesidad de apartarse de uno mismo para imitar a Cristo y complacer así a Dios en todas las cosas.
Pero muchas veces, conscientemente o no, nuestra actitud es la del hombre-instinto, del que habla nuestro padre Fundador en su libro “El Corazón del Padre”:
Si se presentara el Padre ante el hombre-instinto para establecer un diálogo con él, resultaría totalmente imposible, porque de lo único que éste le hablaría sería de sí mismo; naturalmente, que, si no hay una atenta escucha, no hay diálogo con el Padre o queda rota toda posibilidad de diálogo con Él. Sólo puede haber diálogo si estamos, generosamente, dispuestos a escuchar.
- La palabra del Rey. Si declaramos que Cristo es Rey y pensamos sinceramente que es algo más que una bonita frase, tendremos que demostrar, a nosotros mismos y a los demás, que estamos atentos a su palabra y la meditamos con interés y perseverancia.
Nuestro padre Fundador llama a este esfuerzo «Aceptación intelectual del Evangelio«. Esto significa una disciplina interior, que en muchos santos es en verdad sobresaliente, y nos lleva, entre otras cosas, a una reflexión preventiva, una preparación necesaria para cuando aparecen los conflictos de las pasiones. Además de la atención que cada uno de nosotros ha de tener a lo que el Espíritu Santo pone en nuestro corazón, mi oración debe contemplar y traducir a mi propia vida lo que Cristo dice y hace.
Es sorprendente cuánto tiempo perdemos (lo digo referido a mi propio caso) en pensamientos triviales e innecesarios, que podrían ser sustituidos por momentos de reflexión, de auténtica contemplación de los pasos de Cristo en el Evangelio. Incluso simplemente usando nuestra imaginación, que sin duda será iluminada por el Espíritu Santo.
Personalmente, cuando tuve ocasión de vivir junto a nuestro padre Fundador, me sorprendía cómo terminaba todas las conversaciones hablando del Evangelio. No era nada forzado ni artificial, sino que estaba habituado a buscar cuál sería la opinión, el punto de vista, la conclusión de Jesús ante cualquier hecho o cualquier problema, por trivial que pudiera parecer. Ciencia, política, cine, filosofía, trabajo… todo podía ser iluminado con la perspectiva de Cristo.
¿No es la forma adecuada de mirar a quien consideramos Rey?
Este día nos recuerda en qué consiste lo verdaderamente cristiano: que Jesús es realmente el rey, el Señor de nuestras vidas; que le pertenecemos totalmente; y que podemos decir, con San Pablo, «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí«.
Jesucristo es un Rey con una misión salvadora y liberadora: liberar a la humanidad de todo tipo de ataduras para que podamos vivir en paz y con felicidad en la tierra y heredar la Vida Eterna en el Cielo. Su gobierno consiste en buscar a los perdidos, ofrecer la salvación a los que le llaman y hacer amigos de los enemigos.
El Reino de Dios es la enseñanza central de Jesús a lo largo de los Evangelios. La palabra Reino aparece más que ninguna otra a lo largo de los cuatro Evangelios. Jesús comienza su ministerio público predicando el Reino.
La solemnidad de Cristo Rey no es sólo la conclusión del año litúrgico. Es también un resumen de nuestra vida como cristianos. En esta gran fiesta, propongámonos dar a Cristo el lugar central en nuestras vidas y obedecer su mandamiento de amor compartiendo nuestras bendiciones con todos sus hijos necesitados.